Por Sabrina Saraceni
Fotografía: Deborah Valado

Alberto Szpunberg habla lento y pausado, un poco porque sabe escuchar y toma la palabra del interlocutor constantemente, y con eso también construye lo que irá diciendo. Otro poco porque, a veces, la memoria lo traiciona. Entonces se enoja un poco, pero enseguida se sonríe y lo manda a uno a buscar a su biografía el dato que no recuerda.

Esa biografía señala que un muy joven Alberto Szpunberg, de 22 años, ya había publicado su primer libro, Poemas de la mano mayor. Para entonces había militado en el Partido Comunista desde los 14. Luego formó parte de su disidencia “Guevarista” a través del foco creado en el monte salteño de nombre “Brigada Masetti”, ya que era justamente Jorge Masetti, el periodista argentino que había entrevistado al “Che” Guevara y a Fidel Castro en Sierrra Maestra, quien la comandaba y constituía el nexo entre la brigada y el Che. En 1965, a sus 24 años y sin haber podido llegar a reunirse con sus compañeros en el monte salteño, la brigada continuadora del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) fue derrotada. De esa época nace El Che amor, su segundo libro. A comienzos de los ’70, Szpunberg fue director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. Más tarde se convirtió en redactor en el diario La Opinión, y llegó a desempeñarse como director de su suplemento cultural. Cuando llegó la dictadura se exilió en El Masnou, un pueblo de Barcelona. Y ahí, al cruzar el océano por primera vez, comenzará y ya no tendrá fin ese tironeo entre acá y allá. Entre lo que fue, podría haber sido y lo que finalmente es. Ese estar estando tan agridulce que les toca a los que se van lejos de su tierra dejando todo en puntos suspensivos.

 El poeta, cuando de su obra se trata, siempre elige traer a colación, primero, sus poemas más recientes: lo considera lo más honesto y espontáneo que puede hacer. Debe ser por eso que, de arranque, lo que sobreviene es “De ida sin vuelta”, aquel espectáculo que hizo en julio en la Biblioteca Nacional, en el que juntó su obra poética con las melodías de “Turbio Tinte Trío”, que incluye la voz de Luis Sampaoli y el bandoneón de César Stroscio, su gran amigo. Allí, entre tangos y valsecitos, lanzaba sus poemas en voz alta, y con ellos miles de historias.

 “Somos como hermanos, César (Stroscio) y yo –dice Szpunberg-. Nos conocimos un 9 de Julio del ´69, si no me equivoco, y desde entonces anduvimos juntos en mil y una historias complicadas, grandes aventuras y grandes amoríos. Por ejemplo, si vamos los dos caminando por la calle y vemos algo hermoso, que casi siempre es una chica, la expresión surge al unísono: ¡Qué valsecito!’ Será que nos impactó tanto aquel primer valsecito que hicimos juntos alguna vez, al que llamamos ‘De los dos’”.

Nunca, nunca corazón,

nunca nadie lo sabrá si fue amor

lo que tembló esa tarde bajo el sol.

La letra es de Szpunberg y la música es de Stroscio y de Juan Carlos Cedrón. En 1982 Cedrón lo grabó, acompañado por su conjunto. “Hacer música juntos siempre fue un sueño, pero se interponían diferentes cuestiones políticas y estéticas –dice Szpunberg-. Aunque finalmente lo conseguimos. Después de toda una vida en la que vivimos muchas cosas muy intensamente llegamos a una especie de síntesis; este es el momento de madurar un poco, tomar consciencia de algunas cosas, recapitular y reflexionar para transmitir lo que valga la pena y se pueda”.

Alberto Szpunberg recitando en el Concierto de poesía y música "De ida sin vuelta" en la Biblioteca Nacional. 24 de julio de 2015. Autora: Deborah Valado // Anccom

El poeta, cuando de su obra se trata, siempre elige traer a colación, primero, sus poemas más recientes: lo considera lo más honesto y espontáneo que puede hacer

¿Qué pensás que hay presente en vos, que allá a tus veinte años, cuando se conocieron con César, no había? ¿Cómo pensabas antes y como pensás ahora?

