En Zárate, a orillas del Paraná, se realizó la convención nacional de tatuadores. Un arte milenario que se sofistica a medida que avanza la tecnología. Una participante cuenta los detalles de su pasión.
“El tatuaje salva vidas –afirma la tatuadora Alicia Balmes–. A mí me la salvó, y no conozco a ningún colega que no me haya dicho lo mismo. Aunque yo no estaba en ningún pozo, me salvó de haberme dedicado a algo que me hubiera hecho infeliz. Cuando terminé la secundaria no sabía qué hacer. Estudié comercio exterior, hice teatro, comedia musical y hasta producción de televisión. Me recibí, pero con mucha frustración, porque sabía que no quería dedicarme a eso. Igual la terminé, porque si no, sentía que iba a ser otro fracaso en la vida”.
Con casi 50 mil seguidores en Instagram y más de nueve años de experiencia en la disciplina, Balmes dialogó con ANCCOM en la 11ª Convención Internacional de Tatuadores Zárate 2025, que se realizó el 11 y 12 de octubre a orillas del rio Paraná, y donde se convocaron cientos de profesionales de la disciplina y personas en busca de piezas artísticas que las acompañen toda la vida.
Con los adelantos tecnológicos, los insumos y materiales van evolucionando favorablemente para asegurar no solo resultados artísticos, sino también mejores experiencias para el cliente. Desde profesionales de la vieja escuela que utilizan máquinas tradicionales, hasta tatuadores principiantes que quieren nutrirse de sus pares, la convención resulta un punto de encuentro para quienes resignifican el dolor y transforman la piel en un lienzo.
Balmes está sponsoreada por Emalla, una de las marcas líder a nivel mundial en insumos innovadores y seguros. Ser parte de su Pro Team es uno de los objetivos a los que aspiran los tatuadores de diferentes partes del mundo. Tras dos días de pura intensidad, casi doce horas diarias de máquinas zumbando, tinta corriendo y anestesia para quienes la necesitaron, la convención cerró con la esperada premiación, que reconoció lo mejor en distintas categorías: primero fue el turno del Tradicional Americano, Comic, Anime, Oriental y New School, y luego el Realismo, el Blackwork, el Black and Grey y el Full Color.
El veredicto corrió por cuenta de cinco jueces con trayectoria y estilos bien marcados. Desde Bielorrusia, Ivanouskaya Palina –más conocida como Zaraman–, referente mundial del black and grey. De Bogotá, Juan Vázquez, especialista en realismo y color. Lucho Tapia, fundador de la categoría New School y destacado por su manejo del freehand (tatuaje a mano alzada). De Matheu, partido de Escobar, Gabriel de Jesús aportó su mirada experta en blackwork. Y completando el jurado, Pablo Marcino, maestro del terror horror y el black and grey, sumó su ojo clínico para las piezas más oscuras del evento.
Según recuerda, Balmes comenzó a tatuarse a sí misma a partir de los 13 años, diciéndole a la madre que eran tatuajes de henna. Cuando fue creciendo, su amigo tatuador la convenció: “‘Si vos agarrás una máquina, es un antes y un después’. Y así fue, agarré la máquina y me cambié la vida”. De a poco, fue ahorrando para construir un estudio juntos, una sociedad que perduró por cuatro años, “que al principio fueron muy buenos, pero después fueron bastante tortuosos”.
“Dentro de los tatuadores de la vieja escuela, hay algunos que son geniales y otros que no tanto, y siendo mina es bastante complicado –sostiene Balmes–. Llegaba todos los días llorando a mi casa y le decía a mi mamá: ‘Mami, no importa, de alguna manera voy a aprender, voy a aprender lo que pueda’. Logré terminar disolviendo la sociedad y abrí el estudio, ahora ubicado en la zona de Abasto”.
