Las razones del posporno

Las razones del posporno

La performance realizada el miércoles por el grupo español PostOp en uno de los pasillos del edificio único de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA tuvo mucho de escándalo mediático y poco de análisis crítico y contextualización. La cobertura periodística relevó fotos -a esta altura viralizadas- y testimonios contrarios a la manifestación artística para construir una noticia presentada como un escándalo moral, social y político. ANCCOM dialogó con Silvia Elizalde, Carolina Spataro y Carolina Justo Von Lurzer, responsables del Área de Comunicación, Géneros y Sexualidades e investigadoras del Conicet y del Instituto de Ciencias Sociales Gino Germani, en una jornada postperformance un tanto atípica a las que están acostumbradas.

– ¿Cuál fue el objetivo de este encuentro?

S.E.: La actividad formó parte de un ciclo llamado “Miércoles de placer”, con casi tres años de existencia, y que tiene como propósito incluir una dimensión reflexiva sobre el género y la sexualidad a partir de otros lenguajes y formatos expresivos. En ese sentido, nos parece que hay un conjunto de conocimientos que se producen desde el arte, desde la producción audiovisual, desde la poesía, la literatura, desde una cantidad de producciones simbólicas, cuyas condiciones de posibilidad tienen que ver con el contexto en que vivimos, de profundas transformaciones en la trama social y que incluyen la emergencia y el reconocimiento formal de un arco diverso de modos de pensar, habitar y experimentar las diferencias sexuales y de género. En ese marco, la pospornografía es un movimiento político-sexual que intenta desnaturalizar los modos hegemónicos de pensar las posibilidades de los cuerpos, las experiencias placenteras de los cuerpos y el erotismo.

C.S.: En este caso, lo que se hizo fue una intervención de veinte minutos en los pasillos para convocar a la actividad que luego duró una hora y media, en donde las activistas, intelectuales y alumnos participaron de una conversación acerca del posporno y el sentido que tiene en la cultura contemporánea.

– ¿Esperaban esta repercusión? ¿Por qué creen que la tuvo?

S.E.: En primer lugar, esa construcción escandalosa fue producto y efecto de su mediatización en términos fragmentarios, o sea, descontextualizados. En el terreno mismo de la intervención, no registramos, en ningún momento, una reacción de ofensa o violencia de los estudiantes, docentes y no docentes que se quedaban o pasaban por allí. Fue absolutamente pacífica, al mismo tiempo que resultaba fuertemente conmocionante delante de nuestros sentidos comunes sobre la sexualidad. Pero el escándalo fue puro efecto del modo en que se levantó la información a partir, seguramente, de la viralización de alguna foto o de algún comentario por las redes sociales; y los medios operaron sobre un sentido común de cierta moral sexual que funciona automáticamente, es una lectura ideológica. Esa foto, entonces, apareció asociada a palabras como escándalo, pornografía y también vinculada a lo delictual. Así construida, la noticia se convirtió en una mercancía totalmente explotable porque trabaja los elementos clásicos del morbo y la sexualización, con el fin de generar alarma y una valoración moral sobre el hecho.

C.J.: Nunca tuvimos un décimo de la repercusión que tuvo. No la imaginábamos. Incluso la repercusión que tuvo esta actividad, de la forma en que sucedió, nos lleva a pensar en el mediano plazo qué es lo que podemos discutir y en qué términos dentro de una institución como la Facultad de Ciencias Sociales.

– Se produjo un tipo de representación de la sexualidad que ustedes mismas vienen problematizando.

C.J.: Hay una gran cantidad de cuestiones a problematizar, como por ejemplo desde qué géneros y sexualidades se construyen las noticias, opuestas tanto de las que manejamos en el Área como de aquellas que proponía la intervención de ayer. La actividad era para discutir los mismos imaginarios sociosexuales que después se vieron plasmados en todas las coberturas mediáticas. Hasta qué punto están tan naturalizados esos imaginarios que fueron los únicos disponibles para poder construir una noticia acerca de lo que estaba pasando, independientemente de las intencionalidades políticas que puedan haber estado jugando allí.

– ¿Esto se vincula con los prejuicios acerca de ciertos usos del cuerpo en un espacio que no deberían ocupar?

S.E.: En lo referido a las personas, eso tiene que ver con la dificultad que tiene la sociedad para leer los cuerpos desnudos o la desnudez en espacios por fuera de la extrema intimidad. En la televisión, en cambio, estamos híper acostumbrados a que haya desnudez, incitación sexual y contenidos no metafóricos sino directos, de alusión a una sexualidad constreñida al coito o a las zonas erógenas clásicas de la pornografía mainstream. Justamente, la idea de la intervención en un pasillo de la Facultad tenía que ver con desnaturalizar esa mirada habituada a ver los cuerpos en determinados espacios. Lo que pretendía la intervención era poner en entredicho los cuerpos admisibles en una sociedad. Lo que había eran cuerpos no pasados por el tamiz de la percepción física. Lo curioso es que eso se vuelve escandaloso. Esa es la contradicción: los cuerpos comunes son los que escandalizan y los cuerpos construidos en torno de la imagen hegemónica de la percepción son admirados o vistos como exitosos.

