Una intervención artística urbana convocada por Madres Víctimas de Trata (MVT) y Las Mariposas-AUGe (Acción Urbana de Género), y ejecutada por los grupos artísticos Camo Oeste, Los Tambores No Callan y Colectivo Afro, se realizó el viernes último, en Plaza de Mayo. Los artistas separados en tres grupos y vestidos unos de blanco, otros de negro y otros de rojo, danzaron durante más de quince minutos alrededor de la Pirámide de Mayo al compás de una banda de música compuesta por bombos, tambores, redoblantes, una guitarra y un contrabajo. La actividad tuvo como fin concientizar a la sociedad argentina sobre el problema de la trata de personas.
MVT denuncia que la trata de personas es un delito con fines de explotación sexual que fomenta la esclavitud de niñas y mujeres, convertidas en mercancías. Nuestro país fue pionero en la legislación contra este delito, ya que la Ley Nº 9.143 fue redactada en 1913, convirtiéndose en la primera normativa contra la Trata de Blancas y contra la prostitución infantil del continente americano. Sin embargo, pese a estar penalizado el proxenetismo y la prostitución infantil, la Fundación señala que este negocio ilegal está cada vez más instalado en la Argentina. Por eso realiza campañas bajo la consigna “Sin ofertadores de sexo, sin proxenetas, sin funcionarios cómplices comojueces, fiscales y policías, no hay trata”, pero sobre todo “sin clientes no hay trata”.
En este sentido, Margarita Meira, presidenta de la fundación, dijo en diálogo con ANCCOM que «la trata de personas debería ser considerada un delito de lesa humanidad» y planteó que “esta es la propuesta que MTV piensa presentar ante el Congreso Nacional”. Por su parte Gabriel Marino, voluntario en MTV, dijo que “los prostíbulos son espacios de detención y explotación de personas” y que es un negocio conectado con el narcotráfico, ya que “siguen circuitos de transporte similares en donde muchas chicas son pagadas mediante envíos de droga”.
Selva Almada es entrerriana, nacida y criada en el pueblo de Villa Elisa. A los diecisiete años viajó a Paraná y se recibió como profesora de literatura. Diez años después, se mudó a Buenos Aires, ciudad en la que -dice- le encanta vivir. Escribió Una chica de provincia, El viento que arrasa y Ladrilleros. “No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer –escribe–pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando. Anécdotas que no habían terminado con la muerte de la mujer, pero que sí habían hecho de ella objeto de la misoginia, del abuso, del desprecio”.
El libro de crónicas Chicas muertas –publicado en 2014– está centrado en tres casos de femicidio de los años 80 ocurridos en el interior del país cuando esa palabra todavía se desconocía. “Mi intención cuando escribí el libro fue recuperar la memoria de esas tres mujeres”, cuenta Almada en su casa ubicada en el barrio de Flores. Detrás de ella, hay un cuadro en blanco y negro, en el que se distingue un ilustrador –que en realidad puede ser un hombre o una mujer– dibujando sobre su hoja, en la penumbra de la noche y en completa soledad.
Chicas muertas es tu primer libro de no ficción. ¿Qué fue lo que te motivó a escribirlo?
El caso de Andrea Danne fue el disparador. Ella era una chica que vivía en San José, a veinte kilómetros de mi pueblo, y que a los diecinueve años fue asesinada mientras dormía en su cama. La noticia me impactó muchísimo, yo tenía trece años y era el primer caso de femicidio con el que tomaba contacto. Pensando en perspectiva, lo que más me impactaba –sin saber que me impactaba, ni por qué– no era tanto que tuviese casi mi misma edad, sino que la habían matado dentro de su casa. Eso lo pensé muchos años después, cuando escribí el libro. Que la mataran dentro de su propia casa contradecía lo que siempre nos habían enseñado desde chicas sobre el peligro, que estaba afuera, y por eso no había que hablar con extraños, ni andar por lugares desconocidos. Le daba otra dimensión al tema, había una cosa simbólica muy fuerte que tenía que ver con lo que es la violencia de género: el que te mata es alguien en quien vos confiás o confiaste alguna vez, no es un asesino serial como las series de televisión. Siempre tenía ese caso en la memoria; y cuando empecé a escribir ficción, en un cuento que se llama «La chica muerta» –publicado en Una chica de provincia en 2007– reconstruí lo que yo me acordaba que había pasado. Al escribir sobre esa historia me dieron ganas de saber más sobre el caso, porque además ya en esa época prestaba más atención a este tipo de casos de mujeres asesinadas y cada vez me sentía más interpelada. En ese momento también leía mucha crónica. Y creo que se juntaron esas cosas.
