Jul 6, 2016 | inicio
El caso de José Luis Maulín Pratto no aparece entre las denuncias de niños desaparecidos en Abuelas de Plaza de Mayo ni en los nuevos casos que se van incorporando al Banco Nacional de Datos Genéticos. Sus padres están vivos y, aunque existen otras historias en las que uno o ambos padres de los nietos sobrevivieron al terrorismo de Estado, el suyo difiere del resto. Es que la lejanía geográfica, los años de impunidad, el hostigamiento de la familia apropiadora, la complicidad judicial, y el miedo grabado en la memoria y el cuerpo de Luisa Pratto y Rubén Maulín, los padres de José Luis, demoró su acercamiento a los organismos de Derechos Humanos. Recién en 2015, cuando se inicia la causa por apropiación, la familia Maulín Pratto se sintió parte de ese colectivo de nietos y nietas restituidos.
En el 2009, José Luis conoció su historia, pero aún su documento lo enfrenta a su pasado. Por eso, desde Abuelas de Plaza de Mayo enfatizan las similitudes para reconocerlo como el nieto 120 y exigen al Poder Judicial de Santa Fe que restituya su identidad: “Se trata de otro caso de sustracción, ocultación y falsificación de identidad de un bebé en el marco del terrorismo de Estado”. Por este motivo y como un acto de reparación y verdad histórica, se decidió incorporarlo al listado de nietos restituidos a pesar de que José Luis conoce su historia desde el 2009.

Abuelas de Plaza de Mayo presentó al nieto restituido 120.
El infierno
El 19 de octubre de 1976, en Reconquista, Santa Fe, 30 hombres encapuchados entraron a la cinco de la madrugada a la casa de Luisa Beatriz Pratto y Rubén Maulín. Llegaron con armas, tiraron abajo la puerta y entraron por la fuerza. El silencio de la noche se vio interrumpido por los pasos de los represores quienes caminaban sobre los techos de las casas y por un helicóptero que sobrevolaba bajo. “Esa noche, se lo llevaron a Rubén. A mí me pusieron contra la pared. Pasaron 40 años, pero uno nunca olvida. Los que se quedaron en la casa, me exigían que los tratara como señores. Yo los conocía porque los había visto en Reconquista. No me dejaron moverme durante varias horas, ni para darle de comer a mis hijos”, recuerda Luisa, que en aquel momento estaba embarazada de cuatro meses de José Luis y ya tenía otros dos pequeños hijos: Gisela y Walter.
Esa madrugada, Rubén fue secuestrado por policías, militares y miembros de la III Brigada Área de Reconquista. Desde 1976 hasta 1982, año de su liberación, pasó por diversos centros clandestinos: Guardia de Infantería Reforzada de Santa Fe y cárcel de Coronda, donde quedó detenido a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En 1979, fue llevado a la cárcel de Caseros y luego a La Plata, hasta su liberación. “Mis primeros recuerdos están vinculados con las visitas a mi papá, el miedo a la noche al escuchar los pasos de los militares en los techos, las horas de cola en la cárcel y las visitas en mi casa”, cuenta Gisela Maulín Pratto. Si bien las visitas eran continuas, hubo -como dice Luisa- “un ensañamiento familiar”: durante años, Luisa y sus hijos fueron vigilados y torturados en su domicilio.
Con la vuelta a la democracia, comenzaron a realizar las denuncias y los reclamos. Su hijo había sido apropiado en 1977, horas después de su nacimiento. El nombre de Cecilia Góngora de Segretín apareció por primera vez en la clínica donde Luisa dio a luz. Nunca se vieron cara a cara en el sanatorio, pero ese nombre le quedó grabado. Reconquista es un pueblo pequeño donde se conocen casi todos. Los Maulín Pratto y los Segretín vivían a 30 cuadras de distancia. “Mi apropiadora amenazó durante aquellos años a mi mamá. Ella se acercó varias veces, pero siempre recibía la misma respuesta”, cuenta José Luis. Cecilia Góngora de Segretín le había confesado a los ocho años que no era su madre biológica. Su mamá era Luisa, un affaire de su “padre” José Ángel Segretín. “Según ella, mi mamá era una loca y su pareja, o sea mi viejo, un terrorista. Desde chico, crecí con esa versión. Según mi apropiadora, me querían secuestrar”, agrega José Luis.

“Esa noche, se lo llevaron a Rubén. A mí me pusieron contra la pared. Pasaron 40 años, pero uno nunca olvida», Luisa Beatriz Pratto.
La primera vez que Luisa se acercó a la casa de Segretín fue en el 85. “Fuimos a hablar con ella, pero no nos dejó ver a nuestro hijo. Nos insultó y nos denunció. Ese año, me citaron en la ciudad de Vera porque realizó una denuncia que nosotros queríamos robarle a su hijo. En mi declaración, el secretario judicial me preguntó por qué molestaba, y yo le conté toda la verdad”, relata Luisa. El juez le dio la espalda. Le respondió que ese caso ya había prescripto tras 8 años y que debería haber hecho la denuncia en 1977. “La Justicia no ayudó. Llegaron a decirle a mi mamá que si ella tenía los datos de mi apropiadora, debía ir a buscarme”, cuenta José Luis. Luisa tenía los datos desde el día en que dio a luz, pero según ella “no es que no quería, no podía” y la documentación respaldaba la versión de los Góngora Segretín, ya que José Luis estaba inscripto como su hijo, en una partida apócrifa.
El 26 de marzo de 1977, en un sanatorio privado, Luisa tuvo a José Luis. Allí, fue registrada con el nombre de la apropiadora, Cecilia Góngora de Segretín vinculada familiarmente a la Fuerza Área al igual que su marido, José Ángel Segretín. “Ese día, la tía de Rubén me llevó a la clínica. Elsa Nasatsky de Martino, la doctora, me hizo pasar a una sala. En la recepción, no había nadie a las diez de la mañana. Nadie me pidió el documento. A las diez y media, tuve a mi bebé. Recuerdo que tras el parto, me descompuse. Escuché que alguien me dijo que era un varón. En un momento, no me acuerdo si fue un sueño o un médico vino y me dijo: ´Cecilia Segretín puede darme el nombre de su bebé´. Sé que más tarde, mi hermana vino a visitarme y alzó a mi hijo. Ella me dijo que era parecido al padre. En ese momento, yo estaba ida. Mis recuerdos son confusos porque me medicaron. Según ella, la doctora fue quien le quitó a José Luis de los brazos, pero yo no lo sé”, cuenta Luisa sobre aquella mañana.