– La performance, además de la escena de penetración, daba cuenta de otra forma de erotismo.

S.E.: En lo único que hicieron foco los medios fue en una de las escenas. La intervención del susurrador erótico, que era invitar al público a compartir la escucha de un fragmento de un poema erótico no fue tenida en cuenta. Generaba la posibilidad de que la voz fuera un instrumento de erotismo, que la palabra fuera una expansión de la sexualidad por fuera de la genitalidad. Pero eso parece no escandalizar. Nada de eso tiene que ver con la gramática heteronormativa, patriarcal y hegemónica de los medios que siguen viendo y fragmentando los cuerpos con la mirada androcéntrica: todo tiene que ser para el goce y la mirada masculinas. La mirada de los medios es la mirada de la pornografía comercial. El porno trabaja con la literalidad de la escena, no hay casi metáfora. Cierra el sentido en su literalidad. Acá lo que aparece es la posibilidad de sugerir situaciones que despierten la imaginación erótica y que dispare la autonomía personal en ese juego.

CharlaPosporno (1)

– ¿Qué ocurrió en la charla que se hizo tras la performance?

C.S.: Uno de los comentarios interesantes fue que nos gritaron desde la escalera “vayan a militar a las villas”. Y eso fue algo que se retomó en el debate. Esa suerte de jerarquización de las temáticas por las que hay que discutir, intervenir y militar, como si hubiera una escisión tan clara entre género, clase y sexualidad. Como si al discutir el placer no se pudiera hacerlo de manera transclasista. La performance estaba siendo leída como una intervención de élite.

– De hecho, la viralización de la información tuvo una lectura política.

C.J.: La Facultad de Ciencias Sociales está acostumbrada a la toma de ese espacio físico. La toma de sus baños, de sus pasillos, de los espacios comunes para distintos tipos de manifestaciones políticas. Tomar el espacio y cargarlo de sentido político es algo que forma parte de nuestra cultura institucional.

– ¿Qué impacto hubo en las redes sociales?

C.S.: Algo muy interesante para pensar en relación a las redes y en relación a cómo los espacios condicionan de manera brutal la lectura de estas intervenciones es que estos mismos activistas vinieron a un festival internacional de performance en Buenos Aires, junto con un intelectual muy conocido, un referente de la teoría queer, e hicieron presentaciones en el MALBA, en el Centro Cultural Paco Urondo, de la Facultad de Filosofía y Letras y las lecturas que se hicieron de esas intervenciones, que tienen una misma lógica aunque no fueron exactamente iguales, son absolutamente distintas de la lectura parcial y malintencionada que hubo. Todas esas personas que hicieron fila en el MALBA para ver una intervención de PostOp son las mismas que hubieran participado de esta actividad como intervención cultural, artística y política. ¿Sociales tiene que darle la espalda a los fenómenos culturales contemporáneos? ¿No los puede ingresar a sus espacios? ¿Es revulsivo para Sociales discutir estas cuestiones? ¿Qué pasa cuando la sexualidad se pone en la escena pública?

– ¿Qué hubiera pasado si la performance se hacía puertas adentro?

C.J.: Probablemente nada. Muchos de los lemas de los movimientos feministas y de disidencia sexual tienen relación con el adentro y el afuera, con lo privado y lo público, con la necesidad de visibilizar identidades de género, por ejemplo. Ese movimiento, de lo privado a lo público es un movimiento de politización y de reivindicación. Si hubiera sido puertas adentro, hubiera perdido esa esencia de politización, propia del campo.

C.S.: Es la misma crítica que se le hizo a la Marcha del Orgullo Gay porque ocupaban el espacio de lo público con cuerpos semidesnudos. Si lo pensamos en términos académicos, es lo mismo que guetizar las discusiones de géneros y sexualidades. La propuesta del Área es transversalizar la discusión. Esta intervención tenía sentido en la medida en que podía comenzar su convocatoria en los pasillos de la Facultad. No es menor la indicación “quédense en su lugar discutiendo con los convencidos de géneros y sexualidades que nosotros acá tenemos temas importantes que resolver y mucho más urgentes”.

– ¿Como sigue el ciclo y el trabajo en el Área después de esta repercusión inédita?

