“Bullrich se parece cada vez más a un personaje de Capusotto”

“Bullrich se parece cada vez más a un personaje de Capusotto”

«Cuando a Bullrich le preguntaron si leyó mi libro, se le transformó la cara y huyó», cuenta Ragendorfer.

Nació el 30 de julio de 1957 en Bolivia, pero viaja con pasaporte de la Comunidad Europea. Se hizo periodista en México, pero está radicado en Argentina desde hace años. Y, como expresa en su cuenta de Twitter -que utiliza asiduamente-, el nacionalismo no es su fuerte. Confiesa no darse vuelta en la calle si gritan “Ricardo”, aunque se reconoce en su apodo, “Patán”: “Es un sobrenombre que arrastro del secundario, por mi forma de reírme. Nunca me lo pude sacar de encima y ya se convirtió en mi piel. Si me dicen ‘Patán’, soy yo”, cuenta Ragendorfer, entre risas.

En los primeros días de septiembre, el periodista especializado en temáticas policiales y escritor de La Bonaerense, Los doblados y la novela La maldición de Salsipuedes -entre otros- lanzó su última investigación periodística: Patricia. De la lucha armada a la Seguridad. El libro recorre -como así lo sugiere la bajada del título- los años políticos de Patricia Bullrich, desde su ingreso a la militancia en Montoneros hasta su actualidad como ministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri. Pero, lejos de ser solo una biografía -no autorizada-, la historia recorre también distintos sucesos de la historia argentina que, además de contextualizar la vida de la funcionaria, construyen un clima de época.

Siendo un referente del periodismo policial, Ragendorfer no tiene pelos en la lengua para criticar no sólo el accionar de Bullrich, sino también las políticas de seguridad del gobierno actual y el accionar de las fuerzas de seguridad en general.

¿Cómo fue que se le ocurrió escribir sobre Patricia Bullrich?

Confieso que no fue una iniciativa mía sino que fue una propuesta editorial. Al principio, no sentí demasiado entusiasmo por escribir un libro sobre ella porque me resultaba farragoso tener que dedicarle algunos meses de mi vida a esa mujer. Pero, después, sentí entusiasmo porque, de algún modo, escribir sobre su zigzagueante trayectoria me permitía también explorar, desde la perspectiva de su existencia y desde los lugares que atravesó, no menos de 45 años de historia argentina, por un lado; y también, me permitía hacer lo que la industria editorial llama un “libro urgente” y explorar sobre hechos que estaban sucediendo mientras los escribía: concretamente, el aspecto más extremo y más criminal del macrismo. Y eso me pareció una aventura periodística que merecía ser vivida.

¿Cuándo fue que comenzó a escribir el libro?

Toda la investigación y la escritura me habrá llevado seis meses. Pero, en realidad, tal vez se pueda considerar como el origen de este libro las primeras notas que escribí sobre Bullrich ni bien empezó su gestión. Mi especialización dentro del periodismo, que es el policial con una inclinación hacia las políticas oficiales al respecto, incluye también la criminalidad de las fuerzas de seguridad. De algún modo, ese libro fue empezado a escribir, aunque yo no lo sabía todavía, a comienzos del 2016.

¿Cómo llevó a cabo la investigación?

Por empezar, esta era la primera vez que hacía una biografía; pero mi idea no era volcar toda una serie de hechos y circunstancias sobre una línea de tiempo, sino explorar determinados aspectos que van más allá de eso. En consecuencia, traté -inconscientemente, no me lo propuse- de que fuese un libro cuya perspectiva superase al personaje que los inspiraba. Porque el personaje, pese a la gravitación que tiene en el presente, tal vez en unos meses sea olvidado. Entonces, ante esa fatalidad, de algún modo traté de escribir algo que se pueda leer en un futuro no tan cercano y que siga teniendo gravitación: un texto que sea una referencia sobre el pasado de este país y sobre el presente.

¿A qué documentos y fuentes recurrió para la investigación?

