Por Matías Romero
Fotografía: Rocio Garcia

Las paredes hablan en el Cevallos. “Nuestro objetivo en la transmisión de la memoria es relacionar las experiencias de lucha que hubo con la realidad, el contexto y la dinámica de la lucha de hoy”, señala Osvaldo López, el coordinador del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Virrey Cevallos, un sitio abierto para todo aquel que desee visitarlo.

ANCCOM recorrió el espacio donde actualmente se realizan muestras y exposiciones artísticas, se organizan charlas, talleres, ciclos de cine y paneles sobre diversas temáticas. «Esta casa siempre fue una vivienda privada», relata López, quien estuvo secuestrado una semana en ese mismo lugar antes de lograr escapar.

“Durante la dictadura, el inmueble estuvo a cargo de los hermanos Río que oficiaban de testaferros de las Fuerzas Aéreas. Lo alquilaban a un civil de la inteligencia de la aviación, que era quien firmaba los contratos de alquiler. Los Río aparecen también como dueños de otra casa de la calle Franklin, que también le alquilaban a la misma persona y también fue un centro clandestino de detención”. Ese otro centro se encuentra en Franklin y Honorio Pueyrredón, en el corazón de Caballito. «Esa casa está denunciada pero no recuperada».

“Nuestro objetivo en la transmisión de la memoria es relacionar las experiencias de lucha que hubo con la realidad, el contexto y la dinámica de la lucha de hoy”, señala Osvaldo López, el coordinador del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Virrey Cevallos.

Según explica López, quienes operaban en el Centro Virrey Cevallos tenían relación con el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) y con la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA). En uno de los juicios, los dueños mostraron los contratos y aseguraron que creían que se trataba de un “alquiler normal”. En 1998, la inmobiliaria Ricci adquirió la propiedad, que la alquilaba por cuartos.

“Hasta el 2001 -explica López-, cuando se empezó a correr la bolilla que allí funcionó un centro clandestino, los que vivían acá dejaron de pagar y tomaron la casa. Estuvieron un año hasta que la inmobiliaria los desalojó y la puso en venta. Los vecinos empezaron a denunciar e hicieron una presentación al juez Rodolfo Canicoba Corral porque fundamentaban que era un elemento probatorio para la causa judicial. Presentaron un proyecto en la Legislatura que tardó un año en salir. Finalmente se expropió, pero durante ese trámite murió el propietario, fue a sucesión y tardó cuatro años en concretarse el trámite, recién se terminó en el 2008. Nosotros comenzamos a trabajar en el 2009”.

López había participado de la recuperación del espacio con los vecinos y ya contaba con un proyecto. “Me sentía comprometido con esto, dijo a ANCCOM. Un equipo de cinco personas comenzó a investigar el lugar.

“Averiguamos de quién dependía, quiénes eran los represores que estaban acá. Hicimos un timbreo con los vecinos y al principio había mucha resistencia a hablar del tema”, recuerda López y agrega: “Ni bien llegamos, lo primero que hicimos fue abrir las puertas. Registramos de manera muy minuciosa de todos los comentarios de las personas que entraban. Así nos llegó mucha información. Paralelamente, leímos todos los testimonios de sobrevivientes que había, que en ese momento no eran muchos. Teníamos tres, ahora tenemos seis. Nada nada. Con esos testimonios, dividimos la casa en dos: los lugares mencionados en los testimonios los dejamos como estaban. Los que no, los usamos como oficina. La casa estaba muy destruida”.

Ex centro clandestino de detención de la fuerza aerea. Esparacio para la memoria. Virrey Ceballos 630. 28 de agosto de 2015, Ciudad de Buenos Aires. Fotos Rocío García/ANCCOM

“Ni bien llegamos, lo primero que hicimos fue abrir las puertas. Registramos de manera muy minuciosa de todos los comentarios de las personas que entraban. Así nos llegó mucha información», relata López.