S.E.: Como integrantes del Área esto nos interpela en muchos sentidos y nos invita a reflexionar y a agudizar nuestros argumentos para evaluar y contemplar todo lo que dispara. Justamente se trata confirmar lo poderoso de estos temas referidos a la sexualidad. Se produce tanto escombro y repercusión porque hay algo muy fuerte que puede significar la transformación de modos de entender algunos sentidos comunes de la vida social. En el Área trabajamos con una diversidad de temas y perspectivas, y hay disensos también. Los “Miércoles de Placer” siempre han sido convocantes, no trabajamos para que los medios levanten lo que hacemos. Las respuestas que podemos dar son lo que sabemos hacer: utilizar la producción académica, aprovechar las herramientas de las que nos hemos nutrido para alzar una voz. No nos queremos confirmar en una verdad absoluta. La posibilidad de cuestionar con las herramientas teóricas y con las intervenciones de transferencia son nuestros modos expresivos de abordar nuestros temas.

“El arte callejero es cultura”

“El arte callejero es cultura”

El viernes, la Plaza de Mayo se preparó una vez más para ser escenario de un reclamo que lleva años haciéndose escuchar. Los artistas ambulantes que trabajan en la calle, subtes y colectivos exigieron a los gobiernos –nacional, provincial y de la Ciudad– que los reconozcan como trabajadores de la cultura y que garanticen su derecho a ejercer libremente su labor.

El Frente de Artistas Ambulantes Organizados (FAAO) convocó a todos los que quisieran sumarse al «Primer Encuentro Nacional de Artistas Ambulantes» para demandar respeto hacia su trabajo. Bajo algunos lemas como “La música en la calle no es delito” y “El arte ambulante es cultura, y es un derecho”, más de setenta artistas de la Ciudad de Buenos Aires, y de distintos puntos del país, se unieron para dar visibilidad y difusión a su pedido: “Queremos que esta persecución hacia los artistas ambulantes cese de una vez por todas, con una ley que nos ampare y que nos reconozca”, explicaba Walter Machado, miembro del FAAO y músico que toca en la Línea A del Subte.

El Encuentro comenzó pasado el mediodía con un Cabildo Abierto donde se debatió sobre el papel del artista ambulante en el espacio público y se extendió durante toda la tarde con las diferentes expresiones musicales. Jamaicaderos, banda que lidera el reclamo, rompió el hielo haciendo la primera presentación de la tarde. Alejandro Cabrera Britos, uno de sus integrantes, es el fundador del FAAO e ideó el proyecto de ley que intenta regular el trabajo de estos artistas.

El primer proyecto de ley para la protección de los artistas callejeros fue presentado en la Legislatura porteña en 2012 pero nunca fue tratado. Una segunda versión fue elevada en 2014 y “aún sigue siendo cajoneado”, contó Machado y agregó: “Esto se da en el marco de las políticas que viene llevando a cabo el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con el PRO principalmente,  de cerrar centros culturales, cerrar los espacios de trabajo, incluso la persecución a artistas callejeros, a los que les han sacado equipos e instrumentos. Por eso tuvimos que decir basta y organizarnos de alguna forma.”

Varios artistas sufrieron distintas maneras de acoso y exigencias de que abandonen su ámbito laboral. El vació legal que los rodea los deja a merced de la subjetividad policial. El accionar institucional se rige por la mezcla de leyes y decretos vigentes que no contemplan la realidad, pero que sirven de excusas para silenciar el arte ambulante. “Nos persiguen con leyes que están de la época de (Carlos) Grosso o que todavía están desde la dictadura. Estamos luchando contra eso. También estamos pidiendo por la Ley Federal de las Culturas, para ser incluidos en ella”, reclamó Machado. Y agregó que, en el Subte, la persecución se incrementó con el cambio de la Policía Federal a la Metropolitana. “Suelen echarnos bajo la excusa que somos un ruido molesto, que colaboramos con la delincuencia, que somos mendigos, cosas totalmente ilógicas. Nosotros no somos delincuentes, no somos mendigos, somos trabajadores”, remarcó.

El artículo 32 de la Constitución de la Ciudad “garantiza la democracia cultural, asegura la libre expresión artística y prohíbe toda censura”, a la vez  que “crea y preserva espacios,  protege y difunde las manifestaciones de la cultura popular, y facilita el acceso a los bienes culturales”. Pero esta normativa se contradice frente a los decretos que utiliza la Policía para expulsar a los artistas. Uno de los decretos que se invocan para correr a músicos y actores es el 1239, de 1993, que establece que “podrán realizarse actividades artísticas en las plazas públicas y paseos de todo el territorio de la Ciudad, siempre que no produzcan deterioros en los espacios que utilicen”. También se utiliza el decreto 2204, de 1990, que prohíbe las actividades de músicos ambulantes, actores, mimos y otros similares en el área del microcentro de esta Ciudad. Estos decretos, a su vez, chocan con la Ley 1540 de Control de Contaminación Acústica, reglamentada en 2007, que delimita los máximos de vibraciones permitidas y las áreas de sensibilidad acústica. Si los sonidos que emiten los artistas están permitidos por la Ley 1540, entonces no habría razón para que les quiten los instrumentos y amplificadores, mucho menos para que los echen de la vía pública.

