Ago 31, 2016 | inicio
A trece años de la anulación de las leyes de impunidad, el sábado pasado se realizó en el sitio de Memoria ESMA -como cada último sábado del mes- “La Visita de las Cinco”. Se trata de un recorrido guiado por lo que fue el Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada, sitio de exterminio, tortura y encierro clandestino por donde pasaron unos 5.000 detenidos-desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. “Mediante estas visitas buscamos hacer cómodo lo incómodo, pero también incómodo lo cómodo, sacudirnos un poco, porque aquí se cometió un crimen contra la humanidad”, dijo Alejandra Naftal, sobreviviente y museóloga encargada del proyecto.
El encuentro contó con la presencia de Graciela Lois, integrante de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por razones políticas, quien en su presentación recordó cómo en 1998 lograron, junto a Laura Bonaparte, frenar mediante un amparo judicial el proyecto de demolición de la ESMA, impulsado por el entonces presidente Carlos Menem, con la idea de crear un espacio verde. Lois ubicó el comienzo de su lucha en noviembre de 1976, fecha en la que fue secuestrado y desaparecido su marido, Ricardo Lois. “Nunca jamás se nos cruzó por la cabeza a ninguno de nosotros la sed de venganza, sino todo lo contrario, la sed de justicia. Eso fue lo que le dimos a aquellos que nos hicieron desaparecer y no lo lamentamos, pero también queremos, a propósito de lo de Etchecolatz (la concesión del beneficio de prisión domiciliaria), que purguen sus condenas en la cárcel, porque al menos ellos tuvieron justicia, abogados que los defendieron y jueces que los juzgaron, nosotros no tuvimos ni siquiera eso.”

Frente al actual panorama político donde funcionarios cuestionan o subestiman las cifras de los desaparecidos, donde el mismo presidente Mauricio Macri utiliza términos como “guerra sucia” para referirse a la última dictadura cívico-militar -como sucedió durante una entrevista que brindó al sitio estadounidense BuzzFeed el pasado 10 de agosto-, y en donde parte de la justicia está revisando las condenas de algunos genocidas que solicitan prisiones domiciliarias, Graciela Lois hace hincapié en la necesidad de reforzar la lucha y en reagruparse como organismos de derechos humanos, para continuar defendiendo lo conseguido y para seguir peleando por lo que falta.
“Cierto es que esta vez la política de Estado tal vez no sea la deseada, pero estamos acostumbrados también a eso, nosotros no nos hicimos en la lucha con el viento a favor, nos hicimos precisamente con el viento en contra, construimos la historia, construimos la memoria y construimos derechos humanos. Entonces lo que tenemos que hacer es volver a retomar ese trabajo, tuvimos épocas de crecimiento muy grande, como lo fueron estos años pasados y tenemos que aprovechar ese crecimiento para instalarnos mejor, los gobiernos seguirán pasando pero los obstáculos nos sirven para seguir adelante”, sentenció Lois.
La puesta museográfica fue inaugurada el 19 de mayo de 2015 por decreto de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sus contenidos e instalación fueron el resultado de encuentros con diversos actores convocados por la Secretaría de Derechos Humanos de Nación y el Directorio del Espacio para la Memoria. Su base son los testimonios de las víctimas y los documentos históricos de la CONADEP, junto con la documentación desclasificada por las agencias del Estado para los juicios de la ESMA. Las Fuerzas Armadas nunca suministraron información sobre qué sucedió con cada uno de los detenidos-desaparecidos.
“¿Qué queremos ver? Que nos guíe ese pregunta. ¿Qué vamos a ver? ¿La nada? Porque acá no se presentaba la nada, acá había desaparición, sustracción. Quizás la pregunta que atraviesa todos los sitios de la memoria sea ¿cómo representamos lo irrepresentable?”, invitó a reflexionar el filósofo Darío Sztajnszrajber antes de comenzar el recorrido y agregó: “¿Tiene que ser entretenida una visita a la ESMA, tiene que ser pedagógica? ¿Cómo conciliar esos dos extremos? Porque la memoria no es lo mismo que la historia, en la memoria se juegan otras cosas, porque la memoria no tiene que ver con lo que pasó, la memoria tiene que ver con el presente”.

