“Lo más importante no es la cámara, sino el ojo”

“Lo más importante no es la cámara, sino el ojo”

Hace 38 años que Víctor Bugge tiene como objetivo relatar historias a través de la lente de su cámara. Desde la dictadura militar hasta Mauricio Macri es el encargado de hacer eternas esas escenas del poder para el resto del mundo. Inició su carrera de la mano de su padre, fotógrafo del diario La Nación. Transformando su oficio en arte, ha hecho de su fotografía narraciones de la historia argentina.

La oficina de Víctor es la de un fotógrafo oficial de la Casa Rosada, sus fotos decoran el lugar en cada rincón.Retratos cargados de expresividad y de historia que logran ser oscuros y luminosos a la vez, que trasladan al espectador al momento de los hechos. Parece difícil permanecer indiferente.

Víctor ingresa, cierra la puerta y el ruido de teléfonos sonando y ascensores queda por fuera de la habitación. En un sillón de cuero, ofrece mate y arranca desde sus comienzos: “Nací en San Martín, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, y mi relación con la fotografía comenzó a partir de mi viejo, fue uno de los fotógrafos que entre los años 50 y 80 más fotos de fútbol sacó. Tenía un laboratorio en casa. Copiaba, enmarcaba y se las vendía a los jugadores. Hoy ya estamos lejos de eso, de la cubeta y la ampliadora, pero camine toda mi vida en lo que muy pocos conocieron:el cuarto oscuro y la cubeta.

¿Cómo llegó a la fotografía política?

Yo empecé en contacto con la fotografía en el diario La Nación. Ya estaba acá en Gobierno, después me fui a Atlántida. Crecí junto a grandes fotógrafos argentinos. Las actividades que cubría a los 20 años eran muy variadas y me preguntaba para qué volver a la Casa de Gobierno. Elegí quedarme en la editorial, me pedí seis meses de licencia y me di cuenta que los fotógrafos se especializaban: Alfieri con el automovilismo, Humberto Esperanza en el boxeo, yo tenía que volver acá a hacer la fotografía política.

En más de una ocasión aseguró que la fotografía de Videla en su despacho le abrió un abanico de posibilidades creativas ¿A qué se refería con eso?

Primero te aclaro que tuve dos intentos, fracasaron los dos y en el tercero recién pude sacarla.  Cuando la vi supe que se podía hacer algo distinto, esa foto reflejaba de la mejor manera la soledad en el poder, más en ese tipo de poder, no elegido. Así me cambió la perspectiva respecto a lo que hacía.

¿Quiénes fueron sus grandes maestros?

Hay muchos, si te hablo de referentes que han trascendido el periodismo gráfico, de los cuales yo no me olvido son: Don Juan Di Sandro, Ricardo Alfieri, Garreta. En estos nombres está sintetizada la parte analógica de la fotografía y de la fotografía del sacrificio donde uno tenía que cargar un millón de artefactos.

¿Qué concepto tiene de la fotografía a la hora de ponerse a trabajar?

Yo te tengo que mostrar a vos lo que vos no podés ver, lo que no ves normalmente. Me encargo de mostrar otra cara de los de arriba. Por supuesto que trata de ser lo más parecido a lo que pasa.

Bugge enseguida aclara que “un gran momento reside de poses”. Apelando a un tono intimista que pone de relieve su sensibilidad y agrega: “Antes de fotografiar a los presidentes vos tenes que tratar de conocerlos. ¿Cómo? No sé. Yo quizás me lo invento y crea que los conozco, pero creería que ya a esta altura que me doy cuenta cómo fotografiarlos para poder mostrarlos”.

¿Cómo describiría a su fotografía?

Yo digo que mi fotografía es la oficial, no la oficialista. Al menos eso trato, tengo que desestructurar al personaje. Yo no soy de hacer la foto fácil, trato de buscarle la vuelta para que se parezca a lo que pasa. Jamás saque fotos para lucirme o para estar en un lugar seguro y de comodidad. Nunca traicioné con la cámara. Trato de que se vea lo que está pasando. No tengo otra intencionalidad.

