Anclado en el centro del barrio de Barracas, bien al sur de Buenos Aires, donde la ciudad envejece cien años, está el Hospital José Tiburcio Borda, un compendio de tres grandes edificios entre enormes parques verdes que paredones cimentados en alta talla oculta del exterior. Tras la fachada, se esconde un hospital monovalente, dirigido por y, particularmente, hacia la especialidad psiquiátrica, en un contexto donde el paradigma actual de la Salud Mental vira hacia una perspectiva comunitaria, interdisciplinaria e inserta en una red de atención no centrada en un nosocomio. Se trata de hospital con lógica vetusta, pensado para internaciones prolongadas de personas únicamente de sexo masculino. Hoy cuenta con poco menos de mil internados.
Entre tanta reclusión, un dejo de aire de libertad conduce a unos de los costados del inmenso Borda. Allí, en el Pabellón A, aparece un enclave en el que reina la creatividad: el taller de La Huella. La bienvenida está a cargo del aroma a aserrín, aunque lo que allí se respira es la calma de quienes día a día tallan una victoria sobre la indiferencia.
La Huella es una empresa social, una cooperativa de trabajo sita en un lugar en donde trabajar no parece contemplado. La Huella es la primera cooperativa latinoamericana con trabajadores que son o fueron usuarios del Sistema de Salud Mental.
En La Huella Empresa Social se dedican a la carpintería, a la ebanistería y a la tapicería. La Huella parte desde un taller repleto de madera, aserrín, clavos de toda medida, tornillos con diferentes roscas, cola, lijas de varios colores, barnices, cinceles, sierras, morsas, caladoras, agujereadora, delantales y paciencia, dedicación e ideas, algunas osadas como que en cada hogar cercano haya un mueble fabricado allí.
La Huella es un sexteto asociado que suma a cuatro personas en rehabilitación y capacitación en su carácter de usuarios del Sistema de Salud Mental. Espalda con espalda, hay una pequeña tropa voluntaria que ayuda con los quehaceres de contaduría -indispensables para una cooperativa- y con actividades culturales. En este último aspecto, instituciones como la Escuela Argentina de Negocios, la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) y, fundamentalmente, la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui) representan un sostén fundamental para la cooperativa.
El impulsor de esta cooperativa, Federico Bejarano, es un psicólogo social que trabaja hace treinta años en el Borda: «En el hospital me desempeñé, todo ese tiempo, como técnico en rehabilitación psicosocial. La Huella constituyó la última parte de ese recorrido, y en 2006, aún sin espacio físico adecuado, impulsé el proyecto. En 2008, nos ofrecieron el lugar actual -nuestro taller- y fuimos admitidos en el programa Integración Socio Económica y Lucha contra la Exclusión Social (ISOLE), destinado a la creación de empresas sociales en Salud Mental. Desde 2013 somos una cooperativa matriculada», cuenta.
Los socios de La Huella, en su mayoría, son ex internados del Borda. Oscar Ferrara, presidente de la cooperativa, es ebanista y probablemente quien más sabe de madera en todo Barracas. José Espinoza, el tesorero, pinta y arma toda pieza que por allí pase. Además, se encarga de la compra de insumos. Hernán Manero, o Nancho, es vocal de La Huella y realiza piezas decoupage y pirograbadas. Carlos Intino mulle cada mueble: es tapicero. Por él son suaves los respaldos, las sillas, los bancos, sillones y divanes. Oscar Ledezma colabora en todo y también se encarga de la entrega de esas piezas de madera esculpidas con dedicación. Por último, Mariana Pacheco, psicóloga y cooperativista de vocación, se encarga de la comunicación y difusión, maneja las redes sociales y es también la secretaria administrativa. Sin embargo, en el taller de La Huella, no se sabe quién es quién porque todos visten los mismos delantales y brindan la misma dedicación.
En la cooperativa no trabajan cualquier madera, sino que reciclan pallets, piezas de aglomerado, muebles donados: además de ser autogestivos son ecologistas. Así dan forma a portarretratos (sus primeras invenciones), sillas, bancos, mesas, estantes de todo tipo, cajoneras, sillones, divanes, mecedores, bodegas, espejos, jaboneras, portalápices, posapavas y posavasos, jengas, muñequitos u otros juegos para niños. Tampoco usan cualquier tela para hacer patchworking o tapizar, también son recicladas (jeans y pantalones viejos, forros y fundas viejas). Y con los papeles que sobran (diarios, revistas, cómics) hacen decoupage sobre los muebles y ornamentos. Dicen que también se dan maña para incrustar un vitreaux en una puerta.
Pero subrayan que no se trata de una mera terapia. «La idea es acceder al trabajo y no tanto un lugar de expresión o capacitación. Este tipo de empresas crean lo social, introducen a personas que han sido apartadas de la vida ciudadana. Son unidades productivas para integrar, de manera efectiva, a personas desventajadas en relación al mundo laboral», afirma Bejarano.
La Huella es una cooperativa en toda la amplitud de la palabra. Dividen tareas y especialidades (decoupage, ebanistería, pintura, tapicería), cotidianeidades (tortillas, galletitas, yerba), turnos para poner música y días de trabajo y descanso. Pero su vocación cooperativa traspasa las paredes del taller y del pabellón, también los altos paredones que circundan al Borda: trabajan conjuntamente con mujeres internadas en otro hospital neuropsiquiátrico (el Braulio Aurelio Moyano), quienes cosen las piezas de tapicería, ya que en La Huella no hay máquinas bordadoras. Así trabajan conjuntamente con otros cooperativistas, como los que integran Iriarte Verde, dedicados al cultivo de hortalizas agroecológicas para la cual La Huella aporta composteras y cajones.
El camino recorrido en este tiempo, le permitió a La Huella participar de a eventos del ámbito cooperativo, no solo a lo largo y ancho del país, sino también continentales. Envió representantes a actividades en Brasil, Perú y Uruguay tanto para alentar a otras cooperativas y empresas recuperadas por sus trabajadores como para aportar a una mayor y mejor inserción laboral de personas con padecimientos similares a los de sus integrantes.
«Nos gustaría impulsar una red de cooperativas sociales para que pueda replicarse y ampliarse esta experiencia, que es exitosa desde la integración, desde los resultados de la salud, tanto de la de las personas como la de sus familias. Personas que antes eran un gasto para el Estado ahora generan bienes hacia la comunidad, una autonomía imposible desde dispositivos puramente asistenciales. Queremos mostrar la densidad positiva de la integración social», culmina Bejarano, el “abrecaminos”.