La investigación en sí incluyó no solo pruebas documentales, archivos periodísticos, documentos políticos, documentos y materiales históricos -porque también abarco determinados aspectos del siglo XIX que tienen que ver con los Bullrich, los Pueyrredón, los Luro y con la historia del país-; sino también incluye toda una serie de testimonios de gente que estuvo muy cerca de ella en todas las épocas que yo describo. Además de tener un conocimiento directo de ciertos hechos y circunstancias que tienen que ver fundamentalmente en los detalles de su vida durante la década de 1970, en los cuales frecuentábamos casi la misma gente.

¿Cuáles fueron las hipótesis con las que se acercó a la vida de Patricia Bullrich?

Más que hipótesis yo me hacía preguntas. Desde luego, el rasgo más sobresaliente de su personalidad es su constante zigzagueo alrededor del arco político e ideológico. Pero ese es un hecho que ya se conocía, no es un hecho por revelar. En consecuencia, lo que a mí me interesaba era explorar el trasfondo de esos cambios y sus bordes más extremos para tratar de responder a esas preguntas: ¿Se trata de una persona que con notable frecuencia -más notable que el resto de los ciudadanos- cambia de formas de pensar, de formas de ver el mundo? ¿O siempre fue la misma? Y creo que sí, siempre fue la misma, en el sentido de que en cada una de las escalas de su viaje, ella siempre tuvo los mismos patrones de conducta: el alpinismo político y la acumulación de poder, siempre ocupando el lugar de ladera del ganador de turno.

Durante la investigación, al adentrarse en la vida de Patricia Bullrich y los sucesos y épocas que estudió, ¿qué fue lo que más lo sorprendió o le llamó la atención?

Varias cosas. Tal vez, lo que más me sorprendió fue un hecho muy particular: durante el secuestro de los Born -que fue una operación de la Columna Norte dirigida por su cuñado, (Rodolfo) Galimberti, y en donde ella realiza una tarea de inteligencia previa-; pierde la vida el chofer de los Born por una ráfaga de ametralladora que también acaba con la vida del que estaba al lado, que era un tipo que no tenía que estar ahí. Recién a la noche salta públicamente que se trataba de un gerente de Molinos Río de la Plata, una de las empresas del holding, llamado Alberto Bosch. Y no sé por qué me llamó la curiosidad este pobre desgraciado, pero comienzo a cruzar su apellido con los árboles genealógicos de su familia, y resulta que era el tío de Patricia. Fue un hecho que a mí me impresionó mucho y que estuvo oculto durante 45 años. Otra de las cosas que me sorprendieron fue que gran parte de la relación que hubo entre Galimberti -y por añadidura con Patricia, que era una especie de garrote de Galimberti-, a partir de los años 1974 y1975, y la Conducción Nacional, su ruptura en 1979 y el posterior acercamiento durante la época de Alfonsín, tenía de trasfondo la guita de ese secuestro. El tipo estaba obsesionado con esa guita y Patricia, estando al tanto, lo acompañó, lo secundó y lo sirvió todo lo que pudo. Me impresionó que, en realidad, las diferencias políticas que tenía Galimberti con la Conducción Nacional y las críticas que podía hacer acerca del militarismo no fueran por motivos genuinos y honestos, sino por el tema de la guita. Y después, desde luego, también es impresionante el acercamiento, en la década del 1980, hacia sectores carapintadas y hacia determinados represores. Galimberti estaba con pedido de captura y en la clandestinidad porque Alfonsín había hecho, por un lado, el Juicio a las Juntas, y por el otro había pedido el procesamiento de las cúpulas guerrilleras; la teoría de los dos demonios en estado puro. Éstos, en respuesta, hacen lo que se podría llamar -que no se me ocurrió en el momento del libro, se me ocurrió después- la teoría de los ángeles caídos, donde ponen en un mismo plano de inocencia penal a los represores y a los guerrilleros, lo cual es una locura. Galimberti y Patricia comienzan a ranchear con esa gente. Entonces no es raro que ahora haga las cosas que hace, diga las cosas que dice. Incluso viene a mi memoria un programa de Mirtha Legrand donde estaba ella, hace un par de años, en el cual dice “bueno, los demonios no eran tan demonios”.