También estuvo presente el periodista Luis Bruchstein, hijo de Laura Bonaparte, que recordó cómo su madre, a diferencia de algunos, tuvo claro desde un principio la importancia de la lucha por la identidad y la memoria como garantes de justicia. Bruchstein, Sztajnszrajber y Lois recorrieron acompañados por unas cien personas las llamadas “estaciones” que se despliegan por los tres pisos del ex centro clandestino de exterminio, pasando así por el sótano, los altillos, “capucha y capuchita”, el Pañol y el Salón Dorado. “Caminar por los caminos de “capucha” es, para mí, volver a preguntarme sobre el mal. En el sentido de que el mal se nos presenta como algo claro, o que parece tener claridad. Parecería que todos tenemos la claridad necesaria para diferenciar el bien del mal y sin embargo se mezclan tanto muchas veces”, compartió Sztajnszrajber con los presentes hacia el final de recorrido.
Paredes que hablan
Cada estación tiene un título principal junto a un pequeño fragmento de texto que sintetiza lo más significativo de cada lugar, pequeños tramos de testimonios en primera persona de sobrevivientes que estremecen, junto con documentación y reproducciones de objetos de detenidos-desaparecidos. En una de las placas vidriadas de Capucha se lee: “La capucha se me hacía insoportable, tanto es así que un miércoles de traslado pido a gritos que se me traslade: ¡A mí!… ¡A mí, 571! La capucha había logrado su objetivo: ya no era Lisandro Raúl Cubas, era un número.”
Debido a que el edificio es prueba judicial, la intervención museográfica realizada fue mínima, tanto es así que mientras uno camina se puede observar como la humedad carcomió sus paredes y pisos, evidenciando así dos capas de pintura, una rosada y otra amarilla. “El edificio fue hablando a través de los años”, dice la guía y cuenta que en 1979 producto de las denuncias contra la dictadura militar, una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos llegó al país con el fin de intervenir la ESMA. Frente esto, los militares pintaron el edificio e hicieron anular una escalera y un ascensor, ambos llevaban al sótano, lugar donde se efectuaban las torturas. El ascensor se presentaba con frecuencia en los testimonios de varios sobrevivientes, que lo escuchaban funcionar estando detenidos. Cuarenta años después, aquellas paredes que intentaron cubrir las marcas de la existencia del elevador, denuncian a gritos aquella intervención, un color más oscuro –producto de la utilización de un revoque diferente, supone la guía- dibuja un gran cuadrado sobre la pared, detallando claramente la fallida operación.
“Hay un después de la dictadura, porque la dictadura terminó. Lo que no hay es un después de la ESMA, porque sigue presente, porque nos sigue constituyendo en lo que somos. La ESMA sigue abierta, porque habla de nuestro presente”, opinó Sztajnszrajber.
Actualización 31/08/2016
Jul 19, 2016 | inicio
Adrián Furman mira una foto que ocupa toda la pantalla de su celular: es un retrato de su hermano Fabián, con moño y sonrisa, en la fiesta de casamiento, una de las últimas fotos que tiene de él. “Yo ahora tengo 48 y él acá tenía 30. A veces trato de imaginármelo, él ahora tendría 52 años. Para mí ésta es la imagen de él, no cambia. Quedó congelado en el tiempo”, dice sin despegar la mirada del teléfono. Los dos trabajaban en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Fabián atendía a familiares de fallecidos en el cuarto piso en la parte de adelante. Adrián liquidaba sueldos y jornales en la oficina de personal del segundo piso, en lo que era el fondo del edificio.
Sonríe Adrián al recordar el tipo de humor que le divertía a su hermano: “Tenía un humor muy ácido, muy negro. Él trabajaba en Sepelios y eso era muy chocante. Pero él y su compañero Norberto lo tomaban con mucho humor y entre ellos jodían, hacían bromas, se reían bastante de esa situación. Vos lo veías y era una persona seria pero tenía un humor muy bueno”. Del Departamento de Sepelios no sobrevivió nadie. De Servicio Social tampoco. “Del tercer piso para arriba no quedó nadie. Éramos un grupo de amigos. Cada tanto nos encontrábamos fuera de AMIA. Y, de repente, gran parte de mi vida la arrancaron, la cortaron”, relata Adrián.
9:53
El 18 de julio de 1994 comenzó como un día completamente normal para la familia Furman. La tarde anterior habían visto la final del mundial de fútbol de Estados Unidos. “Fabián había venido a casa, no sé si a ver el partido o pasó un ratito, se me borra de la cabeza”, rememora Adrián. Lo más probable era que hubiese pasado a buscar el taxi que trabajaba en sociedad con su padre, Jacobo “Yaco” Furman (quien también había sido empleado en la mutual judía hasta 1992). Los lunes solían ser los francos de Fabián pero aquel lunes fue a trabajar y, como todas las mañanas antes de ir a AMIA, el hijo mayor pasó por la casa de sus padres a dejar el auto para que Yaco lo manejara durante el día. “Mi mamá siempre se levantaba y lo saludaba cuando le daba la llave a mi papá por la ventana. Ese día se quedó en la cama. Y hasta el día de hoy se recrimina porque ese día no se levantó y no lo saludó”, cuenta Adrián, quien entraba a trabajar a las ocho, llegaba, acomodaba sus cosas y subía a ver a su hermano y a Norberto.
“Tipo nueve de la mañana habré subido, estuve con ellos, tomamos un café y a las nueve y cuarto bajé a seguir trabajando. Media hora después fue la explosión”, relata Adrián y recuerda que al principio pensaron que había explotado uno de los equipos de aire acondicionado centrales que estaban siendo instalados. “Fue un momento de oscuridad que explotó todo; se llenó todo de humo y de un olor a amoníaco que no te dejaba respirar; se cayeron vigas; se cayó todo el techo, escombro, vidrios. Lo primero que atiné a hacer fue tirarme abajo del escritorio”, cuenta.
Cuando el humo se disipó y la luz empezaba a volver, el intendente del edificio, una persona que había estado en el Ejército en Israel, los fue guiando para salir del lugar. En el patio del segundo piso había un puente que comunicaba a otro edificio de AMIA sobre la calle Uriburu. Cruzaron ese puente y salieron a los techos vecinos. “Recién cuando nos paramos en el techo de un edificio y miramos para la calle Pasteur nos dimos cuenta de lo que había pasado. Estaba todo destruido. Parecían escenas de la guerra en países de Europa. Parecía la Segunda Guerra Mundial. La mitad del edificio de la AMIA no estaba más. Y ahí me di cuenta de que mi hermano estaba en un lugar que ya no existía”, evoca Adrián y afirma que, a partir de ese momento, su vivencia pasó a un segundo lugar y la única preocupación era encontrar a su hermano. Dice que para él “fue una eternidad” pero no pasaron más de 20 minutos desde el momento de la explosión hasta que pudieron salir a la calle Uriburu a través de un hueco en la pared que habían hecho los bomberos: “Ya era todo un caos. Gente por todos lados, policías, bomberos, gente que pasaba y que venía a ayudar pero nadie sabía qué hacer”.