Para terminar con esta problemática, el Frente de Artistas Ambulantes exige la sanción del Proyecto de ley 660 que tiene como fin “proteger, propiciar y fomentar la actividad artística en el espacio público” y plantea además que “la actividad que realizan los artistas callejeros no requiera de ningún permiso”.

A medida que fue transcurriendo la tarde, la Plaza se fue llenando de payasos, guitarras, malabaristas, micrófonos, instrumentos artesanales y gente que pasaba, miraba y se iba, o algunos que se quedaban un rato más. Después de que la Equilibresta-banda terminó su presentación junto a la Pirámide de Mayo, la banda Biciswing de Mendoza sonaba cerca de la Catedral. Y mientras que algunos payasos organizaban actividades para chicos, un grupo comenzó a instalarse al costado derecho de la Plaza. Alfombras de circo, un monociclo y un equipo de música hacían de escenografía. Onírica, al mando del micrófono, decía al público: “¿Cómo sobrevivió el arte a través del tiempo? Manifestándose libremente, claro”. Onírica se llama, en realidad, Gisela Viera y es parte del Festival Autogestivo de Circo y Arte Callejero, denominado Festi Sheca. Suelen presentarse en grupos de más de treinta artistas como estrategia para no ser expulsados. “Sea títeres, sea marioneta, sea estatuas vivientes o músicos. Nuestra propuesta es juntarnos, unirnos y hacerlo todos juntos”, explicó Viera, y refirió: “Juntarnos hace que compartamos experiencias de lo que nos pasa a cada uno trabajando en la calle, porque debatimos y discutimos cómo mejorar, y cómo seguir con esto ante las problemáticas que tenemos, ya sea con la policía, ya sea con las plazas cerradas, ya sea con que nos prohíban manifestar nuestro arte. Y estamos acá porque estamos compartiendo el mismo fin, que es que el arte se pueda manifestar en las calles libremente. Que nadie nos pueda prohibir tocar una canción, hacer un malabar o hacer una manifestación artística”.

Ya oscurecía cuando dos payasas se preparaban para su show y un poeta terminaba de recitar unos versos improvisados. El Encuentro continuó unas horas más, porque como decía en un volante que repartían los miembros del Frente: “Afortunadamente la simpatía social por el arte ambulante puede muchas veces mucho más que la acción de algunos brazos institucionales por intentar censurar y hasta judicializar al arte ambulante”.

El FAAO tiene planeado continuar con el por la Ley y con los encuentros por todo el país, por lo que proyectan el segundo en alguna ciudad de Córdoba. “Le pedimos tanto al Gobierno Nacional, como a los Provinciales, y al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que revean esta situación, que generen conciencia de que nosotros no somos lo que ellos dicen. A nivel nacional estamos recibiendo respuestas favorables, pero en torno al Gobierno de la Ciudad lamentablemente siguen sin escucharnos, siguen dando vueltas”, concluyó Machado.

Jamaicaderos en plena función.

Jamaicaderos en plena función.

Los libros usados gozan de buena salud

Los libros usados gozan de buena salud

Pescar no siempre implica levantarse antes de que febo asome para acercarse a una laguna llena de peces. En la jerga de los libro-adictos, la práctica remite a internarse en las profundidades de la calle Corrientes para encontrar alguna piedra preciosa bajo el mar de textos que ofrecen los distintos anaqueles. Edipo, Adán Buenosayres, La Catedral son apenas algunas de las librerías de usados superpobladas de historias.

“Nuestro fuerte son las rarezas. Tenemos saldos sobrantes de editoriales pero más que nada apuntamos a conseguir joyitas”, cuenta Maximiliano desde el abultado mostrador de Compro-Libros.com, firma con 20 años de experiencia en la compra y venta de libros. El local, ubicado al 1400 de Corrientes, recibe día tras días una muestra variada de visitantes: “Esta zona es una fauna llena de personajes y freaks. Hay curiosos, estudiantes y por la cercanía con Tribunales, muchos abogados. Algunas personas vienen a buscar libros específicos muy viejos, otros buscan ediciones que tal vez perdieron o prestaron y ahora quieren recuperar… Pero también están los que se equivocan creyendo que hay novedades o libros de texto. Aunque la gran mayoría entran porque sí, para ver que encuentran”, comenta.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