En el libro hace mención a miradas de reojo o de sospecha desde los compañeros a Patricia. ¿Por qué agrega esos momentos?

Carlos Menem, que fue uno de los ganadores a los que ella se acercó y después se alejó, decía de ella que era de esas personas que le muerden la mano a quien le da de comer. En consecuencia, había una sensación de desconfianza bastante grande hacia ella. Es por eso también que, como toda conversa, asume las tareas de los nuevos espacios que ocupa con un grado de resolución, con un grado de obediencia y una sobreactuación propia de los conversos. En ese sentido, todo converso es una persona a la cual hay que mirar de reojo. Además, era una persona a la cual, en determinados momentos, se le veían los hilos; y en esos momentos se la miraba de reojo. Por ejemplo, a mí me llamaba mucho la atención -yo soy muy de observar la gestualidad de los personajes- esa expresión de solemnidad casi caricaturesca que asume en determinados actos particularmente litúrgicos. Por ejemplo, cuando era pendeja y ve por televisión a Francisco Franco condecorando a Isabel Perón, cuando escucha un discurso de Fidel Castro en Cuba, y en otros momentos así. En esos momentos hay miradas de reojo.

¿Cómo cree que los comienzos militantes de Patricia Bullrich se ven en lo que es hoy como personaje político?

Se trata de una persona que nunca cambió, entre ese momento y el actual existe la misma pulsión que es el poder. Desde luego, si vemos ese viraje desprovisto de todo una serie de circunstancias políticas, personales y hasta psicológicas, parece la travesía de una persona que no está en sus cabales. Pero es un producto de su época. Hay una anécdota que yo vi personalmente, cuando se presentó como candidata a Jefa de Gobierno: yo estaba desayunando en el Tortoni y ella entró a hacer campaña solo acompañada por algún asesor o asistente -se ve que no tenía un mango para hacer campaña-; y de pronto se detiene en la mesa de al lado mío donde había un señor mayor muy bien trajeado, leyendo el diario La Nación, y el tipo la mira y le dice: “Discúlpeme, señora, ¿no le da vergüenza ir de mesa en mesa ponderándose a sí misma?” Y la mina no supo qué contestarle.

Bullrich es una de las figuras que todavía se mantienen junto al presidente, incluso cuando está en un declive político que parece insalvable. ¿Cómo lee esa permanencia junto a Macri, teniendo en cuenta su ir y venir político?

En la época de De la Rúa, que también fue un gobierno que empezó a caerse a pedazos, ella mantuvo esa fidelidad hasta que, siendo ministra de Trabajo, De la Rúa se ve en la obligación de negociar con la CGT; entonces se convierte en fusible. La saca del Ministerio de Trabajo y le da una especie de consulado de cabotaje que no tenía ninguna gravitación, y ella no se la banca y se va. Renuncia, tal vez, olfateando el fin inminente del asunto que, de todas maneras, la arrastró al ostracismo durante algunos años y la confinó en ese espacio de la derecha del cual no puede salir. Por otro lado, es posible que eso le suceda también en la actualidad, por toda esa sobreactuación que continúa articulando, por ejemplo, con la resolución para pedir documento en los trenes. No tiene ninguna necesidad. Pero la impunidad inyecta a sus actores de negación ante la realidad, y la energía que sigue poniendo en su tarea es la energía de quien está seguro de que dentro de 10 años va a seguir en el mismo lugar. Es algo que se va a recordar como una perlita más de una persona que cada vez más se parece a un personaje de Capusotto.

¿El libro tuvo alguna repercusión de ella o de algún allegado?

Por un lado sé que lo leyó, y me da la impresión de que la actitud que decidió tomar es silencio absoluto. Pero en YouTube colgaron un video del acto en Barrancas de Belgrano, en el cual ella está rodeada de un montón de personas, algunos de ellos periodistas, en un clima de algarabía, de fiesta y de triunfalismo. Y de pronto alguien le pregunta: “¿Leyó el libro de Ragendorfer?” Y en ese momento se le transfigura la cara y huye. A mí me da mucho placer que la sola mención de mi nombre haya hecho que se dé a la fuga.

