Tres sobrevivientes de la ESMA declararon en el juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en los que participó Gonzalo Chispa Sánchez, integrnte de la patota que, entre otros, asesinó a Rodolfo Walsh.
Durante la mañana del miércoles 3 de diciembre se llevo a cabo, de manera virtual, la tercera audiencia del juicio a Gonzalo “Chispa” Sánchez, integrante del Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) y uno de los responsables del operativo que terminó con el asesinato de Rodolfo Walsh. No fue una jornada más: tres mujeres sobrevivientes declararon ante el Tribunal Oral Federal Nº 5 y le recordaron a uno de sus represores escenas del horror que les hacían vivir.
Pese a que la audiencia se desarrolló de manera virtual, algo que es fruto de malestar entre sobrevivientes y militantes, el imputado no puede evitar ver las caras y escuchar los testimonios de quienes sobrevivieron a sus horrores y hoy exigen justicia.
Cada testimonio fue distinto, pero todos coincidieron en algo: la presencia constante y activa de Sánchez dentro de la ESMA, su participación en operativos, interrogatorios y tareas internas. Entre pausas, respiraciones cortadas y detalles que vuelven pese al paso del tiempo, las tres delinearon el mismo perfil: un represor joven, operativo y carismático, siempre dispuesto a intervenir con entusiasmo en la maquinaria del Terrorismo de Estado.
«Un recreo»
La audiencia abrió con el testimonio de Silvia Labayru, quien tenía 20 años y un embarazo de cinco meses cuando fue secuestrada el 29 de diciembre de 1976 por un operativo del Grupo de Tareas 3.3.2. Era militante de Montoneros. Fue capturada en la calle; los represores tardaron en colocarle la capucha, un detalle que, contó, la hizo pensar que no saldría con vida. Permaneció un año y medio detenida en la ESMA.
La testigo vio en innumerables ocasiones a Sánchez en el sótano, donde ella era obligada a trabajar. Lo describió como un hombre joven, de baja estatura y contextura fuerte, siempre sonriente, “como si estuviera en un recreo”. Señaló que tenía un rol operativo definido, conocía el funcionamiento interno del centro clandestino y que, entre los detenidos, circulaba la información de que estaba involucrado en el “tema de los bebés”.
Antes de abandonar la videoconferencia, hizo una pausa y agradeció el trabajo realizado por el tribunal. Además, cerró diciendo: “Hasta otra vez”, consciente de que su participación en este tipo de instancias judiciales probablemente aún no haya llegado a su fin.
«Chispa estaba en su salsa»
La segunda en declarar fue Lidia Vieyra, de 69 años, jubilada; secuestrada el 11 de marzo de 1977 a las 12 del mediodía, en el restaurante “Pipo” en la Ciudad de Buenos Aires. Durante el operativo, dirigido por el coronel “Maco” (Julio César Coronel), fue abusada sexualmente. También la llevaron a la ESMA.
Vieyra permaneció secuestrada hasta agosto de 1978, cuando fue obligada a exiliarse en Inglaterra. Su testimonio fue minucioso, hizo hincapié en la participación combinada de la Prefectura, Policía Federal y la Marina en el desarrollo de los operativos. Además, se refirió a la lógica rotativa de los grupos que se desarrollaba los días miércoles. En ese entramado, Sánchez aparecía una y otra vez. Vieyra dice haberlo visto en la sala conocida como “El Dorado”, un espacio donde se analizaban documentos, se planificaban secuestros y se procesaba información arrancada bajo tormentos. Y agregó: “Chispa era un hombre joven. No digo que disfrutara, pero siempre estaba dispuesto; se notaba que estaba en su salsa”.
Antes de dar por finalizado su testimonio, Vieyra se dirigió al tribunal y dijo: “Nos estamos poniendo viejos. No queremos que los genocidas estén en su casa: hicieron aberraciones. Son asesinos”, refiriéndose a las consultas que suelen recibir los sobrevivientes respecto al otorgamiento de prisiones domiciliarias a los represores.
«Me cambiaron la vida»
María Eva Bernst, de 72 años, declararó una vez más. Contó que fue secuestrada el 15 de enero de 1978 en la casa de sus padres, en Lomas de Zamora, casi diez meses después de la desaparición de su marido. Allí vivía también con sus dos hijas pequeñas.
La trasladaron encapuchada y esposada en la parte trasera de un auto, junto a otras dos personas. Antes de llegar a la ESMA, donde permaneció secuestrada, el vehículo se detuvo en la casa de Domingo Canova, quien corrió la misma suerte que ella. Ya en el sótano del centro clandestino entendió que estaban allí los tres: ella, Canova y su hermana, a quien en un principio no había advertido que también habían secuestrado. Relató que escuchó primero la tortura de Canova y, luego, le tocó a ella: la desnudaron, la ataron con alambre y la sometieron a picana eléctrica y golpes. Identificó a uno de los torturadores como un agente federal y también al imputado Sánchez. Dijo que simuló un desmayo para que dejaran de golpearla. Además contó que, tras un operativo de traslados, no volvió a ver a Canova.
Con el paso del tiempo, fue asignada a tareas en el sector conocido como “Pecera”. “Algunos compañeros me ayudaron a que me dieran una tarea, para no quedar tirada”, explicó. Con un notorio esfuerzo por remontarse a ese tiempo de horror imperante, hizo referencia a un grito desgarrador que anunció el asesinato de Norma Arrostito.
Describió al imputado como un hombre de unos 30 años, de estatura media, bigote, y siempre cómodo en su rol. Lo vio participar activamente de operativos, como así también frecuentar el camarote donde estaba detenida Susana Burgos, a quien además llevaba a hacer visitas a su hija en Mar del Plata.
Contó que hasta la actualidad continúa padeciendo pesadillas y secuelas físicas. “Perdí a mi esposo, crié sola a mis hijas, perdí mi casa, perdí mi vida como era. Me cambiaron el rumbo por completo”, afirmó con firmeza mientras las lágrimas se asomaban por sus ojos.
Lo que sigue
El fiscal Félix Crous pidió incluir las declaraciones previas de Burgos, ya que ella manifestó no estar en condiciones emocionales deseables para declarar en las próximas instancias del juicio. Además, se aprobó, tras el pedido de la Fiscalía, la citación a Miguel Angel Lauletta, exmilitante de Montoneros, para que aporte su testimonio sobre los hechos.
La próxima instancia tendrá lugar el miércoles 17 de diciembre a las 9:30. Como en cada una de ellas, las y los sobrevivientes piden que se aceleren los tiempos judiciales y que los genocidas no gocen de beneficios. Tal como sostuvo Vieyra al finalizar su testimonio: “La justicia es buena… cuando llega a tiempo”.