Hace unos meses inauguró una muestra del Papa Francisco. ¿Cómo fue trabajar con él?

Mi cámara me la bendijo Francisco. Fue una donación que quise hacer a la capilla del padre Mujica, en la villa 31. Ahora estoy organizando una muestra que itinere por todo el país de algunas fotos del Papa; son 33, un número muy relacionado con la Iglesia.  Va a recorrer todo el país desde Ushuaia hasta La Quiaca. Volvemos un poco a lo mismo, la idea es no hacer papismo sino mostrar mi trabajo y el privilegio que tuve de haber estado trabajando ahí con él, trasladar eso a la gente para que pueda ver el laburo que hice.

Víctor no puede elegir una foto o un personaje en toda su trayectoria. Asegura que no hay forma de elegir porque cada persona tiene su estilo: “Cada uno es un personaje en su actividad y en su rutina”. Sin embargo, relata con especial entusiasmo la vuelta de la democracia: “Me acuerdo como si fuese hoy, porque a mí me llamaron antes de que asuma Alfonsín para que me incorpore al equipo, o sea que fue para mí un reconocimiento de la Asociación de Reporteros Gráficos. Yo estuve a cargo de la cobertura. También tuve la aceptación del presidente electo. Así que amanecí con él y bajamos en el ascensor: el jefe de la custodia, Alfonsín y yo. Así arrancamos para el Congreso y luego para el Cabildo. Lo viví con mucha emoción, fue un gran cambio, lo cierto es que había otra gente en la calle, fotografiaba otras cosas, se olían otros olores y se escuchaban otros ruidos. Había una voluntad popular que había triunfado y yo estaba ahí para cubrirlo.

¿Cuál fue la mejor época para fotografiar?

En términos de material la época menemista fue un gran momento para ser fotógrafo de un presidente. Él era un generador continuo de imágenes. Termine haciendo fútbol, básquet, boxeo, automovilismo. Mi paso por Atlántida me había formado para eso. Después de Carlos Menem vino Fernando De La Rúa, que era la antítesis y vos tenes que tener la obligación de descubrir al personaje y eso es lo emocionante. Todos tienen su secreto y uno lo tiene que saber ver. Siempre hay que estar atento.

¿Qué desafíos implicó fotografiar a una mujer? ¿Qué pasó con la estructura fotográfica con la que trabajaba?

Y fue un gran desafío. Imaginate que venís de fotografiar a hombres en toda tu vida profesional. Sin dudas fue una nueva etapa de mi historia como fotógrafo de la casa de gobierno. Fue todo un ejercicio, fui aprendiendo a medida que avanzaba su mandato. igualmente son años de oficio, de saber dónde ubicarse, de estar siempre atento pero que no se note. Siempre lo importante va a ser la foto que resulte de todo eso.

¿Cómo afectó a su trabajo la digitalización?

La digitalización da la posibilidad de saciar la ansiedad rápidamente, sacas una foto y ves lo que hacés. Yo pase la etapa anterior que hasta que no revelabas, no secabas y no proyectabas el negativo no sabías siquiera si tenías foco. Entonces, por ese lado bienvenido, lo que me preocupa mucho a mi es la durabilidad del formato. Estamos en un problema serio.  Te puedo decir con mucha alegría que creo que fui el primero en usar la digital en el fotoperiodismo en Argentina.La primera foto la hice yo a Bill Clinton en la Argentina. La cámara era un aparato enorme, el pixel era de un metro cuadrado y la cámara de hoy sufrió una metamorfosis “pixeliana” que no te das una idea, y a mí eso me preocupa. Porque mi negativo está intacto, sigue siendo siempre el mismo. Y mi fotografía de la época primitiva de la digitalización es incopiable, lo analógica va a volver.

¿Qué le enseñó tantos años la fotografía?

 ¿Qué me enseño? Que tengo que seguir atento para seguir haciendo fotos.

¿Piensa en retirarse?