El libro menciona los objetivos de la política de seguridad macrista: el control del espacio público y el disciplinamiento social. ¿Esto supone, también, un sentimiento de impunidad para la Policía?

Si en algo se caracterizó esta gestión es en un su defensa y su confianza a ultranza en las fuerzas de seguridad, alentando determinadas barbaridades que son de dominio público. Esa actitud resalta, otra vez más, por su sobreactuación, pero no es diferente a determinados pactos que hicieron otros gobiernos con las fuerzas de seguridad. Esta es la versión extrema del viejo pacto que consiste en negociar demagogia punitiva a cambio de vista gorda con los negocios sucios de los uniformados. Lo cierto es que eso deriva en el autogobierno policial en estado puro, que es fruto de la autofinanciación policial a través de las cajas delictivas. O sea, la policía gerencia el delito mientras sobreactúe o cause en la población una ilusión de orden a través de su presencia en las calles y a través de persecuciones visibles como a trapitos, niños indigentes y manteros.

¿Considera que el poner en el centro de la escena casos de represión y gatillo fácil como ideales del accionar policial fue una estrategia política fallida?

Sí, porque eso ha sido una cosa bastante perversa, no solamente hacia las víctimas sino hacia los victimarios que eran incentivados a matar no ofreciéndoles ningún paraguas legal para eso. Entonces, los tipos se sentían impunes, mataban a uno y terminaban presos. Terminan presos. Pero lo que sucede también es que, a diferencia de todas la oleadas represivas que hubo desde mediados del siglo XX hasta la fecha en gobierno democráticos- donde se incentivaba tanto por motivos inherentes a la represión política, como por reacciones desesperadas de  gobiernos agónicos-; la represión macrista le da otra vuelta al asunto, convirtiendo la represión en una cuestión de marketing porque, lamentablemente, hay un vasto sector del padrón electoral que le gusta la represión..

En esto de la sobreactuación que menciona ¿también entraría la persecución al narcotráfico?

Sí. Patricia Bullrich desde el comienzo empezó a hablar de la guerra contra el narcotráfico en un país donde no existe el narcotráfico: existen ventas al menudeo, existe triangulación de cargamentos colombianos o mexicanos hacia otros países, cosas así; pero este no es un país productor ni es un país donde hay carteles. Ese es un problema que tiene: si le querés declarar la guerra a alguien tenés que tener, por lo menos, un enemigo enfrente. Pero, lo cierto es que eso también forma parte de la teatralización de la guerra al narcotráfico, forma parte de la subordinación de este gobierno y de las políticas de seguridad a la doctrina norteamericana de las “Nuevas Amenazas”, que es una versión aggiornada de la Doctrina de la Seguridad Nacional: se habla de amenazas asimétricas, que incluyen amenazas tan disímiles como el narcotráfico, el terrorismo, las protestas sociales y hasta -y no es un chiste mío- las catástrofes climáticas. En ese sentido, en un país donde no hay narcotráfico, donde no hay terrorismo, donde -salvo las inundaciones que no logra remediar Macri- no existen catástrofes climáticas, hay que inventar un enemigo interno. Y con esa concepción del enemigo interno tiene un poco que ver la campaña de Bullrich contra las comunidades mapuches en la Patagonia.

¿Esto se relaciona con la fijación de Bullrich con la figura de Julio Argentino Roca, que menciona en el libro?

Roca es una figura omnipresente en la historia del linaje familiar de ellos porque es un lazo entre los Bullrich y los Luro. Y, de algún modo, que casi un siglo y medio después de la Campaña del Desierto, ella haga una especie de remake es una circunstancia altamente simbólica. Pero lo que hicieron contra los mapuches no es sólo eso, sino es, para el gobierno de Macri, lo que para el gobierno de Isabel Perón fue el operativo Independencia en Tucumán: un laboratorio represivo.