“Fue un momento de oscuridad que explotó todo; se llenó todo de humo y de un olor a amoníaco que no te dejaba respirar; se cayeron vigas; se cayó todo el techo, escombro, vidrios. Lo primero que atiné a hacer fue tirarme abajo del escritorio”, cuenta.
Su tío tenía un negocio a una cuadra de la mutual que sirvió de punto de encuentro para la familia Furman. Allá fue Adrián con la esperanza de reencontrarse con su hermano. Sus padres, que habían escuchado la noticia por la radio, no tardaron en llegar. “Lo principal era buscar a Fabián, no había otra cosa que buscarlo. Algunos decían que lo habían visto salir. Cuando escuchamos que estaba en el Hospital de Clínicas fui corriendo a ver qué pasaba. Iba, venía. Iba, venía. En un momento habían vallado la zona y no me dejaban volver a entrar y entre todos pedíamos por favor que me dejen pasar. A las tres horas volví a entrar al edificio por donde había salido. Ahí tuve una perspectiva un poco mejor de lo que había pasado pero igual era inentendible. La mitad del edificio estaba y había un hueco y la otra mitad no estaba más. Y ahí pensaba primero en mi hermano, y en amigos, conocidos, compañeros, quién estaba, quién pudo salir, quién no pudo salir”, recuerda Adrián en voz baja, con una tranquilidad que contrasta con su relato.
Mientras hubo sol, Adrián y su padre iban de un lado a otro. Su madre se quedó todo el día en el negocio de los tíos. A las seis o siete de la tarde, cuando la noche empezaba a asomar, se hizo fuerte la idea de “Ya no hay nada que hacer acá”. Pero Adrián, que había perdido el miedo a la oscuridad, no quería irse: “Lo que me acuerdo es que me subieron a una ambulancia, me dieron un calmante y ahí es cuando bajé un poco los niveles, me subieron a un taxi y me llevaron a casa”. Allá lo estaba esperando Cynthia, con quien luego se casó y tuvo dos hijos pero en ese momento era su novia desde hacía menos de cuatro meses: “Muchas en su lugar se hubieran escapado. Fue un momento muy difícil, bancarse a una persona que recién conocía, con todo el drama que se venía…”.
Después, la incertidumbre. Durante los siguientes siete días Adrián no salió de su casa: “Esperábamos noticias. Iban mi papá o mis tíos a averiguar. Pero cada día que pasaba o cada hora que pasaba, la esperanza era cada vez menor. El domingo a la noche, ya madrugada del lunes, nos avisaron que encontraron el cuerpo. Estaba junto a Norberto, su compañero. Los encontraron a los dos juntos”. A casi una semana del ataque, Fabián Furman fue uno de los últimos en ser hallados. Los encargados de reconocer el cuerpo en la morgue fueron los tíos: “Según lo que contaron, la cara de él era de tranquilidad; no era una cara de susto ni nada. No sé si me lo dijeron para que me sienta mejor o no. Siempre traté de imaginarme cómo habrá sido ese momento para él. Fue uno de mis pensamientos durante muchos años: ¿qué habrá sentido?”, dice Adrián mientras lucha contra su propia mirada, para no perderse.
A partir de ese día, el mundo de Adrián se vino abajo. “Nada tenía sentido en ese momento”, cuenta. Su experiencia como sobreviviente, además, quedó inmediatamente en un segundo plano: “Lo que me había pasado a mí ni me importaba. Nunca asumí mi rol de sobreviviente. Recién ahora estoy pensando: ‘Yo fui sobreviviente de la AMIA. Salí de ahí caminando, por ahí con algunos cortes en la mano, pero salí caminando’. Y mi pregunta es siempre: ‘¿Por qué yo salí y él no salió?’ Mi relación con Dios a partir de ese momento fue más que nada de cuestionamientos y preguntas. Ni creo ni no creo. Me quedé en el medio”, reflexiona Adrián, veintidos años después.
Memoria y Justicia
Graciela prende una vela todos los 12 de noviembre, en el aniversario del nacimiento de su hijo mayor que no llegó a cumplir 31 años. Adrián, que en ese momento tenía 26, siente que es ilógico cada año que pasa después de sus propios 30. Pero la fecha familiar para recordar a Fabián es el 18 de julio. “Es el día en que todo se vincula a él –explica Adrián–. Terminan los actos, voy a la casa de mis viejos, estamos un rato juntos, tomamos unos mates. Igual él está presente todos los días. Desde el año 94 no hay día de mi vida en que deje de pensar en lo que pasó y en él”.
Al principio, Adrián se negaba a participar en actos y agrupaciones. Y sólo hablaba del tema cuando le preguntaban. Pero jamás contaba por iniciativa propia que era un sobreviviente ni que su hermano había fallecido en la AMIA. “Tardé mucho en aceptar lo que había pasado. Me lo callaba, me lo guardaba. Empecé y dejé terapia varias veces, para satisfacer la insistencia de los demás. Lo único que sentí que un poco me cambió y me ayudó a salir fue cuando me contactaron con el Hospital Ameghino de Salud Mental. Estuve yendo un año ahí. De a poco fui largando los problemas. Pero todavía siento la carga. Me tuve que acostumbrar a vivir con esto, lo voy a llevar toda la vida”, este proceso que relata Adrián coincide con su decisión de entrar a la Asociación 18J, familiares, sobrevivientes y amigos de las víctimas donde ya participaban sus padres y cuya idea es la lucha, buscar la verdad y la justicia.
En la intimidad de la casa, el padre asumió el rol de contención. “Él se comió toda esa angustia para poder apoyar a mi mamá que fue a la vista la que más sufrió. Trataba de contenerla, de apoyarla, de estar bien para ayudarla a ella. Creo que en la soledad ahí le salía toda la angustia pero nunca iba a demostrar ante los demás que estaba muy mal”, observa Adrián.

