Sep 16, 2015 | inicio
Un equipo multidisciplinario de setenta y cinco expertos y expertas de cuarenta países de América, Europa y África, presentó los “Principios de Madrid-Buenos Aires”, en el marco del II Congreso Jurisdicción Universal de siglo XXI desarrollado en el Teatro Nacional Cervantes durante el 9 y 10 de septiembre. El eje del documento es la lucha contra la impunidad de los crímenes internacionales que, por su gravedad, dejan de concernir a un Estado soberano en particular, para afectar a la humanidad en su conjunto.
“Lo que estamos buscando es una protección integral de los ciudadanos y ciudadanas del mundo y de la propia naturaleza, no pedimos ni más ni menos”, expresó el juez Baltasar Garzón, máximo impulsor y director del Congreso organizado por FIBGAR, la fundación internacional que lleva el nombre del magistrado español y que trabaja por la defensa internacional de los derechos humanos. “Estas iniciativas –completó el anfitrión- tienen también un efecto de prevención, de educación, de aprendizaje, de pedagogía, de saber que el lenguaje común de toda la humanidad es el de los derechos humanos”.
“Cuando los Principios de la Jurisdicción Universal del siglo XXI se pongan en circulación a partir de mañana, comenzaremos su defensa palmo a palmo, país a país, institución a institución, un año, dos años, tres años, los que sean necesarios, al final ganaremos esa partida, porque es la partida de la humanidad”, prometió Garzón y rescató la incorporación en el documento de nuevos delitos de persecución universal, como aquellos que atenten contra el medio ambiente o que son de naturaleza económica y violan sistemáticamente los derechos más básicos de la sociedad civil.
Los Principios Madrid-Buenos Aires también contemplan como crímenes de lesa humanidad al genocidio, a los crímenes de guerra, a la piratería, la esclavitud, la desaparición forzada, las torturas, el tráfico de seres humanos y las ejecuciones extrajudiciales.

Baltasar Garzon, juez y presidente de FIBGAR
Entre las distintas actividades que se desarrollaron a lo largo de las jornadas se destacó la conferencia La protección jurídica del medio ambiente, que estuvo a cargo de Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ex magistrado de la Corte Suprema de Argentina. El magistrado expresó que los actuales estándares de consumo son insostenibles y que estamos muy cerca a una situación de no retorno. Advirtió que el mercado funciona aumentando el consumo de ese 30 por ciento que son los que más tienen, mientras que el 70 por ciento de la población mundial no posee lo indispensable para sobrevivir. En declaraciones exclusivas a ANCCOM señaló el camino a seguir para que estos delitos económicos y medioambientales se tipifiquen y lleguen a ser aplicados en todo el mundo: “Es necesario que alguien los haga parte de un proyecto en el plano internacional, en Naciones Unidas, y que con el correr de los años se haga un tratado y luego que los congresos lo ratifiquen. A medida que vayan pasando catástrofes vamos a ir haciendo estas cosas”.
Por su parte Héctor Sejenovich, Premio Nobel de Paz compartido con el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de 2007, profesor universitario e investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, habló sobre medio ambiente e intereses económicos. Declaró que hay una necesidad de reestructurar el concepto de desarrollo y de una intervención conservativa, ya que se necesita un desarrollo verdaderamente sustentable que no reduzca el activo ambiental. “La deriva actual del capitalismo pone en riesgo la supervivencia del planeta y nos lleva a la autodestrucción”, subrayó. Asimismo declaró a ANCCOM sobre el impacto que causaría lograr el consenso sobre los delitos económicos y medioambientales al ser considerados de lesa humanidad: “Sería casi como la creación de los derechos humanos. Pero, ¿la declaración de los derechos humanos sirvió para la lucha por los derechos humanos? Sí, sirvió, pero no por eso se aplicaron. Se concretaron por otras relaciones sociales progresivas que se impusieron en cada país, pero el hecho de tenerlos ya significó una mejora de la situación”.
Mencionó, además, la importancia que los abogados empiecen a conocer el tema ambiental: “Lamentablemente no tenemos un código ambiental, no tenemos una justicia ambiental, sino que es una justicia general”, reflexionó y agregó: “Es positivo que se incluya lo medioambiental como parte de los crímenes de lesa humanidad, pero hay que profundizar, porque no es solamente afectar a una especie, sino afectar a todo un sistema, a una cantidad de interrelaciones”. El Premio Nobel, a su vez, ejemplificó con el cultivo de la soja: “Está arrasando y ahí hay una afectación a los derechos humanos de las poblaciones que viven cerca, que han sido fumigadas y que tienen problemas de cáncer. Eso está en total colisión con estos principios, entonces de alguna forma se tienen que hacer cargo”.

Rigorberta Menchú, premio Nobel de la Paz 1992, fundadora y presidenta Vitalicia de la Fundación Rigoberta Menchú Tum y destacada dirigente en defensa de los derechos humanos de los pueblos indígenas.
Contra la impunidad
El periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky y Jorge Auat, titular de la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las Causas por Violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante el terrorismo de Estado participaron en el panel Lucha contra la impunidad en Argentina. “Si no hay compromiso, militancia, participación, estos avances no hubieran pasado. Lo importante es denunciar las voces que hay detrás de los que quieren intentar la impunidad”, declaró Verbitsky.