¿Y cómo llegaste a los otros dos casos?
Con el de María Luisa Quevedo me topé medio de casualidad a través de una noticia en un diario del Chaco, en la que se recordaban los 25 años de su asesinato. Ella tenía quince años cuando su cuerpo apareció ahorcado en una represa. Ahí fue cuando pensé en un libro de crónicas, no de casos recientes, sino que tuviesen más de veinte años. El caso de Sarita Mundín fui a buscarlo, me parecía que el libro iba a tomar más cuerpo con tres historias. Ese caso, en sí mismo, reviste otra complejidad. Ella estuvo desaparecida casi un año, encontraron su cuerpo en el lecho de un río y en ese momento se le dio su identidad. Diez años después, la madre, que nunca se convenció de que esa fuera su hija, pidió un estudio de ADN; se lo hicieron y dio negativo, lo repitieron, y volvió a dar negativo. Esa es la cuarta chica del libro que en realidad no sabemos quién es, y tampoco hay certezas de que Sara Mundín esté muerta. Son tres casos de los años 80, que quedaron impunes, y en los cuales las víctimas son adolescentes jóvenes. Los tres son también anteriores al caso de María Soledad Morales, que es el primer caso de asesinato de una chica en un pueblo de provincia que toma estado público nacional y que marcó un paradigma en el tratamiento de estos casos.
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Con la beca que le dio el Fondo Nacional de las Artes, Almada viajó a las tres provincias donde fueron los crímenes: Chaco, Córdoba y Entre Ríos. Entrevistó a familiares y amigos de las víctimas, revisó diarios de la época para saber cómo se había construido la noticia en aquel momento y qué seguimiento había tenido, y leyó los expedientes donde también pudo rescatar los testimonios de quienes ya estaban fallecidos –como el médico que vio el cuerpo de Andrea Danne inmediatamente después del crimen, y sus padres–. “Al haber pasado tantos años, lo que recordaban muchas veces se contradecía con lo que ellos habían declarado en aquel momento. Eso me pareció interesante: cómo el familiar reconstruye su propio recuerdo”, cuenta Almada.
Al momento de empezar a escribir las historias, Almada buscó en su biblioteca la crónica A sangre fría de Truman Capote. Releyó el comienzo: aquella narración bucólica le disparó el principio y el final de su libro.
¿Por qué elegiste la geografía provinciana para hablar sobre la violencia de género?
Está en sintonía con la geografía que trabajo en las ficciones. Eso no quiere decir que esto sólo pase en el interior; la violencia de género atraviesa los lugares, las geografías y las clases sociales. A partir de historias de mujeres del interior, hay una representación de lo que nos pasa a la mujeres en Argentina.
¿Hay particularidades?
Hay ciertos lugares del interior donde la sociedad patriarcal está mucho más habilitada. En la ciudad, quizás hay más herramientas. La mujer de un pueblo del interior, por falta de educación o incluso por vergüenza, tal vez no dice nada si su marido le pega. Las mujeres están mucho más desprotegidas y a veces no tienen a quién acudir, porque siendo un lugar donde todos nos conocemos, muchas veces la mujer va a denunciar y el policía es amigo de su marido.
¿Con qué desafíos te encontraste como escritora a la hora de escribir sobre algo real?
Lo que más difícil me resultaba era tener un tono periodístico; como había hecho una investigación, sentía que tenía que ponerme en ese lugar de cronista-periodista. Los primeros intentos de escritura fueron por ese lado, pero me sonaba una voz muy impostada. Hablé con mi editora, Ana Laura Pérez -que viene del periodismo y dirige la colección de no ficción de Random- y me dijo que no tenía porqué hacerme la periodista: yo era una escritora de ficción que iba a escribir un libro de no ficción. Y ahí me di cuenta de que las herramientas estilísticas que uso para escribir una novela, podían ser las mismas pero con la diferencia de que estaba hablando sobre historias que sucedieron en la realidad.
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Uno de los recursos que Almada utiliza en su libro es el no uso de comillas, ni mayor margen de espacio, para las citas. Todas las voces tienen entonces la misma jerarquía: la cronista, los testimonios, los informes de autopsia y los expedientes, incluso una tarotista que Almada consultó cuando ya se había terminado su beca y que aparece en el libro casi como un personaje literario.
Construís una narración intimista, cruzando las historias de esas chicas con tus propias vivencias como mujer. ¿Cómo te atraviesan en lo personal?