 Supongo que antes veía más fácil arreglar el mundo. Para mí el significado de arreglar era el triunfo de un modelo social equitativo, justo, solidario, humano. Bueno, salió todo mal, al revés de como lo habíamos soñado. En ese momento ni César, ni “los muchachos”, ni yo, nos podíamos imaginar un mundo como el que ahora se vive, un poco desastroso. No se sale a la calle así nomás ahora ¿no?

 ¿Con César y “los muchachos” se conocieron militando?

 -Yo te diría, de forma abusiva, que todos estábamos haciéndolo. Era una época de militancia, entonces cualquier cosa que hicieras se impregnaba un poco de esas prácticas.

 -¿Y qué era la militancia para ustedes?

 -Concretamente era la creación de una organización que lleve adelante luchas revolucionarias o que cometa hechos revolucionarios, que a su vez enganchen a la gente, y que se apunte hacia una confluencia de lo que originalmente era esa organización y el desarrollo del movimiento popular. Nosotros solíamos graficar a la revolución como la toma del poder. Entonces, con el poder en manos de los compañeros y el pueblo, la equidad, la solidaridad, la justicia social, la soberanía, estaban garantizadas. Dije un poco el esquemita, pero pensábamos muchas otras cosas alrededor de esto, y el símbolo de toda esa manera de ver la vida era el Che, como un acto de fe pero con argumentos detrás. Él era nuestro ideal.

 ¿Cuándo escuchaste hablar por primera vez del Che?

 -Yo tuve una conexión directa con todo ese mundo por la “Brigada Masetti”, que se fundó en La Habana por iniciativa de Ernesto y era un grupo de compañeros que se iban a dedicar a la guerrilla en el norte argentino: en esa geografía de montaña, selvática, se iban a instalar y desplazar por la zona, a hacer trabajo político con los campesinos, a debatir, a tomar pequeñas comisarías y cuarteles: lo que se llamaba en ese momento “foco rural”, que era el método cubano. Y el que estaba a la cabeza de todo eso era el Che. El guevarismo “nuestro” (digo nuestro pero muchos compañeros ya no están) viene a través de Masetti. Yo no llego a subir al monte, pero iba a visitar con documentación falsa y darles una mano a “los muchachos” del Ejército Guerrillero del Pueblo, que estaban presos en la Cárcel Modelo de Salta.

 En el medio de todo eso tan concreto -subir al monte, tomar el poder, dar la discusión política-, siempre seguiste escribiendo. Una suerte de fe profunda en la palabra.

 Desde chico hinché las bolas con esto de la poesía, como hasta ahora. Por ejemplo, hace algunas semanas fui feliz porque me llegó la noticia de que van a publicar un libro mío que se llama ¿Por qué no hay más bien brócoli?, y surge de toda una historia con mi nieta Sofía. Lo van a publicar con la maqueta original que habíamos presentado que diseñó un compañero, Sergio Kern. ¡Y me puse tan contento! Con el comando estropeado las oportunidades de andar contento son pocas.

 Unos meses atrás, en la Biblioteca Nacional, Szpunberg contaba de este libro. “Les cuento la historia que dio origen a estos poemas breves –decía por entonces, en la Sala Borges-. Yo estaba leyendo a Leibniz, y en un momento formula la pregunta más clásica de la filosofía, la del conocimiento: ¿Por qué estamos en vez de no estar? Medio que me obsesionó esta pregunta, porque es serio el asunto, yo me miraba y me preguntaba: ¿Por qué soy en vez de no ser? La solución (porque siempre hay una solución) vino de mi nieta Sofía que acaba de cumplir siete años. Leibniz preguntó: ¿Por qué no hay más bien nada? Y mi hija me cuenta que Sofía, en la verdulería, le pregunta: ¿Quién le puso brócoli al brócoli?, y yo dije: ‘Esa es la respuesta’. Y bueno, de ahí vienen estos poemas”.