Adrián muestra la foto de su hermano: «Para mí ésta es la imagen de él, no cambia. Quedó congelado en el tiempo”.
Su mamá, en cambio, tuvo la necesidad de contar, de participar y de estar en todo lo que podía. Incluso se juntó con otros familiares y formaron parte de la querella. “Tenía que estar todo el tiempo mostrando que estaba ahí, buscando la justicia, la verdad, que nunca se olvide. Necesitó canalizar de esa manera su angustia”, analiza Adrián. También recuerda que cada tanto su madre tenía caídas anímicas en las que dormía todo el día y resultaba muy angustiante para la familia, hasta que entendieron que había que esperar a que pasen esos momentos, y a que recargara energías para seguir. Graciela nunca dudó de que el camino era hablar, verbalizar. “Ella fue de la idea de contar a todos. Cuando Ariel, mi otro hermano, tuvo a mi sobrina, la primera nieta, mi mamá la cuidaba y siempre le fue contando desde chiquita lo que había pasado, y por ahí mi cuñada no quería que le cuente pero ella le contaba”, resume Adrián, cuyos dos hijos también saben todo lo que pasó. Ayer, por primera vez, lo acompañaron ambos al acto convocado por la Asociación 18J en Plaza de Mayo. “El mayor hace tiempo que me acompaña. El más chiquito es la primera vez. Hasta ahora no había caído en vacaciones y yo prefería que vaya a la escuela y que lo escuchen ahí. Pero este año me pidió venir”, cuenta Adrián con una sonrisa.
Después del atentado, Adrián volvió a trabajar a la AMIA: “En ningún momento pensé en no volver”. Estuvo en el edificio de Ayacucho hasta el año 1996, cuando se empezó a hablar de la reconstrucción de Pasteur 633. “Dije: ‘Yo a Pasteur no vuelvo’. Renuncié y ahí empezó toda una cadena de trabajos que fue siempre cambiante, ninguno me gustaba, deambulaba de un lado para otro”, recuerda. Recién pudo volver a entrar al edificio en 2004, cuando lo invitaron a un desayuno por el décimo aniversario: “Cada paso que daba ahí adentro era terrible, cada espacio físico, cada lugar donde yo pasaba. Me imaginaba qué era antes ese lugar, qué había, qué no había. Después tampoco volví a entrar por mucho tiempo. Al principio ni siquiera podía pasar por la cuadra. Toda la zona me moviliza”, confiesa Adrián.
“Lamentablemente hace 22 años que pasó y estamos igual que el primer día o peor. Porque todas las pistas que podrían haber encontrado ya no están más, no existen, las perdieron, las borraron o las escondieron. Yo pienso que nunca se va a saber lo que pasó. No hay voluntad y no hay nadie que diga: ‘Bueno, vamos a investigar bien, caiga quien caiga’. Por eso cada vez soy más negativo”, confiesa Adrián Furman. Cree que todo sigue por la memoria porque la justicia, insiste, no sabe si va llegar: “Si no fuera por nosotros o por otras agrupaciones, cada año se iría diluyendo hasta que llegue un punto en que se olvide. Tengo que tomar la posta de mis viejos y tratar de que esto nunca se olvide, no sé si voy a poder, ellos no sé dónde la sacan pero tienen muchísima fuerza y hacen muchísimo más que cualquier otro. Espero poder seguir adelante como hacen ellos”, desea en voz alta. “Para mí, lo importante, es que la memoria de mi hermano quede siempre presente”, subraya.
“Él es mi hermano mayor y yo el chiquito”
Algunas fotos. Un reloj. La campera negra que usó ese lunes y que después formó parte de una muestra itinerante. Una birome. La billetera. Y el VHS del casamiento, al que Adrián aún no se atreve a darle play porque “todos los amigos de la AMIA están en el video”. Eso es todo lo que conservan de Fabián Furman, el resto de la ropa se regaló. “A veces me desespero porque quiero acordarme de la voz de él, cómo era la voz de él y se me borra”, se apena Adrián y se apura en asegurar que tiene el mejor recuerdo de su hermano. “Para mí, era el mejor. Ahora tengo 48, entrando en la vejez, pero él sigue siendo mi hermano mayor y yo el chiquito”.
¿Cómo era Fabián?
Para mí él era un ejemplo, era una excelente persona, bueno, muy trabajador, siempre estaba cuando lo necesitabas. Yo lo tenía muy arriba. Nunca se lo dije. Era mi hermano mayor y muchas cosas de las que él hacía me servían como ejemplo o como motivación. Terminaba de trabajar en la AMIA siete u ocho horas y agarraba el taxi de mi papá y seguía trabajando hasta las ocho o nueve de la noche. Pensaba en progresar, en salir adelante. Teníamos amigos en común, la gente del trabajo, y no te digo todos los fines de semana pero fin de semana por medio salíamos todos juntos a alguna casa o cumpleaños. Además de mi hermano también era un gran amigo. Es como que de repente te arrancan todo lo que tenés.
¿Qué le gustaba hacer cuando no trabajaba?
Le gustaba recibir gente en su casa, era anfitrión, hacía asados, le gustaba mucho cocinar. Ya cocinaba cuando vivía en la casa de mis viejos y después cuando se mudó era el cocinero de la casa. En ese momento él pensaba mucho en progresar y en trabajar, pensando que, en un futuro, no les falte nada. Trabajaba hasta quince horas por día. Y los fines de semana también, porque por ahí hacía los turnos en Sepelios.
Fabián se había casado en 1992. “Eran muy felices ellos. Estaban muy bien. Se los veía como una pareja muy fuerte. Habían comprado una casa que la hicieron a pulmón los dos, la reformaron. Me acuerdo siempre de esa casa, porque era como el símbolo de él. Me acuerdo un momento en que todos trabajamos ahí, los amigos de AMIA venían a ayudar a pintar, a picar paredes, a ayudar a levantarla. Y después de eso yo no pude volver nunca más. Mi cuñada vivió un tiempo ahí pero después se mudó”.
A Adrián no le gusta el mes de julio, dice que quiere que pase rápido. Sin embargo, habla lento, pausado, recuerda con tranquilidad, como reviviendo cada minuto, cada detalle. Tal vez prefiera el recuerdo tácito, aunque confiesa que cada vez habla más y disfruta de las sorpresas de la memoria. A pesar de su escepticismo con respecto a la justicia, hay algo del orden de la esperanza que sigue en pie. Y es que, si uno mira detenidamente, en el fondo de sus ojos transparentes está también latiendo Fabián. Y Norberto. Y Claudio. Y Agustín. Y Paola. Y el mozo de la esquina. Y cada una de las 85 historias que necesitan no sólo de esa mitad de la AMIA que sobrevivió a la explosión sino también de cada uno de nosotros para no ser olvidadas.
Actualizada 19/07/2016
Jul 19, 2016 | inicio
Como cada 18 de julio, a las 9:53 comenzó el acto en conmemoración por los 22 años del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) organizado por Memoria Activa, una de las agrupaciones que nuclea a familiares y amigos de las 85 víctimas del atentado. En simultáneo, la dirigencia de la colectividad judeo-argentina realizó el tradicional acto en Pasteur 633 donde el 18 de julio de 1994 explotó la bomba que destruyó el edificio de la mutual. De ésta última ceremonia participó brevemente el presidente Mauricio Macri.
Diana Malamud es integrante de Memoria Activa. Según ella, esta fecha siempre es difícil: “Uno piensa que cada año va a ser menos duro, pero la realidad es que los años pasan y uno vuelve a revivir aquel día”. Malamud perdió a Andrés, su esposo, en el atentado.

