Ene 11, 2017 | Entrevistas
“La radio es más una diversión que un trabajo”, dice el reconocido editor Daniel Divinsky a ANCCOM. Desde febrero se emite por Radio UBA “Los libros hablan”, un programa pensado, guionado y conducido por Divinsky, fundador, junto a Ana María “Kuki” Miler -su ex mujer-, de la mítica Ediciones de la Flor. Fueron casi 50 años de actividad y sobrevivieron a la censura, la prisión y el exilio, como también a los nuevos paradigmas de la industria.
Si bien Divinsky se desvinculó recientemente de Ediciones de la Flor por decisión personal, dejó en el sello –y lleva consigo- una labor invaluable con autores nacionales e internacionales paradigmáticos, tales como: Rodolfo Walsh, Quino (Joaquín Salvador Lavado), John Berger, Roberto Fontanarrosa, Caloi (Carlos Loiseau), Alberto Breccia y Umberto Eco entre muchos otros grandes.
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Con recortes de diarios seleccionados sobre la mesa, Daniel Divinsky y su humilde parsimonia esperan sentados frente al micrófono de Radio UBA a Constanza Brunet, directora de Editorial Marea, destacada por su catálogo de género periodístico. “Los libros hablan, pero hablan bajito, hay que leerles los labios”, es la cortina que abre el programa. Mientras el conductor recuerda que es el cumpleaños número 85 de Tom Wolfe –entre otras cosas, el creador del “Nuevo periodismo”- la entrevistada se sienta y distribuye sobre la mesa del estudio pilas de libros. El conductor los va observando uno por uno sin perder el hilo de lo que está diciendo acerca de Umberto Eco y otros pensadores que se han declarado críticos sobre el oficio periodístico.
Algunos de los temas emprendidos en los programas de febrero son: el papel del papel -sobre la digitalización de libros-, la profesión de librero, las ferias del libro nacionales e internacionales, la Biblioteca Nacional, la edición de libros periodísticos y musicales. Divinsky entrevista a protagonistas de cada tema y pone en cuestión mitos del mundo editorial. Con 73 años no pierde la capacidad de asombro, ni su pragmatismo.
¿Cómo surgió la idea de Los libros hablan en Radio UBA?
-La idea surgió de las dos personas que tenían antes el espacio de libros que estaba dedicado más bien a editoriales: Leandro de Sagastizábal, que ahora es presidente de la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) y Luis Alberto Quevedo, presidente de Eudeba. Ellos hicieron durante bastante tiempo un programa en el que cada uno entrevistaba a un editor, un programa muy lindo, por lo menos para los que estábamos en el gremio, y después como resultado de ese programa salió un libro que publicó Eudeba: Optimistas seriales, basado en esas entrevistas. Ellos no podían seguir haciéndolo porque Leandro tenía más responsabilidades en la CONABIP y Luis en Eudeba. Me lo propusieron y acepté. De un día para el otro ya estábamos grabando el programa.
¿Quién elige a los invitados?
-El criterio para elegir a los invitados es totalmente mío. Sólo me pidieron que hiciera un eje temático en cada programa.
¿Qué importancia tiene llevar la literatura a otros medios, como la radio o el audiovisual?
-Yo creo que el principal medio de difusión de los títulos es el boca-oreja, es decir, el comentario que hace un lector a alguien que es candidato a lector acerca de algo que leyó y le impresionó mucho. La idea es hacer en el programa algo parecido a eso, dentro de un horario más o menos racional porque, como decía esa canción de Les Luthiers en broma: “El programa cultural en su horario tradicional de las tres de la mañana”, como pasó en la televisión pública, por lo demás excelente -hasta hace poco-, que los programas de libros quedaron desplazados por los programas de futbol a los sábados a los 8 de mañana, una hora insalubre -si las hay-, o a las 8 de la noche de un domingo.

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Un dibujo resalta en la biblioteca del departamento de Divinsky: él aparece con su barba blanca y el tamaño de un duendecillo, sentado en una de las estanterías de su biblioteca colmada de libros. El dibujo tiene una dedicatoria: “Para Daniel Divinsky, señor de los libros y guardián de tesoros! Decur”.
“Decur –el humorista gráfico- apareció con este dibujo un día en la oficina -cuenta el editor-. No nos conocíamos pero él supo que yo tenía una enorme biblioteca porque lo vio por internet”.

¿Editar sigue siendo una enfermedad, tal como decía antes?
-Yo conseguí curarme. De todas maneras tengo varias propuestas para asesorar editores amigos, pero mi convenio me impide aparecer como editor por un tiempo.
A partir de su desvinculación de Ediciones de la Flor ¿qué cambió en su vida?
Fue un cambio necesario porque la relación societaria era muy complicada. No es que me hayan echado ni desposeído de la editorial. Yo decidí irme y negocié mi salida. Es un cambio de ángulo, también derivado de la edad, de las ganas de tener menos responsabilidades y más tiempo libre. No es para nada gravoso. Me tomé un verano sabático, estuve casi dos meses de vacaciones. Y esto de la radio es más una diversión que un trabajo.
¿Cómo era su rutina en la editorial y cómo es ahora?
Ahora carezco totalmente de rutina. A la editorial, normalmente iba sólo por la tarde y después leía en mi casa y me traía trabajos para corregir.
¿Qué lo caracterizó a usted como editor?
El eclecticismo, el interés por todo un poco desmesurado. Un cambalache bah…
¿Cuál es su mayor orgullo personal?
Haber sido el editor de Rodolfo Walsh, elegido por él.
¿Cómo fue su relación con Rodolfo Walsh?
La relación fue con un anglosajón, cerrado, de pocas palabras, con mucho humor, pero con poco expansividad. Fue una especie de amigo de bajo voltaje. Pasó un fin de año en la casa que compartíamos con mi ex mujer, pero nunca fuimos amigos íntimos. Aunque la relación era de enorme admiración. Fue el único autor que le planteó a mi compañera, en ese momento, que quería que sus libros se vendieran lo más barato posible, para que llegaran a mayor cantidad de gente. En una época en que los autores, incluso los muy progresistas, publicaban en los grupos transnacionales para ganar más dinero, que un autor quisiera que sus libros se leyeran y no ganar más dinero con ellos, es digno de mención todavía tantos años después. Nunca me volvió a suceder. Rodolfo tenía un humor muy satírico, muy frío y no era expansivo en absoluto, por su militancia.
¿Cómo vivió su desaparición?
Fue en 1977, estando nosotros –mi ex mujer y yo- presos, era parte del dramatismo general del momento. Nosotros, que no teníamos ninguna militancia política –y casi me da vergüenza decirlo-, fuimos presos por la prohibición de un libro que se les ocurrió que iba a incitar a los niños en la subversión… nos dimos cuenta del dramatismo del momento. A nosotros nos habían dicho “por qué no se van un tiempo”. Finalmente decidimos hacerlo. La editorial publicaba libros políticos de signos diferentes siempre dentro del progresismo, pero nunca militantes. Nuestro propio eclecticismo hizo que nos censuraran y nos metieran presos, de manera que si nos pasaba eso a nosotros que no teníamos ninguna militancia, ¿qué les podía pasar a otros? El efecto demostración hizo que muchos libros se quemaran o destruyeran. Mi hipótesis fatalista era que no había autocensura que pudiera igualar los criterios de los grupos represivos. O sea, que había que hacer las cosas normalmente y si tenía que pasar algo iba a pasar.