 Y la pregunta por el brócoli “que es una esdrújula verde”, según sentencia Szpunberg en uno de esos escritos, que no es más que la pregunta sobre por qué los hechos se desencadenan de una forma y no de otra, seguirá acompañándonos a través de sus relatos, insistente, como si el tiempo fuera circular: “Toda palabra es aguda, agudísima, punzante”, dice.

 ¿Por qué no hay más bien brócoli? es el título de lo que será su próximo libro publicado, según él, una autoría compartida con su pequeña nieta filósofa que vive en Barcelona con su mamá, Victoria, la mayor de sus hijas y la única nacida en Argentina, que se fue con tres años y medio al exilio en España con sus padres. Cuenta Szpunberg: “Hoy la llamé a mi nieta y le dije: ‘¿Viste que sale el brócoli?’. ‘Sí, sí, mamá ya me dijo, pero no te olvides de ponerle al libro las florcitas que yo le dibujé’. La cosa es que el diseñador hizo una maqueta y yo le di a ella una copia que enseguida se puso a rellenar en todos los espacios blancos con florcitas y formas”.

 Szpunberg cuenta que hace poco vinieron desde Barcelona a visitarlo. “Porque parece que les llegaron noticias de que yo ya me las tomaba”, bromea. Szpunberg lleva largo tiempo haciendo un tratamiento contra el cáncer. “Tenemos un vínculo muy fuerte a pesar del océano, porque ellas se criaron conmigo –sigue-. Hubieron torpezas y dificultades lógicas, pero el único lugar donde funcionó el sistema soviético fue en la casa nuestra: pero no el estalinista, sino el de los concejos obreros donde todos, hasta la perra, discutían todo. Pero ellas viven allá, son de allá: Sabina, mi hija más chica, incluso nació en Barcelona y se reivindica como ‘la más catalana de la familia’. Yo no quería que mis hijas vivan los desarraigos que yo pasé: primero al exiliarme, antes el de mi viejo que venía de Rusia Blanca (la región ubicada entre Rusia y Ucrania). Toda mi familia estaba sembrada de historias terribles en ese sentido: somos judíos, la cuestión del nazismo y el antisemitismo que perdura en toda sociedad. Y yo no me fui de paseo a Europa, quería completar mi ciclo acá. En definitiva, Gardel se equivocó, porque dice que siempre se vuelve al primer amor. Y yo creo que nunca se vuelve a nada. Porque todo cambia: cambia uno, el lugar, los amigos que quedan, los compañeros que no están. Es otro Buenos Aires al que se vuelve”.

Concierto de poesía y música "De ida sin vuelta" con recitado de Alberto Szpunberg y música de César Stroscio (bandoneón), Claudio "Pino" Enriquez (guitarra), Ricardo Capria (contrabajo) y Luis Sampaoli (canto). Biblioteca Nacional. 24 de julio de 2015 Autora: Deborah Valado // Anccom

“Somos como hermanos, César (Stroscio) y yo –dice Szpunberg-. Nos conocimos un 9 de Julio del ´69, si no me equivoco, y desde entonces anduvimos juntos en mil y una historias complicadas, grandes aventuras y grandes amoríos», relata.

DE IDA Y VUELTA

 Szpunberg volvió en 1984. “Primero, por el retorno de la democracia, que traía ciertas perspectivas políticas desubicadas pero que a mí me entusiasmaban –explica el poeta-. La poesía también me trajo de regreso, haber mantenido el contacto con amigos escritores que estaban acá. Pero sobre todo entender que uno tiene que cerrar un ciclo, no puede dejar la puerta abierta así nomas.”

La desmesura inconcebible, ese barco frente a tu ventana,

que hundió su ancla, de pronto, con el chasquido de un rumbo muy oscuro.

 

Te despertará algún día el chirrido de la cadena recogida,

pero ya se habrá marchado, tal como vino, entre gestos de niebla,

y vos mudo de asombro ante cualquier certeza, incluso la de irte.

 

Lo sabrás para siempre o, mejor dicho, desde siempre.

Por eso, no insistas: el mar no cabe en tu valija,

es el momento de guardar tu valija en el mar.