Años después, cuando José Luis tenía 12 años, ocurrió el segundo encuentro. Rubén y Luisa volvieron a la casa de los Segretín, pero los volvieron a amenazar e insultar. “Nos llegó a decir que si no parábamos, José Luis se iba a suicidar”, recuerda Luisa. Los reclamos siempre fueron entre los adultos, porque nunca pudieron tener contacto con su hijo. “Durante esos años, yo me escondía del miedo. Mi apropiadora me manipuló durante años. Yo tenía terror cada vez que aparecían porque me decían que me querían llevar”, cuenta José Luis.
El niño creció con terror. Una tarde Gisela, hermana de José Luis, se acercó a hablarle en la escuela a la que asistían: “Mi propia búsqueda empezó en los 90. Cuando yo empecé el secundario, me enteré que había un chico que tenía ese nombre y que podía llegar a ser él. Lo empecé a buscar por decisión propia, nunca nadie me dijo nada. Yo lo empecé a buscar hasta que lo encontré. Tardé un par de meses en tomar el valor de acercame. Cuando lo logré, para mi sorpresa él ya sabía. No me imaginé, no se me cruzó que podía saber. Me rechazó inmediatamente. Fue un golpe muy duro, una frustración”. Sin embargo, aquello marcó a José Luis quien confesó que ese acercamiento sembró la gran semilla de la duda. “En ese encuentro, me enteré de mi apellido paterno, Maulín”, cuenta. “Aquel encuentro me dejó con dudas. Si bien tenía terror, decidí contarle a mi apropiadora. Ella habló en el colegio sobre este encuentro. Ese episodio reforzó la historia de mi apropiadora de que me querían secuestrar. Así que me alejaron durante un tiempo de Reconquista y nos fuimos a vivir a El Palomar”, agrega José Luis.

Tribunales de Santa Fé
Pasaron más de 15 años para un nuevo encuentro. Ocurrió en el 2008, en medio del juicio a los represores de Reconquista. Luisa era testigo protegida y cuenta que fue la primera vez en que pudo contar todo sin miedo. “Durante aquellos años, cuando a los represores se les ocurría, venían siempre a visitarme, a aterrorizarme, a decirme mentiras, a abusarme, a violarme. Entraban sin pedir permiso, a cualquier hora. Como si fueran los dueños. No les importaba que estuvieran tus hijos ahí, te tiraban toda la leche de los chicos, le hacían pis en la mamadera. Uno no podía esperar nada de la justicia. No había nada en Reconquista. No es que no quise, no pude”, repite una y otra vez Luisa.
Una tarde, mientras transcurría el juicio, la llamaron de una radio para hacerle una entrevista. La productora escuchó su historia y le resultó familiar. “La cuñada de mi mujer me consiguió el teléfono de mi mamá porque su historia era mi historia, cerraba por todos lados”, recuerda José Luis. “Estuve meses sin animarme a hablar con ellos, hasta que pude a principios del 2009”, agrega. Luisa sabía que aquellos llamados eran de su hijo, lo presentía. “Yo estaba segura que era mi hijo, pero también estaba el temor de que fuera alguien que me quisiera callar la boca porque era testigo protegido. Hasta que me llamó por teléfono y ahí pasó lo que siempre soñé…escuchar la voz de mi hijo. De pronto, me dijo: ´Soy José, tu hijo´. Yo me quería morir. Empecé a contarle cómo habían sido las cosas. Empezamos a hablar todos los días hasta que se hizo el ADN. Después, con los resultados, empezamos a conocernos con psicólogos de por medio”, enfatiza Luisa.
En mayo del 2009, los resultados de ADN afirmaron que José Luis era hijo de Luisa Pratto y Rubén Maulín. “Desde ese día, pude conocer mi historia. Fue terrible para mí enterarme de todo lo que ocurrió durante esos años en los que yo vivía con mi apropiadora. Desde un comienzo, sentí mucha tranquilidad al estar con ellos. El vínculo se fue dando de forma natural. Mi historia la recuperé, falta aún mi identidad, mi nombre. En este momento, soy alguien que no existe”, reflexiona José Luis.

“Durante esos años, yo me escondía del miedo. Mi apropiadora me manipuló durante años. Yo tenía terror cada vez que aparecían porque me decían que me querían llevar”, cuenta José Luis.
Su historia aún está manchada por su documento, que todos los días le muestra su nombre falso. Desde el 2009, José Luis busca una sentencia que le devuelva su historia y le permita cambiar su apellido por Maulín Pratto.
Hace dos semanas comenzó en Santa Fe el juicio por la apropiación de José Luis. Los acusados son Cecilia Góngora, su apropiadora; la médica que estuvo en el parto y firmó la partida falsa, Elsa Nasatsky; y Danilo Sambuelli, jefe del centro clandestino que operó en la III Brigada de Reconquista, que falleció en diciembre de 2014. José Luis está obligado a presentarse en el juicio como Segretín y recuerda que su apellido falso no solo lo afecta a él, sino también a sus hijos quienes cargan con ese pasado. “La sentencia nos va a permitir a mí y a mis hijos presentarnos en sociedad como quienes somos, con nuestro nombre y nuestra verdadera identidad”, le dijo al Tribunal el nieto 120, en su declaración del jueves último. El fiscal Martín Suárez ubicó el caso en la trama del terrorismo de Estado y del “plan sistemático de apropiación de niños y niñas” de la dictadura. Casualmente, el 5 de julio se cumplieron cuatro años de la sentencia que comprobó que existió esta práctica sistemática de apropiación de menores, que posibilitó la apropiación de José Luis y otros casi 500 bebés, en todo el territorio argentino. La lucha de los organismos de Derechos humanos y los familiares por conseguir justicia ha sido larga. José Luis y su familia también anhelan que finalmente se haga justicia.
Actualizado 06/07/2016
Dic 29, 2015 | Entrevistas
El 5 de agosto de 2014, Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, encontró a su nieto Ignacio Guido Montoya Carlotto, hijo de Oscar Montoya y de su hija, Laura Carlotto. Nacido bajo el cautiverio de su madre, creció como Ignacio Hurban, en la ciudad de Olavarría, sin conocer su origen. Durante 36 años su abuela lo buscó, le escribió cartas en cada cumpleaños y lo esperó. Cuando las dudas lo desbordaron, Ignacio se acercó a Abuelas de Plaza de mayo y supo su verdad. Finalmente, hace un año, luego de ayudar a otras abuelas a encontrar a sus nietos, Estela recibió la gran noticia de que su nieto había aparecido. A partir de ese día comenzaron a construir juntos la relación que les habían impedido por tanto tiempo. Estela recuerda ese día como “una fecha de paz y de recompensa”. Lejos de abandonar su tarea en Abuelas, asegura: “Lo más importante es no abandonar la lucha”.