El efecto sorpresa que provocan estos laberintos literarios actúa como un imán para los devoradores de páginas: “Si voy por calle Corrientes, olvidate, llego tarde a todos lados”, ríe la veinteañera Victoria. “No puedo dejar de entrar. Para mí es una actividad en sí misma a la que le tengo que dedicar -mínimo- dos horas. No porque quiera sino porque cada vez que entro a una librería pierdo por completo la noción del tiempo”, asegura maravillada.
Este agujero negro -que se inicia a la altura de la calle Junín y se expande hasta el Obelisco-, congrega más de 20 librerías de usados y de saldos, ejemplares nuevos y desplazados del mercado: “Cuando las editoriales descatalogan determinados libros, vienen a las librerías de saldos”, explica Gabriela de Dickens, local ubicado al 1300 de la avenida. “Es un azar, una ruleta rusa. Llega de todo. Desde best sellers hasta literatura clásica. Por eso nuestro perfil de compradores es bastante amplio”, explica mientras un señor de unos 70 años -que se presenta como Lusardi- pide pista a lo lejos y se acerca a hablar: “Gran parte de los que compramos somos cazadores de libros”, afirma sonriente el asiduo maratonista de la zona. “Recorremos buscando no sabemos qué pero sabiendo que eso que encontremos, esa cosa, la cazamos nosotros. El que encuentra avisa a sus amigos. Incluso a veces te llevas más de un volumen para repartir. Tiene algo de suerte también. Porque podes pasar y encontrar algo que a las ocho horas o dos días no está más”, cuenta el también docente -ex librero- que en la actualidad posee una biblioteca de siete mil títulos. “Con los de mi mujer, llegamos a los 14”, aclara orgulloso. Detrás suyo, una señora con anteojos -que no deja por un minuto de observar con ojo de águila la mesa de ofertas-, asiente.

El popurrí de títulos sobre una mesa es muy común en estos locales. Bajo carteles indicativos de precios o promociones, cientos de libros luchan entre sí por sobresalir del montón, por ser elegidos. El rejunte, que muchas veces no conoce de géneros y autores, invita a los lectores a internarse en la tarea infinita del descubrimiento: “Es todo un disfrute en sí mismo para mi encontrar cosas en las bateas”, dice Lautaro, estudiante de Ciencias Sociales en la UBA. “Algunas librerías no tienen las cosas ordenadas por temática y uno tiene que buscar. Esas son de las mejores. De repente te encontrás algo que no esperabas y es una tremenda satisfacción. Siempre llevo en la cabeza tres o cuatro libros que quiero encontrar. Aunque sean difíciles uno nunca deja de tener esperanzas. Pero también puede pasar que entres con algo en mente y te lleves otra cosa”.

Pero las rarezas no son todo lo que atraen. Uno de los factores determinantes de esta actividad es el acceso económico: “Los precios de los libros nuevos son totalmente prohibitivos. Yo leo mucho pero si tuviese que comprar nuevos, no podría leer nada. Uno prioriza eso, si el libro está viejo o subrayado no me importa. Con tal de que pueda leerse yo me lo llevo”, sostiene Lautaro.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

Según la Cámara Argentina del Libro (CAL), la venta de libros nuevos cayó en un 10% en 2014 dado al aumento del 20 al 30% interanual de los precios. En ese marco, amigos del bolsillo del caballero y la cartera de la dama, los locales de saldos y usados ofrecen gran variedad de ejemplares a partir de los 20 pesos: “Elegimos partiendo de varias bases. Por ejemplo, si un libro nuevo se vende a 300, tenemos que empezar de la mitad para abajo”, cuenta Maximiliano de Compro Libros. Lo mismo opina Gabriela de Dickens quien, en ese sentido, amplía: “Hay una pauta comercial pero se tiene en cuenta la calidad de lo escrito, la obra. El ABC del arte que salía entre 1000 y 1500, acá está 500. Ponemos atención a eso. Aunque a veces determinados títulos por ser conocidos determinan sus propio valor”, explica sobre los volúmenes dedicados al público adolescente.

Además, otra particularidad de esta modalidad de venta es el incentivo a la lectura: “Lo que más me gusta llevar libros sin saber de qué se tratan”, dice Victoria. “Antes tal vez uno podía ir a una librería y elegir un título solo por lo que decía en la contratapa. Te podía gustar o no después, pero te arriesgabas. Ahora en una librería comercial es imposible. No vas a pagar 200 pesos salvo que te interese el autor o sepas de qué trata la obra o lo tengas ultra recomendado. En cambio, estos lugares te permiten jugar con eso, comprar por curiosidad, llevar cosas desconocidas, probar autores que no sabías que existían”, detalla.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

Sin embargo, existen formas alternativas de “cazar”. En los últimos años, los mercados de ventas por Internet lograron captar a quienes prefieren explorar desde la comodidad de sus hogares, entre el uso de palabras clave y un gran conocimiento de los motores de búsqueda: “No es el mismo disfrute pero me genera satisfacción encontrar algo que busco. Si bien la búsqueda está más sesgada y es mucho más difícil encontrar algo inesperado, muchas de las mejores cosas que encontré fueron por Internet”, comenta Lautaro.
Otro formato creado para los aficionados de las nuevas tecnologías son los e-readers, dispositivos que permiten comprar libros en formato digital, así como también descargar de manera gratuita: “El libro electrónico es algo bueno”, afirma el señor Lusardi. “Al poder descargar una cantidad enorme de títulos, por ejemplo, mi señora ya no compra policiales, pero lleva libros de adivinanzas para los chicos”, sonríe. Lautaro, por otro lado, no opina lo mismo: “No me gusta para nada. Me parece que matan a las librerías”, sentencia.