(De Como sólo la muerte es pasajera, 2009)

 Cuando te vas al exilio estabas siempre de paso, de alguna forma.

 Así es, y al volver empecé a darme cuenta de los lazos fuertes que había echado en Cataluña. Porque uno inevitablemente vive, y si vivís hechas raíces. Como con esa persona que ves siempre al pasar por la calle, y un día la saludas, otro le pedís fuego, y mientras te lo brinda te comenta “¡Qué fresquete!”, y vos le decís “Si vió, va a llover”. Y ahí, zas, ya empezaste a echar una raíz. Nadie en Buenos Aires te va a decir “¡Qué fresquete!” como aquella mujer o aquel hombre que te cruzabas por ahí.  

 ¿Te considerás una persona nostálgica?

 Ya no. Lo fui, hasta que un día en un momento específico dije: “No, yo nostálgico nunca más”. Está bien, una cosa es lo que uno afirma como propósito y otra cosa es lo que uno después vive: el que es nostálgico es nostálgico, no lo salva ni Dios. Pero bueno, siempre hay algo para añorar, como lo hay para fantasear, para soñar, para imaginar. Entonces uno es una mezcla de todas esas sensaciones tan distintas.

 Y hay algo de eso en la poesía, ¿no? De esa nostalgia, de querer retener un momento obstinadamente.

 Y, en mi caso, la mayor parte de esa poesía fue escrita así, en el exilio. Su fuego en la tibieza fue un libro que hice en Barcelona, aunque fue escrito “oficialmente”, digamos, acá. Se me habían traspapelado los poemas, hasta ahora aún no sé a dónde fueron a parar, y entonces los reconstruí un poco de memoria, un poco con lo que fui agregando, porque también surgió que yo también ya estaba en otro momento y lugar. De esa mezcla salió ese libro, cuya tapa está ilustrada por mi hija Victoria. Sabina ilustró la portada de otro, no recuerdo el nombre de éste último, pará que lo voy a buscar.

 Szpunberg se aproxima a una de las paredes forrada completamente de libros, para buscar los libros que mencionó.

 ¡Cuántos libros! Y los que habrán quedado por ahí entre tantas idas y venidas.

 ¡Uf! Eso sí me mortifica.

 ¿Cómo fue ese exilio para vos y tu escritura?

 Mirá, pasado un tiempo llegó un momento que me harté de la nostalgia, siempre extrañando cosas: iba a un bar y extrañaba los bares de Buenos Aires, iba a una placita y extrañaba una placita de acá. Coincidió esa época con un momento en que también me cansé de discutir los mismos temas con todos los que estaban exiliados de acá (que naturalmente, por una cuestión de ayuda mutua, tienden a agruparse y establecer vínculos): “Si hubiéramos hecho esto así o aquello asá.. Qué hubiera pasado si…”. Entonces empecé a leer otras cosas, y a discutir con los compañeros ya con otros elementos. Pero no era sencillo: discutir la lucha armada con 30.000 compañeros muertos no es nada fácil. Me ayudó mucho en esa época, y agudizó en mí un resquebrajamiento, trabajar en la Agencia Nueva Nicaragua. Un día me llamó Juan Gelman, que trabajaba ahí, y me dijo que se iba para Italia, que quedaba ese puesto vacante y que había pensado en mí; y yo me enganché enseguida. Fue muy importante, porque significaba retomar una tarea militante. Y trabajando ahí veía a César (Stroscio) todos los días, incluso me hice amigo de Cortázar, un hombre muy entusiasmado con la Revolución Nicaragüense, que era la niña de sus ojos. Pero allí pasaron cosas feas también. En ese momento justamente empezaban negociaciones con Estados Unidos para desmontar el conflicto en América Central. Hubo sectores revolucionarios que se opusieron, y eso generó mucho malestar, cosas que tienen que ver con la lucha revolucionaria aunque uno no quiera: el enfrentamiento entre organizaciones hermanas, decisiones muy complejas, y todo eso que en definitiva siempre es doloroso y pesado.

 Y esa es tu última etapa en el exilio hasta tu regreso, ahí en la agencia.