¿Cómo fue transcurrir este año con Ignacio?
Se me pasó volando, un año muy grato, muy lindo, lleno de esa luz que me dio el encuentro con mi nieto después de 36 años. Él ya está muy integrado, nos estamos conociendo. Estamos en ese proceso de afianzamiento, sobre todo de su identidad. Pero él es su identidad: es músico, compone, interpreta, está con la música, el jazz. Yo pensé, cuando le escribí aquella carta para su cumpleaños 18, que la música le iba a gustar, no sé por qué. Se me ocurrió. En vez de hablarle de poesía, le hablé de música, de ópera, del abuelo, de jazz, de la música de su mamá, todo eso le escribí. Y es así, le gusta. Hay cosas muy significativas, que no son casualidades. Parecen misterios de la vida que hacen que yo ahora sienta, por ejemplo, que en él está su mamá. Así yo estoy más cerca de Laura, y ella está más cerca de mí. Aunque siempre está y estuvo, pero ahora está más porque está él. En la sangre de él corre la sangre de Laura. Son emociones fuertes, pero muy lindas realmente. Esta es una fecha muy buena, muy linda, muy de paz y de recompensa. Yo ahora ya no voy a recordar la muerte de Laura, si no que quiero recordar el encuentro de la vida, que es mi nieto.
¿Haber acompañado a otras abuelas que encontraron antes a sus nietos, le ayudó a enfrentar el proceso?
Cada caso, de los 116 ya resueltos, es parecido y es diferente. Decimos casos resueltos porque no todos los encontramos con vida. Hubo bebés que murieron antes de nacer porque la mamá fue asesinada cuando estaba esperando el niño; otros fueron asesinados en operativos -bombardeos a las casas donde vivían-, y el resto los encontramos en sus tiempos. Los primeros fueron en el año 1979, eran chiquitos. Entonces, cada caso es diferente en cuanto la edad del nieto o nieta y las circunstancias de sus crianza. Hay más de quince casos que fueron adoptados por familias inocentes, que no los engañaron. No les dijeron que eran hijos de ellos ni los ocultaron, sino que creían que eran realmente chiquitos que estaban en juzgados de menores porque sus padres no habían podido criarlos; y les dieron amor. Entonces, la conducta institucional fue distinta con ellos que con los que fueron parte del aparato represivo. Mi nieto por ejemplo, fue entregado a quienes lo criaron, que eran peones de campo. Pero que la orden que recibieron del patrón fue que Guido nunca supiera que no era hijo de ellos. En un pueblo chiquito, todos sabían pero nadie hablaba. Porque había también una empresa patronal de la que vivían todos. Entonces aparecen los miedos, las incertidumbres. Todo eso hizo que esto se mantuviera en secreto, “de esto no se habla”. Pero hubo un momento en que se habló y ahí vino el encuentro. O sea que cada caso tiene sus similitudes y sus diferencias. Hubo casos de nietos encontrados que habían tenido un maltrato feroz, yo creo que sobrevivieron por la fuerza que traían de sus verdaderos padres. Lo bueno fue que institucionalmente supimos ir manejando la situación de acuerdo a los tiempos. Una cosa eran esos encuentros cuando nuestros nietos tenían pocos años de vida. Los primeros que encontramos eran lo que fueron robados, o separados de sus padres en el momento de detenerlos. Encontramos más chicos robados, ya nacidos, porque tenían una foto, una partida de nacimiento, o características físicas visibles como para que haciendo una propaganda de búsqueda, algún hombre o mujer, algún vecino diga: “Ah, pero este chico está en tal lado”. Y venían, nos lo decían y entonces lo encontrábamos.

Ignacio Guido Montoya Carlotto junto a Estela de Carlotto en el Festival de la Municipalidad de Morón por el Día de la Memoria. 24 de marzo de 2015. Foto: Noelia Pirsic / ANCCOM
¿Era más difícil apropiarse de un chico que ya tenía algún recuerdo?
No, la apropiación era la misma. A los chicos le mentían, tal vez si tenía dos años lo anotaban como recién nacido y le quitaban esos dos años. Han hecho de todo, las salvajadas más grandes. Por eso, cuando los encontrábamos varios años después, que ya estaban con otra historia aprendida, había que recapitular y traerlos al pasado muy dulcemente porque eran niños. Y para eso empezamos a crear el equipo de psicólogos, para que nos ayuden en el acompañamiento de la abuela que se iba con una nietita o nietito que había desaparecido cuando tenía dos años y lo reencontraba cuando tenía siete u ocho años. Había que recordarle que ella era su abuela, también el nombre que tenían sus papás… Había que sacarlos de esa mentira para llevarlos a la verdad. Esos fueron los primeros tiempos. Después la gran preocupación vino cuando decíamos cómo vamos a encontrar a los que nunca vimos y nunca conocimos, qué elementos vamos a tener para decir: este es mi nieto. Y ahí fue cuando apareció el tema de la sangre, la creación del Banco de Datos Genéticos, y todo lo que conlleva la seguridad enorme de que con una comparación genética se sabe si es o no el nieto encontrado. Eso es fantástico. Estos que hicieron tanto daño no se imaginaron que íbamos a tener una inventiva permanente hasta el día de hoy. Siempre usamos los tiempos políticos y sociales, las circunstancias, y también la edad de los nietos. Ya ahora son hombres y mujeres, casados, con hijitos.
¿Y ahora cómo se hace para llegar a esos hombres y mujeres?
Ahora vamos a los jardines de infantes. Vamos hablar con los niñitos y les contamos que somos las abuelitas que nos robaron a chiquitos como ellos y a algunos recién nacidos, y que estamos buscándolos porque el amor es muy grande y no hay fecha, que nuestros nietos ya son hombres y mujeres. Entonces ellos después van a la casa y hablan con los padres: “Y hoy vino una abuelita, mirá papá pobrecita”. Entonces el que tiene una duda en su interior empieza a moverse. O sea que a través de ese hijito, nosotros vemos como sacudimos al nieto posible. Son diferentes etapas. Hemos sabido reunirnos de gente joven y experta. Se han formado grupos que son equipos técnicos, de abogados, de genetistas, de psicólogos, de prensa y difusión. Todavía faltan encontrar a más de 300 nietos, hay muchas abuelas que todavía están con los brazos vacíos. Quiero que tengan la misma felicidad que tengo yo, en lo posible. Porque no es fácil, pero mientras no se olvide, mientras las cosas se hablen, se digan, se prediquen, mientras la sociedad no diga “basta”, el camino está abierto. Se tiene que hacer carne en la gente que la dictadura nos pasó a todos. Nosotros trabajaremos, mientras tengamos vida, en dejar lo mejor; con la esperanza de que para recuperar la identidad no hay edad.