Usted y su ex mujer fueron censurados, presos y exiliados durante la última dictadura militar ¿Cómo ve el país hoy?
Con enorme pesimismo. Porque había un proyecto que tenía una cantidad de defectos -que no suscribía en su totalidad- pero que implicaba, por el lado cultural, un apoyo importante y abierto. Y creo que eso ha quedado totalmente desechado a partir del 10 de diciembre. El gobierno anterior tuvo miles de defectos y corrupción y demás, pero en algún aspecto tuvo ideas decididamente correctas.
¿Qué medidas del gobierno actual son las que más le disgustan?
-Básicamente los nombres de los funcionarios designados. Alcanza con una referencia a sus propias carreras: el Ministro de Cultura (Pablo Avelluto), un funcionario de las transnacionales culturales. Es decir, se ha puesto a los zorros al cuidado del gallinero en muchos aspectos.
¿Tiene otros proyectos editoriales o profesionales en otros medios?
-Estoy organizando con un grupo de personas del gremio una carrera de edición en la Universidad de Avellaneda. Se está terminando de preparar el plan de estudios, se va a someter a la CONEAU (la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria) para que se la autorice, porque va a ser una tecnicatura, y la idea es lanzarlo con un seminario internacional en mayo sobre si se puede aprender a editar. Es una Universidad que tiene doce años de antigüedad, 6000 alumnos, una carrera de Comunicación Social y una cosa rara que es un Centro Universitario de Industrias Culturales, dentro del cual se promovió el lanzamiento de la carrera. Es posible que dé alguna materia, pero básicamente voy a dirigir.

¿Alguna vez escribió algo propio?
-En la post adolescencia hubo un intento de novela autobiográfica que quedó perdido por ahí y ahora hice una especie de memorias conversadas con la periodista Silvina Friera que fueron desgrabadas, corregidas y que estoy haciendo el editing para que aparezcan hacia mediados de año.
¿Por qué cree que autores como Quino o Fontanarrosa siguen estando tan vigentes hoy?
-Quino dice que la perduración del interés por Mafalda es la prueba del fracaso de lo que él quería, porque quiere decir que no cambió nada. Si siguen causando gracia las mismas críticas, si los mismos problemas subsisten, él no tuvo ninguna eficacia en solucionarlos. Lo de Fontanarrosa tiene más que ver con el humor popular y después hay cosas diferentes de Liniers y otros autores que la editorial fue publicando con el tiempo respondiendo a la necesidad de la gente de una visión diferente de la realidad a través del humor. La única investigación de mercado que hizo la editorial fue la de nuestra propia nariz.
Los libros en su vida ocuparon un lugar preponderante desde muy chico, pero ¿qué lugar ocupó la radio?
Soy oyente de radio desde muy chiquito. En mi casa tuvo una presencia permanente porque te permitía el mayor contacto con el mundo. Teniendo yo ocho o diez años se compró en mi casa el combinado –toca disco que tenía radio de onda corta-. Por las noches, buscaba sintonizar radios y de repente encontraba traducciones en castellano de una radio de Moscú o de China. Viviendo en el exilio, en Caracas, un amigo exiliado chileno era locutor de la única FM que había en ese momento en Venezuela, que era FM Cultural. Mucho antes que Chávez, el gobierno venezolano impedía que hubiera otras FM porque decía que se iba a comercializar el espacio. Entonces había una sola radio con programación cultural y empecé a hacer un programa de libros que grababa este locutor, Jaime Suarez, con una voz preciosa, y que iba los domingos a las tres de la tarde. Yo le mandaba el libreto, el locutor lo grababa. Vuelto a la Argentina en el ’83, estuve en un grupo de independientes que apoyó la candidatura de Alfonsín y me citó el Secretario de la Presidencia, Germán López. Yo pensé que me iban a ofrecer Eudeba, realmente, porque tenía cierto sentido. Pero me dijeron que el Presidente quería que yo dirija Radio Belgrano. “¿Yo la radio? Si lo único que sé es encenderla, cambiar el dial y apagarla”, contesté. E insistieron: “Mirá, el que está a cargo es un teniente coronel de artillería, ¿te parece que vos que sos empresario y tenés una editorial, sabés menos de radio que un teniente coronel de artillería?”. Ahí estuve dos años.
¿Cómo fue la experiencia en radio Belgrano?
Fue una experiencia totalmente revulsiva, porque había una radio, como en todos los medios, con gente muy atemorizada: nadie quería decir nada, todos temían la autoridad del interventor como si fuera a salir a castigarlos a latigazos. No era mal tipo el que estaba a cargo, dentro de lo que podía ser un militar a cargo de una radio. Lo que decidimos con el equipo que me acompañó, algunos radicales otros independientes, fue designar un gerente periodístico, que fue Jorge Palacios y a Ricardo Horvath, y armar una programación provisoria desde el 11 de diciembre que asumimos, hasta marzo que iba a empezar la programación efectiva. Estuvimos buscando lo mejor que había sido opositor a la dictadura: (Eduardo) Aliverti tenía la mañana con un movilero muy audaz y muy revulsivo que devino en lo que ahora es Jorge Lanata. Después había un programa que se llamaba Nuevos aires que tenía un elenco bastante variado donde había un abogado muy defensor de la dictadura, al que poco tiempo después le pedí la renuncia, estaba Enrique Vázquez, Diego Bonadeo en deportes, Silvia Puente… y mantuvieron ese espacio que fue muy lindo. Después un programa femenino que se llamaba Ciudadana, que hacían Julia Constenla y Marta Merkin. También había un diario de la tarde con varias estrellas del periodismo: Rogelio García Lupo en política nacional, por ejemplo. Le dimos la trasnoche, desde las doce a dos de la mañana, a un programa que nos dio muchas satisfacciones y muchos dolores de cabeza. Se llamaba Sueños de una noche de Belgrano y lo hacían nada menos que Jorge Dorio y Martín Caparrós: un programa totalmente original, con montaje, con sonido temático monográfico. A los pocos programas de Sueños… fue el aniversario de la invasión de Malvinas y lo hicieron un poco satírico al tema, eso motivo que un ex militar hiciera una huelga de hambre en el estudio, tomara la radio, y cosas por el estilo. O sea que… ¡Aventuras no faltaron!
Un colibrí aparece en el balcón y Divinsky se asombra, tal como un niño, la alegría es espontánea. Abre el ventanal, se escuchan cientos de pájaros y el colibrí, con su incansable aleteo, se aleja. La visión desde el balcón es espesamente verde, un paraíso de miles de árboles en el centro de Buenos Aires. El aleteo del colibrí se proyecta al infinito. Divinsky achina los ojos y lo mira irse, pero continua alegre, como si hubiera visto a un viejo amigo.
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El programa radial “Los libros hablan” se emite los lunes a las 15 por Radio UBA 87.9.