No sé, es muy difícil irse y muy difícil seguir también. Estoy en el medio de esa discusión porque vos imagínate que hace 40 años que estoy acá, en este mismo lugar que estamos sentados nosotros y hay que irse, pero también hay que quedarse. Las semillas que sembré están creciendo, así que voy a estar bien cuidado en mi ausencia. Lo difícil es que uno tiene que tomar conciencia que hay que dejar crecer el pasto y que otro se encargue, en algún momento hay que irse.

25/01/2017

“Una de las experiencias más fuertes de mi vida”

“Una de las experiencias más fuertes de mi vida”

Eduardo Gil comenzó a fotografiar de manera autodidacta y continuó su carrera atravesando el momento en el que, en Argentina, la fotografía empezaba a legitimarse como arte. Fue miembro del Núcleo de Autores Fotográficos y dirigió la galería Foto Espacio dentro del Centro Cultural Recoleta. Años después creó la Fotogalería Permanente del Museo de Artes Plásticas de Chivilcoy y su obra hoy es reconocida a nivel nacional e internacional.

La muestra “El Borda”, que puede verse por estos días en el Museo de Arte y Memoria de La Plata, está integrada por veinte fotografías blanco y negro -que expone juntas, por primera vez-, seleccionadas entre un material donde había “imágenes de personas en las situaciones más degradantes que uno pueda imaginar”, y que, dice, se niega a exhibir. Gil documentó de manera frontal los rostros, miradas y conductas de los internos del Borda entre los años 1982 y 1984, a quienes describe hoy como “personas necesitadas de afecto”. En sus imágenes se pueden ver hombres con personalidad, fuertes y, a veces, alegres. Con el acento en lo humano, Gil muestra El Borda dejando de lado las estigmatizaciones. Además de retratar, en aquellos años dio allí un taller de experimentación fotográfica que inspiró las clases que dicta en su estudio hasta la actualidad.

Otro trabajo que potenció su obra fue el registro de “El Siluetazo”, el 21 de septiembre de 1983, en vísperas de la recuperación del sistema democrático. Esta acción colectiva fue liderada por los artistas Rodolfo Aguerreberry, Guillermo Kexel y Julio Flores, quienes convocaron a los ciudadanos a llenar la Plaza de Mayo con siluetas a escala real pintadas sobre papel en representación de los desaparecidos en dictadura, una forma de exigir verdad y justicia. Gil cuenta que este trabajo significó “una marca importante”. “Fue un momento de mucho estudio y tenía mucha conciencia de lo que fotografiaba”, agrega. Se recuerda a sí mismo en aquella época, con 35 años, como “una máquina de discutir”. Le parecía que “no todo estaba cerrado”, dice, respecto de la fotografía. Después de haber fotografiado el Borda, “El Siluetazo” y distintos lugares de Latinoamérica comenzó su carrera como curador en el 1986 con la muestra “Fotógrafos Argentinos” en el Museo de Arte Contemporáneo de Curitiba, Brasil. 

Sobre la locura y su primera aproximación al tema señala que le interesó “desde el punto de vista personal, psicológico y también desde una perspectiva social”. Agrega que le parece “apasionante y peligrosa” porque “cuando vos tratas con la locura: ¿quién te dice qué tan loco sos?”  Sobre lo exótico que puede resultar un neurosiquiátrico a la hora de fotografiar opina: “Como crítica a los colegas, siempre hablo del ‘turismo a los infiernos’, ya sea en una villa o con mendigos en la calle. Yo no solo no hice eso, sino que, además, soy muy crítico porque esa actitud refuerza la idea de “el loco”.

¿Cómo te acercaste al Borda?

Venía de la carrera de Sociología y me interesaba la locura desde el punto de vista personal y desde la institución manicomial, con lo que significa en la sociedad. En ese momento daba clases en Cine Club Buenos Ayres. Era un lugar de resistencia a la dictadura donde se pasaba, por ejemplo, “La Naranja Mecánica”. Un día me enteré que hacían proyecciones en lugares no tradicionales como el Borda y acompañé a la gente que iba. Hubo una proyección y una especie de debate después. Quedé fascinado por lo que pasaba, lo que se decía, las ideas, la locura que circulaba. Ese mismo día le propuse a José Grandinetti -director del Club Martín Fierro- hacer un taller. Ahí arranqué a dar clase de manera muy experimental apoyado por psicólogos y terapeutas que contenían.