«Nosotros trabajaremos, mientras tengamos vida, en dejar lo mejor; con la esperanza de que para recuperar la identidad no hay edad», dijo Estela de Carlotto a ANCCOM.
¿Cómo se enteró Ignacio, cómo se le cruzó la duda?
Él dice que tenía como unos ruidos adentro, que algo no andaba con quienes lo criaron. Porque era gente de campo, que no tenían aspiraciones culturales. No leían, y él quería leer, quería estar más allá de todo eso. Lo iba haciendo de todos modos, estudió en la secundaria y luego quiso ser músico. Y ahí también discutió hasta que se lo aceptaron y lo ayudaron, si se quiere. Se notaba distinto a ellos, no tenía parecidos físicos, pero no tuvo una percepción clara, sino intuitiva más que nada. Hasta que una persona del pueblo donde vive se animó a contarle a su compañera y ella le contó a él, por eso se animó a preguntarle a los que lo criaron y ahí le dijeron que efectivamente no era hijo de ellos. Y lo primero que pensó fue: “¿No seré hijo de desaparecidos?”. Y vino a Abuelas. Se hizo los análisis y rápidamente dio positivo, porque ya estaban los datos de las dos familias. Estaban los Carlotto y los Montoya. A partir de ahí vino la gran explosión familiar, mi explosión. La iluminación interna que tengo, me dio vida, me dio fuerza y una alegría enorme. Sobre todo porque él enseguida aceptó conocernos. Él acepta este crecimiento de relación que hay.
¿Qué fue lo más difícil, lo que más costó entre ustedes?
Más que nada tranquilizarnos. Porque era un alboroto, sobre todo mis nietos. Los Carlotto somos bien tanos, había que pedirles que se calmen. Me acuerdo que el día que él decidió venir a conocernos, a los tíos y a mí, en la casa de mi hija Claudia, llegó con sus amigos y su compañera, fue el primer encuentro. Yo lo abracé y le dije: “Te busqué tanto, te quiero tanto”, no sé las cosas que le dije y él dijo: “Bueno, bueno, despacito”. O sea, distancia señora, pero cariñosamente. Lo cierto es que cuando se fue me dijo “Chau Abu”, ahí me di cuenta que era parte la familia. Ese día mis otros nietos estaban lejos y querían venirse en tropel. Yo les decía que no porque al día siguiente él ya iba a conocerlos a ellos. Y les dije: “Por favor, no se le vayan encima, no lo cargoseen, él no es agarrero, a mí me dijo `despacito´, calculo que a ustedes también”. Entonces los aleccioné tanto, que cuando él llegó parecían estatuas y ninguno se movía. Al final les tuve que decir: “Bueno vengan, abrácenlo”. Porque él llego y los otros estaban todos duros, mirando. Y ahora es un grupo hermanado de primos. Son catorce primos, más las novias o novios que tengan ellos, y la compañera de Guido, Celeste, que es encantadora.
¿Y a Ignacio cómo lo ve atravesando todo esto?
Él está más confiado, habla con confianza. Con los primos ni hablar, se dicen cada cosa… Con los tíos tiene mucha confianza y conmigo también. Ha venido a mi casa, me dice: “No abuela no cocines, cocino yo”. Y cocina él. Después dice: “Bueno, voy a mirar a ver qué me gusta para llevarme”. Y se lleva. O sea que hay toda una cuestión familiar y en crecimiento. Olavarría no es lejos, pero son casi 400 kilómetros de distancia que hacen que sea difícil que él esté más cerca. A nosotros también se nos dificulta ir para allá. Cuando cumplió años, hace dos meses, hizo una fiesta para reunir las familias materna y paterna y a sus amigos. Éramos como 140 y él era un chico. Parecía que tenía 7 años, hizo piñatas. Y cumplía 37 años….

«Mi nieto por ejemplo, fue entregado a quienes lo criaron, que eran peones de campo. Pero que la orden que recibieron del patrón fue que Guido nunca supiera que no era hijo de ellos», contó Estela de Carlotto para ANCCOM.
Y era su primera fiesta con todos…
Con nosotros sí. Yo creo que quiso festejar con todos. No sé si le habrán hecho cumpleaños cuando él vivía con esta otra gente, no sé ni quiero saberlo porque eso es de él. Y el respeto total por lo que él sienta. Él si los quiere, está bien.
¿Él habla de ellos?
Conmigo no, y con la familia creo que tampoco. No es que no se toque el tema por algo en particular, yo no lo quiero hablar porque no me interesa. A mí me importa él, que esté bien, que estemos cerca, tratar de mimarlo, de hacer las cosas que hace una abuela con su nieto. De vez en cuando le compro algún juguete como si fuera un nene, le encantan. Es una relación muy linda, no hay nada que me haya dolido o algún rechazo. Él, si tiene que ponerte los puntos, te lo dice con el mismo cariño que te dice otras cosas. Hay una relación sana de una persona y de una familia. Nosotros no somos rebuscados, somos así, y yo creo que él se integró porque él también es así.
¿Cambió su trabajo en Abuelas?
No, yo sigo viniendo a la sede todos los días. Porque falta mucho todavía, y las otras abuelas también tienen derecho a que encontremos a sus nietos. Yo presido esta institución, soy la cabeza visible, o sea que no es cuestión de que ahora diga: “Ay basta”, porque sería súper injusto. Y de hecho que no soy la única, muchas de las que encontraron a sus nietos siguen viniendo. Acá es como una cita para toda la vida, no hay pausa. Ahora me estoy poniendo algunos plazos para no salir muy de noche, porque no me da el físico. Me siento joven pero no soy joven, ese es el tema. Uno dice “haría esto, haría aquello”, pero después no te da el físico. Hago lo que se pueda. Lo más importante es no abandonar la lucha.
La restitución de Ignacio y toda la difusión que tuvo el caso, ¿sirvió para los nietos que tienen dudas y no se animan a averiguar?