Ene 3, 2017 | Entrevistas
Probablemente, para Benito Cerati la música sea el timón al cual se aferró para transitar y superar la oscuridad, dejando en el camino una inconfesable desesperación que se ha ido desvaneciendo al tiempo que pudo anclar su nave, otra vez, en la realidad. La música, como amuleto con el cual deshizo la tempestad, presagia para él un camino que quiere ser de luz. Así se percibe en Alien Head, reciente material discográfico editado con Zero Kill, proyecto al que Benito ha transformado en una banda para sumar a su experiencia otras compañías en una travesía de sonidos que, asegura, serán siempre el retrato de los paisajes que deba transitar.
De la angustia contenida y exorcizada con Trip Tour al alivio de haber llegado a un puerto de luz con Alien Head, Benito Cerati continúa madurando su joven vida trazando un mapa que desde un tiempo a esta parte lo tiene como protagonista. Emprendió un viaje que se va poblando de recitales, giras y composiciones, un cúmulo de experiencias que seguramente continuarán haciendo de él un hombre más liviano y feliz, capaz de trabajar el dolor para obtener siempre un aprendizaje.
Manifestaste que Alien Head es un disco con más claridad en contraste con Trip Tour, al cual definiste como oscuro, ¿cómo transitaste esa mutación?
Trip Tour tiene mucho de descarga, de exorcizar un presente difícil, y Alien Head es todo lo contrario, como la celebración de la felicidad, de estar bien, de poder divertirme. Costó pero ahora hay otro plano de vida. En estos tres años pasaron muchas cosas, entre las cuales me integré al planeta tierra. Lo gracioso de esta dualidad es que Trip Tour fue un disco cuya tapa era luz, amarillo, y Alien Head tiene una tapa oscura, negra, entonces es un poco como una ilusión óptica, como si la tapa canalizara la oscuridad y la música la otra parte. Una de las cosas que me sacó adelante fue lo que volqué en el primer disco, a partir de ahí me saqué una mochila y empecé de nuevo. Es como decir: “ahora sí está todo bien”; y si bien pasé por momentos difíciles, un poco hasta agradezco haber pasado por todo eso, es hasta más gratificante estar ahora donde estoy, haber llegado a un lugar bien.
Se percibe en Alien Head un giro más hacia la canción, una estructura un poco más rockera, ¿fue una búsqueda consciente?
Siento que lo que pasó con el primer disco es que era como un demo, un “a ver dónde quiero ir”; también tuvo mucho de querer informar todas la cosas que tenía y fui acumulando hasta ese entonces. Quería demostrar todo lo que fui desde que conocí la música hasta ese momento, en el que tenía 18 años. Terminó siendo una cosa desorganizada, dispar. En este disco sucede que hablo de cosas concretas, tiene que ver con lo que me ha pasado solo en estos tres años que han transcurrido entre ambos discos, entonces es un poco menos de información y a su vez es más concreto. Hay también una maduración, por lo menos yo lo noto también en la lírica, hay temas específicos que estoy abordando. En este disco quise divertirme, hacer una cosa graciosa, hasta absurda por momentos. Es mi humor, como soy en la vida real, y un poco quise reflejar que yo también soy esto, que no está todo mal todo el tiempo.
¿Cómo te vinculas con la escritura en el proceso de composición?
Escribo mucho, me gusta generar situaciones y no poner límites en lo que se me ocurre, ni musical ni líricamente. En este disco lo primero que se me ocurrió fueron los títulos, los cuales me dieron pie a todo lo demás, desde una frase iba haciendo todo lo que me pedía en cuanto a letra y música, como un rompecabezas donde acomodás las piezas. Relacionando una cosa con otra, pasaba de tener una frase a tener una canción completamente armada. Es la primera vez que lo hago así; tal vez por eso, en este disco las canciones tengan un poco más de estructura, están todas compuestas en el piano y luego con instrumentos, entonces tienen mucha más naturalidad de acordes.

Fotos Nora Lezano / Gentileza Sony
¿Contribuyó a lograr la estructura de las canciones en Alien Head la formación de una banda estable?
Sí, esa era la idea que tenía: que sea un disco más de banda. Por supuesto, también hay invitados, muchos de los que tocaron en el disco anterior también lo hacen en este, pero quería tener una banda estable para poder tener un sonido. Hasta ahora había tocado dos extremos, uno más claro y atmosférico, y otro más electrónico, más frenético. Para lograr una cohesión entre cosas tan distintas decidí que toquen siempre los mismos. Así se fue armando la banda y, a la vez, generando un vínculo más cercano, personal y musical. Estoy muy agradecido con los chicos que se coparon en tocar, porque cuando salimos en vivo, suena casi como en el disco. Además, yo no me considero muy instrumentista, me considero más compositor y fanático de hacer y de crear, y a la hora del virtuosismo me inclino más en los chicos. Con Alfred está más que cubierta la guitarra, con Dana el bajo es impecable, y con Pedro se toca todo en la batería.
Últimamente Zero Kill participó de festivales convocantes y bien heterogéneos en cuanto a la propuesta de estilos, ¿cómo es la experiencia?
Me encanta porque al final sigue siendo música y, más allá de los estilos, la música es lo que a mí me mueve. Nunca pienso en términos de géneros; siento que encasillan. No entiendo mucho a las bandas que dicen: “Nosotros hacemos rock”. Yo hago lo que me dan ganas de hacer y entonces eso también me da la libertad de compartir con toda la gente que está en la misma que yo, aprendiendo de todo lo que hay alrededor en este ambiente. Me guío mucho con bandas que se reinventan, que cada disco es distinto al anterior, que están siempre en una búsqueda de las distintas cosas que les gustan. Yo tengo mucha música en la cabeza, y este es un tipo, pero no es lo que me representa en totalidad.
En ese sentido, ¿en la última canción de Allien Head se presagie como un nuevo giro?
Está buena esa apreciación, me parece que sí, que puede ser como decir “ya escuchaste todo lo que había acá”. Termina con un gospel, quería meter influencias como Michael Jackson y Stevie Wonder en algún lado, por eso el coro gospel del final. Pero no sé si lo próximo irá por acá, o si será más soul, puede tranquilamente ir por ahí.
¿Cómo percibís que recibe el público este disco?
Este disco es un poco más accesible, tal vez sea más cancionero y no tiene pasajes instrumentales,;creo que al público le entra más fácil. Por otra parte, tuvo una respuesta mucho más inmediata y buena que el primero, que al principio nadie entendía mucho de que se trataba y recién después del año me decían que estaba bueno. Este está diseñado más como singles, “Reencarnar” fue el primer tema que hice de todos éstos y salió en dos minutos, fue salir a hacer algo con un estribillo pegadizo, buscándolo sin perder la aventura que tienen que tener todas las canciones. La recepción de los vivos está buenísima; el otro día, por ejemplo, estábamos tocando en Luján y teníamos una fila de personas adelante, cantando los temas. Es una conexión buenísima, porque ves que está pegando de otro lado. Yo, por ejemplo, siempre tengo la sensación que no te escucha nadie, y cuando salís a tocar ves que hay gente que lo escuchó y canta lo que escribiste, es increíble. Está buenísimo que haya gente que te acompañe en el viaje.
¿Y con la exposición cómo te llevás?
