Moverse de los barrios populares hacia los lugares de trabajo muchas veces implica adicionarle hasta cuatro horas a la jornada laboral. Otra forma de desigualdad que se expresa en horas, cansancio y dinero. Entre boletos que suben, combinaciones infinitas y sueldos que no alcanzan, el cuerpo paga lo que el bolsillo no puede.
Cada día, miles de trabajadores y estudiantes recorren largas distancias en condiciones más o menos incómodas -dependiendo de los recursos territoriales y personales con los que cuentan- para llegar a sus puestos de trabajo o estudio, ubicados principalmente en la Ciudad de Buenos Aires. En los barrios del conurbano bonaerense, los desplazamientos se comen un pedazo del tiempo de vida: viajes que duran una, dos o más horas, caminos que se interrumpen por consecuencias de las inundaciones, trenes que paran o no andan y colectivos que nunca llegan.
Según el informe Condiciones de vida en barrios populares (2025), realizado por la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) junto al Observatorio Villero-La Poderosa, gran parte de las personas que vive en barrios populares enfrenta dificultades diarias para trasladarse o acceder a servicios básicos.
“Hay una dificultad específica para moverse, para trasladarse a los lugares, para salir del barrio”, explica Luna Miguens, directora del equipo de Tierra, Vivienda y Justicia Económica del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). “Muchos de los barrios populares no tienen servicios adecuados, no tienen cloacas, no tienen pluviales que funcionen bien, no tienen calles asfaltadas, no tienen cordón cuneta. Ante la primera lluvia, todo se inunda y es imposible moverse”.
El 30% de las personas que vive en barrios populares tarda más de una hora en llegar a su lugar de trabajo y el 10%, más de dos. El 40% de las personas sostén del hogar de La Matanza invierte más de dos horas sólo en el trayecto de ida a su fuente laboral.
Cuando el tiempo es un privilegio
La desigualdad frente a la movilidad se manifiesta en un primer momento desde la infraestructura: casi el 30% de las personas que vive en barrios populares tarda más de una hora en llegar a su lugar de trabajo y el 10%, más de dos. En el Área Metropolitana de Buenos Aires los tiempos de viaje se prolongan: en algunos barrios de La Matanza, el 40% de los trabajadores sostén del hogar invierten más de dos horas sólo en el trayecto de ida según el informe mencionado.
Ese tiempo se comienza a contar desde que se sale de casa, pero cuando las condiciones de partida ya son desiguales, ¿desde dónde se mide la desigualdad? La imposibilidad de salir del barrio hace que sostener un trabajo o un estudio se vuelva casi heroico.
“Las calles no están en condiciones de que pase un vehículo, por ende, tampoco entra el transporte público”, agrega Miguens. “Eso hace que moverse viviendo dentro de los barrios sea mucho más caro que viviendo en la ‘ciudad formal’. Al no pasar el colectivo a una distancia razonable, a veces hay que tomar un remis para salir del barrio o hasta la parada del colectivo”. La misma pobreza hace todo más ineficiente y la profundiza.
Omar Aranda tiene 60 años, es vecino del barrio de Claypole y trabaja como empleado administrativo en un hospital ubicado en la Ciudad de Buenos Aires. Desde que sale de su casa, Aranda camina diez cuadras por calles de tierra hasta la primera parada de colectivo, que lo deja en la estación de tren. De allí, viaja hasta Constitución y culmina su recorrido con una conexión de colectivos que lo deja en el barrio porteño de Devoto.
“Son dos horas de ida y dos horas de vuelta. Cuatro horas de viaje por doce horas de trabajo: dieciséis horas totales. Entre una cosa y otra, el día se va. Viajo la mayoría de las veces tranquilo porque trabajo de noche entonces no agarro el tumulto de la hora pico. Pero a mi edad, imaginate, todo el tiempo que pierdo en el tren es tiempo que no tengo en mi casa con mi familia”. Y agrega: “Aparte llego muy cansado, el resto del tiempo en casa lo uso para descansar”.