Claro. Cuando se deja de hablar se olvida. Acá no hay que olvidar nada, no solamente a los nietos, sino todo lo que hizo la dictadura. Tampoco hay que olvidar todo lo que falta por hacer ni todos los otros derechos humanos violentados: la vivienda, la educación, la salud, todo eso que también hay que recomponer porque la dictadura lo rompió y algunos malos gobiernos también. Esto es una constante, la democracia todavía no está completa, por todo lo que falta hacer, lo que falta encontrar, lo que falta responder. La pretensión es dejar lo mejor posible todo, que no se repita esta historia. Los chicos que nosotros vamos a ver a las escuelas, de once o doce años, son clarísimos. Nos preguntan qué pueden hacer y les aconsejamos realizar actividades grupales, solidarias… Todo lo que se hace en grupo a uno lo hace más generoso porque comparte.
Con la restitución de Ignacio hubo como un ejercicio colectivo de la memoria…
Sí, acá en Argentina fue increíble el boom emotivo: “Se encontró el nieto de Estela”, “Estela encontró a su nieto”, “Encontramos el nieto”. Esto acá era una romería y lo sigue siendo. Cuando voy a ciertos lugares, la gente me abraza, llora, y se acuerdan lo que estaban haciendo cuando les dijeron, vieron, o leyeron la noticia de que apareció mi nieto. Y no se olvidan más.
¿Y qué estaba haciendo cuando encontraron a Ignacio?
Yo estaba acá con santas pascuas en Abuelas (se ríe). Estaba con Raúl Porchetto y me dicen: “Estela, te llama la doctora Servini de Cubría”, mientras estábamos hablando digo: “Bueno, pasamela”, y ella me dice: “Estela, necesito verte”. “Mirá – le contesto- vamos a ver en qué momento”, “No, no. Quiero que vengas”, me apura. “Bueno, pero…”, “No Estela quiero que vengas ya”. Digo: “Uh, qué le pasará a esta mujer” .Yo pensaba: “Qué le habrán hecho, que querrá qué haga”. Finalmente le dije: “Voy para allá”. Me disculpé con Porchetto y fui para Tribunales. Entré pero estaba totalmente en Babia. Me recibió y hablamos de cualquier cosa. Estaba la directora del Banco de Datos Genéticos con otro empleado, yo los saludé, pero tampoco se me ocurrió pensar nada extrañp. Cuando ella me vio tranquila hablando de tonterías, me dijo: “Bueno Estela, te tenemos que dar una muy buena noticia, hemos encontrado a tu nieto”. Un segundo habrá sido de silencio y empecé a los gritos. Yo, que soy tranquila, empecé a gritar: “Ay, no puede ser, qué alegría”, me levanté, nos abrazamos, lloramos. Y empezaron a explicarme que la compatibilidad era del 99.99 por ciento. Hasta que después empecé a avisarle a mi familia, a las abuelas. En Abuelas a los gritos… Llegué acá, a la sede, esto era un mundo de gente. A partir de ahí todos los días que siguieron fueron de grandes emociones, el de la conferencia de prensa, el de la conferencia de prensa de él. La presidenta Cristina que quiso verlo y fuimos todos para la quinta de Olivos. Todo fue una vorágine.
¿Con los apropiadores qué va a pasar?
Ellos están siendo juzgados porque corresponde. Han cometido un delito que no prescribe, porque es de lesa humanidad. El caso de un chico víctima de la dictadura no es el robo de un bebé común, que existe y es muy grave, pero que tienen un tiempo en que la causa cae y no se puede condenar a los responsables después de 30 años. En este caso sí. Ya había denuncias, las tramitaba Servini de Cubría. Acá hubo una apropiación, una inscripción como hijo propio que es una falsedad. Las personas que criaron a mi nieto están siendo juzgadas. Porque el dueño del campo murió, pero hay que ver qué más surge sobre quiénes pueden haber sido los responsables. Ellos cuentan su historia: el patrón les trajo un chico, se los dio y les dijo: “Y ahora este es el hijo de ustedes, no le digan nunca que no es su hijo”. Y nunca le dijeron nada.

«Cuando se fue me dijo “Chau Abu”, ahí me di cuenta que era parte la familia» contó Estela de Carlotto sobre su nieto recuperado.
¿Cómo se imagina que van a ser los próximos tiempos en Abuelas?
La idea es seguir haciendo cosas. Si se conoce algo nuevo en genética, ahí vamos. Nosotros vamos caminando. Si vos me decís que fabricamos un plan anual de trabajo, no. Acá fabricamos un día de trabajo, y al día siguiente, otro y al día siguiente, otro. Y se va haciendo, por supuesto que orgánicamente. Lo que se hace, se hace bien ordenadamente. Acá estamos, ahora con nietos en la Comisión Directiva. Antes éramos solo Abuelas, ahora no alcanzan. Algunas están enfermas, viven lejos, otras se han muerto, quedamos pocas. Entonces, los nietos ya se están integrando. Ellos son los herederos, ya tenemos el relevo. El día que ninguna de nosotras esté, siguen ellos para lo que falte.
¿El contexto de estos últimos años impulsó el trabajo que ustedes venían haciendo?
El cambio ya viene cuando hay democracia, el primer gran festejo. Fue despacito, se hizo algo, después vinieron cosas malas y malos gobiernos. Si vos hablas de la última década, o de los últimos doce años, es bárbara la apertura del Estado como un Estado de derecho. El Estado terrorista lo hizo, y el Estado de derecho lo recompone, lo repara. Es un cambio muy grande y de una efectividad concreta. No es fantasía, sino que es concreto: los campos de concentración convertidos en espacios de memoria. Los juicios orales y públicos en toda la República, que están condenando a centenares de genocidas que están en cárceles comunes. Y con la justicia ordinaria, no se creó un tribunal especial. Todo eso es un ejemplo para el mundo. En Latinoamérica no hay un solo país que haya podido alcanzar esta dimensión, ni siquiera han empezado. Acá ha habido un impulso social muy grande. Y ahora vamos a ver qué pasa, pero nada va a hacerse para atrás, no se va a poder retroceder ni un solo paso, porque no lo vamos a permitir y porque esto está consolidado. Hay ya una presencia social muy grande, de la sociedad en su conjunto. Yo soy muy optimista, creo que vamos bien, no tengo miedo.
Actualización 05/08/2015
Mar 23, 2015 | destacadas, Entrevistas, inicio
Ignacio Montoya Carlotto hace un recorrido sobre sus vivencias, en las vísperas del 39º Aniversario del último golpe cívico militar que la sociedad Argentina aún sigue juzgando. Habla sobre el impacto de esta nueva etapa en su vida, de lo que quiere y busca, de los Montoya, de los Carlotto, del contexto histórico político actual y del modo en que se reafirma en sus logros a los 36 años cuando el reflejo de esas familias le devuelve certezas sobre gustos, rasgos y elecciones que antes no tenían demasiada explicación. La historia del nieto de la mujer cuya imagen es el emblema de la búsqueda de los niños apropiadas en la última dictadura militar, cuyo encuentro luego de 37 años de búsqueda, conmovió a toda la sociedad.