Bien, me manejo en un ámbito en el que hago música pero no estoy buscando llenar estadios. Me gusta la imagen en todo lo que es el concepto de la banda, pero soy una persona a la que no le gusta figurar mucho.
¿La etapa más experimental y aventurera de tu padre es una impronta en tu camino?
Sí, creo que de donde más me nutro es de ahí. Toda esa época del 91 al 93, entre Amor Amarillo, Colores Santos, Dynamo, siento que todos esos discos son los más influyentes. Son muy lindas canciones, pudo haber dado pie a algo que no ocurrió, la música argentina podría haberse beneficiado de esa riqueza sonora. No solo en las experimentaciones del sonido, sino que las canciones también eran preciosas. Todo lo de los 80 es más clásico, pero me gusta de las bandas cuando sacan un disco y decís; “¿Qué hicieron?” Valoro la experimentación, admiro cuando buscan salir de la zona de confort sin pensar en lo que puede llegar a querer el que te está escuchando. Toco lo que tengo ganas, no me rijo por la gente que dice “agarrá la guitarra”. He intentado hacer canciones más simples pero las descarto porque me aburro al minuto, tengo que encontrar algo nuevo, algo que para mí resulte original y distinto.

Fotos Nora Lezano / Gentileza Sony
¿Y de qué manera te vinculás con tu papá?
Con los recuerdos. Él siempre fue mi papá, al músico lo descubrí después, son dos personas distintas para mí, aunque igual de admirables. También hubo un momento en que tuve que hacerme cargo de mi vida, porque con todo lo que pasó me dejé de lado a mí mismo. Pasaron cinco o seis años y yo seguía en una burbuja trabado hasta que en un momento me di cuenta de que era súper triste todo lo que estaba pasando, pero que tenía que hacer algo conmigo; si no, me hundía. Costó pero lo logré, y me hizo ben, era lo que tenía que hacer, y ahora estamos parados acá, en un buen momento, por esa decisión.
¿Seguís ordenando las piezas del rompecabezas?
Obviamente, eso pasa cuando uno no tiene al lado a un ser querido, perdiéndolo incluso tempranamente. La verdad es que no lo conocí de grande, siempre fui el hijo, no tuve la chance de conversar maduramente por decirlo de alguna manera, entonces lo recuerdo más como un padre de autoridad a diferencia de lo que ocurre con mi mamá, con quien podemos conversar maduramente. Voy entendiendo el lado maduro de la vida, de una manera más adulta tal vez, y veo que no todo es bueno, que no son todos reyes, que no es todo tan puro, alegre y mágico. Eso le pasa a todo el mundo, y uno es todo lo que uno fue. Aunque algunas veces se reniegue, se es ahora porque hemos sido antes.
¿Conservás materiales inéditos de él?
Hay muy poquito, él siempre compuso lo justo, ahí nos parecemos. En Allen Head son nueve temas; los que quedaron en el medio se eliminaron, los quemamos. No gustó, entonces no lo escucha nadie. Debe haber dos o tres temas inéditos, de hecho Siempre es hoy es un disco largo porque había hecho muchos temas y quería ponerlos todos, solo un par quedaron afuera. Pero no son temas, son bocetos, loops; tampoco vale la pena eso, la obra ya está en el aire.
¿Te lo cruzás en el viaje de tus composiciones?
Sí, de hecho hay muchas experiencias que hemos vivido juntos y que nos han disparado compositivamente. Por ejemplo, la canción “Medium” está inspirada en un viaje que hicimos a Nueva York, donde conocimos un museo de médiums. Y la foto de Alien Head está inspirada en eso. Siempre estoy encontrándome en el camino.
¿Y qué consideración tenés del rock argentino?
Siempre ha sido rico. Argentina siempre ha sido destacada en ese sentido, creo que hoy tal vez falta difusión. En su momento han salido unos monstruos -en los setenta, ochenta, noventa-, que hoy siguen siendo legendarios, pero siento que a partir de ahí han habido cosas buenas y que tal vez no llegaron, hay algo que está mal armado. También puede ser que la gente se quedó un poco, ya no se sale tanto a ver bandas. Yo, por ejemplo, voy a Chile muy seguido y allá cambió un poco la cosa, es casi al revés, está creciendo una movida indie pop que está buenísima, veo mucha gente participando, creció mucho en estos últimos años, pero no es algo que esté pasando en el mundo. Siento que acá hay muchas bandas con potencial que tendrían que ser más valoradas, yo por suerte soy muy melómano, entonces siempre estoy descubriendo bandas y sumando más información, pero estaría buenísimo que las bandas que se esfuerzan y hacen música por amor al arte tengan un lugar más significativo en la cultura. Al margen de eso, creo que el rock, la música nacional, sigue siendo igual de impactante que siempre.
Actualizado 15/11/2016
Ene 3, 2017 | Entrevistas
¿Qué pasaría si el bebé destinado a ser Superman cayera en un terreno baldío de Isidro Casanova? Con esa consigna nace Kryptonita, un libro que relata cómo, en la madrugada del 29 de junio de 2009, una banda de criminales llega al hospital Paroissien y se atrinchera para salvar a Nafta Súper, líder del grupo. “Me contrataron por una nueva novela y me dijeron que tenía que poner en el contrato aunque sea de qué iba a tratar. Y yo, la verdad, que más en broma que otra cosa les dije: ‘De un Superman matancero’”, explica Leonardo Oyola.
Oyola nació en 1973 y se crió en el oeste de Gran Buenos Aires, al igual que Nafta Super y el resto de la banda. Colabora en la edición argentina del mensuario Rolling Stone y en la revista Orsai, donde entregó bimestralmente durante 2012 el folletín Cruz/Diablo. Además de Kryptonita, lleva publicadas otras siete novelas: Santería, Sacrificio, Siete & el Tigre Harapiento, Hacé que la noche venga, Bolonqui, Gólgota y Chamamé.
Debido al éxito de Kryptonita y de su adaptación cinematográfica dirigida por Nicanor Loreti, el escritor recibió varias propuestas para continuar la historia. Nafta Súper, del mismo director, será una serie de ocho capítulos que se emitirá a partir del miércoles 16 de noviembre por Space y contará por qué, diez meses después del episodio en el Paroissien, vuelve Nafta Súper al barrio, por qué se vuelve a juntar la banda.
¿Cómo surgió la idea de Kryptonita?
Estaba promocionando otro libro mío, Santería, con Juan Sasturain, director de esa colección. Nos citaron mal en la Rock and Pop, una hora antes de la que teníamos que estar, entonces hicimo tiempo en el bar de la esquina. Ahí, charlando de cualquier cosa, él me contó de los elseworlds o what if, que trasladan un personaje conocido popularmente a otra realidad. Me habló sobre un Batman que le gustaba mucho, que lo habían trasladado a la época de los corsarios, de los piratas, y que respiraba no solo el personaje Batman sino también mucho de Emilio Salgari y Sandokán. También me contó de Hijo Rojo, una historieta en la que el bebé que iba a ser Superman, en lugar de caer en Estados Unidos, caía en la Unión Soviética y, por ende, se convertía en un ícono comunista. De hecho, el mundo se volvía comunista por él. Y bueno, la idea me gustó. Justo me contrató una editorial grande para escribir una nueva novela y me dijeron que tenía que poner en el contrato aunque sea de qué iba. Y yo, la verdad, que más en broma que otra cosa le dije: ‘De un Superman matancero’. Y les encantó. El bebé que estaba destinado a ser Superman, en lugar de caer en Estados Unidos, cae en un terreno baldío en Casanova y se cría en el barrio donde crecí yo. Estaba contento porque era la primera vez que acá me pagaban una plata muy importante por una novela –había tenido esa suerte solo en España–, pero cuando me puse a escribir no le encontraba el tono, no servía lo que quería hacer. Entonces me di cuenta que tenía que leer muchas historietas, involucrarme un poco más en el personaje. Pasaron tres años hasta que hice el primer borrador y la pude entregar.