¿Cómo fue dar clase y fotografiar allí?

Fue una de las experiencias más fuertes de mi vida. Lo difícil era la continuidad con los internos. Además, en invierno hacía mucho frío y en verano los olores corporales y del ambiente dificultaban la situación. Los talleres de estética fotográfica (T.E.F) que doy desde el 1983 (en su estudio en Buenos Aires) se inspiraron en lo que sucedió en el Borda. La experiencia era con imágenes que yo llevaba dentro de un sobre donde ponía pedazos de fotos que quedaban u otras que salían mal. Cada uno de los internos sacaba una imagen y a partir de eso se trabajaba asociando. Las cosas que pasaban no se parecían a lo que hoy sucede en los talleres que doy donde se discute la composición o el punctum. Cuando una foto desagradaba se rompía y cuando gustaba se la llevaban o la besaban. Una situación con una polenta conmovedora.

Cuando armaste esta muestra, ¿reflexionaste sobre el tema y lo que pasa hoy?

Sí, desde hace muchos años que no pienso mi obra solo en términos visuales. El Borda es una mezcla de gente mayor con adolescentes, psicóticos, alcohólicos y drogadictos, donde hay una locura institucional; si llegara ahí alguien con algún disturbio leve, o se adapta a esa locura institucional, o sucumbe.  No existe la palabra como medio de recepción. Se recurre al aislamiento y la medicación. Esto es muy representativo del momento actual, donde el que no responde las normas esperables desde el discurso es el anómico. Esto es perverso porque se te dice -no explícitamente- qué debes hacer porque si no lo haces estás loco -cuando se dicen cosas que no se corresponden con la realidad-. La forma en que se aborda la locura me parece muy simbólica de la forma en la que estamos viviendo.

La muestra “El Borda”, está integrada por veinte fotografías blanco y negro -que expone juntas, por primera vez-, seleccionadas entre un material donde había “imágenes de personas en las situaciones más degradantes que uno pueda imaginar”, dice Eduardo Gil, retratado en en esta foto.

* La muestra se puede visitar en el Museo de Arte y Memoria de La Plata hasta el 30 de noviembre. 

Actualizado 15/11/2016

 

Un viaje a lo exótico de lo cotidiano

Un viaje a lo exótico de lo cotidiano

Un auto gris, de cuatro puertas, estacionado bajo el rayo del sol, con aire de abandono. Un tapizado colmado de flores rosas y algunos cisnes. El corte diagonal de la imagen introduce de manera frenética a la escena colorinche y, entrando por la ventana, se asoman detalles propios de un lugar habitado. Con mística y tensión, el auto con sus flores rosas se transforma en un espacio ridículamente interesante del cual se quiere saber todo. Tal vez, es esa ventanilla “a media asta” la que invita al espectador a subir, a recorrer, a pasear. Al auto. Y a la muestra de la fotógrafa, Julia Sbriller.

Fotógrafa, arquitecta y performer, Julia Sbriller se entusiasmó hace unos años con «una idea más popular, democrática e inclusiva de la fotografía. No desde el panfleto, sino desde lo real». Ella «hizo de todo», según su propia mirada: expuso en distintos lugares como galerías, museos y festivales, individual y colectivamente.

Su muestra actual, “Fukú/Zafa” es un ensayo fotográfico, inédito hasta el momento, realizado en el sudeste asiático. Según la autora: “Oriente representa, en el imaginario occidental, lo lejano, lo diferente, lo otro”. Y estas imágenes desgarran el velo de la diferencia, desbaratan el planisferio, destruyen la distancia, proponiendo que “ya no tenemos que pasar por Europa para llegar a Asia.”

El ensayo de Sbriller representa un clima colorido y vertiginoso donde se asoma algo absurdo. El recorte deja de lado lo exótico de oriente para situar al espectador en un escenario en movimiento donde lo que sucede es la vida cotidiana. Posters, tapizados kitsch y niños en la calle con flash de frente son parte de un diálogo compositivo heterogéneo. «Fukú/Zafa» insinúa una posible desterritorialización, donde «las palmeras pueden ser Munro, y Vietnam se parece a Perú», analiza la fotógrafa. «Mis procesos creativos tienen mucha intuición. Las palabras llegan después que las imágenes y las veces que intenté tematizarme, fracasé», confiesa.