Auat, a su vez, manifestó que la impunidad es la punta del iceberg de toda una estructura de injusticias que aparecen por debajo: “No hemos terminado con la impunidad, la justicia no es igual para todos, no es igual para el oprimido que para el opresor. Lo que está en juego es la moral de toda la humanidad”. El funcionario retomó conceptos del filósofo alemán Walter Benjamin y resaltó la importancia de cómo comunicar estas discusiones, de cómo usar el lenguaje y del modo de leer el pasado.
Información y privacidad
A través de una videoconferencia desde la embajada ecuatoriana en Londres, también participó de las jornadas realizadas en el Cervantes el periodista de investigación, programador, y ciberactivista australiano Julian Assange, autor del ya famoso sitio WikiLeaks. Desde la pantalla gigante expresó que los derechos básicos de la ciudadanía, como la libertad de información y la privacidad, están en peligro por la acción de algunos gobiernos de controlar los movimientos de sus ciudadanos. En relación a la criminalidad económica y su impacto en las condiciones de vida de millones de ciudadanos denunció: “Estados Unidos y los integrantes de la Unión Europea están impulsando un gran bloque de comercio mundial que se escapará a cualquier tipo de control democrático y no tendrá en cuenta el cumplimiento de los estándares mínimos de derechos humanos”.

El desafío
Sobre el tema Debate hacia un nuevo marco de Jurisdicción Universal, Hugo Cañón, ex Fiscal General de Bahía Blanca y ex presidente de la Comisión Provincial por la Memoria, habló sobre los riesgos de las propuestas que se plantean y ejemplificó con el intento por parte de George W. Bush al asumir en 2002 de anular la firma de Bill Clinton sobre el Tratado de Roma para lograr la inmunidad de su país.
Al respecto de este nuevo marco de Jurisdicción Universal declaró a ANCCOM: “Ahora viene una etapa fundamental de difusión de los principios, de darlos a conocer en los ámbitos judiciales, en las fiscalías, en los claustros académicos y desde ahí comenzar una gestión ante las diversas organizaciones sociales, organismos de derechos humanos y partidos políticos para demandar en cada uno de los países la posibilidad de instalar normativas jurídicas que adopten estos principios”. Manifestó que es un trabajo a largo plazo y que se debe hacer eje en los países del cono sur, ya que en este momento tienen una gran potencia para confrontar con los poderes más fuertes del mundo: “Evidentemente van a poner obstáculos e impedir que exista esta posibilidad de juzgamiento a todo aquello que tenga que ver con crímenes económicos y la afectación del medio ambiente porque, en última instancia, los responsables de estas políticas son las grandes corporaciones económicas que están en los países centrales y no en nuestros países”.
Con respecto a los valores en los que están asentados los 22 principios que conforman el documento promovido en el Congreso, opinó: “Toda esta política de Jurisdicción Universal está asentada en una ética sólida de defensa de la dignidad del ser humano. Somos personas y como tales merecemos el respeto y la dignidad que fue avasallada por las grandes tiranías, por los grandes negocios económicos, por ese poder concentrado que en última instancia apunta a la defensa de sectores minoritarios a nivel planetario”.
Antes de llegar al final del Congreso, disertó la guatemalteca Rigoberta Menchú Tum, Premio Nobel de la Paz 1992, fundadora y presidenta Vitalicia de la fundación que lleva su nombre y destacada dirigente en defensa de los derechos humanos de los pueblos indígenas, y las mujeres.
La guatemalteca recordó una resolución de Naciones Unidas de 1979, en la que se advertía sobre las grandes violaciones a los derechos humanos pero en ningún momento se reconocía la reparación sobre las víctimas. En este sentido, aludió a los atroces hechos ocurridos en la masacre en la Embajada de España en Guatemala el 31 de enero de 1980, donde fueron calcinadas 39 personas, entre ellos su padre. “Sabíamos todo eso y sin embargo parecía que nadie creía en las víctimas. Lo que pasó en Guatemala quizás pueda ser la esencia de la crueldad de los genocidas en todos los países del planeta y es la esencia de lo que son los delitos de lesa humanidad”.

Raúl Zaffaroni durante la lectura conjunta de los nuevos principios de Jurisdicción Universal en el cierre del Congreso.
Asimismo, explicó el contexto en el que se desarrollaron los delitos contra la humanidad en su país: “Por supuesto que se sabía que existía un plan que se llamaba Contrainsurgente y una estrategia de los militares guatemaltecos que tenía una relación con el plan global de estrategia de Estados Unidos en América Latina como es el Plan Cóndor”.
Explicó que el involucramiento de las víctimas en esta causa no es un tema personal sino que responde a una memoria colectiva que exigía un juicio de reconocimiento de la verdad, ya que siempre fueron acusados de farsantes. “Había una ofensiva ideológica para frenar las ideas de las propias víctimas, no es solo la verdad individual sino jurídica, institucional, de un tribunal que pueda dar un ejemplo del cumplimiento del derecho con el debido proceso: no sabíamos que había reglas que nos podrían defender y con este aprendizaje fuimos aportando en la doctrina de la jurisdicción universal”.