Pero apocalípticos a un lado, estos nuevos caminos aún no hacen temblar a la modalidad de compra-venta tradicional: “Para nosotros no es tan grave. En el último tiempo entró a jugar Mercado Libre. Sabemos que mucha gente busca ahí pero también las librerías se incorporaron creando sus propios usuarios para competir. Pero no nos afecta tanto”, cuenta Maximiliano.

A una calle de distancia, Gabriela opina lo mismo: “No nos afecta porque vendemos ofertas. Son las librerías de línea las que tienen problemas. Más allá del romanticismo que se puede tener por los libros, a muchas personas les es mucho más práctico y cómodo tener el e-reader. Pero no nos modifica en absoluto”, cuenta.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

Respecto a la modificación de hábitos de los consumidores Victoria es tajante: “Imposible que esto se extinga por el internet. Siempre que venís a estas librerías hay gente chusmeando. Tienen ese no sé qué, algo mágico que no encontras en una computadora”, opina.

Lusardi está de acuerdo. Luego de guardar su e-reader con sus últimas adquisiciones se acerca con paso cansado hasta la mesa de ofertas. Busca algo, atento como quien lee entre líneas. De repente, agarra un ejemplar y lo sostiene en lo alto. Se aclara la voz y con firmeza, truena: “Las tecnologías pueden ser un avance pero no hay como tener un libro. Esto -expresa blandiendo un Durkheim de tapa anaranjada- no se compara con nada. Así que haceme caso, una vez por mes pateá por Corrientes y pescá”.

Cruces, cortadas, voleas y ni una reja

Cruces, cortadas, voleas y ni una reja

En el centro del anfiteatro del Parque Lezama, bajo el resplandor opaco de los faroles, el cielo cada vez más negro y la mirada relajada de varios grupos de vecinos que cada tanto sueltan el mate y aplauden, cinco parejas bailan alegremente un tango. Cinco parejas que por momentos se convierten en seis, en siete, dan vueltas en la pista improvisada, ríen ante un paso mal dado, detienen el baile, conversan, se abrazan, retoman los pasos. La música acompaña; es evidente que no importan los tropiezos, las descoordinaciones coreográficas. Hay un clima de fiesta que lo justifica todo. Una voluntad celebratoria que sólo las nubes parecen dispuestas a empañar.

Tras once meses de obras, unos 28 millones de pesos invertidos, y una larga lucha de los vecinos de San Telmo para que sus demandas fueran escuchadas, el Parque Lezama, emblema y monumento histórico del barrio, reabrió al público, y lo hizo sin rejas, un logro que hoy, sábado 13 de junio, se festeja a todo trapo.

La jornada comenzó a las tres de la tarde, con una radio abierta, en donde los integrantes de la Asamblea del Parque Lezama recordaron las actividades que llevaron a cabo para manifestar su oposición al enrejado. Desde el 2013, año de formación de la Asamblea, los vecinos juntaron firmas, realizaron distintos cortes de calles y un abrazo al parque que reunió a más de mil cuatrocientas personas. El gobierno de la Ciudad, mientras tanto, avanzaba con su proyecto de restauración del parque, que incluía obras de iluminación nueva, senderos renovados, bebederos, el enrejado de todo el perímetro y el reemplazo del anfiteatro por un espejo de agua.

Vamos que esto es tango bajo la lluvia!, alienta un hombre ante la caída de las primeras gotas, que no logran espantar a nadie. Algunos se refugian bajo las copas de las tipas. Los equipos de sonido son cubiertos con un nailon. Una chica seca la pista con un trapo cuya consigna hoy no podrá leerse. De a poco, las parejas vuelven al baile y la milonga enciende nuevamente los motores. Suena el bandoneón. Más tarde será el momento de los profesionales. Una pareja de bailarines –él correctamente trajeado, ella con un tajo provocativo en su pollera larga- lucirán una ejecución soberbia frente al público.

“Creemos que este espacio lo ganamos con el compromiso y la lucha de los vecinos. Acá, el gobierno de la Ciudad quería hacer un espejo de agua y hoy están bailando. Se trata de defender este lugar como un espacio de encuentro, en donde se organizan actividades, presentaciones, asambleas. Es fundamental ocupar el espacio público para que la gente se lo apropie, para que el barrio lo hago suyo”, dice Mauricio García, referente de la Asamblea.

Las rejas suponían un elemento de control social, dice García, mediante el cual se limitaba el uso público de un lugar de esparcimiento y de reunión entre los vecinos. Eran además un ejemplo del tipo de política de espacio público que promueve el PRO, sostiene el referente. “Con las rejas querían controlar la utilización del parque y solucionar el problema del vandalismo. Nosotros creemos que esa no es la manera de resolverlo, y propusimos a los guardianes de parque, para que haya alguien permanentemente recorriendo el lugar”.