Cuando empecé a escribir la primera versión del libro, comenzaron a colarse esos aspectos más autobiográficos. Se me venían anécdotas o pensamientos sobre cómo me hubiese sentido yo en esa situación o qué hubiese hecho. Pero me daba la sensación de que eso no tenía que estar en la narración, porque se relacionaba con mi vivencia personal. Sin embargo, mi editora, a quien le iba compartiendo lo que escribía- me dijo que lo dejara porque le daba otra perspectiva. Y después me di cuenta que el relato funcionaba así. A mí nunca me pasó que un novio me pegara, nunca sufrí una violación, ni estuve en verdadero peligro de muerte por una situación como ésas. No a todas las mujeres nos ha pasado algo tan extremo. Pero sí todas, alguna vez, vivimos una experiencia que tiene que ver con la violencia machista; experiencias que son más imperceptibles porque están más naturalizadas, pero que son las que van tejiendo una trama que después permite un femicidio.
Si el femicidio es la forma más explícita y extrema de la violencia de género, ¿cuáles son esas otras formas más discretas y solapadas?
Las que se dan en el nivel del lenguaje: el ninguneo sutil de algunos hombres hacia las mujeres o hacia la manera de pensar que tienen esas mujeres. El apriete psicológico, la manipulación y la posesión, disfrazados siempre de amor y por eso difíciles de detectar. Los estereotipos femeninos que se reproducen constantemente en la televisión y desde la publicidad son también espantosos: la mujer envidiosa, la competitiva, la consumista que se gasta toda la plata del pobre marido en ropa, hasta el detergente todavía lo promociona una mujer.
Incluso, volviendo al lenguaje, todos tenemos incorporado decir “hijo de puta” o “la puta que te parió”…
Bueno, esas son las expresiones de las que no se salva nadie; decimos muchas cosas sin pensar. La violencia de género es un problema tan cultural, que desmontarlo va a llevar muchísimo tiempo; tiene que haber un cambio radical de las cabezas.
¿Qué pensás sobre el tratamiento que hacen los medios de comunicación sobre este tema? ¿Cambió la construcción de este tipo de noticias de los años 80 a hoy?
Lamentablemente, no mucho. El caso de María Luisa Quevedo, en el que se construyó toda una telenovela que la gente seguía a diario, no difiere mucho de lo que hoy se hace. Se sigue tratando el tema con mucha falta de respeto; excepto en Página 12, que me parece un referente en ese sentido porque siempre trató estos casos de manera impecable, con mucha seriedad y con periodistas especializadas. Hace cinco años, el término “femicidio” sólo lo usaba Página 12; después, abrías cualquier otro diario y hablaban de “crimen pasional”, aun en casos muy conocidos, como el de Rosana Galeano, cuyo ex marido la había mandado a matar. Y cuando el caso llega a la televisión, empieza a darse una banalización. Sobre Melina Romero, hablaban de sus piercings o de que había dejado la escuela; sobre Daiana García, que había ido en short a buscar trabajo; sobre Micaela Ortega, la nena de doce años que mataron hace poco, que tenía cinco perfiles falsos de Facebook. Enseguida se estigmatiza a la víctima poniendo en tela de juicio su vida privada, e instalando finalmente en la cabeza de la gente la idea de que «también ella algo de culpa tuvo». Y los medios, justamente, deberían contribuir a instalar lo contrario.
Una contradicción entre el repudio a los femicidios y la construcción de estereotipos que terminan legitimando esos mismos femicidios…
Hay contradicciones constantemente. Es como un absurdo: el mismo medio que en su noticiero cubre el Ni una menos, tiene en su programación a Tinelli. Lo de Barbi Velez y Federico Bal, lo banalizaron totalmente. Rial, que es un gran maltratador de mujeres por lo menos en lo verbal y psicológico, aparece hablando con una supuesta propiedad sobre la violencia de género. Entonces en los medios se mezcla todo. A mí lo que me da un poco de temor es la corrección política. Se vuelve correctamente político hablar de un tema sobre el cual, sin embargo, no se profundiza. La corrección política mata la verdadera reflexión. Hoy nadie va a decir que está bien que le peguen a una mujer, porque no es políticamente correcto. Pero hay que profundizar el debate y revisar las acciones de cada uno sobre este tema; no alcanza con sacarte la foto con el cartel de Ni una menos.
¿Qué deberíamos cambiar, por lo menos en lo cotidiano, para desarticular la violencia machista?