Menchú Tum describió que en su país hubo un gran debate entre víctimas y victimarios con respecto a si hubo genocidio o no. “Dijeron que todo lo que hacíamos era pura venganza y tuvimos que acudir a una investigación profunda, no sólo teníamos un derecho sino que debíamos fundamentarlo. Si queremos mirar hacia el futuro, tenemos que recuperar esa memoria de la justicia universal aplicada en el terreno de los hechos”.
Al respecto de la experiencia de violación de derechos humanos en América Latina expresó: “Cuando se pueden juntar las herramientas jurídicas y las técnicas de investigación con la verdad de las víctimas, hay un impacto extraordinario. En América Latina tenemos una experiencia inmensa y debemos legar a las nuevas generaciones, porque la lucha contra los delitos de lesa humanidad no tiene fin, porque se puede repetir en décadas”.
Sep 9, 2015 | inicio
Mientras recorre la calle Avellaneda, Florencia que tiene 25 años y busca conjuntos de lencería para re-vender, opina que en los shoppings “inflan muchas veces los precios y uno termina pagando marca y no calidad”. Como Florencia, miles de personas recorren de lunes a sábado los más de 2.000 locales de ropa, galerías y paseos de compra del mayor centro comercial de la Ciudad de Buenos Aires, en busca de precios más accesibles.
Fátima, que hace dos años trabaja como vendedora en la zona, asegura que “en los últimos años se incrementó la cantidad de gente que compra debido a que hay más locales de ventas a minoristas que antes” y que “en la mayoría de los casos las prendas salen un 50 por ciento más económicas, o incluso más, que en otros locales”.
Silvana, que tiene 26 años y viaja desde San Martín para comprar remeras y jeans, sostiene que si bien a veces la ropa no tiene la misma calidad, otras veces la única diferencia es que “se le agrega una etiqueta de marca”, y que la diferencia en los precios radica en las “manos intermediarias por las cuales pasa el producto entre su fabricación y reventa”.
Según datos brindados por la Fundación Pro-Tejer –entidad que promueve “el diálogo entre los distintos actores de la cadena de valor de la indumentaria”–, el costo de producción nacional de una prenda de marca representa tan sólo un 15% de su precio. Este porcentaje da cuenta de la brecha existente entre fabricación y venta: un jean que hoy se paga 1200 pesos, tiene un costo de elaboración de apenas 180.

«Un jean que hoy se paga 1200 pesos, tiene un costo de elaboración de apenas 180.» Centro comercial Galerías Pacífico.
En su investigación “La formación del precio de la ropa”, publicado en 2012, el economista Mariano Kestelboim afirma que el mercado de indumentaria está dividido entre un sector formal, el 20 por ciento, que tiene elevados precios de venta, mientras que el 80 por ciento restante corresponde a un fragmento informal caracterizado por canales ilegales de importación y producción que ofrece precios más bajos. En algunos casos, la ilegalidad implica delitos intolerables, como la trata de personas y relaciones laborales que lindan la esclavitud en los talleres textiles clandestinos.
En su trabajo -que se centra en el sector formal-, Kestelboim explica que “el crecimiento de la economía derivó en un boom inmobiliario que afectó directamente la formación de precios en algunas cadenas de valor en Argentina y en la región”. Debido a una mayor demanda de inmuebles para uso comercial que no se correspondió con la inversión destinada a la construcción de locales nuevos, se produjo un elevado grado de concentración, principalmente en los shoppings. A raíz del exceso de demanda y la especulación, los espacios comerciales se revalorizaron y esto se trasladó a los productos en venta. Además hay que sumarle los “mayores costos financieros y elevados gastos de las marcas para posicionarse”, puntualiza Kestelboim.

«A raíz del exceso de demanda y la especulación, los espacios comerciales se revalorizaron y esto se trasladó a los productos en venta.»
En resumen, la estructura del precio de indumentaria se constituye de la siguiente manera:
- 15% de costo de producción (materias primas más mano de obra);
- 19% por “desarrollo de la marca”;
- 39% de costos comerciales (alquiler de locales) y financieros (por el uso de tarjetas de crédito y débito);
- y 27% de impuestos.
Como una alternativa a este proceso de concentración, hace tres años y bajo el paraguas de Pro-Tejer, se formó la asociación civil Dogma 13, cuyo objetivo es certificar comercios y facilitar la construcción de redes entre vendedores y consumidores más allá de los shoppings. Dogma 13 promete calidad y buen precio a los compradores, y caudal de consumo a los comerciantes para que puedan vender a precios accesibles.

Debido a la incapacidad -o falta de voluntad- de los actores del mercado de la indumentaria para achicar la brecha existente entre los precios de producción y los precios de venta, muchos consumidores han volcado su demanda a un mercado más informal.