El trabajo de investigación incluyó pedir los legajos del personal de SIFA y RIBA para intentar reconocer los archivos fotográficos. Luego, se reactivó la causa judicial, que estaba parada” en la primera instrucción. “Hay dos querellantes y cuatro procesados. Se va a llevar a juicio oral el año que viene. Pero nosotros tenemos más de veinte reconocidos por fotografías. Cuatro procesados para nosotros es poquísimo. Nos piden más elementos probatorios pero es difícil por las condiciones de secuestro”.

López era cabo primero en la Fuerza Aérea y militaba en el PRT. Lo secuestraron en 1977 en San Miguel, provincia de Buenos Aires. Lo detuvieron y lo llevaron primero a Morón, donde lo torturaron, y luego a la casa de Virrey Cevallos, acusándolo de haber cometido un atentado en la base donde trabajaba.

Según cuenta, quienes cumplían tareas en el Centro Virrey Cevallos hacían un trabajo de contrainteligencia: “Buscaban personal dentro de las Fuerzas o hijos de militares que pudieran tener militancia política. Este era un lugar de tránsito, los secuestraban y decidían rápidamente el destino: los mataban, los llevaban a otro centro clandestino, los llevaban a la cárcel o los liberaban. La única que estuvo mucho tiempo acá fue la periodista Miriam Lewin, que pasó once meses y después la llevaron a la ESMA”.

El trabajo de investigación incluyó pedir los legajos del personal de SIFA y RIBA para intentar reconocer los archivos fotográficos.

López estuvo una semana secuestrado, hasta que logró fugarse. «Mi escape fue muy fortuito, cosas que se dan una sola vez en la vida. Estaba esposado y encadenado en la celda, tirado en el piso. En esos días, me di cuenta que a veces me ponían esposas viejas, que se abrían, y la cadena que tenía en el tobillo tenía un eslabón atado con alambre. Una noche me pude soltar de las esposas, rompí ese alambre y me saqué la cadena por abajo. Después, abrí la puerta de madera, que tenía una tranca puesta y un candado. Había unos orificios y pude sacar la mano por ahí para levantar la tranca».

En ese momento, los custodios estaban durmiendo ya que era un sábado a la noche. Cuando salió, se cruzó a la celda de enfrente para intentar liberar a una chica y no pudo. Años después se enteraría que era Miriam Lewin. Cuando escuchó ruidos desde abajo, Osvaldo se trepó por un caño hacia el techo. Por allí pudo salir a la calle México.

Una vez que logró escaparse, López se fue para Córdoba. No podía ir más lejos porque no tenía documentos. “Hicieron ocho allanamientos en lugares donde podía estar. Pasaron por la casa de mis padres y los apretaron, les dijeron que les iban a poner una bomba si no aparecía. Mi hermana se comunicó conmigo y me dijo: ‘Vinieron acá, nos amenazaron. Hacete cargo, vos sos el que militaba, nosotros no’. Me pusieron en una gran contradicción”.

En Córdoba hizo una denuncia, le pidió a un abogado que haga un hábeas corpus y se presentó en un juzgado. Denunció que había estado secuestrado, pero a las dos horas lo pasaron a buscar de nuevo. “Fui sabiendo que me podían matar, no tenía dudas”.

Cuando empezó a correr la noticia de su desaparición, hubo una protesta por parte de los cabos hacia sus superiores porque ya había habido otros dos secuestros. “Eso, sumado a que querían dar una sanción ejemplificadora, hizo que no me boletearan y me condenaran en un consejo de guerra a 24 años. Me mandaron a la cárcel de Magdalena”.

El sitio de Virrey Cevallos estaba conformado, originalmente, por tres casas distintas. “Cuando los hermanos Río compran esta propiedad, hacen una serie de reformas: sacan una de las puertas para construir un garaje y construyen un entrepiso que conecta las tres casas por dentro”, relata Soledad, una de las guías.

