Por Magdalena Tolosa
Fotografía: Romina Morua

“Perdón, te miro desde hace un rato y pensaba si vendés raquetas o jugás al tenis”. Gustavo Alonso escucha la consulta curiosa de un señor en la puerta del Centro Burgalés en el barrio porteño de Caballito. Y sonríe. “Juego al tenis”, responde bastón y raqueta en mano. La sorpresa se genera porque Gustavo es no vidente desde hace cinco años y todas las semanas –cada miércoles y cada jueves-  asiste al Centro de Desarrollo del Tenis (CDT) y participa de las clases en el marco del Programa de Tenis para Ciegos y Disminuidos Visuales de Argentina (PTCA) dirigido por Eduardo Raffetto, profesor con más de 30 años de experiencia.

La Asociación Argentina de Tenis para Ciegos, encargada de la implementación del PTCA, fue creada en 2011 a partir de la iniciativa de Raffetto. Fue cuando se acercó al centro una madre con sus dos hijas ciegas y le preguntó si ellas podían practicar tenis. No pudo responder. Ese fue el puntapié para empezar a investigar sobre esta disciplina adaptada, nacida en la ciudad japonesa Kawagoe, en 1984, a partir de las ganas de un estudiante no vidente llamado Miyoshi Takei.

Las clases gratuitas que se brindan en el Centro de Desarrollo del Tenis son parte de la propuesta del Programa de Tenis para Ciegos y Disminuidos Visuales de Argentina (PTCA) dirigido por Eduardo Raffetto.

“Vengo dos tardes a la semana que para mí son sagradas, no me las pierdo por nada”, asegura Gustavo. Es uno de los aproximadamente 12 alumnos, de todas las edades, que asisten a los entrenamientos dictados por los profesores Natalia Pedraza y Gastón Labaronnie y los preparadores físicos Rafael Díaz Herrera y Guillermo Ferreyra. A las clases, que son totalmente gratuitas y duran tres horas, puede asistir cualquier persona con ceguera o disminución de la visión. La única condición es presentar obligatoriamente un certificado de aptitud física, extendido por un médico, y un certificado de discapacidad. La práctica se divide en una entrada en calor y elongación, y un segundo momento, puramente técnico, en el que pasan a la cancha y comienzan a pegarle a la pelota, que es distinta a la convencional: está hecha de esponja, tiene 9 cm de diámetro y adentro contiene una pelota de ping pong con cinco perdigones de plomo, lo que permite que se genere el sonido al moverse y esto ayuda a la orientación de los jugadores. “Tenemos que estar muy concentrados, con la cabeza únicamente en eso, escuchando, porque es todo sonido y hay que aprender primero a conocer la pelota, darnos cuenta por el sonido qué tan fuerte va a venir, de qué manera picó y para dónde va a salir”, explica Gustavo. Y completa: “Empecé cazando mariposas, pero con el tiempo pude captar la técnica”.

Este deporte, que no sólo se practica en Buenos Aires, sino también en Bahía Blanca y Rosario, siempre se realiza bajo techo y las canchas tienen 12.8 metros de largo por 6.40 de ancho, más chicas que las convencionales, y están delimitadas por una soga de 3 mm de ancho que, a su vez, está recubierta por una cinta. Eso permite que los jugadores puedan ubicarse mediante el tacto, ya sea con los pies, la raqueta o las manos. Natalia Pedraza, que realizó el curso de capacitación que brinda el PTCA y a partir de esa experiencia empezó a dar clases hace poco más de un año, señala que algunos de los recursos necesarios para realizar la actividad son donados por empresas y asociaciones que apoyan la disciplina, pero que todavía no cuentan con sostén de la Asociación Argentina de Tenis, ni de la Secretaría de Deportes de la Nación. “Desde acá realizamos todo a pulmón y a veces sentimos que estamos solos luchando contra un sistema que prioriza el ´ganar, ganar y ganar´, y los demás quedan de lado. A la discapacidad en nuestro país no se le da la importancia que se le tendría que dar”, sostiene en diálogo con ANCCOM.  

La actividad no cuenta con el apoyo económico de la Asociación Argentina de Tenis, ni de la Secretaría de Deportes de la Nación. Algunos de recursos necesarios son donados por empresas y asociaciones.

Argentina es miembro fundador de la Asociación Internacional de Tenis para Ciegos (IBTA-International Blind Tennis Association), creada en el Primer Congreso Internacional que se realizó en febrero de 2014, en Estados Unidos, y al que asistieron 10 países. En su segunda edición, que se llevó a cabo en Italia los primeros días de septiembre del año pasado, estuvieron los representantes de 13 países y el PTCA fue reconocido como uno de los programas más importantes de enseñanza de este deporte que demostró ser pionero y exponente a nivel mundial.

Desde el Programa sueñan con que la disciplina se convierta algún día en un deporte paralímpico, aunque consideran que todavía queda un largo camino por recorrer y por eso se plantean metas a corto plazo. “Nuestro primer objetivo hoy es que se mantenga la escuela en funcionamiento y captar más alumnos. A nivel técnico, que cada jugador pueda mejorar en lo suyo y superarse, y a nivel institucional, contar con apoyo del Estado y hacernos más conocidos”, subraya Pedraza.

Todo lo demás es un logro en una tarea colectiva. “Ver que cada vez le pegan más y mejor a la pelota me da una motivación para seguir y para que ellos sigan, es una manera que tienen de superar su limitación”, puntualiza.  

El PTCA fue reconocido como uno de los programas más importantes de enseñanza del deporte en el Segundo Congreso Internacional el año pasado.

Cuando el reloj marca las 17:00, Gustavo guarda todo en su mochila, se despide de los profesores y de sus compañeros, y sale caminando hacia la parada del colectivo  para regresar a su casa. En el trayecto, sigue sorprendiendo a la gente que se da vuelta para corroborar que lo que se asoma por arriba de su cabeza es el grip de una raqueta. Y camina orgulloso.