La economista Julieta Loustau, integrante de Pro-Tejer, señala que “la idea era ofrecer una herramienta de publicidad a PyMEs que no se encontraran en centros comerciales o grandes avenidas, a través de las redes sociales, para publicitar sus productos, y con la estructura de combos otorgar descuentos”, pero reconoce que hoy “no está en funcionamiento” y que “por el momento desde la Fundación no hay proyectos para reducir los precios al consumidor de la ropa”.
Debido a la incapacidad -o falta de voluntad- de los actores del mercado de la indumentaria para achicar la brecha existente entre los precios de producción y los precios de venta, muchos consumidores han volcado su demanda a un mercado más informal. Este tipo de distribución de la renta no es exclusivo de la producción textil. La cadena de valor de buena parte de los productos de consumo masivo repiten distorisiones semejantes.
Ago 19, 2015 | inicio
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=3Ooxc3CM4ro&w=680&h=435]
Actualización 19/08/2015
Ago 18, 2015 | inicio
La culpa no es del agua. Las continuas inundaciones en el partido bonaerense de Luján ponen en el centro del debate las principales problemáticas que concluyen en este desastroso desenlace. El modelo de urbanización sobre humedales y planicies de inundación -en los últimos 15 años se realizaron 60 urbanizaciones sobre 9.200 hectáreas- y la construcción de más de 100 canales clandestinos –para evitar la inundación de los campos agrícolas sojeros-, son obras que alteran la cuenca del río Luján, estrangulan su cauce e impiden el desagüe.
A causa de las lluvias de la quincena pasada, que alcanzaron los 400 milímetros, los barrios aledaños al río Luján otra vez resultaron inundados: el nivel del río alcanzó los 5,43 metros, el mayor pico registrado en 20 años. Alrededor de 500 personas debieron ser evacuadas, otras 1.600 se autoevacuaron y muchas no abandonaron sus casas por miedo a que fueran saqueadas. Según Javier Sosa, coordinador de Protección de Defensa de la Comunidad, entre 6.000 y 8.000 personas de todo el partido fueron afectadas por la crecida del agua.
ANCCOM estuvo en los barrios más afectados de la zona el sábado pasado: San Jorge, San Fermín, Santa Marta y Olivera. Son, también, las zonas más carenciadas, ubicadas en las afueras de Luján y sobre el humedal del río. Las inundaciones son frecuentes y devastadoras. Tan solo el año pasado hubo cuatro, pero la que los vecinos sufrieron en esta oportunidad es una de las peores que recuerdan. El sábado, el agua había comenzado a bajar y los vecinos pudieron emprender el regreso a sus viviendas para empezar con las tareas de limpieza y acondicionamiento.
Todo comenzó el miércoles 5 de agosto, con un temporal que trajo más de siete días consecutivos de lluvias y la crecida del río. En el barrio San Jorge, Rosa (37) y José Cotelo (51) explicaron: “Estamos en un pozo”. El terreno en el que vive el matrimonio junto a sus seis hijos se encuentra en un nivel más bajo que el de la calle. Por eso, cuando empieza a llover ya saben que en unos minutos tienen el agua adentro. Llevan 18 años viviendo inundaciones y la naturalización del problema hace que ni los más chicos sientan miedo. “Te tenés que acostumbrar, quieras o no. ¿A dónde nos vamos a ir?”, decía Rosa mientras ordenaba la ropa acumulada sobre la cama. El matrimonio recuerda que el martes a las cuatro de la madrugada un vecino los despertó con el aviso de que el río estaba creciendo. Empezaron a levantar todo, mientras el agua subía rapidísimo y la temperatura comenzaba a bajar. El último que dejó la casa fue José, que hasta las 9 de la mañana se quedó viendo el partido que River jugaba en Japón con el agua hasta las rodillas: “Primero no te querés ir, si te vas dejás todo, y no podés. Pero después no te queda otra”. José es cartonero pero en estos días no pudo trabajar porque debía ocuparse de la casa. Su familia se alojó en la de un pariente. “Volver fue triste”, dijo Rosa. Habían pasado lavandina, pero todavía quedaba barro debajo de las camas y humedad en los muebles, las paredes y el piso.

Erlina es una de las damnificadas por las inundaciones en el Barrio San Jorge, Luján, provincia de Buenos Aires.
Guillermo Saucedo, otro vecino del barrio, un correntino nativo de Goya, vive con su mujer y seis hijos muy cerquita. Relató resignado que se enteró de que el agua subía porque los bomberos pasaron para avisar, y de ahí en adelante empezaron un ritual similar al de los Cotelo: “Primero levantamos todos los muebles, pero el agua siempre se lleva más de lo que esperás”, dijo. Luego evacuó a sus cinco hijos menores y a su esposa en lo de su suegra. Con su hijo mayor se quedaron a cuidar la casa: durmieron una semana en el techo. “Si te vas, te roban todo. A la noche mientras tratás de dormir escuchás los correteos”, explicó. Ya sin agua en la casa, juntó todas cosas que se arruinaron y él mismo tuvo que llevarlas al basurero porque la municipalidad no las retiraba. Se lamentaba por los muebles que quedaron desvencijados e inútiles, y con pesar reconoció que tendrá que conseguir otros. Resignado, cree que así será muchas veces, en el futuro. Aún no funcionaba el baño y todos los colchones estaban húmedos, pero agradecía haber salvado una heladera y un lavarropas viejísimos pero indispensables.
