Detrás de cada persona privada de su libertad hay una red de madres, parejas, abuelas e infancias que también cargan con la violencia estructural del sistema penal. ACiFAD, la Asociación que reúne a familiares, denuncia el estigma social, las condiciones inhumanas de las cárceles y la doble condena que impone el Estado.

La cárcel no termina en las rejas ni en los muros de cemento. No termina ni en Ezeiza, ni en Devoto, ni en Marcos Paz. Tampoco termina en aquellas fronteras que delimitan las cárceles alrededor de la Argentina. La cárcel se mete en las casas, en las heladeras vacías, en los pasajes impagables y en la vida de quienes cada semana —cuando las condiciones se lo permiten— hacen la fila para visitar a sus seres queridos detenidos. Para las familias pertenecientes a ACIFAD (Asociación Civil de Familiares de Detenidos), el encierro se vive como una condena extendida, silenciosa y cotidiana.
Ni las personas adultas, ni las infancias permanecen igual cuando un miembro de la familia es encarcelado. Según el informe El impacto de la cárcel en las mujeres familiares (2022) realizado por la Red Internacional de Mujeres Familiares (RIMUF), desde el momento de la detención las familias vivencian un enorme sufrimiento: se reconfigura su organización, se empobrece su economía y se altera su cotidianeidad. Pero este impacto no queda reducido al plano material: se traduce también en preguntas que desbordan lo íntimo.
Diversas investigaciones a lo largo de los años han demostrado que quienes visitan a las personas privadas de su libertad son, en su mayoría, mujeres. Las filas para ingresar a las cárceles están colmadas de madres, esposas, hermanas, abuelas, hijas. Ellas son el sostén —no sólo afectivo sino también económico— del peso del encierro. Son ellas las que sustentan, organizan y reestructuran el hogar. Son las mujeres de la fila quienes se encargan de ser vínculo entre el adentro y el afuera, de la continuidad de la dinámica familiar y de posibilitar el contacto entre los niños, niñas y adolescentes y la persona detenida. Son ellas las que, muchas veces con escasos recursos, enfrentan, resuelven y remedian las consecuencias sociales del encarcelamiento.

Madres del dolor
“El venir acá es un alivio, porque sé que no estoy sola. Estamos todas las compañeras de la fila luchando. Aquí encontré contención, mi familia son todas ellas”. El recorrido de Carmen por ACIFAD comenzó hace unos cuatro años cuando su hijo estaba atravesando un traslado desde la cárcel de Devoto, en Buenos Aires, hacia un penal en Rawson, provincia de Chubut.
Carmen prefiere resguardar su apellido, como todos los familiares entrevistados. No se trata de vergüenza sino de preservación: no quieren sufrir todavía más violencia institucional del Sistema Penitenciario. “Lo peor de todo fue cuando me dieron la noticia -recuerda-. Una noticia que llevo grabada en mi corazón. El penitenciario me llamó por teléfono y me dijo: `Señora, ¿usted es la mamá de Daniel?`. `Sí` le respondí. `¿Qué pasó?, algo pasó`, le dije. `¿Está sentada o está parada? Siéntese porque le tengo una noticia. Su hijo acaba de fallecer`. Yo escuché esas palabras y no lo creía. Fue muy triste para mí, porque yo no podía traerlo. Mi hijo estaba en Rawson y yo estaba acá” continúa, “y me lo trajeron en una bolsa de consorcio. Yo lo entregué a mi hijo sano, vivo, fuerte, y sin embargo me lo mandaron muerto en un bolsa de consorcio.”
El traslado de las personas privadas de su libertad a prisiones alejadas de su domicilio de residencia es otra de las problemáticas que afrontan muchas familias. Para quienes viven en Buenos Aires y tienen a sus seres queridos detenidos en otras provincias, la visita no sólo implica afrontar el costo del pasaje, sino también pagar el alojamiento; además de la pérdida de días laborales, un drama para quienes por lo general tiene empleos precarizados. Según el informe Más allá de la Prisión (2019) realizado por la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN) en conjunto con Church World Service (CWS), UNICEF y ACIFAD, el 91% de las personas detenidas en cárceles del interior del país con familias asentadas en Buenos Aires no recibe visitas de sus hijos e hijas. Detrás de esta cifra hay madres y abuelas que hacen malabares para sostener el vínculo, aunque muchas veces las distancias lo vuelven imposible.
Carmen sigue asistiendo a los encuentros de ACIFAD cada martes en el barrio de Once a pesar de que su hijo ya no está. Como otras tantas, allí encontró no sólo apoyo sino también una comunidad de mujeres que comparten la misma carga: mantener a sus seres queridos detenidos vivos ahí adentro y acompañarlos cuando salgan.