La rionegrina actualmente coordina «Creadores de Imágenes», un taller creativo de edición, investigación y producción fotográfica. Sobre el despojo que implica poner su obra a la vista, al aire libre y al alcance de todos, dice: «Te genera una sensación doble. Por un lado está buenísimo que estén ahí y por el otro se siente el peligro que corren las imágenes. Para mí es alucinante. Las fotos ahí, perduran. Se instaló un código». La serie expuesta en esta ocasión, producto de un viaje al sudeste asiático, surgió de una selección realizada en equipo, en el marco del colectivo «Fuera!, fotogalería a cielo abierto”, del cual ella forma parte.

«Fuera! fotogalería a cielo abierto» se propone sacar las fotos de las salas, promoviendo el acceso y democratizando los circuitos de exhibición. Fue creado en 2012 por los fotógrafos y editores plateases Emilio Alonso, Lisandro Perez Aznar y Santiago Gershánik. En la galería, ubicada sobre el perímetro del  Colegio Liceo Víctor Mercante, se exponen fotos públicamente convocando a espectadores ocasionales «que no irían a un museo», explica Alonso. «Las fotos están ahí. Si alguien las rompe es parte del juego», agrega. Alonso explica que desde “Fuera!” seleccionan fotografías que puedan congeniar con la vía pública porque «la idea es exponer trabajos que completen su sentido estando en la calle». Sobre el ensayo de Sbriller describe la presencia de «algo que excede al lenguaje» y, sobretodo, repara en la importancia de mostrar imágenes que invitan a «correr el eje de Europa».

Alonso rescata una constante predisposición por parte de los expositores que pasaron por “Fuera!”, entre ellos Alfredo Srur y Helen Zout. En relación al proceso de edición, dice: «Nunca sentimos barreras a la hora de tocar el trabajo de nadie y editamos laburos de fotógrafos que tenemos como referentes. Con el trabajo de Rafael Calviño hicimos una edición muy nuestra y él quedó fascinado. Nosotros le dimos un sesgo político y él no lo estaba trabajando así. Se lo redireccionamos totalmente y no hubo ningún problema» cuenta.

Sbriller y Alonso forman parte de una misma generación abocada a la fotografía y que, según el proyecto, se desempeñan en la producción o edición de imágenes. Frente a los circuitos vigentes y las posibilidades de hacer visible su trabajo se mantienen abiertos a las propuestas externas porque «lo importante es que las cosas pasen y que haya actividad», apostando a que «las cosas funcionen sea cual sea el proyecto», explica Emilio. Además, agrega que si hay lugares donde no le dan ganas de participar no es porque sean galerías privadas sino porque «no se entiende lo que hacen». Proactivos y alejados de posturas rígidas coinciden en fomentar la producción y circulación de obra fotográfica. «Somos más under pero podemos ‘curtir’ con el Festival de La Luz, no hay problema», sintetiza Julia.

La muestra se puede visitar en el perímetro del Colegio Liceo Víctor Mercante, ubicado en 47 entre 4 y 5, La Plata, hasta el 22 de octubre.

 

Actualizado 12/10/2016

La foto y la independencia

La foto y la independencia

La propuesta de la Séptima Bienal de Fotografía Documental de Tucumán se compone de una gran cantidad imágenes y autores que tratan temas como la identidad nacional y de género, movimientos estudiantiles, lo virtual y la memoria. Con más de veinte muestras montadas en simultáneo en museos y galerías tucumanas y un cronograma de  actividades atento a los interrogantes actuales, la Bienal recibirá, como ya es tradición, a estudiantes, aficionados y profesionales de la fotografía. Desde su origen, en 2004, el encuentro propone un carácter documental, pero desde la organización no se plantea «como una categoría taxonómica, sino como un punto de vista», explica Julio Pantoja, fotógrafo, docente y uno de los creadores de la Bienal. Lo que interesa, plantea, es ver toda la producción fotográfica desde lo testimonial, y puntualiza la necesidad de categorizar las imágenes, porque en la actualidad, dice, «la diferencia entre lo artístico y lo periodístico está quebrado y hace muchos años que dejó de funcionar».