“Me contrataron por una nueva novela y me dijeron que tenía que poner aunque sea un timeline, de qué iba. Y yo, la verdad, que más en broma que otra cosa le dije: ‘de un Superman matancero».
¿Cómo decidiste situar la historia en el Hospital Paroissien?
En el medio de esos tres años fueron pasando cosas que determinaron el escenario. Una amiga muy cercana decidió quitarse la vida y se pegó un tiro con un calibre chico, entonces tuvo cuatro días de agonía hasta que finalmente falleció. Esos días estuvimos todos de vigilia, haciéndole el aguante en el Paroissien, y me volvieron muchas historias, porque es el hospital de mi lugar. Mis viejos toda la vida trabajaron en negro, no teníamos obra social, y cualquier cosa que nos pasaba nos atendíamos ahí. Y bueno, en ese momento decidí que la novela se iba a situar en el Paroissien y que Nafta Súper iba a llegar malherido. Y lo que me pareció interesante, al lado de otros libros que ya había escrito, fue poner al médico como narrador principal. Quería jugar por un lado con eso y, por otro lado, con las voces polifónicas. Aparentemente el narrador principal es el Tordo, pero después van apareciendo los otros personajes, los otros héroes contando la historia de Nafta Súper.
El Tordo es un “nochero” que pasa cuatro días sin dormir pagado por los médicos titulares para que cubra sus guardias. ¿Te enteraste de este tipo de prácticas durante los días que estuviste en el Paroissien?
Algo ya sabía porque me habían comentado, pero ahí lo terminé corroborando. Tenía un conocido que estaba laburando en el hospital y nos reconoció. Le contamos con quién estábamos y pasamos varios días con él. Le pregunté por los nocheros, si era un mito o si era realidad. Y me contó: era realidad, lamentablemente.
Al principio la novela estaba basada solo en Nafta Súper, ¿cómo decidiste incluir a la Liga de la Justicia?
La primera versión que escribí se volvía involuntariamente una parodia, tanto de los superhéroes como de La Matanza, y yo no quería que pasara eso, sobre todo con La Matanza. Me daba cuenta que me estaba metiendo con algo que no quería criticar. Lo poco que había leído de historietas hasta el momento me había parecido muy bueno, muy fascinante, entonces no me quería burlar ni a palos. Además de la tragedia de mi amiga me pasó otra cosa, que yo también digo que fue una tragedia personal –en broma– y es que no salía Lost, la serie. No lo hacía porque por primera vez hicieron huelga los guionistas, y ahí es que la mayoría de las series pasaron de tener 24 episodios por temporada a 13 –y ahora los reducen más todavía, porque se dan cuenta que los escritores tienen un control muy grande. Entonces leí una nota increíble, del periodista Marcelo Stiletano, que hablaba en ese momento de lo que estamos viviendo ahora: el advenimiento de la era dorada de la serie. Decía que a lo que más se le daba importancia era a las historias, y que entonces todo lo que estaba flojo en el cine iba a interesar para la televisión y que actores y directores que estaban acostumbrados a trabajar en el cine pasarían a la TV. Fue muy visionario Stiletano. Pero lo básico que contaba él era que antes, sobre todo en las series de los 70 y los 80, todo pasaba por la estrella. Cuando la estrella quería un aumento y no se lo daban, no se presentaba al set de filmación. ¿Entonces qué pasaba? Como el capítulo semanal se tenía que emitir igual, se hacían refritos: esos son los famosos capítulos en los que los protagonistas son los personajes secundarios de la serie y, por lo general, evocan recuerdos, hay flashbacks. Utilizan escenas del personaje principal, que no vino a grabar, de otros capítulos. Decían que el recurso más fácil, y el más repetido para las series policiales, era juntar a todos en la comisaría y que viniera el jefe y dijera “acaban de herir a tal personaje”. Corte: todos en el hospital esperando que salga de la operación y diciendo “él es duro, va a aguantar, porque ¿te acordás aquella vez que peleamos contra tal?”. Y yo pensé: `¡Eso está buenísimo!` Ahí hay una forma de narrar, de contar a un ausente. Entonces me di cuenta que quería usar lo del hospital porque era muy vívido lo que estaba pasando ahí, con esta conocida, y que estaba bueno que arranque con el doctor, pero que los que terminen contando sean ellos, los personajes de la Liga de la Justicia. En ese momento yo venía mirando los dibujitos animados de Cartoon Network con mi nene, entonces agarré y empecé con eso. Después me di cuenta que el Ráfaga tenía que ser el que contara la cosa más zafada, o más idealista de Nafta; que Federico tenía que ser el más terrenal; y que Lady Dy lo contara como lo que es, una mujer enamorada. Y no solo como una mujer enamorada, sino como alguien que quiere mucho a la otra persona, como hablarías vos de un amigo o de alguien que querés un montón, que incluso cuando estás contando los defectos hasta lo apañás, por ese amor que le tenés. Entonces me pareció interesante contarlo a él desde esos tres puntos de vista, y que el narrador que aparentemente era el principal hasta ese momento pasara a ser testigo junto con los lectores.
Kryptonita tiene doble lectura, una realista y otra más fantástica. ¿Cómo hiciste ese balance?
Eso tenía que ver mucho con mi pareja. Ella te pregunta “¿Superman es el que vuela, no?”. Entonces uno dice listo, ya está, está genial que ella pueda leer tranquila, seguir toda la historia y que aunque no enganche ninguna referencia de las historietas no se quede fuera de la fiesta. Hay algo que a mí no me salió, y me hago cargo. Mi intención en Kryptonita era que el lector tomara postura. O son todos delirios de un médico drogado, que lleva cuatro días sin dormir y experimenta alucinaciones, o son superhéroes. Y la verdad es que todos se tiraron para el lado de que eran superhéroes. Porque me parece que, en el fondo, como es una propuesta de ficción, todo lo que queremos creer es en lo mejor, en lo que no va a ser ordinario. En el aspecto realista, la gran victoria que tiene la novela son los vínculos entre ellos, la amistad. Eso, sean superhéroes o no, es algo que me parece muy reconocible en todos.
Esa amistad es la que salva a Nafta Súper y al resto de la banda. ¿Cómo ves que se dan este tipo de vínculos en el lugar donde creciste?