La pena privativa de la libertad en Argentina se encuentra regulada por la Ley 24.660 que establece que su desarrollo debe ser progresivo con el objetivo de que la persona condenada adquiera la capacidad de comprender y respetar la ley, procurando su adecuada reinserción social. Sin embargo, la realidad penitenciaria está atravesada por la sobrepoblación, el hacinamiento, condiciones materiales precarias y el acceso deficiente a la salud y a la educación. Para las mujeres familiares las preguntas se repiten todos los días: ¿Qué pasa después de la cárcel? ¿Cuáles son las políticas públicas reales y concretas pensadas para la reinserción social de las personas detenidas? ¿Las hay verdaderamente?
Paula es maestra y madre de Valetín, un joven de 25 años que se encuentra privado de su libertad en la Unidad Penitenciaria de Florencio Varela. “Nosotros también nos hacemos muchos problemas, no solo por Valentín, por muchas cosas, por lo que se vive, por lo que tocó conocer. Sabemos que la única forma de que no se sufra así es no caer. Yo les decía el otro día a mis alumnos `¿Para qué vamos a la escuela? Para socializar, para aprender a leer y escribir. ¿Para qué vamos a un hospital? Para curarnos de enfermedades. ¿Y a la cárcel? ¿Para qué se va? Para hacer las cosas mejor y poder reinsertarse, ¿no? Bueno, parecería lo contrario`”.
Susana también pone en palabras las dificultades concretas y cotidianas de la reinserción respecto de su hijo: “La cárcel no los prepara para una nueva oportunidad, para una nueva vida. Mi hijo de 40 años cuando salga dentro de 17, no va a saber lo que es la plata, el dinero; no va a conocer nada. Ni siquiera las calles de su propio barrio van a ser las mismas”.

La CIDH señala que las mujeres con familiares en prisión asumen la generación de ingresos, las tareas domésticas y el cuidado de la persona detenida, además de responder a los requerimientos del sistema penitenciario.
La feminización del cuidado
La lógica binaria de los roles de género y la desigual división sexual del trabajo que ordenan nuestra sociedad se ven potenciados por las dinámicas propias del sistema penitenciario debido a que son las mujeres quienes asumen la tarea de cuidado de las personas detenidas. Esta sobrecarga de tareas se refuerza con el trabajo no pago que realizan en sus hogares, además de las actividades laborales remuneradas que realizaban con anterioridad a la detención o que debieron asumir a raíz de ella.
Son las mujeres quienes asumen la responsabilidad de hacerse cargo de quienes están adentro y quienes están afuera. Pero, ¿quién cuida a quienes cuidan? En este contexto, ACiFAD se presenta como aquel espacio de contención y cuidado con el objetivo de transformar la experiencia y el dolor individual en una acción colectiva.
El pasado 7 de agosto la Corte Interamericana de Derechos Humanos publicó su Opinión Consultiva reconociendo el cuidado como un derecho humano autónomo, interdependiente con otros, que declara obligaciones concretas para los Estados. En Argentina, la detención de un ser querido genera para las mujeres, ya no una doble jornada laboral, sino una triple jornada. La Corte señala que las mujeres con familiares en prisión asumen la generación de ingresos, las tareas domésticas y el cuidado de la persona detenida, además de responder a los requerimientos del sistema penitenciario.
Las transformaciones que se generan en el grupo familiar a partir de la detención son tan variadas como variadas son las familias, pero, en su mayoría, hay un común denominador: son las mujeres quienes cargan con la mayor parte del peso. Son ellas las que cuidan, acompañan y escuchan tanto en el adentro como en el afuera.