 Claro, se comienzan a dar muchas discusiones entre diferentes corrientes: los nicaragüenses, los rusos, Cuba. Me di cuenta de que no podía con todo eso, que superaba ampliamente mis ilusiones y expectativas de cuando había comenzado con toda esa historia. Entonces, finalmente, los nicaragüenses cierran la agencia, que queda a cargo de la Agencia cubana Prensa Latina. Volví a Barcelona, encontré laburo en una editorial y desde ese momento me volqué a eso: no quise saber más nada con el periodismo, me agoté del oficio, me pareció una fábrica de mentiras. El trabajo editorial era distinto, trabajaba con libros, corregía, ponía títulos y copetes, esas cosas. Me resultaba fácil hacerlo, me iba bien. Cuando retorna la democracia la editorial abre una agencia en Buenos Aires, y yo me empecé a volver necesario en esta zona: comenzó el retorno de a poco, hasta que en un momento tuve que definir si dar el salto definitivo o no. Mi hija mayor ya estaba entrando en la universidad, mi hija menor estaba terminando el secundario, y entre las dos podían ayudarse muy bien. Entonces el sistema soviético funcionó, aunque todavía quedan restos de los enfrentamientos que suscitó, porque al fin y al cabo la hija mayor no tiene por qué hacerse cargo de una hermana menor que fue ocurrencia de los viejos traer al mundo. Pero finalmente salió bastante bien todo: por suerte uno no tiene muchas veces consciencia de las cosas en el momento en que las hace.

 ¿Cómo fue tu primer desembarco en Buenos Aires después de tantos años de estar lejos? ¿Cuál fue, por ejemplo, el primer lugar al que fuiste?

 El primer lugar al que fui fue a la casa de un compañero que había sobrevivido y se había quedado acá, un gran compañero de dirección de la Brigada: Cristóbal. Yo tuve mucha suerte con mis compañeros, me enseñaron un montón. A veces pienso que todo lo que sé, y no hablo de datos, conmemoraciones, fechas; sino a otra cosa: saber en cuanto a la vida a un nivel muy profundo. Todo eso lo sé gracias a ellos. Llegado a Buenos Aires me fui a la casa de Cristóbal en Villa del Parque, y nos encontramos ahí sin saber qué decir ninguno de los dos. Hasta que empezamos a hablar y no paramos más. Recordamos viejos tiempos, analizamos los hechos, como si todo continuase, aunque no continúa nada. Pero aunque es difícil verlo, quiérase o no, esto es una continuidad. Estamos viviendo una época con poco lugar para las ilusiones, fea en ese sentido.

Alberto Szpunberg. CABA, 18 de septiembre de 2015

«Siempre hay algo para añorar, como lo hay para fantasear, para soñar, para imaginar. Entonces uno es una mezcla de todas esas sensaciones tan distintas» dice Alberto Szpunberg.

“TODO POEMA CONVOCA A ASAMBLEA PERMANENTE”.

   “Pero como no todo en la vida es un tango nostálgico, hay también lugar en este viaje para algún valsecito de cadencia sencilla, bailecito contagioso, con mucha alma –recitaba Szpunberg hace pocos días en la Biblioteca Nacional-. El vals es algo maravilloso, inocente, imponente, bien de barrio y bien de mundo de los años cuarenta y cincuenta, en que se peleaba por una ilusión. Bueno, se sigue luchando”.

 ¿Se sigue luchando?

 Sí, en las formas de resistencia que quedan y se van desarrollando; ahí está la esperanza, ahí la lucha continúa. Lo que sucede es que el machaque de frivolización constante que hay sobre la sociedad hoy es monstruoso. Pero no hay estímulo ni lucha hasta que se da: en los ’60 y los ’70 no es que la gente dijo ‘ahora empieza la lucha armada’. Ni empezó la lucha armada, empezó la violencia revolucionaria y popular que era el peronismo en la época de la resistencia, según mi manera de entenderlo. Y esa violencia no era impuesta desde afuera, nos era natural, tanto como Los Beatles.