Como cada 18 de julio, a las 9:53 comenzó el acto en conmemoración por los 22 años del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina.
El acto en Plaza Lavalle comenzó con la lectura de los nombres de los muertos, acompañados por el grito de “¡Presente!” de los asistentes. Los participantes, además, aprovecharon para repudiar la reciente presencia de neo nazis en la Casa Rosada, en un encuentro de juventudes política organizado por el actual gobierno.
El sonido del shofar, instrumento ritual utilizado en festividades judías como forma simbólica de convocar al pueblo, antecedió a los oradores. El primero fue Gerardo Mazur, miembro de Memoria Activa, quien inició su discurso exclamando “22 años, ¿es necesario decir algo más?”. Le siguieron Taty Almeida de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora; el escritor y periodista Mempo Giardinelli; el humorista Roberto Moldavsky y Rodrigo Borda, abogado de Memoria Activa y del CELS. Todos denuncian la complicidad y el encubrimiento de la dirigencia de AMIA y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
Mientras que en Pasteur 633, en el acto “oficial” le rendían tributo a la memoria y la labor de Alberto Nisman, ex fiscal de la causa, Malamud señaló que reiteradas veces denunciaron su incompetencia y que pidieron su remoción. Ahora la Unidad Fiscal AMIA se encuentra a cargo de Sabrina Namer, Roberto Salum y Leonardo Filippini. “Lo que ellos plantean es que había muchísima documentación sin clasificar, sin digitalizar, toda mezclada. Realmente la fiscalía era un caos”, cuenta Malamud y agrega: “Es más, nos enteramos de cosas que te dejan con la piel de gallina. Nosotros durante muchos años reclamamos que se hiciera un banco de datos genéticos porque hay restos humanos que no han podido ser chequeados con muestras de ADN y Nisman siempre nos decía que eso era muy difícil para los familiares. Y nos venimos a enterar 22 años después que de los muertos se había extraído ADN”.

“Uno piensa que cada año va a ser menos duro, pero la realidad es que los años pasan y uno vuelve a revivir aquel día”, dice Diana Malamud (FOTO).
Acerca de la presencia Macri en el acto central, Horacio Verbitsky, periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) recordó que el primer mandatario fue denunciado por otorgarle un cargo público a Jorge el Fino Palacios (imputado en la causa por encubrimiento) y que también fue sobreseído de la causa de escuchas ilegales. “De parte de él (Macri) es obviamente una cuestión de oportunismo, y además eso tiene que ver con el poco interés que la dirigencia de la AMIA y la DAIA tienen en el esclarecimiento del atentado. Ellos no representan a las víctimas, ellos son los titulares de los derechos del edificio, por lo cual han cobrado indemnización. Y bueno, si el problema es el edificio, ¿por qué les va a molestar que esté Macri presente si el Estado les ha pagado la indemnización?”
En su discurso, Mempo Giardinelli afirmó: “Desde hace 22 años, el Estado argentino es incapaz de esclarecer, juzgar y condenar a los culpables”. Asimismo, criticó al gobierno actual por recibir militantes neo-nazis en Casa Rosada y condenó a Claudio Avruj, Secretario de Derechos Humanos, por no haber repudiado el hecho.
Respecto a la entrevista que brindó a La Nación Antonio Jaime Stiuso, Verbitsky afirmó que el ex director de operaciones de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) tenía un acuerdo con la inteligencia estadounidense e israelí para culpar a Irán y desviar la investigación de la pista siria. “Sabemos perfectamente, por el juicio de encubrimiento, todo lo que se hizo para no investigar la participación de Siria en el atentado, porque esto al presidente Menem lo involucraba personalmente, a él y a sus relaciones familiares. Al gobierno de Israel le interesaba porque en ese momento estaban embarcados en una negociación de acercamiento con Siria y no querían perturbar eso con una denuncia de ese tenor. Y Estados Unidos porque geopolíticamente ellos habían elegido el señalamiento contra Irán como eje de su política de Medio Oriente”, denunció el titular del CELS.