Hace 18 años que Saucedo se mudó al barrio y jamás pensó en irse. Explicó que los gobiernos van cambiando y que todos tienen planes de trasladar el barrio a otra zona. “Dijeron que nos van a sacar de acá: ¿Sabés hace cuántos años hace que está ese proyecto de llevarnos para otro lado? Pero somos muchos, no es fácil”, concluye.
Como otros tantos vecinos del barrio, Saucedo trabaja en “la quema”, el enorme basurero a cielo abierto de la ciudad de Luján, donde recolecta residuos reciclables para vender. Pero con las inundaciones esa actividad se paralizó. “El lunes voy a arrancar de vuelta -se esperanzaba-. Ni siquiera está comprando el depósito donde entregamos lo que juntamos. Me voy a cirujear para hacerme de unas monedas”. Luego explicó que tenía que ir a buscar a su caballo – al que tuvo que mudar a un lote seco para preservarlo- y rearmar el carro que usa para trabajar.
Pero Saucedo no pierde la fe. Tiene un altar dedicado al gauchito Gil que él mismo construyó en el frente de su casa, con una imagen que trajo de Corrientes. “No se mojó adentro, él siempre se salva”, comentó. No le pidió nada extravagante al gaucho: “Le dije que no me lleve los chicos, nomás, que nos deje tranquilos”.
En el barrio, las historias se sucedían unas tras otras. Y tienen mucho en común. Erlinda Rosa Eschón le contó a ANCCOM que hace 43 años llegó a San Jorge, cuando el barrio era todo campo y los vecinos sólo cuatro. Tiene 64 años, es viuda, madre de 15 hijos y abuela de 56 nietos y bisnietos, a quienes ya les avisó que para el Día del Niño no iba a haber regalos. “Ya pasé miles de inundaciones, uno no aguanta más”, expresó. Cuando los bomberos le avisaron que deje su casa, ella decidió quedarse para cuidar lo poco que tiene. “Yo me acostumbré tanto acá, me gusta el lugar. Es mío. Acá crié a mis hijos. No me pienso ir. Qué va a hacer, me tendré que morir acá”.
Benjamín Núñez, tiene 68 años y es misionero. Su mujer, discapacitada, se encontraba desde hacía unos días en la casa de un familiar. Junto con su vecino, Miguel Ángel Corvalán, santiagueño, se ayudaron a cuidar sus casas contra los robos. “Acá no podés descuidarte. Nosotros trabajamos con cartón y con plástico y cuando menos pensás, te lo roban,” explicó Núñez, que vive en el barrio hace 30 años. Su casa se inundó diez veces. “La primera vez perdí todo, porque no sabía nada y después me fui adaptando. Uno escucha por la radio y va levantando las cosas, pero igual se estropea todo, hay mucho que se pierde”.
La mayoría de los habitantes del barrio provienen del interior. “Yo vine porque me gustó. Al principio no existía la autopista tampoco. Desde acá se veía la basílica. Era todo una tranquilidad, no había casi nadie. Ahora es distinto”, dijo Núñez. “Antes había una inundación cada tres o cuatro años, ahora es todos los años, y a veces dos o tres veces por año. Yo pienso que todo eso viene de los canales que hicieron los estancieros, y el agua que tienen ahí, va a parar toda a nosotros,” explicó a ANCCOM. No es el único que sostiene esto. Muchos vecinos hicieron referencia a que las tierras usadas para agricultura y la construcción de barrios cerrados en el humedal del río fueron los principales agravantes de las crecidas y las inundaciones. La falta de obras por parte del Estado para encauzar más eficientemente el agua del río tampoco ayudó a que se prevengan las catástrofes.

Los habitantes del Barrio San Jorge, afectado por las inundaciones en Luján, provincia de Buenos Aires.
A pocas cuadras, Alejandra y Santiago Corvalán también limpiaban su casa, ubicada al lado de un lote que se usa como un basurero improvisado. Unos metros más atrás está el río. Santiago ya había matado una víbora, que metió adentro de un bidón para que no la toquen sus nietos.
La basura atrae ratas y los criaderos de chanchos generan desechos. Cuando el barrio se inunda, el agua arrastra la basura hacia adentro de las casas, y al bajar el cauce, no drena totalmente porque la misma basura la frena. “Tenemos problemas respiratorios, infecciones -dijo Alejandra-. Después de la inundación del año pasado tuvimos sarna, por estar en contacto con el agua podrida. En la municipalidad no nos escuchan, ya llevamos hojas de firmas, videos, pero no hacen nada. Acá necesitamos una máquina que venga y se lleve toda la basura. En la quema está más limpio que acá”. Alejandra, que se mudó al barrio a los siete años, también recordó tiempos mejores: “Acá te podías meter abajo de las plantas y dormir la siesta, podías ir al río a tomar un mate. Era todo monte. No sabés qué lindo era”.