Este año, a diferencia de los anteriores y en el marco del Bicentenario, las exposiciones están atravesadas por el concepto de «independencia». «Nos parecía pertinente asociar la Bienal al Bicentenario pero no queríamos hacerlo con el concepto histórico o de manera lineal y terminar haciendo la revista Billiken -dice Pantoja-. La idea fue trabajar con el concepto de independencias en plural y usarlo como disparador para hablar sobre cualquier tipo de independencia: personales o colectivas. Se trabajó en ese sentido con todas las muestras».  

Foto: Emiliana Miguelez. Muestra ARGRA.

Las convocatorias propuestas alrededor de este tema fueron «Símbolos patrios», «Soberanía Alimentaria» y una exhibición multimedia titulada «Independencias». Otra de las consignas propuestas fue «Tucumano/a se busca», para la cual el jurado, compuesto por Gisela Volá, Tony Valdez y Solana Peña, seleccionó tres ensayos.  Las convocatorias son abiertas al público nacional e internacional: “Siempre tienen muy buena recepción en Latinoamérica –cuenta Pantoja-. La mayoría son de Argentina pero también recibimos trabajos de Brasil, Venezuela y México».

Una de las exposiciones que se presentan es «Origen», de Verónica Bellomo, miembro del colectivo 13f. Las imágenes narran a color escenas de la vida rural dentro de un criadero de chanchos. Con una  escenografía campestre se ve en primera fila las instancias que implican la relación con la naturaleza y específicamente con los animales en la pampa argentina, demostrando una mirada específica sobre un tema popular.

Foto: Veronica Bellomo, “Origen”. Curador: Adrián Pérez.

Foto: Veronica Bellomo, “Origen”.
Curador: Adrián Pérez.

En esta edición el festival cuenta con la presencia del fotógrafo peruano Pedro Mayer, quien expondrá su trabajo «Face to Face» curado por el mexicano Francisco Mata Rosas. La muestra consta de 56 retratos de sus amigos, familiares y colegas, que fueron utilizados específicamente para sus perfiles de Facebook: el autor así reflexiona sobre el poder comunicacional de las imágenes, lo accesible y cotidiana que es la fotografía y qué implica retratarse a uno mismo. En el evento también puede verse la muestra anual de fotoperiodismo de Argra y una selección de 24 fotos de Daniel Merle, que ilustran 40 años de carrera en la fotografía desde una perspectiva intimista y en blanco y negro.

La Bienal incluye también diversas actividades pedagógicas, como talleres y revisión de portfolios. Además se darán conferencias sobre temáticas actuales relacionadas a la práctica fotográfica concreta, la realización de fotolibros y el trabajo curatorial. Uno de los diálogos planificados para el jueves 6 estará a cargo de Res y Jorge Sáenz,  donde el eje central será la fotografía como arte y documento contemporáneo.

Foto: Pedro Meyer, “Face to face”.  Curador: Francisco Mata Rosas.

Foto: Pedro Mayer, “Face to face”.
Curador: Francisco Mata Rosas.

“Es cierto que hay una desproporción en cómo funcionan los centros de poder de Buenos Aires respecto al resto del país, pero depende de cómo te empoderás frente a eso, y si decidís faltarle o no el respeto a esa relación», dice Pantoja en torno a la continuidad de la muestra en Tucumán. Además de quebrar la centralización en la Capital Federal, la Bienal invita a olvidar esquemas en desuso reuniendo autores de diferentes lugares y cosmovisiones. Este festival, que crece año a año, apuesta inteligentemente a la potencialidad del lenguaje visual y apuesta por abarcar una gran diversidad de puntos de análisis y realización.

Foto: Daniel Merle.

Foto: Daniel Merle.