Taty Almeida de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
En agosto se cumplirá un año del inicio del juicio por encubrimiento en el que están imputados el ex presidente Carlos Menem; el ex juez federal Juan José Galeano; Hugo Anzorreguy, ex secretario de la SIDE; Jorge el Fino Palacios, ex comisario de la Policía Federal y ex jefe de la Policía Metropolitana, y el ex presidente de la DAIA, Rubén Beraja, entre otros. “Es un juicio duro”, dijo Malamud. “Es sorprendente escuchar todos los testigos que desfilan: Nadie recuerda nada, sufren todos de amnesia, es como increíble. De todos modos, lo que queda claro son todas las irregularidades que se cometieron y eso sale a la luz. Es lo que ya sabíamos Imagino que va a haber condena firme contra todos ellos”.
Además de Memoria Activa, existen otras agrupaciones que nuclean a familiares y amigos de las víctimas del atentado a la AMIA. Por un lado se encuentra 18J, que realizó un acto en Plaza de Mayo al mediodía y, por el otro, está la Agrupación por el Esclarecimiento de la Masacre Impune de la AMIA (APEMIA), que organizó una mesa debate en la Asociación de Abogados de Buenos Aires a las 18:30. Según Enrique Burbinski, integrante de Memoria Activa, esta división responde a las distintas formas de ver el mundo que tienen los integrantes de cada agrupación. “A los familiares los une el horror, la muerte de un ser querido. Tienen derecho a expresarse donde lo consideran adecuado. Los queremos, los respetamos y entendemos que en la vida también hay diferencias”, aseguró Burbinski, quien cerró el acto con la ya tradicional frase bíblica: “Justicia, justicia perseguirás”.

Actualizada 19/07/2016
Abr 12, 2016 | inicio
El 14 de noviembre de 2015 nueve alumnos de la escuela primaria Nº 78 Soldado José Honorio Ortega, de Río Gallegos, viajaron a las Islas Malvinas acompañados por su directora y dos docentes. “Es la primera vez, desde 1982, que una escuela pública viaja a Malvinas”, destacó Cecilia Flachsland, docente que trabaja en el programa “Educación y memoria” del Ministerio de Educación, quien también participó del viaje junto a un equipo de Canal Encuentro que quería documentar la experiencia.
José H. Ortega es el único santacruceño caído en la Guerra de Malvinas y desde 2007 la escuela que lleva su nombre desarrolla un proyecto enfocado en su vida, del cual los alumnos pueden participar de manera voluntaria. Ana Mancilla, directora de la institución, contó que el año pasado, a principios del ciclo lectivo, se comenzó a trabajar con los padres para organizar una visita a las islas. Uno de los objetivos del viaje era que los alumnos de quinto, sexto y séptimo de la escuela argentina pudieran interactuar con sus pares isleños. Mancilla recordó que “fuimos a hablar con la directora inglesa, pero ella no creyó conveniente que esto se hiciera por el posible rechazo de los padres que no quieren que sus hijos tengan amigos argentinos”. Aún así, los alumnos hablaron y jugaron al fútbol con niños kelpers en una cancha cercana a la casa donde se hospedaban.

“Es la primera vez, desde 1982, que una escuela pública viaja a Malvinas”, destacó Cecilia Flachsland, docente que trabaja en el programa “Educación y memoria” del Ministerio de Educación.
Sonia Cárcamo es la madre de José H. Ortega. Ella y su marido viven en Río Gallegos y participan en actos y actividades organizadas por la escuela que lleva el nombre de su hijo. “José estaba haciendo el servicio militar obligatorio en su regimiento. Se incorporó el 2 de febrero y yo lo vi el 18 de marzo, pero nunca me dijo que se iba a las Islas. Creo que él no sabía. Después llegó el 2 de abril, pero nunca imaginamos que él iba a ser de los primeros en pisar Malvinas. Nos enteramos que estaba allá por una carta que recibimos de él. Con mi marido nos quedamos sorprendidos porque existían reservistas que podrían haber llamado para combatir”, recordó Sonia.
José murió el 28 de mayo en la batalla de Darwin. Recién en 1992 su madre logró viajar a las islas junto a otros familiares de caídos. Respecto a ese día, Sonia recuerda: “Fue muy especial. En ese tiempo había un comentario de que no estaban todas las tumbas identificadas. Yo llegué a Darwin, busqué y no encontré la de mi hijo. Fue un poco chocante porque daba la impresión de que no estaban ahí”.
En 2012, Cárcamo acompañó a Cristina Fernández de Kirchner a Naciones Unidas para pedirle a Gran Bretaña que permita la identificación de las 123 tumbas del cementerio de Darwin que rezan: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. “Nosotros no queremos traer el cuerpo a Argentina. En las cartas, José decía que estaba fascinado con la isla. Está en el lugar que él quiere”, aseguró Sonia.