ANCCOM continuó la recorrida por la localidad de Olivera, a tan sólo 20 kilometros del centro de la ciudad. Allí, Liliana Luján Amiano, otra de las evacuadas, vive desde hace 50 años. Cuando empezó la lluvia y el agua comenzó a subir, a ella también la alertaron los bomberos. Pero no fue el agua que corría por abajo lo que le destruyó sus cosas, sino el granizo que a las tres de la madrugada le rompió el techo y la despertó golpeándole la cabeza como “meteoritos”, abriendo camino libre al agua que caía del cielo. Se levantó rápido con su marido, se ubicaron en un rinconcito y lloraron. El agua les destrozó sus pertenencias, incluyendo una heladera que habían comprado hacía nueve meses, después de la última inundación en noviembre de 2014. “Yo digo que es un parto –grafica-, cada nueve meses nos inundamos”. Se quedó dos días más y, recién con el agua hasta la rodilla, dejó por primera vez su casa. Esa noche, ya en el centro de evacuados, hizo mucho frío. “Dios es el único que me está sosteniendo, me da fuerza. Mi marido se sienta en la silla y se bloquea”, dice. Liliana es diabética, enfermedad que afectó sus riñones. Para cuidarlos debe tomar mucha agua. Pero con las inundaciones el agua de su casa se contaminó. Además, por momentos de la canilla sólo salía barro. “No somos animales, somos personas, que mal o bien no somos indigentes. Pero nos hacen sentir más pobres de lo que somos.”

Tras la inundación en Luján, recuperarse no resulta fácil para los habitantes del Barrio San Jorge.
La asistencia
Todos coinciden: quienes más ayudan son los propios vecinos. Como las docentes de la Escuela de Educación Secundaria N° 10, del barrio San Fermín que, cuando se dieron cuenta de que no iban a tener clases porque muchos de sus alumnos estaban afectados por las inundaciones, decidieron ir de todas formas al establecimiento para pensar cómo podían colaborar con su comunidad. Cocinaron la comida que hubieran comido los chicos en esos días para mandarla al Centro de Integración Comunitaria (C.I.C) y que por lo menos algunos de los chicos pudieran almorzar.
La escuela N° 23 de Olivera se transformó durante la semana pasada en un centro de evacuados que dio refugio y comida a aproximadamente 55 familias. Ahora que el agua bajó, la mayoría volvió a sus casas y el lugar se preparaba para el retorno de las clases.
Tres hospitales móviles estaban trabajando en Luján para atender la demanda espontánea de los lugareños: uno en las cercanías del centro y otros dos en los barrios de San Jorge y El Ceibo. El equipo está conformado por médicos, enfermeros y colaboradores.
Matías Provenzano, médico del hospital móvil ubicado en San Jorge, contó que aunque también reciben consultas por problemas de salud previos a la inundación, otras tienen que ver con los daños colaterales de la situación actual: otitis, heridas cortantes o casos de hipertensión generada por el cansancio y el estrés de la inundación. “Es poco el nivel de consultas que tenemos en relación con la magnitud del problema que debe tener la población”, señaló. A la vez estimó que esta ausencia se debe seguramente a que recién la población se encontraba volviendo a sus casas, por los que creía probable que el nivel de consultas aumentara con el paso de los días.
Recién cuando el agua bajó y los inundados pudieron acomodarse en sus casas empezaron a acercarse a las unidades móviles que ofrecían atención médica. Federico Paruelo, coordinador del Programa Territorial de Equidad Sanitaria del Gobierno de la provincia de Buenos Aires, explicó que la labor sanitaria con los inundados consistía en repartirles pastillas potabilizadoras, capacitar sobre medidas preventivas y ofrecer las vacunas del calendario de vacunación, además de refuerzos contra la gripe, la antitetánica y particularmente la de hepatitis A para adultos, ya que previenen contra enfermedades frecuentes en este contexto. “Lo más urgente ahora es la necesidad de contención psicológica”, dijo Paruelo.
Además hay diferentes organizaciones políticas y de beneficencia que han llevado y distribuido donaciones. Por su parte, el ANSES anunció un paquete de medidas para ayudar a aquellos perjudicados por las inundaciones. En los barrios afectados de esta zona, los representantes del organismo oficial pasaron puerta a puerta. El actual representante del centro de evacuados de Olivera explicó: “Estamos haciendo el relevamiento por los subsidios para aquellos inundados que tienen algún beneficio de ANSES o alguna pensión o jubilación de Desarrollo Social. Se va a duplicar por dos meses el monto de las Asignaciones Universales, de las Asignaciones Familiares y del plan Progresar. Para jubilados y pensionados de ANSES va a haber un pago único de 8.600 pesos.” Aquellos afectados que no tengan alguno de los planes contemplados, podrán pedir ayuda habitacional o económica en la oficina de ANSES. “Pasaron los del ANSES ayer y nos tomaron los datos. Yo tengo una jubilación de discapacidad -dijo Benjamín Núñez-. No es mucho pero ayuda”.
El Centro
Una realidad similar a la de estos barrios más alejados, aunque con sus particularidades, se vivió en la zona céntrica de Luján, donde también se vio afectado de gran forma el comercio, que depende en gran parte del turismo.