Además García recuerda el estado de abandono en el que se encontraba el parque hace unos años. “Había falta de mantenimiento en todos lados, no se regaba el pasto, estaba todo muy descuidado. A la noche el parque quedaba a oscuras, los juegos estaban destruidos, los monumentos venidos abajo”. Hoy el parque luce sin rejas, con senderos nuevos, bancos pintados, monumentos iluminados. Y un anfiteatro en donde el baile sigue, y una chica, micrófono en mano, lee la lista interminable de adhesiones, que van desde la FM Riachuelo y la asamblea permanente de afro descendientes hasta los legisladores Pablo Ferreyra y Aníbal Ibarra, entre otros.

El Parque Lezama fue diseñado a fines de 1900, por el urbanista francés Charles Thays, cuya mayor obra fue realizada en Argentina. Además del anfiteatro y las arboledas de tipas, olmos y palmeras, en las casi ocho hectáreas del parque se encuentra el Museo Histórico Nacional. En junio de 2013, un proyecto de ley declaró al Parque Lezama como Monumento Histórico Nacional, poniéndolo bajo la custodia de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos.

“Es necesario que los vecinos participen de las decisiones que se toman sobre su barrio. Reclamamos que se escuchen las voces de los vecinos, que son los que usan el parque. Estamos comprometidos hace 2 años defendiéndolo y lo vamos a seguir haciendo”, anticipa García. 

El nombre como acto de identidad

El nombre como acto de identidad

El padre de Julio Cortázar se llamaba Julio Cortázar y abandonó a su familia cuando el niño tenía seis años. El tiempo pasó y el escritor fue creciendo en la casa de Banfield. Con el tiempo, Cortázar se hizo conocido y adoptó Paris como segunda ciudad en el mundo. Su nombre cobró más fuerza entre los escritores, y el público comenzó a reconocerlo, a buscarlo, a interesarse por él. Un día, el padre de Julio le envió una carta donde pedía que se le devolviera una sola cosa: el nombre. Julio Cortázar (padre) le exigía a su hijo que usara otro seudónimo para firmar los libros y las notas. Porque cuando él daba su nombre en alguna dependencia o negocio del barrio, todos le preguntaban lo mismo: ¿usted es el famoso escritor? Y Julio Cortázar (padre) tenía que responder una y otra vez: yo no soy Julio Cortázar.

En 1949 el escritor respondió aquella carta con amabilidad, pero jamás hizo caso al pedido de su padre. Siguió firmando los libros y las notas con su nombre real. Y fue tan grande que lo hizo más propio de lo que era. Porque hoy, tantísimos años después, nadie podría afirmar que en el mundo alguna vez haya existido otro Julio Cortázar.

Nombrar es un acto de la cultura. Un gesto ancestral y necesario. Un hecho que funda la identidad, y enmarca a cada persona en un contexto de pertenencia. No hay nadie que no tenga al menos eso, una respuesta a la pregunta simple: cuál es su nombre.

Apenas nace un bebé, la cultura se introduce en su vida a través del nombre y el apellido. Esa primera huella en la historia personal tendrá la carga de la familia, los rasgos de la herencia cultural, y el misterio del destino no escrito.

Poder nombrar a alguien -o nombrarse uno mismo- también es un gesto de libertad. Implica la posibilidad de pertenecer a un lugar,  y de incluir a un nuevo miembro en un entorno conocido. Cada vez que nace un individuo, los adultos eligen su nombre, y ese gesto dice algo del nacido pero, a su vez, dice mucho de ellos.

El 1° de Agosto entrará en vigencia el nuevo Código Civil, resultado de la modificación de los códigos Civil y Comercial, vigentes hace 144 años. Uno de los cambios más significativos se relaciona con la elección –e incluso con la modificación- de los nombres y apellidos de las personas. En el nuevo Código, se extiende la nómina oficial de nombres permitidos, incorporando nombres aborígenes, latinos e ingleses. Incluso se podrán anotar nombres que hasta ahora se conocían como apodos, por ejemplo Juanse o Nacha. A partir de ahora, tampoco será necesario que el nombre sea en castellano ni que denote el sexo. La única exigencia es que no dañe el honor del individuo ni resulte ofensivo.

La psicóloga Andrea García (M.N. 16279) es experta en temas de adopción, donde el nombre cobra un sentido fundamental. “El nombre de un niño da cuenta de su historia. En muchos casos es la marca de alguien que posó su mirada amorosa para nombrarlo. Esta mirada es un otro presente en el proceso de integración familiar, es una señal de que el niño es un sujeto que anhela ser ahijado tal como es, sin restricciones (…) El trabajo con las familias que se ofrecen para adoptar tiene como eje lograr la disponibilidad que permita integrar al niño con su identidad, con su historia para construir, desde el primer encuentro”.