Gabriel (prefirió no dar su apellido) tiene 24 años, vive en el asentamiento Villa 21-24 Zavaleta de Barracas y estudia en el CBC. “Mi viaje hasta la facultad es de 50 minutos aproximadamente, son dos colectivos. (…) Tengo suerte, no se me complica demasiado.” Pero enseguida advierte de su propio privilegio dentro de la desigualdad: “Tengo amigos que no tienen mi misma suerte. Si vivís más adentro del barrio, entre pasillos y calles de tierra, todo se complica. Mis amigos salen media hora antes que yo porque tienen que venir caminando por los pasillos hasta la parada del bondi. En días de lluvia, el barro es terrible y ahí sí se nos complica a todos para salir”.
Los barrios populares son el territorio visible de la pobreza estructural, donde confluyen el déficit habitacional, los servicios públicos precarios, la inseguridad alimentaria, la falta de infraestructura y el hacinamiento. En cada obstáculo urbano se esconde una pérdida fundamental: las personas tienen menos tiempo para dedicar al ocio o simplemente a otra actividad que no sea trabajar. Se pierde, de esta manera, incluso la posibilidad del tiempo de esparcimiento que justifica el esfuerzo. En este sentido, la pobreza no sólo se expresa en números: se siente en el cuerpo y se mide en el tiempo.
El costo de moverse
Moverse también cuesta, y cada vez más. Según la Asociación Argentina de Empresarios del Transporte Automotor (AAETA), relevando datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) y tarifas urbanas en el AMBA, entre junio de 2024 y octubre de 2025, el valor promedio del boleto urbano en el AMBA aumentó un 91,1%, duplicando los valores de IPC nacional acumulados en ese período. Cabe recordar que en septiembre de 2024 se quitó el subsidio a los viajes combinados, es decir, aquellos que implicaban pasar de un medio de transporte a otro.
Los trabajadores que se desplazan grandes distancias suelen ganar más que quienes se quedan en sus barrios, pero parte de ese salario se destina al transporte. No es sólo por el dinero: hay una subjetividad del desplazamiento, una naturalización del sacrificio, del cuerpo en tránsito como condición inevitable del trabajo. Para los hogares que ya destinan gran parte de su ingreso a alimentos y pago de servicios, el aumento del precio del transporte acota el margen disponible y, en muchos casos, obliga a recortar otras necesidades.
El acceso al transporte público también se fragmenta: la SUBE convive con promociones bancarias, códigos QR y descuentos según el medio de pago. La economía del viaje se vuelve un rompecabezas de aplicaciones, bancos y billeteras virtuales, y quien no domina ese juego paga más por el mismo recorrido.
Según el último informe del INDEC, la tasa de pobreza en el primer semestre de 2025 fue del 31,6%, y la de indigencia, del 6,9%. Aunque los números muestran una reducción respecto al año anterior, distintos especialistas advierten que la medición por ingresos no logra captar la complejidad del fenómeno. La Universidad Católica Argentina señaló que la reciente baja de los índices oficiales está “sobrerrepresentada” por los cambios en los precios relativos y los instrumentos de medición.
“Si bien no se trata estrictamente de una variable ambiental o urbana, la distancia que existe entre la vivienda y los espacios donde se desarrolla la vida cotidiana es clave para comprender los déficits desde otra perspectiva, en este caso vinculada a la dimensión del tiempo, que afecta a la pobreza”, se explica desde el informe de ACIJ y La Poderosa.
El lugar donde se vive conlleva otra forma de desigualdad a la que se suma la distancia con los espacios en los que se puede trabajar. La distancia, el costo del transporte y el tiempo “invertido” condicionan el acceso al trabajo, a la salud y a la educación. No queda tiempo libre por cubrir: las personas viajan cada vez más lejos, trabajan cada vez más horas, pagan cada vez más caro y descansan cada vez menos. Como dice el conocido aforismo, ser pobre es muy caro.