Es muy difícil el tema de criarte en ambientes así. En alguna cosa, aunque sea menor, terminás incurriendo en lo que se conoce como laburo por izquierda. Porque la calle tira, hay mucha injusticia, y dan ganas de romper con ciertas normas. En ese aspecto son muy importantes los amigos, porque primero te van a mostrar todos los otros caminos para que no sigas ese; y si no, te va a acompañar en las malas. Son elecciones de vida y me parece que ellos, en el fondo, si pudieran hacer otra cosa la harían.
Kryptonita cuestiona los estereotipos e inscribe a los personajes en la trama social de la que son parte…
Se estigmatiza mucho, y es muy fácil enseguida marcar al pobre. Eso no pasa solo hoy, es en general. Creo que se acentuó muchísimo más durante la dictadura, cuando se invisibilizaron las villas. Cuando tapas algo, estás negando un problema. Y el mayor problema que había en ese momento y que sigue hasta ahora, además de las privaciones de derechos humanos, es el crecimiento absoluto de los extremos de pobreza que hay en el país, que son tremendos.
Lady Di también problematiza las estigmatizaciones, ¿cómo construiste su personaje?
Me basé en personas conocidas. Pensé en aquellas que para mí fueron muy valientes en su momento, porque eligieron una identidad. Ahora no digo que sea fácil, porque eso siempre va a ser muy movilizante, pero el contexto social actual ayuda muchísimo para alentar a la elección. A mediados de los 80, con la vuelta de la democracia pero con la todavía fuerte presencia militar, era muy duro. Tenemos que pensar que hasta casi finales de los ochenta, en nuestro país al sida se le decía “la peste rosa”. Había un error de información tremendo, ya que se decía que solo a los homosexuales les podía agarrar. Y era terrible, nada que ver. Entonces me parece que lo más interesante que tiene Lady Di, que la convierte en una verdadera heroína, es cuando ella descubre su identidad, la adopta, está orgullosa y feliz, en un ambiente que de por sí era hostil. Pero no solamente porque era La Matanza en los ochenta, sino porque el país era así.

«Mi intención en Kryptonita era que el lector tomara postura. O son todos delirios de un médico inmaculadamente drogado cuatro días sin dormir y que está experimentando alucinaciones, o son superhéroes».
En el principio del libro, un chico gravemente herido llega al hospital y lo dejan morir, ¿ese episodio está basado en alguien de tu barrio?
Si, y lo digo con nombre y apellido. Es Lucas Navarro, el orejón. Lo lincharon en Los Pinos. Quise poner esa historia porque yo me considero un hijo orgulloso del barrio Los Pinos, pero creo que tenemos una deshonra enorme que es que ahí se linchó, y eso bajo ningún punto de vista se hace. Dividió muchísimo a toda una generación, porque padres de compañeros de él de la escuela lo lincharon. La mayoría de los profesores renunciaron, la noviecita de él y parte de los chicos se enfrentaron con sus compañeros por lo que pasó. Fue algo terrible. Parece que es una noticia de un día en la agenda policial de cualquier noticiero, pero son cosas que quedan para siempre. El barrio no se olvida de lo que pasó, pero el resto del mundo sí. Entonces para mí era una manera de decir: “No nos olvidemos que esto pasó y fue terrible. Que no se repita”. Lamentablemente, con intervención policial mucho más directa, después terminaron pasando otras cosas terribles, como lo de Luciano Arruga, el Tonchi, y muchos otros pibes.
Una escena que condensa la exclusión y la invisibilización de la pobreza es aquella en que la madre de Nafta Súper le dice en su niñez: “Las calles acá son de tierra, hijo. Por eso no puede venir a tomar la leche Carozo con nosotros”…
Eso fue muy loco, porque me parecía que contar algo de cuando eran chicos era una manera de humanizarlos. Metí algo muy personal, la parte de la infancia es muy autobiográfica. Yo siempre tuve esa ilusión de que fueran, y nunca fueron. Y mi vieja me decía eso, que las calles ahí son de tierra, por eso no iban a venir. De hecho, a mis viejos recién les asfaltaron en el 2013, hace tres años. Están contentos, pero fue mucho tiempo, pasaron más de 30 años de ese recuerdo. Kryptonita es el más autobiográfico de mis libros. Toda la relación de Nafta con el hijo es prácticamente la que tengo con mi nene. Incluí diálogos que teníamos con él, cosas que hacíamos en ese momento. Toda la parte del baile también es autobiográfica (risas).
En el final del libro, la banda de Nafta Súper especula con la posibilidad de que los policías decidan no matarlos porque están las cámaras de Crónica transmitiendo en vivo. ¿Cuál es tu opinión sobre la policía en nuestro país?
A mí de chico se me enseñó –y esa fue mi mamá antes que la calle y antes que mi viejo– que si yo necesitaba algo jamás le pidiera a la policía. Así que si hablamos desde lo social tenemos toda una pila para decir por qué no la policía. Y desde lo ficcional tenemos el decálogo de Gamerro, que es excelente. Gamerro arranca diciendo que el culpable en la literatura nacional siempre va a ser la policía. Para mí es eso. Un hecho que cito al pasar, y que no desarrollo porque no era nodal para lo que estaba contando en Kryptonita, es lo que pasó en el Banco Nación de Ramallo (n.d.r.: se refiere a la masacre del 17 de septiembre de 1999 en la que dos rehenes y un ladrón murieron bajo balas de la Policía bonaerense). Fue vergonzoso, por cómo se tapa toda la zona liberada y cómo deciden matarlos a todos. No les importó nada, fue un fusilamiento. Uno ve las imágenes del auto, cómo fue avanzando, y cómo le tiran todos, y es vergonzoso. El caso de los Pomar, en 2009, también es terrible. Hay una teoría muy fuerte de que a los Pomar los atropelló un patrullero manejado por la mujer del comisario. Ella los chocó, y por eso los mantuvieron ocultos, los dejaron morir. Uno agarra y dice: “¡Si pasó eso, Dios mío!”. Al baqueano que termina encontrando el auto le dan una paliza tremenda. Hay una denuncia de pasajeros que habían visto el auto tumbado desde micros de dos pisos que pasaban por la ruta. ¿Y en teoría rastrillaron todo durante nueve días y no lo vieron? El tema de la policía es muy tremendo.
Debaten también sobre la presencia de las cámaras de televisión…
Claro. La banda de Nafta Súper se la está jugando, porque dice que estos tipos no van a querer ejecutarlos delante de las cámaras. Pero, por otra parte, depende del jefe de turno que esté ahí, si el tipo piensa que es un golazo o no que los maten en vivo. Hay un documental sobre el diario Crónica que es genial y se llama Tinta roja. Tiene toda una parte donde uno de los jefes de seccional está diciendo: “¿Pero se murió o no se murió el policía? Porque si se muere es noticia, sino no”. Y está a lo largo de 40 minutos preguntando lo mismo, es muy duro.
¿Qué sentiste con la recepción que tuvo el libro?
Mucha alegría, porque era la octava novela que publicaba –la sexta en el país–, y esa fue la primera que me empezaron a leer en el oeste. Fue re lindo, empecé a ir mucho al oeste por eso. Además, Kryptonita me llevó a escuelas, universidades, unidades penitenciarias, y a muchos lugares del país y de afuera. Estoy muy agradecido.