-¿Cómo vive el 24 de marzo con identidad restituida?
-Mi idea de la identidad tiene que ver con una construcción de 36 años a la que le puse mucho empeño en formar la persona que soy, por eso mi verdadera identidad es la de siempre, no siento que la de antes sea mentira. Había cosas que no eran correctas, la información que yo tenía, los papeles estaban mal, no sabía quiénes eran mis padres o que tenía una familia enorme y las circunstancias que me llevaron desde chico hasta donde estuve. En ese sentido, repensar mi identidad es un trabajo que hago a partir de las preguntas del afuera. Este 24 no será tan diferente a otros, pero ahora siento que el 24 de marzo me pasa a mí y lo vivo con ese compromiso. Voy a estar en el acto en Olavarría como todos los años, con mucha más repercusión, con mucho más bardo, si querés, pero va a ser el mismo 24.
-¿Qué suele pasar en Olavarría los 24 de marzo?
-Somos pocos (risas). Se hace una vigilia la noche anterior y se pasa todo el 24 en el Parque de la Memoria. Yo participo siempre y suele haber poca gente. Es un acto que a veces le falta un poco de rosca, por eso tomé la decisión de quedarme, hace falta que me quede.
-¿A aguantar los trapos allá?
-Sí, a aguantar los trapos en Olavarría, claro, allá en la plaza (de Mayo) va a haber miles de personas.
-Algo llamativo en su historia es que a largo de su vida, por lo que se conoce, nunca había dudado de su origen y, sin embargo, cuando aparece la información lo resuelve rápido. ¿Cómo evalúa esa reacción, tiene que ver con su personalidad?
-Es cierto que yo tenía cierto bagaje de información en cuanto a lo que sucedió, lo que significan los desaparecidos y que habían quedado hijos dando vueltas por ahí y no se sabía dónde estaban. No sé si es una cuestión personal, yo creo que es conciencia ciudadana. Y bueno, está la duda, sé todo esto y están estos mecanismos para esclarecer esta cuestión. Mecanismos que en cierta manera conocía, no de fondo pero sabía de la existencia de Abuelas, sabía de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), con todo, entonces, me pareció que tenía que actuar, creo que tuve conciencia ciudadana porque lo que había que resolver no tenía que ver estrictamente conmigo solamente. Si existe esta posibilidad por mi edad, hay que esclarecer esta situación porque no solamente me compete a mí, sino también a la gente que me está buscando. Además, después el proceso es rápido, viste, es fácil (bromea). Yo sé que hay muchos casos de pibes que están con estas dudas y están años hasta que se deciden a presentarse o completar una planilla. Yo me enteré el lunes y el martes estaba mandando todo, porque me pareció que había que hacerlo, que no había muchas vueltas, ¿por qué me iba a demorar? Creo que mi historia artística, que siempre es una búsqueda de la verdad en alguna medida, me ayudó, porque cuando tuve que buscar esa verdad estaba en el camino para hacerlo. La construcción mía a lo largo de todo este tiempo, me inclinó a tomar esta decisión de manera más fácil. También tiene que ver con mi circunstancia: en el lugar que caí, cómo fui criado, que siempre se me crió para resolver las cosas, para esforzarme. Creo que son muchas cosas que se articulan al momento de tomar una decisión. Para mí no era una decisión difícil, tranqui, me dije, vamos a averiguar. El miedo aparecía ante la posibilidad de no averiguar nada.
-¿Cree que el contexto histórico político propicia situaciones como la suya y ayuda a tomar la decisión de averiguar?
-Quizás sea más fácil, no sé. No lo pensé en esos términos cuando lo hice, pero creo que debe ser más fácil. No sé qué habría sucedido, por ahí entramos en un terreno de supuestos que no sabría como teorizar. Pero no sé qué hubiese pasado si yo me enteraba de esto hace diez años atrás, por ahí la cuestión era diferente, para mí ahora fue muy fácil. Tal vez la circunstancia general haya ayudado muchísimo, pero no sé qué podría haber pasado en otro momento.
-En otras entrevistas cuenta una anécdota en la que piensa en Guido antes de saber que era usted, ahí aparece como una disociación (interrumpe)
-Pensé el otro día en eso, cuando tomé la decisión de llamarme Ignacio. ¿Te referís a la anécdota en la que estando con mi mujer Celeste, veo a Estela hablando sobre la búsqueda de los nietos y habla de Guido? qué se yo… estaba ahí en esa situación y le dije: “Mirá esta mujer buscando el nieto, por ahí no lo encuentran nunca, ¿lo encontrará alguna vez? Qué bárbaro esta mina, qué fuerza” y resulta que era yo. También hay algo raro que pensaba en esta decisión del nombre Guido, yo jamás me asocié con el nombre. No tengo recuerdos del nombre con el que ella buscaba, yo sabía que era su nieto, me daba más familiar el nombre de su hija, mi mamá, pero jamás me acordé del nombre Guido. Cosa rara, la he pensado ahora, en este último tiempo, porque jamás asocié ese nombre conmigo y, sin embargo era.
-¿Cómo impacta todo este nuevo mundo que se abre, de saberse parte de una familia mucho más grande, y lo que sucedió a partir del reencuentro? ¿Cómo impacta esto en tus relaciones, en Olavarría en su entorno inmediato?
-Pasan muchas cosas, el que te conoce sabe cómo sos, sabe cómo vas a responder a ciertas cuestiones y entiende tus necesidades. Hay cosas con los afectos más cercanos que se han afianzado muchísimo y con los que no eran afectos tan cercanos pasan otras. Esto es como una lupa que agiganta todo, lo bueno y lo no tan bueno. Y salen cosas buenísimas y salen otras a luz que no están tan buenas. Porque esto es como un torbellino acá y en cualquier parte, con gratas sorpresas y algunas que no. Y más que nada está este entorno familiar que es maravilloso. Yo no estaba muy acostumbrado a familias grandes y a momentos afectivos de ese tipo y la verdad que es maravilloso. Con los Montoya, con los Carlotto, lo estoy disfrutando muchísimo, en ese sentido no hay contradicciones.
-¿Se va reconociendo en los Montoya y en los Carlotto?