Tiene que haber una reflexión constante sobre el tema. Podemos exigirle al Estado políticas públicas, pero también cada uno tiene que ver desde su lugar qué hacer para ayudar a desmontar este asunto o qué está haciendo para fomentarlo. Pensar los usos que hacemos del lenguaje y nuestras propias conductas; y no permitirlas en otros, ni en otras, porque también a veces somos las mujeres las que reproducimos esa violencia.
¿Se avanzó en algún aspecto desde la época en la que sucedieron los crímenes de tu investigación hasta hoy?
Hubo un avance. Ahora existe una ley que castiga con más dureza al femicida; los asesinatos se nombran como femicidios, y no crímenes pasionales como se decía hasta hace muy pocos años; hay visibilización a través de las marchas de Ni una menos, en las que participa tanta gente. Son un paso, pero el problema es cultural. Hay que difundir un discurso antimachista en todo lo que podamos. Y la educación, en este sentido, tiene un rol muy importante. Hay escuelas en las cuales desde la propia Dirección se establece, dentro de lo que no se debe hacer y en la misma línea de otras prohibiciones -como no usar celular o no masticar chicle-, que “las chicas no usen calza” porque “distraen a los varones”. Así como ponen a la mujer en el lugar de provocadora por llevar determinada ropa, también ponen al varón en un lugar espantoso que es el de potencial violador.
Y los géneros están estereotipados desde que nacemos: a las nenas nos visten de rosa y a los nenes de azul…
Sí; me acuerdo que hace unos años, cuando mi sobrino estaba en el jardín de infantes, fui a una clase abierta en la que la maestra nos mostraba la ciudad que habían construido. Era como un barrio, donde los nenes habían aprendido las señales de tránsito para manejar el auto, y las nenas, habían hecho las compras y paseado a los bebés.
¿Por qué elegiste el título Chicas muertas?
Surgió primero del cuento que había escrito, “La chica muerta”. Cuando empecé a escribir los borradores, los archivaba como “Chicas muertas”. Y en los expedientes que leí sobre los casos, se nombraba en algunos momentos a la víctima como «la chica muerta». Entonces me empezó a gustar cada vez más. En un momento también pensé como título «La cosecha de mujeres», que es una canción de cumbia colombiana:
Se acaba la papa, se acaba el maíz/ se acaban los mangos, se acaban los tomates/ se acaban las ciruelas, se acaban melones/ se acaba la sandía y se acaba el aguacate/ Y la cosecha de mujeres, nunca se acaba.
Es una canción linda y alegre, pero si la pensás con otra lectura es tremenda, habla de las mujeres como frutas que se cosechan de los árboles. Pero era un título ambiguo; y prefería “Chicas muertas”, aunque me parecía bastante fuerte y no sabía si a la editorial le iba a convencer o no. Le comenté a mi editora las dos opciones que había pensado y a ella también le gustó más “Chicas muertas”. Era un título duro y violento, pero era de lo que íbamos a hablar.
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Almada sigue conversando mientras acaricia a su gata Corazón. El mate quedó quieto. De fondo, sigue estando el cuadro del ilustrador: tiene líneas blancas, onduladas, que contrastan con un relleno negro. Esa es la imagen que se percibe a una cierta distancia; porque si uno acerca la mirada y la detiene en las figuras que forman las líneas, va a descubrir que al cuadro lo habitan también otros personajes, y que para Almada, “están como al acecho”. El ilustrador, o mejor la ilustradora, no está sola.
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Actualmente, Selva Almada está escribiendo un libro de crónicas sobre el rodaje de Zama –una película de Lucrecia Martel-, y una novela, que espera terminar en diciembre.
Al igual que el año pasado, la gente desborda las calles que rodean el Congreso de la Nación Argentina. En la intersección de Callao y Corrientes ya comienzan a sentirse los tambores como corazones que laten frenéticos. Ellas, vestidas de violeta, bailan con las caras tapadas. A su lado, acompañando la danza de cuerpos semidesnudos y de rostros invisibles, un grupo de mujeres camina con un cartel que cubre sus bocas y que dice: “El silencio mata”. Se siente en el aire que vicia la Plaza de los Dos Congresos que es 3 de junio y que, por segunda vez, miles de personas se reúnen para continuar la lucha contra de la violencia de género bajo la reconocida consigna del #NiUnaMenos.