“Cuando fuimos al cementerio de Darwin llevamos la bandera de la escuela, una bandera argentina muy grande»
En su semana de estadía en Puerto Argentino, la capital de Malvinas, los chicos tuvieron a Fernando Alturria, presidente del Centro de Veteranos de Guerra y padrino del colegio, como guía en las excursiones. “Si bien hicimos un trabajo previo, para los alumnos fue un impacto muy grande. Una cosa es contar la historia y otra es vivirla. Vos ves las condiciones en las que estuvieron nuestros soldados y es un trago amargo. Hubo un cambio muy grande en los chicos después del viaje”, aseguró Mancilla.
Por su parte, Flachsland dijo que si bien las Malvinas son argentinas, es difícil no sentirse en otro país debido a que es necesario ingresar con pasaporte. “Eso muchas personas no lo aceptan porque les parece un gesto de sumisión”, remarcó. También relató que en el aeropuerto el único papel que te dan en español es uno que pide que, debido a la susceptibilidad generada por la guerra, no se exhiban banderas argentinas. “Cuando fuimos al cementerio de Darwin llevamos la bandera de la escuela, una bandera argentina muy grande y ahí vinieron unos vecinos a decirnos que los estábamos ofendiendo porque no se podía mostrar la bandera, pero fue un episodio acotado, la verdad es que no tuvimos problemas serios”, afirmó Flachsland.

Tanto ella como Mancilla coinciden en que uno de los lugares que les generó mayor conmoción fue el Museo de las Islas Malvinas. La docente aseguró que lo que más la afectó fue la proyección del documental británico 1982- In our own words (1982- En nuestras palabras) que narra la guerra desde el punto de vista de isleños que eran niños en el momento del conflicto bélico. Sobre esto, Flachsland opinó: “Esas cosas te obligan a pensar que hay otro punto de vista, no del Imperio Británico, sino de los pobladores de las islas y también son cosas que te obligan a afinar los argumentos. A mí, que trabajo explicando por qué las Malvinas son argentinas, me sirvió como ejercicio intelectual ver por qué ellos consideran que no lo son”.

“Si bien hicimos un trabajo previo, para los alumnos fue un impacto muy grande. Una cosa es contar la historia y otra es vivirla».
Actualización 12/04/2016
Feb 18, 2016 | inicio
El 23 de noviembre del 2015, la periodista Marcela Ojeda le preguntó a Mauricio Macri en una conferencia de prensa cuál era su posición frente a los juicios a los represores. “La Justicia tendrá plena independencia para seguir trabajando”, fue su respuesta. Esta afirmación anticipó la política de Derechos Humanos del actual gobierno: la Justicia, únicamente, estará presente. Las políticas de derechos humanos no se limitan únicamente al juicio y su sentencia ya que existe un contexto en el cual las víctimas, cuyos derechos fueron violados, deben ser acompañadas y respaldadas. Es ahí donde el Estado tiene un rol fundamental y un efecto reparador. El Estado, y no solamente el Poder Judicial deben estar presentes.
En la Argentina, hasta hace una década, el Estado no había asumido su rol en el acompañamiento y reparación de las víctimas. Sin embargo, al asumir el presidente Néstor Kirchner, el Estado Nacional modificó su rol: “Nosotros percibimos que el Estado tiene un efecto reparador en el plano simbólico. En ese sentido, las víctimas pueden descansar en que hay alguien que ha asumido la búsqueda y el compromiso de justicia”, afirma Julieta Calmels, ex directora del Centro Ulloa.
Sin embargo, al no participar el Estado con sus tres poderes, ese rol desaparece. En el libro Experiencias en Salud Mental y Derechos Humanos. Aportes desde la política pública, editado en noviembre de 2015 por el Centro Ulloa, se afirma: “(…) para salir de la escena del horror se requiere de tres movimientos. Por un lado, la interrupción de los hechos de violencia (materiales y simbólicos), y por otro, un movimiento del sujeto para pasar a otra escena. Pero también es necesario un movimiento de las instituciones del Estado. Si la violencia se interrumpe y el sujeto realiza un movimiento para posicionarse de modo diferente, pero las instituciones no asumen lo ocurrido como algo que también les concierne, el hecho queda meramente en la interioridad de cada persona y las posibilidades subjetivas de cada quien”. Es decir, para que la víctima pueda dar un salto cualitativo en relación a su trauma, hace falta un exterior que lo reconozca y que exista más allá del sujeto. Ese exterior es el Estado con sus tres poderes.

«Para que la víctima pueda dar un salto cualitativo en relación a su trauma, hace falta un exterior que lo reconozca y que exista más allá del sujeto».
“Sin su presencia, el sujeto no tiene, simbólicamente, dónde apoyar su vida para poder recomponer esa situación traumática. Los organismos en su momento cumplieron ese rol, pero es un rol distinto. Una cosa es el Estado con todo su andamiaje de recursos económicos, simbólicos, jurídicos e institucionales, y otra cosa son los organismos que forman parte de la sociedad civil, enfatiza Calmels. Actualmente, hay un corrimiento del Estado. Atrás de un despido, hay una política pública y una situación de desamparo para las víctimas”.
Corrimiento del Estado
En la Argentina, en los últimos años de democracia, la mayor parte del tiempo, la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia la llevaron adelante los organismos de Derechos Humanos en soledad. “Cualquier Estado debe escuchar a los destinatarios de una política pública para poder llevarla a cabo. Caso contrario, tiende a fracasar porque se pierde una parte nuclear de lo que es la política. Si no se escucha a las víctimas, cómo sabemos quiénes son los responsables”, sostiene Natalia Federman, ex directora Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Seguridad.
Durante estos dos meses, Macri aún no se juntó con los organismos de Derechos Humanos, en su lugar envió al jefe de Gabinete, Marcos Peña. “Haber mandado al Jefe de Gabinete para entrevistarse con los organismos es simbólico. Si uno compara a quiénes estaba atendiendo ese día – empresarios de AEA, entre ellos, Héctor Magnetto – ve la importancia que va a tener la política de Derechos Humanos. Eso es lo que preocupa”, afirma Federman. “Uno puede tener una agenda apretada, pero la decisión de delegar ese diálogo y ver con quiénes se juntaron muestra que no es una prioridad para la gestión”, agrega.