Frente al río se ubica la “Cantina Santería” donde trabaja Carlos Mainelli. En los últimos días, de la mañana a la noche, lo único que pudo hacer fue limpiar el negocio. La mercadería que no se perdió todavía tenía barro y el pasto pegado en la pared era testigo del metro y medio de altura que alcanzó el nivel del agua. “Perdimos de todo, subimos lo que pudimos y me llevé todo lo que pude a mi casa, pero llegó un momento en que no se podía entrar más”, hizo una pausa y retomó: “Lo nuestro se recupera, yo pienso en la gente que está con el agua al cuello.”
Cuando el agua bajó, Mainelli no podía abrir la puerta del local porque estaba todo amontonado en la entrada, incluso los freezers que había acomodado arriba de unas mesas se habían caído. En el último tiempo, las inundaciones en Luján paralizaron sistemáticamente el turismo, una fuente de ingresos muy importante para muchos habitantes. “¿Cómo recuperamos lo que se pierde en mercadería y en trabajo si no tenemos temporada? Nos llovió todos los domingos, en invierno la gente no viene, y cuando realmente podemos empezar a levantar cabeza te viene este desastre. Es indescriptible lo que sentimos porque no sabés a quién echarle la culpa. Hace años que no se hace nada. Han pasado veinte presidentes y nunca se hizo nada en el río, y saben que cuando el río sale del cauce nos inundamos”. Con una voz quebrada y llena de angustia pidió “que los políticos no se acuerden de nosotros antes de los votos. Todo el año tenemos que vivir”.
Al “Recreo el Sauzal”, ubicado al lado del río, el agua le llegó hasta el techo. “Es todo pérdida” dijo Alejandro Desivo, dueño del local. El agua desarmó las sillas y mesas de madera como si fuesen de telgopor. Del tiempo que lleva en ese lugar, ya ha visto a la corriente arrastrar de todo, desde árboles gigantes hasta una heladera y una casita de madera. Aunque alcanzó a rescatar algunas cosas, cuando volvió se encontró adentro con un sedimento de barro de diez centímetros, todo desparramado, una lapicera pegada arriba en la pared y una botella de cerveza atorada en un engranaje. “Cuando entrás, te querés matar. Yo no me quiero imaginar lo que es entrar a tu casa”. Desivo dijo que a veces preferiría que el agua no baje, porque cuando lo hace es lo peor: “Te cae la ficha y te encontrás con que estás en el horno. Si tenés un comercio, después de un mes y medio volvés a empezar. Pero otra no te queda.”
Y es que en esta apreciación, también hay coincidencia. El río retrocedió, pero las consecuencias de las inundaciones recién empiezan. Más duro que aceptar lo que el agua se llevó, es lo que el agua deja al retirarse.
Actualización 19/08/2015
Ago 18, 2015 | inicio
A las ocho de la mañana de un 17 de agosto, el subte B se encuentra vacío. En la estación Ángel Gallardo, un joven somnoliento de buzo celeste atraviesa la puerta y se sienta. Va solo, avisando a sus contactos de celular las coordenadas a cada minuto. Está llegando tarde, pero el colectivo lo espera. Se baja, sube escaleras, busca la combinación y corre al sentir el sonido de una formación acercándose. Una vez dentro del segundo tren, vuelve a calmarse y, cuando termina de bostezar, el altavoz anuncia: “Estación Independencia”. Se baja, verifica la hora y, automáticamente, los pasos se aceleran. Llega justo a tiempo. El micro escolar debe partir y sus compañeros y compañeras ya están cantando. Es la forma que encontraron para darse ánimo en la dura tarea que los espera a setenta kilómetros de distancia: ayudar y contener a los damnificados por las inundaciones de partido bonaerense de Luján.
Como si fuera un viaje de egresados, los voluntarios inventan canciones y aplauden. Sólo algunos se mantienen ajenos y miran tímidamente. Uno pide prestados unos auriculares y se sienta a mirar por la ventana. Otra elige dormir. El cansancio es palpable; quedaron exhaustos del domingo cuando hicieron exactamente lo mismo que se proponen para este feriado: ir a las zonas afectadas por las inundaciones a colaborar en todo lo que se pueda. La convocatoria surgió del programa “La Patria es el otro”, del Ministerio de Desarrollo Social, para todo tipo de voluntario, sin importar la adscripción partidaria: “Si te levantás un feriado a las siete de la mañana para venir a dar una mano, lo demás no importa”, dice José Darregueira, militante del espacio Nuevo Encuentro. Dos horas más tarde, luego de cánticos seguidos de silencios y sueños livianos, el chofer del micro gira dos veces a la izquierda y se detiene frente a una casa del barrio Sarmiento, en Luján. Una vez ahí, todos saludan a Sandra Mouzzon, la encargada del espacio Nuevo Encuentro y anfitriona.