“Me parece que de los efectos positivos que tuvo la movilización -que fue histórica porque fue la primera vez que una demanda de las mujeres llegó a la plaza pública con tanta masividad-, el más importante fue que muchas se animaron a denunciar a sus agresores, a sus violadores o a esa persona que las estaban oprimiendo o que estaba restringiendo, de alguna manera, sus libertades”, cuenta María Florencia Alcaraz, periodista y licenciada en Comunicación por la Universidad Nacional de la Matanza e integrante del colectivo Ni Una Menos. Pero aunque la visibilización aumenta y el hashtag se multiplica en las redes sociales, los crímenes reportados por violencia de género continúan en ascenso. En el último año fueron 275 los casos mortales, y en la última semana fueron tres los femicidios que tuvieron como víctimas a menores de edad: Milagros, de Tucumán; Micaela, de Bahía Blanca; Guadalupe, de Rosario. Las tres tenían 12 años. Es por eso que, a un año de la marcha, las consignas también se multiplican: basta de mujeres muertas por abortos clandestinos; basta de mujeres desaparecidas por la red de trata; basta de violencia machista; basta de encubrir a los violadores.
“Las asignaturas siguen estando pendientes”, expone Guido Carera, militante del Partido Socialista, mientras comienza, indignado, la caminata hacia Plaza de Mayo. “Salimos a marchar otra vez porque si bien se está hablando mucho del tema, tanto desde el gobierno actual como desde el anterior, no se tomaron decisiones ni medidas reales para frenar las muertes de las mujeres y porque seguimos hablando de femicidios todos los días”. Con los minutos, la Plaza de los Dos Congresos comienza a vaciarse y Plaza de Mayo comienza a llenarse. Este año se marcha para gritarle a un gobierno que dio la espalda a las mujeres. Se marcha, también, para que el Estado se responsabilice por los cuerpos de todas las niñas, mujeres y travestis que fueron violentadas y manoseadas por una cultura heterosexista y patriarcal, y por aquellas desaparecidas que ya no volverán. “Los cambios concretos por parte del Estado Nacional no fueron muchos. Seguimos pidiendo, desde hace un año, una Ley de Patrocinio jurídico Gratuito que se promulgó en noviembre y este gobierno todavía no la puso en marcha”, recuerda Florencia Alcaraz. “El Ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, Germán Garavano, dijo que era muy complicado en términos presupuestarios ponerla en marcha, pero es una ley fundamental porque democratiza, porque nos sentimos desprotegidas y este gobierno no hace más que aumentar esa desprotección, y eso lo vemos en el vaciamiento del Programa de Salud Sexual y Reproductiva. Lamentablemente, con el cambio de gobierno, el ‘Ni Una Menos’ se convierte en un deseo casi imposible”.
La movilización excede el género y la edad. En esta oportunidad, al lado de las miles de mujeres presentes, marchan familias enteras: hombres, mujeres y niños. “Ni Una Menos es una iniciativa que educa, promueve y visibiliza una problemática antigua, nunca tratada y nunca abrazada por el Estado. Es una forma de educación colectiva. Me parece buenísimo que cada vez sean más familias, más niños y más hombres, pero las cosas tardan en crecer, es parte de un proceso natural”, opina Romina, 21 años, estudiante de Filosofía y Letras en la UBA. “En los últimos años se tomó mucha conciencia. Esta marcha no existía, a nosotras nos tocaban el culo y nos quedábamos calladas, y esa era una realidad. Pero hoy, me parece que son cada vez más los jóvenes, hombres y niños que son conscientes de que eso está mal, y que tiene que cambiar. Por supuesto, la dominación simbólica sigue siendo pesada o si no, no se explicaría como sigue Tinelli en la TV. La cultura sigue siendo una cultura opresiva para las mujeres. Es un largo camino a desandar, pero caminando todas juntas, a algún lado vamos a llegar”, concluye.
En Plaza de Mayo, los gritos abrazan con dolor a la Casa Rosada. Los motivos son claros. El aborto sigue siendo ilegal. Sigue existiendo la violencia obstétrica. Siguen desapareciendo mujeres en las redes de trata. Siguen muriendo niñas violadas. Siguen sin incluir a la diversidad en las currículas escolares. Siguen muriendo travestis, sólo por ser travestis. En Argentina, cada 30 horas, sigue muriendo una mujer tan sólo por ser mujer. Pero este año, entre tantas consignas, aparecen las que dicen “la educación empieza en casa”. Los rostros infantes son muchos y están decididos. Benicio, de 7 años, cuenta que desea que no traten mal a ninguna otra mamá, y se tapa la cara con un cartel que dice “Para decir Ni Una Menos hay que ejercer una paternidad responsable”. Morena, de 8 años, por su parte, agrega que ella marcha “para manifestarse porque los hombres, a veces, son violentos” y agrega que “eso ahora va a cambiar, porque nos estamos defendiendo”. Ramiro, de 10 años, quiere que “cuando sea grande ninguna mujer llore más por culpa de un hombre”. Violeta, de 13 años, dice: “Nosotras somos el futuro. Mi mamá dice que la educación empieza en casa y sigue en el colegio. Yo la acompaño porque quiero que se haga verdad que no haya Ni Una Menos. Es la sociedad que queremos construir, y en esa sociedad, vivas nos queremos”.