Por otro lado, hay cambios del nuevo Código vinculados con los apellidos. Hasta ahora, la inscripción de los nombres se rige por la “ley del nombre” (ley número 18.248), sancionada en 1969, en plena dictadura. El artículo 4 de dicha ley plantea que “los hijos matrimoniales llevarán el primer apellido del padre. A pedido de los progenitores podrá inscribirse el apellido compuesto del padre o agregarse el de la madre”.

El nuevo Código viene a cambiar esta norma ya que permite que los hijos de una pareja lleven uno o los dos apellidos, y en cualquier orden. El cambio más rotundo es que ya no es obligatorio por ley llevar el apellido del padre. Será un desafío cultural acompañar estas modificaciones legales, que amplían las posibilidades reales para inscribir a un individuo y asignarle un rasgo fundamental de su identidad.

En relación a que los hijos puedan llevar primero el apellido de la madre, la psicóloga Andrea García dijo: “esta legislación da cuenta de un cambio social que no contaba con su correlato legal. Históricamente, la portación del apellido materno era un estigma social que ubicaba al niño (y más tarde al adulto) en el lugar del ‘indeseado. Esta reforma da cuenta de un cambio de la posición de la mujer en la sociedad que se dará lentamente ya que lo cultural lleva tiempo hasta que logra arraigarse”.

El abogado y escribano Sebastián Reynolds (M.N. 4296) analizó para ANCCOM el lugar del nombre en la sociedad a partir de la perspectiva jurídica. “Una de las fuentes principales del derecho es la costumbre, y la reforma del código civil refleja una necesidad social vinculada con la identidad. Por un lado está el deseo de los padres de individualizar a sus hijos, y por otro, la libertad de los hijos de incorporar el apellido, por ejemplo, de la madre”.

En el caso de los matrimonios, la ley de 1969 estableció como obligación que las mujeres casadas antepusieran el “de” antes del apellido de sus maridos. Después de varios años, aquella obligación pasó a ser optativa. A partir del nuevo Código, el cambio se profundiza, porque plantea que cuando una pareja contrae matrimonio, cualquiera de los dos cónyuges tiene libertad para utilizar el apellido de su pareja, anteponiendo la preposición “de” o no.

Sin embargo, tanto el abogado Reynolds como la psicóloga García concuerdan en que este cambio es el que se dará más lento. García comentó que “aún está muy asociada la idea del hombre como proveedor y sostén de la familia (aunque actualmente sea un rol compartido con las mujeres) por lo que cambiar el hábito de que las familias sean identificadas por el apellido paterno llevará más tiempo”.

Marcelino tiene 58 años, es músico y forma parte de la comunidad quom. Fue padre por primera vez en 1982 y junto con su esposa, decidieron que el bebé se llamaría Mbareté, que quiere decir “fuerza espiritual”. La empleada del Registro Civil se negó a anotar al chico con ese nombre y derivó a Marcelino con uno de los jefes que le dijo: “¿qué problema tenés con el nombre de tu hijo?” Y Marcelino fue franco: “No tengo ningún problema, el nombre es Mbareté”. Entonces el jefe –la mano en la espalda de Marcelino- retrucó: “¿Por qué no le ponés un nombre como la gente y te dejás de joder?” Lo que vino después es todo cuerpo: Marcelino empujando al hombre, el hombre cayendo al piso, estirando la mano hasta un botón antipánico, un policía que llega corriendo. La mañana sigue en la comisaría, donde le recomiendan a Marcelino que “piense mejor” el nombre de su hijo.

Un día después, el hombre volvió al registro, esperó su turno, y cuando la mujer de la ventanilla le preguntó ¿cómo se va a llamar la criatura?, Marcelino le dijo: Mauro Matías. Cinco años más tarde, hubo que bordar el nombre en el corbatín de preescolar. Los padres le preguntaron al chico qué nombre quería para su corbatín. El niño tenía cinco años, y la seguridad de un adulto. Miró fijo a sus padres y dijo: “quiero que me escriban Mbareté”. Marcelino respiró tranquilo.

Las leyes y las costumbres se relacionan dialécticamente. A veces las tradiciones cambian primero, y atrás va la ley aggiornando las reglas y adaptándose a una nueva época. En otras ocasiones, la ley da el primer paso, y las personas van detrás, acomodando sus costumbres a las nuevas normas. En el caso del nuevo Código, la relación es mutua y plantea cambios públicos para desafíos privados.

El filósofo Ludwig Wittgenstein sostenía que solo se puede pensar aquello que puede ser nombrado. Quizás las libertades que el Código incorpora sean el primer paso en ese sentido. La posibilidad de nombrar relaciones sociales distintas y actualizadas. Una vez que tengan un nombre, quizás sea más fácil romper el tabú.