Actualizado 4/10/2016

 

Desde las redes sociales a la galería

Desde las redes sociales a la galería

Con más de 200 imágenes recopiladas a través de convocatorias abiertas al público, en la Fototeca Latinoamericana se presenta la sexta edición del Nano Festival, una muestra que desde su origen promueve exclusivamente la fotografía emergente. Nacido en las redes sociales como un sueño por realizar, este encuentro se propone acompañar las nuevas formas de presentar y hacer fotografía. Inserto en un paradigma digital, el festival es una propuesta accesible para quienes recién comienzan y buscan darse a conocer. Daniel Merle, fotógrafo, editor y fundador del Nano, explica que los expositores “tienen la posibilidad de mostrar sus trabajos por primera vez en un ambiente profesionalizado”.

Las convocatorias publicadas en las redes sociales recopilan imágenes bajo las temáticas “Padre”, “Las mujeres son hermosas” -homenaje al estadounidense Garry Winogrand- y “Nano busca un Autor”, que reúne diez fotos de un mismo participante. Merle, que craneó el proyecto junto a Fernando De la Orden, Manuel Fernández y Mateo Heras, explica: “Cuando se cierra la convocatoria, se realiza una curación colectiva que es el resultado del parecer de todos los integrantes, no del gusto de uno”.   

Como novedad, este año se otorgarán dos premios adquisición a los participantes, uno por parte de FoLa y el otro por Foto Doc, el taller de fotografía documental de Merle, que como un pequeño mecenas le da dinero a un artista para contribuir en su carrera sin otro compromiso, dice, que su gusto personal. “La elección es fácil, porque afortunadamente el nivel y la calidad de los participantes viene mejorando año a año”, celebra Merle.  

Esta edición también incluye los trabajos de dos autores invitados: Ariadna Lasser, que expondrá imágenes impresas por primera vez, y el finlandés radicado en Buenos Aires, Henrik Malmström, que mostrará “Sistemas de Basura”, una serie que retrata en primer plano objetos utilizados por cartoneros porteños para sostener las tapas de los contenedores callejeros para residuos.

La curaduría y convocatoria del festival pone en valor la sangre nueva del arte y, como consecuencia, en la selección dialogan distintas modalidades. Las convocatorias en homenaje a algún maestro realzan una imagen de cada participante, mientras que «Nano busca un autor» valora la continuidad en un mismo tema o tendencia estética. En esta edición podrá verse por primera vez “Recuerdos especulares”, un trabajo de Juan Pablo Librera, que lleva quince años de labor en el campo fotográfico.

En un contexto de producción visual masiva, donde “lo fotográfico” cada día es más difícil de definir, el Nano procura desentrañar los problemas de un ámbito con múltiples posibilidades. Con una impronta global y contemporánea este año se podrán comprar las obras exhibidas a un precio accesible -en comparación con el resto de las artes visuales-. “Tratamos de fomentar que la gente compre fotografía porque es una manera de ayudar a que los artistas puedan seguir produciendo”, dice Merle.

Con el mismo objetivo estará presente el colectivo La Incubadora, que expondrá sesenta y dos imágenes de grandes figuras de la fotografía argentina. Además se proyectarán catorce entrevistas a colegas coleccionistas -Juan Travnik y Afredo Srur, por ejemplo- en las que cuentan por qué valoran y atesoran fotos. Dentro de un cronograma de actividades que contempla el valor y la construcción de la autoría, el sábado se realizará una charla  debate titulada “Fotografía argentina actual. Entre el plagio y la apropiación”, con figuras como María José Herrera, directora general del Museo de Arte Tigre, o Juan Peraza Guerrero, autor e investigador de la imagen, entre otros.

Merle caracteriza al artista como alguien que “naturalmente busca reconocimiento” y plantea que este encuentro es un buen espacio para que muestre su trabajo y “conozca los mecanismos que rigen el mercado del arte”. Concluye Merle: “Hacer el festival es una tarea crítica”.

La muestra se puede visitar hasta el 18 de septiembre en Godoy Cruz 2620. La entrada es gratuita con inscripción previa vía web.

 

Actualizada 14/09/2016