La Plaza de Mayo, cubierta del rocío de un otoño que pronto será un invierno crudo, se viste del enojo feminista. Mientras la agenda de los medios masivos se ocupa de las muertes ocurridas en la Time Warp, un grupo de personas se reúne en la histórica plaza para reclamar por justicia. Es el mismo suelo lustrado por los resabios de la memoria colectiva el que ahora se embarra de pisadas feministas. Menos de una semana antes, en las redes sociales comenzó a viralizarse un video de Mailén Frías en el que denunciaba el abuso sexual y psicológico por parte de José Miguel del Pópolo, cantante de la banda under La Ola Que Quería Ser Chau. Ese mismo día, un par de horas más tarde, se dio a conocer el testimonio de Rocío Marquez, otra ex novia del cantante que confesó haber sufrido los mismos abusos por parte del artista. Y como una fila de fichas de dominó en delicado orden y equilibrio, cuando cayó una, comenzaron a caer todas las demás. A las denuncias contra Miguel del Pópolo se sumó un colectivo de jóvenes que armaron un sitio en Facebook para denunciar por abusos a Cristian Aldana, cantante de “El otro yo”, así como los discutidos comentarios de Walas, cantante de Massacre, que sin esperar a que se secaran los pañuelos de las víctimas, esa misma noche en su show de Mendoza dejó dicho: “¿Qué hicieron entre violación y violación? ¿Se fumaron un pucho?”. Las preguntas de Walas se suman al repertorio de frases del sentido común como “algo habrá hecho”, “mirá cómo está vestida”, “si es la novia, no hay abuso”, “¿para qué fue a la casa?”. La denuncia de Mailén en el Juzgado Criminal n° 25 es la visibilización de algo que hace tiempo se sabe y se calla en el mundo del under.
Bajo la consigna «¡Basta de abusos y violaciones, violencia en el rock!» el sábado 23 de abril se realizó en Plaza de Mayo una protesta luego de que victimas de abuso sexual hicieran publicas sus denuncias a través de las redes sociales.
No es de sorprender que tanta gente haya ido a la Plaza de Mayo el pasado 23 de abril a acompañar a las víctimas. Hacer audible sus testimonios, abogar por la justicia y porque las denuncias no mueran en la vorágine de los ritmos de las redes sociales y los hashtags, es lo que preocupa, ahora, a muchos de quienes partciparon, a casi dos semanas de la movida. “No es un contexto de frases vacías como ‘Amor sí, Macri no’, sino que estamos hablando de abusos y violaciones, y lo que sentimos es que necesariamente teníamos que estar organizadas para poder contener a las compañeras, para poder darles un mínimo de seguridad. Estos eventos hay que pensarlos en clave feminista”, expuso a ANCCOM Maruh García, referente feminista, militante por la Campaña por el Derecho de Aborto y una de las organizadoras de la convocatoria que se hizo bajo el polémico título “Basta de abusos y violaciones en el rock. “El título de un evento en Facebook es lo de menos, el nombre es indistinto”, planteó Maruh. “Aunque muchas personas se molestaron porque el rock es o no es o no quieren que sea así, el eje central es que estamos hablando de abusos y violaciones, y eso es lo que nos tiene que molestar”.
Las nubes negras, detrás de la Casa Rosada, avisan que pronto va a llover. Pero no todavía. Todavía queda algo por decir. Maruh toma el micrófono y habla de Rocío, de Mailén y de muchas otras que no pudieron hacer audible sus voces. Les pide que no tengan miedo. Las invita a contar sus testimonios y verdades, a confiar en que todas las mujeres allí presentes serán una casa y un hogar para su seguridad, porque muchas de ellas han sufrido, aunque sea alguna vez, el peso de ser una mujer en una sociedad estructurada desde fundamentos machistas. Con el micrófono aún en mano, Maruh se proclama feminista y autoconvocada. No se tapa con ninguna bandera. Su cara, su voz y su experiencia como militante es todo lo que le queda. Su voz aleja las nubes. Su lucha viene de mucho antes, desde la concentración frente a la Casa de Mar del Plata en contra de la represión en el Encuentro Nacional de Mujeres del año pasado; de la movilización autoconvocada del #NiUnaMenos; de su propia experiencia como mujer, como militante y como feminista.
