Por Natalia Orsi
Fotografía: Deborah Valado

Una mujer sonriente recibe a los visitantes con un “buen día”, al ingresar al Paseo de los Inmigrantes ubicado en Donato Álvarez y Bacacay, en el barrio porteño de Caballito. El camino por el antiguo empedrado es acompañado por el tren de la línea Sarmiento que pasa al costado de una vieja estación de tren reciclada. Familias y grupos de amigos peruanos y bolivianos arman los puestos de comida, el sonido y todo lo necesario para la fiesta. Un niño de unos 7 años ayuda a su padre y martilla unas varillas para ponerle techo al mostrador.

Mientras los argentinos celebran el Día del Padre, ellos festejan un nuevo año Inca, rindiendo homenaje al Padre Sol. Dos padres, uno en la tierra y otro en el cielo, son homenajeados un mismo día en la Ciudad de Buenos Aires. El invierno llegó, acompañado de música, gastronomía variada y mucho color. Ollas gigantes anuncian un abundante almuerzo con platos calientes; el vapor de la sopa asoma por un recipiente de telgopor. Como hacían sus antepasados miles de años antes de Cristo, los organizadores hacen arder una fogata para agradecerle a la Pachamama por tanta abundancia y pedirle prosperidad para la cosecha de invierno.

El solsticio de la fría estación llegó a la Ciudad de Buenos Aires y a todo el territorio incaico. A las 12 del mediodía del domingo, con un sol a media asta, le rinden homenaje al Inti Raymi (el padre sol) y a la Pachamama (la madre tierra). “Queremos recuperar el equilibrio entre el hombre y la Pachamama. Porque, desde 1492, los invasores están destruyendo nuestra existencia. Por eso, pedimos al Dios del Universo por más fuerza y más energía para recuperar nuestra identidad cultural”, dice con mucha convicción Jaime Galicia, el presidente de Hattun Aylu, “la gran comunidad”, una organización peruana en Buenos Aires.

Manteles coloridos, banderas del Perú y el olorcito a comida casera dan la sensación de estar en Cuzco, en Nazca o en alguna región andina. “¿Pero qué clase de rumba? ¡Cha,cha,chá!, no recuerdo lo que sucedió”, dice un reggaetón que suena muy fuerte por la calle. “La rumba andina, la de los orígenes de los incas, la tradicional, la que los europeos pensaron que era subdesarrollada, pero es más desarrollada que la de ellos”, exclama enseguida una oradora al pie del micrófono.

Y cuando ya el sol está en su mayor altura, comienza la celebración: manteles de aguayo, vasijas de barro, maíz, coca y chicha vistieron la ofrenda al Inti Raymi.  Luego, el representante del cacique y una mujer  presiden la ceremonia en un intenso diálogo con los dioses Wiracocha e Inti, y también con la Pachamama. Mientras tanto, Naruto, Violetta y Dragon Ball zeta juegan la guerra de los dioses entre las uvas caramelizadas, las empanadas de cayote y la sopa de papalisa que comen los hijos de la comunidad.

Un montón de palabras incaicas se hacen presentes en la mañana del domingo y así toda la comunidad desliza sus tradiciones por el viejo empedrado de Caballito. El punto central es la acción de gracias al Dios del Universo, por todos los beneficios recibidos: “Por el aire, por el agua, por la tierra y por los animales, por la salud del hombre y de nuestros seres vivos”. Esta acción de gracias se expresa a través del ofrecimiento de tres hojas de coca, también la chicha que viene del maíz y de la tierra. Todos productos de la Pachamama. ¿Por qué tres hojas de coca? “Porque representa los tres niveles de la vida del hombre: Hanaq Pacha ( Dios y los espíritus), Kay Pacha ( la vida en la tierra) y Ukru Pacha (los antepasados)”, dice Mario Galicia Panica, miembro del Parlamento Mundial por la Paz y la Seguridad y padre de Jaime.

El ritual está por comenzar. Grupos de baile folclórico representan los cuatro puntos cardinales de la región andina: los suyus (que en runasimi significa “regiones”) van acercándose paso a paso hacia el centro del altar. Y luego, quien representa al cacique recita sus oraciones al gran Inti Raymi. En su rostro se nota su emoción y un fuerte espíritu que defiende la naturaleza y las tierras de sus antepasados. Con gran alegría, un miembro de cada suyu recita algunas oraciones en castellano. “Que los gobernantes consulten al pueblo antes de extraer sus productos, nosotros somos los dueños de estas tierras, por eso permítanme elevar una oración”, dice un hombre mientras una porteña vestida con animal print sostiene una bolsa que exhibe la palabra “comunidad” impresa en ella. Y los dos más adultos se acercan para bendecir a todos los presentes: “Abundancia y prosperidad”, recitan ambos oradores, entregando, cual ostia católica, tres hojas de coca a cada persona que se acerca. “¿Qué tengo que hacer con esto?”, pregunta una señora y una peruana le responde: “Guárdelo, que le va a traer abundancia”. “Ya me diste antes, gracias”, dice una chica; “entonces, doble augurio para vos”, le contesta la muchacha.

“Heroicas legiones, de la selva a los andes, de los andes al mar, fue gastando las flechas que tenía en su aljaba, y cansado de levantar sólo la cabeza, levantó el corazón”, retumba un audio, silenciando cualquier ruido callejero.

En un clima de fiesta, Cuzco, Nazca, Lima, Sucre, Tarija, Cochabamba se unen en un solo escenario para luchar por el equilibrio de la vida en un viejo andén porteño que vio migrar a tantos de ellos que pisan fuerte con sandalias.