En un garaje se apilan decenas de botellas de lavandina; a la derecha, en el patio, similar cantidad de bidones de agua mineral. Al fondo, se vislumbran dos montañas de ropa y calzado. Los ojos miden, calculan, sonríen y se preguntan por dónde empezar. “Vamos a hacer tres grupos para ir clasificando. Uno de mercadería, otro de ropa y otro de calzado”, propone alguien. A los pocos segundos, todos se organizan y se acomodan como pueden en un espacio que apenas los contiene. Un conjunto encargado de la ropa elige salir a la vereda para trabajar mejor. Tienden bolsas de consorcio enel piso, como si fueran manteles, y comienzan a separar. Por un lado las prendas femeninas, por el otro las masculinas, más acá las infantiles. Lo roto y lo manchado tiene un lugar aparte: luego se verá cómo arreglarlo. Hay vestidos, bufandas, baberos, camisas y guardapolvos, tanto de maestro como de jardín.
Mientras tanto, adentro, los zapatos, zapatillas, ojotas, alpargatas, también están siendo analizados y acomodados. Uno pregunta qué hacer con lo que llegó sin cordones. Una muchacha propone mantenerlos a un costado y comprar cordones. Los pares van pasando de mano en mano. Primero hay dudas, miradas cruzadas y confusiones. Pero bastan cinco minutos para que la tarea sea automática: cada uno sabe qué está guardando su vecino de grupo. Más atrás, casi dentro del garaje, el grupo de alimentos y artículos de limpieza se encarga de llenar cajas para cada familia que será asistida: fideos, yerba, azúcar, sal, aceite, lavandina, papel higiénico, son algunos de los elementos que engordan las cuatro paredes de cartón.
En la vereda, una señora con su hijo pregunta si están entregando ropa y explica que a su barrio no llegaron los camiones: vive en Los Gallitos, al lado de Sarmiento. Mouzzon la invita a pasar y enseguida le entrega una caja recién armada. Completa con ropa de abrigo para los dos personas. “¿Sos de Boca? Tomá, perfecta para vos”, dice un joven mientras le apoya al chico de siete años la camiseta en el pecho y le revuelve el pelo.

Ángela retira donaciones de la Escuela N°23 de Olivera, provincia de Buenos Aires.
Una hora más tarde, todas las tareas parecen casi terminadas cuando un camión de Bomberos Voluntarios de Luján estaciona en la esquina: trae más bolsas de donaciones y, en un minuto, la cantidad inicial de elementos a separar se duplica. Sólo se escuchan los suspiros incrédulos antes de retomar las tareas. Uno de los bomberos, que pidió mantener en reserva su identidad, cuenta: “Se necesita la colaboración de mucha gente para hacer llegar los insumos y los elementos de limpieza ya que volver a las casas es un momento muy difícil por la mugre que la inundación fue dejando”. Él es parte de la organización que se encarga de llevar las donaciones a aquellas personas que continúan inundadas y no pueden moverse de sus hogares.
De repente, un voluntario con botas altas de lluvia pregunta si alguien quiere sumarse al zanjeo, fundamental para que desagote el agua estancada y alejarla de las casas de familia. Ocho jóvenes se ofrecieron. Los barrios están repletos de personas colaborando en los lugares que siguen inundados y en aquellos que el agua ha dejado llenos de basura arrastrada por el río. Caminando por el barro, algunos se las arreglan para empujar las carretillas cargadas de residuos; otros ayudan a los vecinos con trámites de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). En otro sitio, un grupo entretiene a los más chicos con títeres y marionetas mientras el camión del Ministerio de Salud lleva a cabo tareas de vacunación y atención pediátrica. Una joven siente como el agua va subiéndole por las piernas mientras mantiene en alto una gran bolsa que acerca a una casa semi-sumergida. Luego de la entrega, pregunta a la mujer de la vivienda si ya almorzó. Ante la negativa, minutos más tarde, la misma chica le trae unas porciones de guiso recién preparado. Cada uno se encuentra comprometido con su función, con escuchar a los vecinos y atender sus necesidades inmediatas.
De vuelta en la casa del encuentro, ya más tranquila y liberada de bolsas, se hace notar el hambre y el cansancio: son las 15:30 y aún nadie almuerza. Algunas quejas alcanzan a escucharse por el retraso del guiso. Pero la mayoría se mantiene distraída entre charlas y mates con yerba recién renovada. Una mesa de jardín se ubica en la mitad de la calle, con platos, tenedores y una caja colmada de pan. Cuando el ansiado recipiente aparece, los platos empiezan a circular en cadena. Sentados en el cordón de la vereda o apoyados contra la pared, el almuerzo comienza. Reina, por primera vez en todo el día, una calma absoluta, apenas interrumpida por una llovizna que empieza a caer. Hay que dejar los platos y guardar todo.
La jornada solidaria tiene un final adelantado y, cerca de las cinco de la tarde, el colectivo emprende el camino de vuelta. El grupo más despierto se sienta en una ronda extraña y comienza un partido de truco que dura la mitad del viaje, hasta que los jugadores se unen a sus compañeros en el sueño. Las jornadas continúan y el llamado a la participación activa se renueva. El integrante de los Bomberos Voluntarios dice: “Vamos trabajando para poder cubrir las necesidades de la manera más cómoda y responsable. Más que nada, hay que estar en el día a día. Mientras la gente siga colaborando, todo va a ir mejor y se va a volver de a poco a la normalidad”.
Actualización 19/08/2015