Militante de la agrupación «Las Rojas» da su apoyo a la causa.
Esta tarde, no obstante, Maruh no está sola. Muchos artistas se solidarizaron con las víctimas y decidieron tomar una postura al respecto. La cantante de La Ola que Quería ser Chau, haciendo público su apoyo a Mailén y Rocío, acompañó las denuncias y visitó la plaza. Ya no queda nada de la antigua banda y muchos gritan, a modo de repudio, “La Ola que fue Chau”. A ella se sumaron otros músicos como Nahuel Briones, Mily Star y Jazmín Pimentel, a veces con canciones y otras veces con comentarios y opiniones; algunas activistas trans como Guillermo Celina, una de las organizadoras de la convocatoria que usa un nombre no binario, como su vestido y su barba, y que recuerda que “hay que acostumbrarse a preguntar cómo se autopercibe una persona porque el cuerpo, por sí sólo, no dice nada”; un gran número de poetas, entre ellos Micaela Barsi que leyó alterada y atravesada por los acontecimientos, una poesía de su propia autoría: “Sonoridad / Empoderamiento / Hoy las pibas todas en movimiento / Porque si tocan a una, saltamos todas / Porque somos muchas y estamos cansada / Porque de ahora en más, el que tiene que tener miedo es el agresor / Porque si te caés, te levanto / Y al machito que te tiró / Entre todas lo aplastamos”.
Ya pasado el mediodía, Maruh vuelve a tomar la palabra para cerrar lo que llama “una jornada de visibilización y concientización”. La lluvia espera a que termine su discurso: “Es un camino que recién se empieza a andar. Hay una gran necesidad de acompañar, sabiendo que la Justicia no da respuestas. Hay que acompañar la denuncia y, en forma feminista, ir deconstruyendo y resignificando la cultura de la violación”. Sólo cuando calla, las primeras gotas de la tarde comienzan a caer.
Corría el año 1857 cuando trabajadoras del rubro textil salieron a las calles de Nueva York en reclamo de una jornada laboral de diez horas y fueron brutalmente reprimidas por la policía. Aquel día, el calendario marcaba 8 de marzo. Pero aquella no fue la única ocasión en que se sublevaron. En marzo de 1908, miles de obreras marcharon por la misma ciudad al grito de “pan y rosas” para exigir aumento de salario y mejores condiciones laborales. Tiempo después, cientos de mujeres murieron en el trágico incendio de la fábrica textil Cotton Textile Factory, donde fueron encerradas para que no se plegaran a las huelgas. A pesar de que con el paso de los años el verdadero significado del Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue mutando, hasta convertirse en una fecha comercial en la que sólo se regalan flores y bombones, históricamente fue una jornada de lucha y movilización. Y este año no fue la excepción.
Miles de manifestantes se concentraron ayer en el Congreso para movilizarse a Plaza de Mayo, en conmemoración de las mujeres de aquellos tiempos y en reclamo de sus derechos actuales más urgentes como aumento de salario, mejoras de las condiciones laborales, el desmantelamiento de las redes de trata, mayor presupuesto para la Ley de Violencia de Género, la legalización del aborto legal, seguro y gratuito y la defensa del aborto no punible, ante la amenaza del macrismo por instalar un protocolo más restrictivo que el actual.
De a poco, fueron apareciendo las primeras organizaciones hasta cubrir toda la Avenida Rivadavia. Las banderas del Partido Obrero, Izquierda Socialista, Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), Nuevo Mas, Patria Grande y Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) se desplegaron y enfilaron junto a las de sus organizaciones de mujeres: Plenario de Trabajadoras, Mujeres de Izquierda Socialista, Pan y Rosas, Las Rojas, Mala Junta y Juntas y a la Izquierda, respectivamente. Marcharon también Autodeterminación y Libertad, y las organizaciones Seamos Libres, Barrios de Pie y Frente Popular Darío Santillán. Además, marcaron presencia la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) y sindicales como la CTA Autónoma, Asociación de Trabajadores del Estado (ATE),el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (SUTEBA), la Asociación Gremial Docente de la Universidad de Buenos Aires (AGD-UBA), la asociación docente ADEMYS y el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA).
Los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo marcharon a la par con los pañuelos verdes por el aborto libre, seguro y gratuito.