¿Cómo cree que, a partir de diciembre, van a trabajar las fuerzas de seguridad con un nuevo gobierno?

Desde luego es un tema con el que el próximo gobierno va a tener que lidiar, porque es un problema con el cual todos los gobiernos tienen que lidiar, porque si estamos hablando de autogobierno policial estamos hablando de Estados dentro del Estado, ante los cuales las autoridades civiles tienen que negociar. Es un tema que en su momento el kirchnerismo no pudo solucionar, y que lo llevó a la desgracia a Eduardo Duhalde, siendo gobernador y siendo presidente. Desde luego quiero creer que el próximo gobierno viene con otra intención al respecto.

¿Qué transformaciones observa en el periodismo policial durante los años de Bullrich como ministra de Seguridad?

Una de las más notables, y que no es tanto fruto de este gobierno sino es una cuestión que ya se viene arrastrando desde hace mucho, es la irrupción de un subgénero dentro del género policial que gira en torno a la inseguridad. En ese sentido, en la mayoría de los medios, en vez de tener el contenido investigativo que tuvieron algunos cultores del género, o en vez de tener el contenido “amarillista” que tuvo el género -cosa que a mí, particularmente, me fascina, me parece lo más cercano que hay a la literatura-, el periodismo policial en los últimos años no se aboca ni a la información ni al sensacionalismo, sino a la construcción del miedo social. Esto termina reforzando y justificando el discurso del gobierno: si vos pasás por un noticiero la misma información sobre un remisero que asesinaron para afanarle el coche en Laferrere, en Barrio Norte van a pensar que las calles están tapizada de cadáveres. Y ahí se empieza a pedir la militarización de las calles.

¿Considera que la inseguridad es un tema central en la Argentina, más allá del discurso mediático?

Este país no es un país inseguro, tiene estándares normales de delito. No es lindo que te afanen, no es una experiencia agradable, pero tampoco es un país que tenga demasiados homicidios. Es un país que tiene, te digo exactamente 5,6 homicidios por cada 100 mil habitantes, es una estadística baja, tal vez una de las más bajas de Latinoamérica, solamente superior a la de Uruguay. Pero lo curioso es que, del 100%, solamente el 20% es en ocasión de robo, o sea solamente el 20% son fruto de la llamada inseguridad, que en realidad tendría que llamarse violencia urbana. La inseguridad es violencia urbana, porque cuando hablás de inseguridad, ¿qué inseguridad? ¿Inseguridad social, inseguridad impositiva, etc? Es violencia urbana. Pero, entonces, el 80% son crímenes entre personas que se conocían previamente: crímenes de género, crímenes intrafamiliares, intravecinales, entre personas que se pelean por temas de tránsito, etc. El 80% de los homicidas no son personas que pertenecen o que tienen educación dentro del mundo del delito, sino que pertenecen a la parte “sana” de la población.

¿Qué considera que es lo más importante al momento de escribir?

Para mí, lo fundamental -y eso no es una cosa que uno se impone sino es algo que a uno le sale-, una de las cosas fundamentales del periodismo, de cualquier manifestación expresiva, es el encuadre. Si hay algo que me gusta de determinados periodistas, determinados escritores, cineastas o pintores, es el encuadre. Y si hay algo que no me gusta de ellos es también el encuadre. Porque todos encuadran. Y, en ese sentido, realzo la importancia de eso, porque cuando uno encuadra, en realidad está mostrando quién es. Porque no hay nada en el mundo que defina más a una persona que su forma de mirar

“Pensamos en la unidad para gobernar”

“Pensamos en la unidad para gobernar”

En los días previos a las elecciones generales del 27 de octubre, la agenda de Cecilia Gómez Mirada, militante y dirigente de la provincia de Buenos Aires y una de las fundadoras del Grupo Callao, se torna intensa. A la cabeza de la campaña presidencial de Alberto Fernández, sus viajes con el candidato a lo largo y ancho del país se intercalan con los días en las oficinas de campaña en el barrio de San Telmo. Ahí, junto con el resto de los integrantes del Grupo Callao, Gómez Mirada afronta la labor de construir la unidad peronista y generar propuestas para el proyecto de gobierno que le disputará la Presidencia de la Nación a Mauricio Macri el próximo domingo.