-Tenemos una relación bastante fluida, aunque haya una distancia hay una relación fluida. Las cosas se han acomodado muy rápidamente, al menos para mí. Siento que es algo que no estaba pero de algún modo estaba, es cómodo y agradable. Como un auto nuevo, está todo en su lugar, todo donde vos creés que tiene que estar. Cuando me enteré de la adopción, una de las cosas que me impulsó a saber más de mí era saber quiénes habían sido mis padres, era verme en el espejo de mi familia. Viste que la familia a veces es un espejo que mira reflejando cosas de uno, porque eso te deja crecer. Ahora entendí cosas que no sabía de dónde venían. Entendí por qué soy músico y no soy tornero, por qué soy cabrón cuando me enojo, por qué reacciono de esa manera, por qué soy vueltero con algunas cosas y no con otras, por qué soy de esa forma. Lo veo en el espejo de la familia y eso es un valor incalculable para mi vida. Es algo que busqué con bastante conciencia, con el miedo de no encontrarlo. Entonces encontrar a la familia entera, que están casi todos, menos mis padres, obvio, pero es buenísimo porque es una manera de encontrarme. Y no sólo yo me doy cuenta, porque Celeste o mis amigos que me ven con mi familia encuentran cosas mías repartidas. Como una tribu de tarados que dicen los mismos chistes y es genial. El primer día que nos encontramos con mi tío Jorge y mi abuela Hortensia la cara de mis amigos, que me habían acompañado ahí, era fantástica porque no podían creer que había otro tipo enfrente parecido a mi papá, diciendo los mismos chistes que yo y que se reía de las mismas cosas que yo.
-Le iba a preguntar ¿de dónde viene el humor?
-No sabía de dónde venía la acidez, eso del humor ácido, y los Carlotto son así y los otros también tienen buen humor. Mi tío Jorge es actor, es el hermano de mi papá. Así que está presente en la familia lo artístico también. Lo descubrí de esa forma y me dí cuenta de un montón de cosas.

Ignacio Montoya Carlotto en el Festival del Municipio de Morón por el Día Nacional de la Memoria
-¿Cómo aparece en sus composiciones todo lo que va viviendo?
-Sin duda ha impactado pero como lo tengo tan en foco, como lo estoy viendo tan de cerca, por ahí no me estoy dando cuenta en cuánto ha cambiado. También es cierto que la identidad musical estaba más afianzada que la identidad del documento. Entonces cuando me encuentro ahora trabajando con la música, lo hago con los mismos materiales que trabajaba antes y en eso no hay mentira, es así. Hoy me encuentro mucho más abocado a la actividad artística, me encuentro trabajando un montón, eso hace que la cosa mejore, porque estoy componiendo bastante. La paleta de colores es más o menos la misma, con otras intensidades y otros niveles de profundidad, así que en ese sentido hay cierta continuidad.
-¿Cómo impacta el entorno de los derechos humanos, qué relación tiene con otros nietos, es de seguir otras historia como por ejemplo el juicio por la apropiación de Javier Penino Viñas?
-Sí, de alguna manera esas cosas me llegan más directamente, no podría evitarlo y es cierto que ser un nieto es como ingresar a un club que año a año, por suerte, va teniendo un miembro más. Es una especie de club, en el que tenemos nuestros códigos. Me he encontrado con varios con los que tenemos más afinidad y la verdad que está buenísimo, porque puedo encontrar en ellos cosas que me pasan. Si bien cada caso es particular y el que nombrás es relativamente opuesto, siento que mi aporte es acá a partir de esto que hago. Porque hay otras cosas que no sé hacer.
En este mes como imaginarás han llovido millones de propuestas, por ejemplo de realizar charlas de derechos humanos. Entonces me encuentro con que tengo que ser sincero y tuve que responder que no, porque no soy un activista de los derechos humanos, no soy un militante político y si bien tengo conciencia política, y la causa de derechos humanos es una causa que abrazo con toda la fuerza aún antes de todo esto, no tengo los recursos que tienen otros nietos para dar charlas, eso no lo sé hacer y me parece poco sincero hacerlo. En cambio, llegar con mi música a distintos lugares, me parece que es buenísimo y ese es mi aporte. Lo voy a hacer y voy a estar comprometido con esta causa siempre, pero no de la forma en que lo hacen otros nietos que se especializaron y a quienes respeto muchísimo.
-¿Siente otra responsabilidad pública, que tiene que mantenerse más informado?
-Sí, completamente. Igual era un tipo informado, no era un gil que estaba dentro de un agujero. Pero yo trato de hablar de lo que sé, me ha pasado que me han preguntado de actualidad política y les digo que no sé, que hay cosas de las que no puedo opinar, sino te transformás en un opinólogo. Tenés que estar informado pero hay temas sobre los que me siento identificado para hablar y otros la verdad prefiero callarme la boca, porque me parece que callarse la boca es una responsabilidad en algunos casos. Con algunas preguntas sí siento que hay una responsabilidad, porque hay muchas miradas y es lo que me tocó y no reniego de eso, pero también siento que tengo que administrar, no sólo la imposición pública, sino toda mi vida para no volverme loco, porque más allá de que yo muestre una condición de cordura, todo esto es una situación de quiebre que la tengo que pasar y sobre lo que tengo que elaborar un montón de cosas. Mientras lo voy elaborando, tengo que salir a trabajar y seguir mi vida.
-En alguna entrevista comentó que apenas se enteró que era el nieto de Estela y de Hortensia empezó a hacer terapia.
-Empecé antes en realidad, cuando supe que era adoptado, no mucho antes. Ya venía como preparándome. Nunca había hecho terapia y me vi en esa situación de decir bueno qué hago. Y la verdad es que me sirve. El cable a tierra real es lo que yo hago, seguir haciendo música es lo que a mí me hace bien. También aferrarme a los afectos y tratar de vivir esta vida que me tocó de la mejor manera posible. Mucho se ha sufrido para que esto suceda, por eso el objetivo es vivir bien.
-¿Cómo evalúa a la generación de los 70 y cómo evalúa la suya?
-Cuando evaluó mi generación, digo que fui joven en los 90 y que fue una época particular. Una generación que es casi contraria a la de los setentas. Ser joven en los 90 es toda una definición. Una generación apolítica, casi sin compromisos y a veces desapasionada en algunos temas en los que hubiera sido bueno ser apasionado; tal vez no tanto como lo fue la de los 70, porque la generación de los 70 tuvo un alto nivel de sufrimiento, de conflictos y de entrega. Es muy difícil opinar sin equivocarse y sobre todo cuando esa opinión es pública. Sin duda fue una generación que marcó algo en la Argentina con sus aciertos y terribles errores, pero siento que ahora hay una conciencia social que está volviendo.
-¿Y se sentía un bicho raro en los 90?