“No podemos decir nada que no nos hayan dicho los testimonios”, detalla. El trabajo es minucioso y, podría decirse, arqueológico. “Por más que veamos un lugar con azulejos y un inodoro, no podemos afirmar que ahí funcionaba un baño”. Cada sector tiene una placa con el testimonio que identificó el sector. “La casa es una prueba material para la justicia”. Los pocos lugares que funcionan como oficinas para los trabajadores del sitio, fueron partes de la casa que no estaban identificadas: una de las oficinas estaba en una habitación que luego fue identificada como la sala de interrogatorios y tuvieron que mudarla a otro sector.

Allí radica la importancia de los testimonios de los vecinos del barrio. Si es que hablan. “Hay vecinos que todavía viven en esta manzana, sabemos que tienen información pero no quieren darla”, indica Soledad. Hay un testimonio de un sobreviviente que dice que en una especie de balcón interno que daba al patio, había una ametralladora, imposible de ver desde afuera. “Una vez pasó un vecino, de los que no quieren hablar, y comentó que ahí en el primer piso había una ametralladora”, explica la guía. Lo mismo pasa en el sector de las habitaciones que funcionaban como celdas: hay un edificio de la misma manzana con balcones que dan directamente a las celdas. Pero el barrio sigue en silencio.

Marta Carreras, la restauradora del sitio, mantiene la casa en las mismas condiciones en que se encontró. Realizó un trabajo de decapado de las paredes, para que se puedan observar los tres momentos de la construcción (cuando eran tres viviendas, cuando fue un centro clandestino y cuando fue una casa tomada o inquilinato) a través de las distintas capas de pintura.

El recorrido de la visita comienza por el garaje, donde entraban los autos con los secuestrados. Pasaban por un patio y eran llevados a la sala de interrogatorios. Luego, a la sala de torturas. “Reconocía la sala de torturas por el piso de madera”, dice el testimonio de un exdetenido. Recorrerla, propone un juego macabro al visitante. Cada paso de ese suelo de madera retumba por toda la habitación, el mismo sonido que debían escuchar los torturados cuando estaban encapuchados esperando a que llegue su torturador.

Ex centro clandestino de detención de la fuerza aerea. Esparacio para la memoria. Virrey Ceballos 630. 28 de agosto de 2015, Ciudad de Buenos Aires. Fotos Rocío García/ANCCOM

El recorrido de la visita comienza por el garaje, donde entraban los autos con los secuestrados. Pasaban por un patio y eran llevados a la sala de interrogatorios. Luego, a la sala de torturas. El Ex centro clandestino de detención de la fuerza aérea se ubica en Virrey Ceballos 630 en la Ciudad de Buenos Aires.

“Una vez, lavando la vereda, escuché gritos y pedidos de auxilio de una chica y venían de la ventana donde se veían los guardias, fue aterrador para mí… tanto que nunca pude hablarlo”, reza la placa del entrepiso construido en el ’71. Cuando funcionaba el Centro Clandestino, ese lugar era la sala de guardias, desde donde se vigilaba la entrada a la calle y a las escaleras.

En el primer piso, se encontraba el comedor de los represores, con una cocina al lado. “A una de las personas que estuvo secuestrada la traían a lavar los platos, con los ojos vendados. Pudo ver que la vajilla que estaba usando tenía el logo de la Fuerza Aérea”, recuerda la guía.

A otro de los secuestrados, lo desnudaron “como forma de castigo” y lo ataron a un caño que pasaba por las escaleras, cerca de la cocina. “Estuvo como 15 días a la intemperie, en pleno junio, con mucho frío. Hoy tiene problemas de asma”. Había un cocinero, que no sería parte de la Fuerza Aérea, que lo desataba algunas noches y lo llevaba con él a la cocina para que se caliente. “Le pedía que se levantara la venda y lo mirara a la cara. Él no accedía, pero el cocinero se la levantaba igual. Le decía: ‘Mirame. Si esto alguna vez se da vuelta, acordate que yo te ayudé’”. Nunca identificaron al cocinero. Sí se puede ver, desde la cocina, el agujero donde estaba el caño. Las paredes hablan en el Cevallos. Pero no cuentan todo.

 

Actualización 30/09/2015