¿Cómo es que se conformó el Grupo Callao?

El Grupo Callao se formó hace dos años por iniciativa y generosidad de Alberto Fernández. En su momento, nosotros habíamos estado con él militando en la campaña de 2017. Después de la derrota, Alberto se quedó con la idea de generar un espacio que empezara a trabajar la unidad, porque ya habíamos visto que el peronismo dividido no podía ganar las elecciones. También, en simultáneo, tratando de recrear este espíritu que había tenido el Grupo Calafate, que él ayudó a organizar e impulsó junto a Néstor Kirchner y otros dirigentes del peronismo. Marcar una línea de discusión y debate sobre la economía, sobre lo que estaba pasando con la sociedad en ese momento y con el gobierno de Mauricio Macri fue una de las principales premisas para el nacimiento del Callao, como así también, la necesidad de que nuevos actores, con experiencia de gestión y con experiencia política, pudiesen tener una nueva visibilidad. Por eso le habíamos puesto el nombre ‘Grupo Callao’: una generación que emerge con esta idea de que haya caras nuevas en la política y que no primara un nombre propio. Con esa prédica es que Alberto fue reuniendo a distintos actores. Alberto también recordaba que otro de los hitos fundantes de la unidad fue cuando se reunió con Felipe Solá, con (Fernando) el “Chino” Navarro, con (Agustín) el “chivo” Rossi y con Adolfo Rodríguez Saá e hicieron esa actividad donde se juntaron todos los sectores después de mucho tiempo, después de la derrota del 2017, y empezaron a hablar de que divididos no llegábamos a ningún lado. En las PASO corroboramos que la tesis de Alberto había sido la correcta. Primero era la unidad para ganar cuando hicimos aquel primer foro. Y ahora estamos pensando en la unidad para gobernar, que también es lo que vamos a necesitar a partir del 10 de diciembre, si todo sale como estamos esperando.

¿Cómo fue tu acercamiento al Grupo Callao? ¿Cuáles fueron tus aportes en términos de visión, de propuestas?

Fui directora de Políticas de Género en la gestión de (Daniel) Scioli. Era autoridad de aplicación de la Ley de Violencia Familiar de la provincia de Buenos Aires. Ahí fue donde más me formé en la práctica, con todo lo que tenía que ver con género y violencia, aunque venía militando los temas de género desde mucho antes del Ni Una Menos. Por eso pude aportar esa visión de la necesidad de dar cuenta de la paridad y de la participación de las mujeres en la política. Después de 2015 asumí funciones en la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires como directora de Políticas Públicas a cargo del área de atención a inquilinos. Fue la primera área del Estado que creamos con el defensor del pueblo que atendía a este segmento: anteriormente no existía un espacio de esas características, donde los inquilinos pudiesen llamar y sentirse escuchados y contar con un asesoramiento del Estado. Soy una militante política, más allá de las cuestiones de género o los lugares por donde uno transita la gestión. Provengo del campo nacional y popular y me defino peronista. Es una militancia integral por eso me siento capacitada para dar el debate donde sea que haya que darlo.

¿Cómo fue que se integraron cuestiones de política de género al Grupo Callao?

Con el Grupo Callao, en su génesis, surgieron otros grupos, otros espacios. Atahualpa, Fragata, la Usina del Pensamiento Nacional y Popular, El Sur no espera, y conformamos un espacio mayor que es Agenda Argentina. Es ahí donde nosotros -analizando la realidad, viendo cuáles son las nuevas subjetividades- discutimos y reflexionamos respecto de las temáticas y respecto de las políticas públicas. También con Agenda Argentina nos integramos a los equipos técnicos de la unidad del Frente de Todos, y nos dividimos en distintas comisiones de trabajo. Una de ellas era la de género. 