¿Cuándo comenzó tu interés en la literatura?
Empecé de grande a leer, a los 16 años. Hay una anécdota que cuento mucho, que es que en el verano de 1989 hubo una crisis energética enorme en el país. Se cortaba la luz por áreas programadas. Era re amargo, no tenías la tele, no podías escuchar música, y lo único que quedaba era jugar al fútbol. Y ahí me vengo a enterar, porque uno se miente mucho con eso, que no era bueno con la pelota. Te dejaban afuera y era tristísimo, porque además era el momento que tenías para hacerte el lindo con las vecinas. A mí me gusta mucho el fútbol, pero bueno, era un bajón. No teníamos electricidad para la música y la tele, y yo tenía que preparar una materia que me había llevado. En ese momento era distinta la forma de calificar en la escuela. Era con letras y tenías objetivos, no es que promediabas las notas. Y tenía un objetivo que me había llevado de vago, por no haber leído y porque, en realidad, andaba de amores con una piba. Tenía que preparar tres cuentos de Crónicas Marcianas. Los leí y me encantaron. Ahí me enganché con la lectura. Me acuerdo que agarré la bicicleta y fui a ver a un compañero que era al que todos le hacíamos acoso escolar, era el nerd. Yo lo veía leer mucho en la escuela, en los recreos, y entonces le fui a pedir libros. Y me enganché leyendo ciencia ficción. Y después, un día me llevó al Parque Rivadavia. Nos colamos en el tren, fuimos al parque, un flash, me encantó. Él ahí compraba mucho, y yo me empecé a comprar mis primeros libros, los policiales. Mis viejos veían con buen ojo que comprara libros, que leyera, porque yo ya andaba chupando para esa época, así que eso también los tranquilizaba. Y de ahí no paré de leer. Me acostumbré mucho en ese momento a la literatura de saldo, y después, cuando fui más grande y empecé a trabajar, me pude comprar los libros que yo quería. En este momento, lo que me engancha mucho es leer a los escritores nuevos.
El año pasado se estrenó la película Kryptonita, ¿cuál fue tu participación?
Claudia Piñeiro, una gran amiga, me dijo que no me metiera en la adaptación del guión así lo disfrutaba más. Si bien Nicanor Loreti desde el minuto cero me hizo partícipe de tod, y me había dicho que laburara la adaptación con él y con Camilo de Cabo –que terminó siendo el guionista principal–, preferí quedarme afuera. Cuando empezó el rodaje fui; después de los primeros días los técnicos y actores me llamaron aparte y me dijeron que ellos habían laburado en otro momento con adaptaciones de novelas y habían visto muy mala relación director-escritor, y que conmigo veían que era todo lo contrario, que a ellos les gustaba que yo estuviera en el set. Así que me dijeron si podía ir las tres semanas que quedaban. Colgué todo y fui, fue una experiencia hermosísima. Tuvimos ahora la suerte de repetirlo con la serie. Pero esta vez sí estuve más involucrado en todo.
¿Cómo surgió la serie Nafta Súper?
Ya se nos habían acercado varios después de lo que fueron las proyecciones de la película en Mar del Plata, que armaron mucho revuelo. Veían que todo el mundo se quedaba con ganas de más. Entonces si bien yo había hecho la promesa de no hacer otra novela con este universo, sí estaba dispuesto a seguirla en cine o televisión. Ya desde el rodaje estaba la broma cariñosa de “ponete a escribir la segunda”, y ese tipo de cosas. Dijimos que sí a Space porque ellos eran los que nos dejaban traer a todos los técnicos. Lo importante para nosotros era volver a juntar a toda la banda, tanto delante como detrás de cámara. Y bueno, por suerte salió. Fue muy exigente, fue como hacer tres películas. Pero con mucho presupuesto, no como Kryptonita que fue independiente. Con Nicanor hicimos la historia completa. De los ocho guiones escribí tres yo solo, y los otros cinco con un coguionista, para llegar con los tiempos.
¿Sobre qué será la serie?
Son diez meses después de lo que pasó en el hospital. Por qué se vuelve a juntar la banda, por qué vuelve Nafta Súper al barrio. El único actor que no pudo ser de la partida fue Nico Vázquez, justo tenía el rodaje de La Ultima Fiesta. Era todo un tema tratar de juntar a los diez actores en los mismos tiempos. A último momento nos sentamos y se bajó.
¿Estás trabajando en un nuevo libro?
Esta medio difícil porque hace cuatro años que vengo con un libro nuevo que transcurre en una unidad penitenciaria femenina y que sale de todas mis idas y vueltas con relación a los talleres. Yo no doy talleres en las unidades penitenciarias, pero voy porque ahí dan libros o relatos míos. Y es híper amargo todo eso, muy oscuro. Tiene una energía diferente a Kryptonita, entonces tanto el rodaje y el estreno de la película, como el de la serie, me alejaron de esa escritura. Nosotros hicimos esta temporada de Nafta Súper cerrándola. Si ellos después quieren hacer una segunda temporada, no pienso abrir el archivo de Word porque me es muy frustrante empezar de vuelta con el universo y después cortarlo. Además yo a la hora de escribir soy así: investigo, pruebo bastantes cosas, y después me encierro cuatro o cinco meses hasta sacar un primer borrador. Quisiera volver con esta porque también me aparecieron otras historias de largo aliento que quiero hacer.
Actualizado 1/11/2016
Dic 21, 2016 | destacadas
Trabajadores de la Biblioteca Nacional (BN) denunciaron haber recibido amenazas de despido por replicar en las redes sociales el informe de un portal de noticias que apuntaba al director del organismo, Alberto Manguel, por supuestas irregularidades en el manejo de fondos para viáticos. Los empleados advirtieron que existieron directivas del director de la BN a los responsables de diferentes áreas para que intimen a los trabajadores a evitar la divulgación de lo que considera una “campaña de difamación”. La denuncia derivó en un pedido de audiencia de los delegados de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) y Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) con el ministro de Cultura, Pablo Avelluto.
“Tienen dos opciones: o se dejan de entorpecer nuestras tareas comunes por medio de alarmar y acusaciones repetidas sin fundamento, o buscan trabajo en otra parte. Este es un país libre y nadie está obligado a permanecer en una institución que juzgan fraudulenta”, fue el mensaje que recibieron los empleados, según pudo reconstruir ANCCOM.
El artículo que los empleados difundieron en sus redes sociales fue publicado por el sitio Letra P el 24 de noviembre pasado. La nota detalla que en apenas cinco meses de gestión, Manguel lleva gastados más de 400 mil pesos de viáticos para sus viajes alrededor del mundo. El salario del director de la BN es del mismo rango de un secretario de Estado: 150 mil pesos.

La unión hace la fuerza
Tres de los cuatro trabajadores afectados pertenecen a ATE. Decidieron unirse a UPCN en la denuncia y, sin excepción, pidieron preservar su identidad.
Las tensiones en la Biblioteca no son nuevas. En marzo, los trabajadores lograron reincorporar a 140 de los 240 despedidos en el primer ajuste laboral de la administración de Cambiemos. “En este contexto, cuando un director amenaza con despedir, por más que sean dichos de la bronca del momento, nosotros nos tenemos que plantear como trabajadores y exigir una respuesta”, explicó uno de los afectados a esta agencia al anticipar el pedido de audiencia con Avelluto.