En la Argentina, en los últimos años de democracia, la mayor parte del tiempo, la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia la llevaron adelante los organismos de Derechos Humanos en soledad.
La Justicia, únicamente
“Vengo a pedir perdón en nombre del Estado Nacional por la vergüenza de haber callado durante tantos años tantas atrocidades”, afirmó Néstor Kirchner en el 2003. A partir de allí, el Estado argentino, a través de los tres poderes, asumió la responsabilidad en torno a la historia.
La política de Derechos Humanos en general, y la política de Memoria, Verdad y Justicia en particular, no se pueden desarrollar si no es a partir de los tres poderes en conjunto. Es así que las políticas impulsadas por el Poder Ejecutivo son importantes como políticas integrales. Por ejemplo, una de las tareas del Ejecutivo es ser querella en los juicios de lesa humanidad. Al mismo tiempo, el Programa Memoria y Justicia se encarga de articular y coordinar a todas las dependencias del Poder Ejecutivo para brindar apoyo institucional a las investigaciones que se llevan adelante en los juicios de lesa humanidad. En definitiva, es a partir de una política integral que el Poder Ejecutivo cumple su rol reparador.
“Ante hechos tan graves como las violaciones a los derechos humanos, en primer lugar debe ponerse en funcionamiento la justicia y la reposición de la ley transgredida para reconocer las responsabilidades y hacer valer las consecuencias: la sanción. Pero incluso estando eso, también es necesaria una segunda operación: la inscripción de las víctimas en la comunidad, que puedan filiarse a una genealogía social común que no las excluya, las segregue o las estigmatice. Este movimiento le concierne también al Estado”, explican en Experiencias en Salud Mental y Derechos Humanos. Aportes desde la política pública. Es decir, el Estado debe posicionarse y presentar una sanción social que provoque no solo efectos en la víctima, sino también en la sociedad. Por lo que excede a la Justicia, únicamente.
Parálisis y desarme
“Existen dos formas de vaciar una política: la parálisis del trabajo y el despido”, afirma Calmels. Ambas, presentes en los últimos dos meses en las políticas de Derechos Humanos del nuevo gobierno.
La subgerencia de Derechos Humanos del BCRA, durante el último año, investigó cuál fue el rol del Banco en relación al plan económico de la última dictadura militar. Relevó actas y documentación secreta para abordar la responsabilidad civil en los delitos. “No quedó nadie trabajando. El área ha quedado vacía”, sostiene Federman quien participó en la subgerencia. “En el Ministerio de Seguridad, aún, no hay un panorama claro. Una de las personas que llevaba una parte importante de las competencias del área de Derechos Humanos -que tenía que ver con la extracción de ADN de niños y niñas que hubieras sido apropiados y hoy son adultos- fue despedida. Esos allanamientos se hacían de una manera supervisada y colaborando en forma adecuada con la Justicia. Hay que atender adecuadamente y no hay que olvidar que la persona allanada es una víctima más allá de que no desee hacerse el ADN. En ese contexto, se había creado un grupo específico que era coordinado por la Dirección Nacional de Derechos Humanos. Era un grupo idóneo”, agrega.

«Juicio y castigo», una de las consignas promovidas por los organismos de DDHH.
Por otro lado, está el caso del Centro Ulloa que asiste integralmente en salud y acompaña en todo el país a víctimas de violaciones a los derechos humanos: del Terrorismo de Estado, de violencia institucional, y en el último tiempo, la incorporación de la atención a víctimas de Cromañón y el acompañando a juicios como el de encubrimiento al atentado a la AMIA. “Los profesionales que despidieron atienden a personas que están en estas tres situaciones donde el Estado está comprometido. Cuando llega alguien o nosotros nos acercamos a ofrecer el acompañamiento es porque ya hubo una violación de los derechos humanos. Primero hay que crear en la víctima una relación donde el Estado asume la culpa de ese delito que cometió contra ellos y está dispuesto a acompañarlos para arreglarlo. Si la decisión es vaciar esos programas, como efecto simbólico se produce el efecto contrario”, cuenta Calmels.
También está el caso del Programa Verdad y Justicia, dentro del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Hubo despidos en las tres áreas: Abogados, Investigación e Implementación Operativa. Un caso que refleja las consecuencias de esta política es el despido de Natalia Vaca, perteneciente al área de Abogados en Salta. “El juicio en Salta era el primero que se reanudaba en febrero. Ese juicio es importante porque es el primero que se realiza a un empresario. Se juzga su participación y responsabilidad”. Tras su despido, ya no es el Programa el encargado de notificar a los testigos. “Eso implica que sean re-victimizados al ser notificados por las fuerzas de seguridad -relata Verónica Almada, trabajadora del Ministerio de Justicia de la Nación, despedida-, al mismo tiempo hubo una parálisis en el Programa. Por ejemplo, en Salta se complicó porque no tenemos los viáticos para viajar”.
A pesar de todo, que la Justicia tenga plena independencia para seguir trabajando es una buena noticia, pero no es suficiente. “La posición que asume el Estado a través de sus tres poderes es determinante. Cuando el Estado se desentiende, no imparte justicia, no ampara ni repara. Cuando esto pasa, cuando hay ausencia del Estado, de las políticas de Estado para con las víctimas, éstas quedan libradas meramente a su singularidad, sostiene Experiencias en Salud Mental y Derechos Humanos. Aportes desde la política pública, nada más liberal en última instancia que el corrimiento del Estado, así como nada más democrático que la potencia de su aparición”.