Quienes también dieron el presente en esta movilización fueron las trabajadoras ferroviarias del tren de la línea Sarmiento, integrantes del movimiento Mujer Bonita es la que Lucha. Su referente, Mónica Schlotthauer, contó a ANCCOM: “Nosotras marchamos por nuestros derechos y también nos sumamos a todos los reclamos que existen hoy, como los de las maestras que están de paro, las despedidas en el Estado, en contra del techo salarial, el impuesto al salario y la impunidad de aquellos que están matando mujeres”.
Y agregó: “Desde nuestra organización reclamamos igualdad laboral, porque siempre nos asignan las categorías más bajas. De a poco lo fuimos logrando. Ya llegamos a ser jefas de trenes y ahora nos queda una tarea pendiente que es manejarlos, y en eso estamos empecinadas”. Su compañera Melisa Santillán puntualizó: “También presentamos un proyecto para hacer un refugio para las mujeres de la línea que sufren violencia de género”.
Cerca de las 18:00, las diversas organizaciones ya estaban ordenadas para avanzar y la movilización comenzó a dar sus primeros pasos. Las remeras lilas y fucsias tiñeron la Avenida de Mayo y luego se sumaron a estos colores los de la Colectiva Lohana Berkins y la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti-Transexual, quienes irrumpieron en la marcha al canto de “trava que se organiza no recibe más palizas”. Portaban carteles que exigían el cupo laboral trans.
También había mucho verde, tan característico de los pañuelos de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Nina Brugo, una de sus referentes y abogada feminista, expresó a ANCCOM: “Las mujeres hemos conseguido empoderar de alguna manera nuestros derechos y logramos algunos avances, pero como la cultura patriarcal y las políticas públicas del Estado no nos han acompañado, suceden cuestiones muy graves como los femicidios, las muertes por abortos clandestinos y la ausencia de desmantelamiento de las redes de trata, de anticonceptivos gratuitos y de educación sexual, que es el lema de nuestra campaña. Hay un montón de derechos que tenemos que seguir conquistando”.
En esta misma línea, Laura Marrone, legisladora por el Frente de Izquierda, recordó que existe la Ley 26.488 de Protección Integral a las Mujeres, pero que carece de los fondos adecuados. En ese sentido, argumentó el reclamo por el aumento del presupuesto al 0,1% del Producto Bruto Interno (PBI). “Esto significaría este año cinco mil millones de pesos. El dinero destinado actualmente es de aproximadamente 80 millones de pesos. Con eso no se cubre nada, apenas una parte de los salarios de algunas oficinas, pero no la asistencia médica, ni los refugios, ni todo lo que implicaría una protección real”, subrayó.
Las pancartas reflejaban variadas consignas y reclamos, desde “igual salario por igual trabajo”, “apoyo a los docentes en lucha de todo el país” y “abajo el ajuste” hasta “basta de violencia y femicidios”, “desmantelamiento de las redes de trata y explotación sexual”, “legalización del aborto y aplicación del aborto no punible”, “no al cierre de los 0800 mujer ni programas de salud sexual” y “no a la criminalización de la protesta. Abajo la ley antiterrorista y el protocolo antipiquetes”. Sin embargo, la presencia de las fuerzas de seguridad solo se tradujo en algunos policías en las esquinas y en los cruces de calles para desviar el tránsito.
Las columnas siguieron avanzando con destino a la histórica plaza. Algunos transeúntes que andaban por allí se plegaron a la movilización, mientras unas chicas marchaban sin remeras al calor del atardecer con inscripciones en su pecho y vientre: “Nada justifica un abuso”. “No me halagas, me violentas”. Miles de militantes elevaban sus banderas, y otros tantos dejaban sus voces en cantitos que hacían alusión al movimiento de mujeres: “Se cuidan, se cuidan, se cuidan los machistas, América Latina va a ser toda feminista”. O: “Si se puede, que corran nuestros trenes, de Once hasta Mercedes conducidos por mujeres”. También hubo gritos contra la Iglesia Católica por “aborto legal en el hospital”.
“Hay que salir a las calles como todos los 8 de marzo porque todavía quedan muchos derechos que alcanzar. Todos los días nos enteramos de un caso más, de mujeres que mueren sólo por el hecho de serlo, en manos de su pareja o ex, la familia o un extraño, entonces tenemos que seguir luchando. Hay que demostrarle a este gobierno que no vamos a bajar los brazos”, resumió una militante.
Lentamente comenzó a asomar la Casa Rosada en el fondo y la cabecera de la marcha ingresó de a poco a Plaza de Mayo. El acto culminó al grito de “¡viva el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras!, ¡viva nuestras luchas en todo el mundo!, ¡nos encontramos en las calles compañeras!”