¿Qué jerarquía se le daría a las cuestiones de género dentro del gobierno?

Alberto habla específicamente de crear el ministerio de los géneros, o de la igualdad, o de las mujeres y las diversidades. Después hay que ver, en la definición de la estructura de gobierno, qué nombre lleva el ministerio. Pero sí, lo planteó. De hecho, el 6 de octubre, dentro de los equipos técnicos de la unidad se trabajó la comisión de mujeres y diversidades, que sesionó en simultáneo en las 24 provincias y en 30 lugares, con una capacidad de organización maravillosa. Y ese 6 de octubre, que Alberto estaba con otras actividades y no podía acercarse hasta la Facultad de Ciencias Económicas, nos mandó un audio y un video donde nos volvía a reafirmar esta necesidad de crear este espacio. Así y todo, nosotros y todas las compañeras que están trabajando en el Frente de Todos el tema de género y diversidades creemos que no sólo tiene que haber un ministerio de los géneros, sino que el género tiene que ser una política transversal a todas las áreas del Estado, a todas las áreas públicas. No tiene que quedar encapsulado solo en un ministerio. Pero como una de las cuestiones más importantes a resolver en esta materia es la de la violencia de género y los femicidios, si el Estado contempla el presupuesto adecuado, es mucho más fácil a quien le toque administrar esa cartera poder hacerlo. 

Habiendo ya una Ley contra la Vioolencia de Género, ¿cuáles serían las problemáticas a resolver en su implementación?

Primero, tener presupuesto. La ley está, ya tiene unos años, es del 2009. La ley de la provincia de Buenos Aires es del 2001. Abarca todas las problemáticas: la violencia simbólica, la mediática, la física y la psicológica, en todos los ámbitos donde se desarrollan las mujeres y plantea distintas políticas de Estado. Contempla además el INAM (Instituto Nacional de las Mujeres), el Consejo Nacional de las Mujeres. Pero aún faltan recursos humanos, técnicos, tecnológicos y presupuestarios. También tenemos que seguir luchando para que la ESI se dé en todas las escuelas de la Argentina, porque es una materia necesaria. 

Alberto Fernández ya expresó que apoya la legalización del aborto. ¿Hay una posición tomada por el Frente de Todos en general?

Alberto lo expresó, y yo también lo entiendo así, como una cuestión de salud pública. No como una cuestión que tenga que estar atravesada por la moral o por la individualidad de cada uno. No se trata sólo de la despenalización del aborto, sino también de la educación sexual y de una política de salud en cuanto a la formación para la prevención.

En la plataforma del Frente de Todos, y también cuando hablan dirigentes del Grupo Callao, se enfatiza el acercamiento del Estado a la ciudadanía mediante el uso de la tecnología. ¿De qué se trata esta visión? 

Obviamente que es fundamental el desarrollo tecnológico como industria para la Argentina. Eso correrá por cuenta del Ministerio de Ciencia y Tecnología y desde Innovación Tecnológica para ver cómo se moderniza el Estado con el uso de las nuevas tecnologías. Y a su vez, cómo se capacita a la ciudadanía para poder abordarlas, como cuando teníamos el programa Conectar Igualdad, que acortaba la brecha tecnológica. Si nosotros no acortamos la brecha tecnológica entre quienes pueden acceder a las tecnologías y quienes no pueden acceder, a la innovación tecnológica del Estado le va a faltar una parte transcendental: la gente.

Alberto Fernández se reunió recientemente con el primer ministro de Portugal. Se habló mucho de tomar como ejemplo las políticas socialistas de aquel gobierno.  ¿Cuál es la visión que recupera el Grupo Callao del ejemplo portugués?

No soy economista, pero me parece que Alberto lo que estaba buscando también es ver – entre los países del mundo que tuvieron acuerdos con el Fondo Monetario Internacional- las distintas alternativas para salir sin afectar a la ciudadanía y cómo se puede reestructurar la deuda, sin que por eso tengamos que hacer que el pueblo argentino siga pasando hambre o padeciendo políticas de miseria por pagarla.