Por Francisca Cambiano
Fotografía: IG Carlos Gorriarena

En el Museo Nacional de Bellas Artes se exhibe “Carlos Gorriarena. Retrato de un momento”, una muestra que homenajea al pintor por el centenario de su nacimiento y exhibe la vigencia y la agudeza de su mirada.

A tan solo unos meses de cumplirse exactamente 100 años de su nacimiento, el Museo Nacional de Bellas Artes inauguró “Carlos Gorriarena. Retrato de un momento” en homenaje al artista. La bienvenida en manos de una pared amarilla con grandes letras mayúsculas que escriben el nombre del artista, deja en claro desde el primer momento que es imposible atravesar esas salas sin ser interpelado por las obras allí expuestas. El trabajo de Gorriarena desde 1967 hasta 2007 da la sensación de ver los entramados de la realidad que nos rodea desde un ángulo distinto. En sus obras, el pintor pone en evidencia relaciones humanas, de poder y de consumo que, de tanto naturalizarlas, parecen invisibles hasta tener uno de sus enormes cuadros enfrente.

La muestra reúne casi 30 pinturas de Gorriarena, de las cuales tres pertenecen a la colección del Bellas Artes, pero también se exhiben bocetos, apuntes, documentos y fotografías que otorgan un acercamiento a sus procesos de trabajo. La curaduría estuvo en manos de Gabriela Naso, quien afirmó: “Creo que para todos el nombre Gorriarena es sinónimo de pintura, una actividad que eligió como lugar de reivindicación y de pertenencia, y que lo convirtió en maestro de pintores y en figura de referencia para las generaciones que siguieron”. Al mismo tiempo, Sylvia Vesco, viuda del artista, expresó: “Le dije (a Naso) que yo iba a meter las cucharas en todo el proceso y lo hice, pero no hacía falta. Me encontré con una curadora joven, muy formada, muy sensible y muy responsable, entonces pude descansar”.

Encontrarse con esa selección de obras permite identificar de manera instantánea la impronta que Gorriarena mantuvo durante cuatro décadas de trabajo, al mismo tiempo que se hacen visibles ciertos cambios con el paso del tiempo. La paleta de colores vibrantes, la hipérbole y la deformación de los cuerpos aparecen como recursos propios del pintor para desarrollar una especie de vocabulario visual que le permitió interpretar y, en muchos casos, denunciar ciertas dinámicas que atravesaban la sociedad y que incluso pueden sentirse vigentes hasta la actualidad. La exposición, como mencionó Naso, “está organizada en tres ejes que si bien tienen algunas marcas temporales, son sobre todo temáticos”.

El primero de ellos se titula “Desde el caos primigenio”. Las obras que lo componen, muestran la manera en que, en la década de 1960, Gorriarena se fue alejando del informalismo que atravesaba el circuito artístico porteño en los años 50. Así, “banderas nacionales y seres amorfos, aparecen como los primeros indicios de la construcción de un universo iconográfico en el que la forma humana permanecerá como elemento central a lo largo de cuatro décadas”, explica Naso. Particularmente en los años sesenta, las pinturas de Gorriarena proponen una lectura sobre Estados Unidos en la guerra de Vietnam y el gobierno de facto de Onganía.

“Los rostros del poder” marca la segunda instancia de la muestra, estrechamente vinculada con las obras de Gorriarena en la década del 70. En estas obras no hay sutilezas, el artista traduce lo que llamaba “la incoherencia del mundo” a través de recursos artísticos como la distorsión del espacio y la forma y el uso de una paleta de colores estridentes. Esta denuncia canalizada en su arte no retrataba personajes específicos sino que, a partir de fotografías de prensa, representó arquetipos reconocibles por sus gestos y vestimentas, construyendo así “una verdadera iconografía del poder”. En estas obras, Gorriarena consolidó un lenguaje visual propio que lo distinguió de otros pintores de la época que optaron por realizar obras mucho más metafóricas que referían de manera indirecta a lo que estaba sucediendo.

El último eje que estructura la exposición es “Bestiarios contemporáneos” y está marcado por la vuelta de la democracia en Argentina. Gorriarena movió el foco de sus críticas a los líderes políticos y militares hacia la clase media, a la que percibía como el actor social del momento. De esta manera, “examinó nuevos hábitos de sociabilidad y consumo, y la irrupción de modas extranjeras reinterpretadas desde una periferia post dictatorial”; algo que se exacerbó en los años noventa a partir de la ostentación de la riqueza y la explotación de los cuerpos. En este mismo eje se encuentran algunas de sus últimas obras, realizadas en el 2006, un año antes de su fallecimiento. En las mismas, los escenarios retratados cobran un carácter más nostálgico e íntimo sin dejar de lado su impronta.

“Las décadas que separan a la obra de Gorriarena de la actualidad no impiden que se sientan absolutamente contemporáneas”, manifestó el director del Bellas Artes, Andrés Duprat, en la inauguración. Su capacidad de reconocer elementos característicos y síntomas de época para luego plasmarlos en sus cuadros con siluetas humanas deformadas, formas exageradas y colores vibrantes, logra que sus críticas afiladas puedan ser reinterpretadas y aplicadas en distintos momentos históricos.

 

“Carlos Gorriarena. Retrato de un momento” podrá visitarse hasta el 11 de enero de 2026, de martes a viernes, de 11 a 19.30 (último ingreso), y los sábados y domingos, de 10 a 19.30.

La hipnótica muestra de Fernando Maza

Las pinturas de Gorriarena se presentaron en conjunto con la exposición “Fernando Maza: La construcción de la pintura”, ubicando a las muestras en salas contiguas. En la exposición curada por Pablo de Monte, el foco está en cómo Maza fue construyendo la imagen a partir del uso de distintas perspectivas, colores y símbolos. Andrés Duprat, director del museo, manifestó en su discurso inaugural: “Hoy presentamos las muestras de dos pintores prácticamente contemporáneos. Una de nuestras líneas de trabajo es rescatar y dar visibilidad a los grandes artistas argentinos”. De Monte, por su parte, definió como “hipnótica” a la obra de Maza: “Uno siempre va a encontrar algo distinto, un elemento nuevo –señaló–. En sus símbolos hay un enigma a resolver, pero por suerte ese enigma no tiene solución, y eso es lo que le da una gran potencia”.