-Yo en los noventas no tenía aún un compromiso con estas causas. Sí tenía una mirada más social de la vida, pero fue el acercamiento a las cuestiones artísticas y ese ejercicio de la sensibilidad el que después se relaciona con un pensamiento y no con otro. Pero yo en los 90 era un ejemplar apolítico.
-¿Y en qué momento se da el quiebre?
-Cuando empecé con mi labor artística, ahí empezaron a cambiar muchas cosas. Me cambia la mirada y después en el conservatorio con las materias pedagógicas y sociales empecé a tener conciencia de otra realidad, ahí arranca un pensamiento más cercano al que tengo hoy, a tener una mirada política.
-¿Su entorno de amigos es más de Olavarría donde vive, o también tiene que ver con otros entornos?
-No, mi entorno amiguero es de todos lados. Yo le decía a mi mujer cuando nos conocimos “nunca vas a terminar de conocer a todos mis amigos” y fue de verdad (risas) soy muy amplio en eso y tengo amigos en muchos lugares.

Ignacio Montoya Carlotto septeto
-¿Cuáles son de ahora en más sus proyectos?
-La cosa va rápido evidentemente, pero no me desagrada. Los proyectos son los mismos que tenía con algunas cosas que se han sumado, naturalmente. Tampoco hay que perderse con esa velocidad, ni en la exposición. Entendí con esto que me pasó lo fácil que resulta, o que puede resultar, irse a los pastos, derrapar y hacer cualquier cosa, porque toda esta situación de exposición te puede llevar a hacer cosas que no están buenas. Ahora entiendo por qué a algunos que les llega de golpe la notoriedad lo arruinan, ahora entiendo que es fácil perderse porque hay cosas a mano, inclusive en el sentido sano. Por ejemplo, con algo tan sencillo como opinar de algo que no sabés. Estoy tratando de manejar esa velocidad de la mejor manera, con respecto a lo público y sobre todo en este mes complejo. También tratando de entender siempre quién soy yo y que eso que soy, a veces, no comprende las expectativas de los demás. Capaz tienen otra expectativa y hay que entender que son las expectativas de ellos y no son las mías.
-En este contexto de este mes pero también de este año donde los argentinos vamos a estar decidiendo cosas…
-Sí
-¿Le da cierta preocupación el devenir político o está tranquilo en ese sentido?
-Volviendo a eso de los 90, me parece que se ha convertido todo en una discusión política, se discute en todos los terrenos. Y creo que tanta participación juvenil en todos los espacios, desde los más de derecha hasta los más de izquierda, no puede ser nunca mala. Entonces creo que la decisión que tomemos los argentinos va ser con más participación y convicción política, que no será simplemente votar sólo una cara como ha pasado no hace tanto. Por eso me parece que el panorama que nos queda, sea cual sea la decisión que tomemos, va a ser de fortalecimiento de una democracia que es recontra joven y a la cual le tenemos que aportar desde todos los espacios. Realmente creo que va a ser positivo. Ya el hecho de tener otra elección, luego de un mandato concluido, me parece un salto enorme. No hace mucho tuvimos cinco presidentes en una semana, entonces concretar un mandato y darle la oportunidad a otro, me parece bárbaro. También es cierto que hay cuestiones logradas por este gobierno que se van a tener que mantener, que ya son parte. Eso me parece.
-¿Dice que hay cosas en las que ya no se retrocede?
-Sí eso creo, y eso espero. Es una mezcla de fe con esperanza. Creo que somos un país que tiene que estar alerta pero que hay cosas en las que hemos aprendido. Pienso que la participación de jóvenes en política y en temas sociales es un hecho que se ha dado en estos últimos diez años, quince, que no estaba cuando nosotros éramos jóvenes y me parece que eso es un acto superador para la Argentina como país.
-¿Y en lo personal, cómo visualiza este año?
-Este año vamos a estar grabando el material del septeto en un disco que ya estaba programado desde el año pasado. Hay unos cuantos conciertos y algunos viajes. Es un año con mucha actividad que yo agradezco, es muy lindo, es lo que venía haciendo y lo que quisiera hacer siempre. Estoy verdaderamente contento porque es un año con mucha expectativa. Y a seguir afianzando los lazos personales, los nuevos y los que había. A aportar, también, este grano de arena en lo que me toca, para ver cómo hacer de este país algo un poquitito mejor de cuando yo llegué.

Estela de Carlotto en el Festival por el Día de la Memoria en el municipio de Morón
-¿Y qué dice su abuela Estela de Carlotto, lo acompaña?
-Ella está muy contenta. Viene y me acompaña siempre que puede. Se interesa mucho y ha entendido esto que soy, lo que vengo siendo y lo que quiero ser, mucho antes que todos. Lo ha entendido muy rápidamente. Está contenta con eso y yo no puedo menos que agradecerle más todavía.
Ignacio y Estela conmemoraron en Morón el 24 de marzo

Ignacio Montoya Carlotto en la conferencia de prensa previa al recital por el Día de la Memoria
En las vísperas del 24 de marzo, Morón conmemora desde hace 15 años el aniversario del golpe cívico militar con el desarrollo de actividades culturales y deportivas a gran escala. Esta vez, Ignacio Montoya Carlotto acompañó la jornada con su música, en el escenario en el que luego tocó León Gieco con Agarrate Catalina. El entorno fue la actual Casa de la Memoria y la Vida, situada en el predio donde funcionó el Centro Clandestino de Detención conocido como Mansión Seré o Atila y que fue recuperado como espacio para la memoria en 2000, constituyéndose en el primero con esa impronta a escala nacional. Así Ignacio y Estela compartieron su primera conmemoración de un 24 de marzo, juntos, abrazados en un escenario frente a miles de espectadores que fueron testigos de un hecho de trascendencia histórica. “Es el primer acto de este tipo que vamos a estar juntos, la
verdad es que está buenísimo y es una gran emoción. Ayer pensaba que una de las últimas veces que toqué en el acto de Olavarría había una pantalla gigante en el escenario y estaban las imágenes de Estela y de las Abuelas, tengo esa foto y ahora tengo a la Abuela enfrente mientras toco, así que es una gran alegría. Yo voy a estar haciendo el acto en Olavarría, que es donde siento que me necesitan. Allí estaré con esta idea de federalizar un poco la causa, porque no todo está en Buenos Aires. Y como decía recién la Abuela, estoy pensando en esto como un hecho alegre que conmemora una cosa triste, pero que hoy tiene que ser alegre”, expresó Ignacio Montoya Carlotto a la prensa, minutos antes de subir al escenario con su música y festejar, luego, con su Abuela Estela, el reencuentro.