 ¿Cuáles son los “De ida sin vuelta” de tu vida? Esos momentos de los que no hubo vuelta atrás.

 La lucha, la lucha. Y la poesía.

Abajo aquí sus huesos sus fusiles

ese atadito de hombre

no sé la tierra cómo hace que se aguanta

los que avanzan sobre ella son las mejores noticias que nos llegan de

ustedes

delen, muertos de amor, sostengan que nacemos.

(Egepé. De El che amor, 1965)

 ¿Por qué creer siempre en la poesía? En la lucha, en el exilio, en Salta, en Barcelona, de vuelta en Buenos Aires…

 Es que la poesía te lleva a ver el mundo diferente, otro mundo diferente: es decir, a ver que es posible un mundo diferente.

 ¿Y qué lugar ocupó el amor en tu vida?

 Y, los momentos de amor son de lo más lindo que yo te podría hablar, son los momentos sublimes. Son amores, hubo varios y distintos. Pero mejor no confundirlos, el amor por una chica con el amor por una palabra, ¿no? Como los momentos de la lucha, episodios de la lucha que para mí son insuperables. Si yo estoy vivo es porque alguien me tendió una mano en un momento jodido y, como a mí, a otros, y yo, a la vez, a otros. Fueron los momentos más hermosos. Cometimos muchos errores, pero la mejor gente que conocí fueron mis compañeros. Con ellos compartimos cosas fundamentales que hacen a la vida misma y ese es mi orgullo y alegría.

 “Toda mi vida llevé un tango, una música que había escuchado en mi adolescencia, en el corazón –señalaba Szpunberg en De ida sin vuelta-. Pero no sabía cuál era esa melodía, entonces recurrí a mis maestros tangueros: Jorge, Pino, Jorge Sarraute, Padula… pero nadie lo reconocía. Y la solución esta vez vino por el lugar más inesperado: el de la física cuántica. Un primo mío, de dicha profesión y tanguero a muerte, entró una vez de casualidad en una casa de discos y le preguntó a la señora que lo atendió por la melodía que sonaba. Ella le pidió que la aguardara un minutito, llamó al marido por teléfono, volvió, y le dijo: ‘Mi marido lo tiene’. Así resucitó ‘Desengaños’, que es un tango hermosísimo y nadie lo recuerda.”

 Tal vez el rol del poeta tenga que ver con esto, con recordar lo que otros olvidan, con suspender con obstinación los momentos en y a través del tiempo, con intentar decir lo aparentemente indecible. Y acaso por eso un poeta como Szpunberg, que se enoja cuando separan la poesía y la política como si fueran polos opuestos o esferas separables, elija juntarse a leer en voz alta entre melodías y canciones. O elija escribir un libro a partir de los pensamientos de una niña, su nieta Sofía. O se incline por desempolvar un tango que ya nadie recuerda, ponerle palabras a la memoria, y decir, decir, decir, con una caprichosa fe.

 En el poema “Geometrías” el poeta ironiza sobre la obstinación continua de la línea recta que, sin embargo “condenada a padecer eterno el infinito/su oculto deseo, lo sé, es el punto final”. Pero Szpunberg no sabe de puntos finales: ¿por qué creer antes que no creer en la poesía? ¿Por qué la poesía ayer en el monte salteño, en el exilio, de vuelta en Buenos Aires? ¿Por qué la poesía hoy, de nuevo y en voz alta?

 Dice Szpunberg: “Mi objetivo ahora es recauchutarme un poco, subirme a un avión, irme a Barcelona y llevarle el librito de el brócoli a mi nieta, a Sofía”.

Alberto Szpunberg estuvo toda su vida atravesado por la poesía, por la militancia y la lucha. A sus 75 años, nos llevó de viaje por su historia, de una punta a la otra: las idas, las vueltas y esos “de ida sin vuelta” que lo marcaron. A pesar de los sustos que le dio su salud últimamente, Alberto saca pecho para la foto, sonríe, levanta una ceja y sigue pariendo libros; ahora con su pequeña nieta Sofía como co-autora.