El miércoles 7 de diciembre cada gremio hizo una asamblea y luego realizaron otro plenario en conjunto. Ambas comisiones internas declararon el estado de alerta y movilización al considerar que las directivas representan “prácticas persecutorias que atentan contra la libertad de expresión”.
Javier Arone, delegado de UPCN, advirtió que los dichos de Manguel “no fueron muy oportunos” y subrayó que los gremios están aguardando todavía que el director del organismo cultural “se explique un poco”. “Es importante que la libertad de expresión no se pierda, especialmente en una institución como la Biblioteca Nacional”, subrayó.
Desde UPCN, advirtieron que hasta este episodio “había un canal de diálogo que estaba funcionando muy bien con este nuevo director”. “Ese diálogo se frenó y ahora estamos esperando que se recomponga”, agregó Arone.
Juan Domingo Pignataro, otro de los delegados de ATE, advirtió que la denuncia del gremio va más allá del conflicto público por el destino de viáticos. “Lo que impugnamos es el hecho autoritario de decir que un trabajador pone palos en la rueda por reenviar un mensaje. Estamos hablando de mensajes que es de la vida privada de cada uno”, puntualizó.
Y completó: “Después de todo lo que pasamos con los despidos no vamos a tolerar este tipo de accionar ya que vulnera los derechos individuales y colectivos cercenando la libertad de expresión y pensamiento”.
Los gremios aguardan para los próximos días la reunión con Avelluto. Hasta entonces, los trabajadores siguen esperando escuchar la voz del director de la Biblioteca Nacional.
Actualizado 21/12/2016
Dic 21, 2016 | destacadas
La palabra real puede significar muchas cosas, pero esta vez es el nombre de una muestra que combina la obra de tres artistas plásticos: Bettina Bauer, Cinthia Rched y Federico Juan Rubi. “Real 3: tres pintorxs en la emergencia de lo real” fue curada por Daniel Santoro y se puede visitar de manera gratuita en la Biblioteca del Congreso (Alsina 1835) hasta fin de año.
“Con Cinthia lo conocimos a Santoro en un workshop que dió en la Cárcova. Al tiempo de haber terminado el curso, nos escribió para proponernos ser parte de esta muestra porque la Biblioteca del Congreso lo había convocado para presentar a algunos pintores que eligiera”, contó Bauer. En el caso de Rubi, Santoro fue a una de sus muestras y lo convocó para formar parte del proyecto. Cada uno hizo una selección de sus obras y se las mostró a al artista-ícono del peronismo, quien editó el material.
Hoy las pinturas, grandes, medianas y pequeñas, cuelgan en el descanso de la escalera de la planta baja de la Biblioteca y llevan al visitante hasta el subsuelo. La producción de los tres se intercala y, si bien cada uno tiene su estilo particular, la disposición es armoniosa. “Nosotros, por más que sea en imágenes diferentes, usamos un lenguaje parecido que tiene que ver con la composición, con ciertas elementos del lenguaje que tiene que saber un pintor. Me parece que eso es lo que rescató Santoro, cómo estos pintores, como se ha hecho a lo largo de la historia del arte, representan ciertas cosas de sus realidades o de la realidad, o de lo real cada uno con sus particularidades”, opinó Rched.
Nacida en Resistencia, Chaco, Cinthia vino a Buenos Aires a los doce años para tratar una enfermedad que comprometía su crecimiento óseo. Y algunas de esas estadías en el hospital quedaron plasmadas en oscuros y poderosos autorretratos, al mejor estilo Frida Khalo. “Yo pinto mi vida, todo lo que me rodea, y eso también es parte de mi vida. Tanto el dolor como la felicidad. A mí me parece que saco mi veta más expresiva con esos trabajos que con otros. He intentado hacer retratos de otras personas y no me salen con tanta fuerza”. Estos cuadros están basados en fotografías que le sacaron su madre o sus amigos durante las internaciones.

Federico Juan Rubi
Otros óleos de la autora muestran diversos momentos de su vida: paisajes, vistas de la ciudad, el cumpleaños de una amiga y Chicha, la perra del pintor con quien Cinthia comparte estudio en Belgrano. “A ella la pinté en vivo. Le tiro unos almohadones y se queda ahí tranquila”. Al no usar paleta, la parte inferior de las imágenes funciona como el espacio donde mezcla los colores y esto queda enmarcado, formando parte de la pintura.
Cinthia conoció a Bettina Bauer en un círculo de pintores y se hicieron amigas. La serie que presenta en “Real 3” muestra espacios y personas del Colegio Hipólito Vieytes, uno de los establecimientos donde da clases. Se ven la fachada de la escuela, sus pasillos, alumnos, el busto de Sarmiento y, gracias a una puerta entreabierta, un docente que mira desde su escritorio. “Son bastante realistas porque me gusta lo que hay, cómo está. No quería generar cambios en algo que me gusta así como lo veo. Lo que muestran es más que nada mi sensación de esos espacios”, dijo Bauer y agregó: “Los docentes de esta escuela tienen veinte años trabajando ahí adentro y lo que tiene de poderoso es que hay algo del espacio público que te alberga y cada uno ahí fabrica como una especie de micromundo. Me parece que eso lo rico”.
Bettina le pidió permiso a los docentes para ser fotografiados y, luego, usar esas imágenes para plasmarlas con óleo sobre papel. “La pintura trata de eso que me pasa a mí con lugares o con gente. Más que ponerlo en palabras me gustaría que eso se viera reflejado en la pintura, que cada uno encuentre esa sensación”.
A Federico también le cuesta expresar en palabras qué le genera aquello que pinta y le da vía libre a la interpretación del espectador. “Con este conjunto de pinturas laburé bastante con preguntas que le hice a la pintura como medio”. Durante un tiempo, Rubi cambió el pincel por la cámara de fotos. Al volver a pintar, quiso evitar dibujar al máximo y, en las obras que expone en esta muestra, eligió proyectar fotografías sobre la tela, trazar líneas básicas y luego pintar. “Para mí ahí había una pregunta muy importante como pintor que es: ¿Hacía falta que yo pintara? Porque yo podría haber expuesto, no sé si acá, pero en otro lado, las fotos. A medida que iba pintando, en cada elección de color, en cada pincelada, en cada cambio dentro de la composición está la pregunta de por qué estoy haciendo esto”.
Sus inmensos cuadros plasman sacos prolijamente colgados en un placard, un piano cubierto, un mingitorio, entre otras cosas. En el caso de la muestra, Federico opina que “lo real” es una forma de agrupar tres formas de trabajar la pintura, con ciertas similitudes. “Nosotros trabajamos con ciertos estímulos visuales, pero no trabajamos con la realidad, no hay realidad. Para mí lo interesante es que el pintor viene a poner en duda, a preguntarse sobre eso que normalmente se llama “real” o “la realidad”, que son un conjunto de convenciones sociales. Nosotros renovamos algo de esa mirada hacia afuera, eso es un trabajo artístico, es un punto de vista único y nadie más lo puede hacer”.
Actualizado 20/12/2016