En efecto, los primeros años no fueron color de rosa. Alicia rememora humillaciones de su socio y su entorno y como lloraba pidiéndole que le dijera dónde aprender a poner los blancos: “Cuando me separé, despegué, pero estuve muchos años encerrada en mi estudio porque lo que había conocido era una mierda. Pensé: no voy a ir a convenciones porque me van a hacer igual de mierda que lo que me hicieron este chabón y los otros”.
En 2022, le hizo frente al miedo que la paralizaba. “En mi primera convención me agarró un ataque de ansiedad muy grande, llorando, había un montón de caras y no sabía dónde iba el pómulo porque estaba muy mal. Pensaba: no voy a hacer nada, no me conoce nadie, no voy a ser la que salga corriendo. Entonces me quedé y aprendí un montón. Ahí descubrí lo que te dije más temprano: los tatuadores son los especímenes más sensibles que conocí en mi vida. Algunos son pedantes, otros no, pero mucho de lo que uno muestra es un poco de lo que carece. El que mucho tiene no necesita decirlo; el que es grande engrandece a los demás. Hay gente que es muy buena, muy grande y engrandece al otro, pero también hay personajes que se sienten muy chiquitos y tratan de pisotear al resto. Eso todavía pasa”.
En un rubro históricamente atravesado por lógicas masculinas, Balmes subraya que le pasaron “varias cosas por el hecho de ser mujer, pero por suerte pocas fueron graves”. “En el estudio –relata– me pasó que viniera un chabón y diga: ‘Ay, no sabía que eras mujer’, a lo que yo le respondí ‘¿hay algún problema?’. Otros me han confesado: ‘Mirá, lo pensé cuando vi que eras mina, pero te vi tan segura hablando que te doy una oportunidad’. Todavía me escriben llamándome ‘campeón’ o ‘amigo’, o se sorprenden con un ‘¿lo hiciste vos?’. Y sí, lo hice yo”.
Su recorrido en las convenciones también estuvo marcado por el desafío de hacerse respetar más allá de los estereotipos. “Cuando empecé a ir ya estaba en pareja hacía muchos años. A veces se daba una situación machista: mencionaban que tenía novio para evitar acercamientos no deseados. Eso pasaba mucho, pero yo no quería entrar al ambiente con la posibilidad de que me quisieran solo por eso. Quería que me respeten por lo que hago y puedo hacer, no por si estoy buena”.
Hoy su estudio está integrado principalmente por mujeres, y ese entorno también transformó su manera de poner límites. “En el trato soy súper copada, pero venís a lo que venís. En el estudio somos dos mujeres tatuando –Luz y yo– y una recepcionista. Si viene un chabón, se siente en un harem. Siempre mantengo firmes los límites. Tuve una sola situación de acoso: un cliente me dijo un montón de barbaridades y, desde ahí, nunca más me quedé sola con un varón. Tampoco dejo que las chicas se queden solas. Hay que ser firme para que te respeten”.
Consultada respecto a la situación económica, Balmes responde: “Gracias a Dios, nunca tuve que tener otro trabajo por fuera del tattoo. Incluso en la actualidad, con el trabajo más tranquilo para todos, me agarró preparada. Si tengo turnos, pago las cuentas; si no, me adapto. Nunca sufrí lo que era temporada baja hasta hace dos años. Hasta 2023, siempre tenía tres o cuatro meses de espera”.
Con la experiencia acumulada, Balmes reflexiona sobre la importancia de la constancia y de las convenciones como espacios de crecimiento. “A la segunda convención volverás a equivocarte, y a la tercera también, hasta que no la cagues más. Eso es lo que dan las convenciones: ver tu trabajo, recibir opiniones, aprender. El arte es arte, si alguien no lo aprecia, que chupe limón”.
Mientras tanto, detrás de la convención que reúne a tatuadores del país y del exterior, está Sebastián Pérez, quien le pone cuerpo y pasión a la organización y fue reconocido en la última edición por su trabajo y su trayectoria. Historias de constancia que, como los tatuajes, no se borran.