Organizada por la Embajada de Japón en La Manzana de las Luces, una exhibición da cuenta del poder de destrucción de las bombas nucleares de la Segunda Guerra Mundial y llaman la atención sobre el peligro de los juegos bélicos de estos días.

La mañana del 6 de agosto de 1945, la población de Hiroshima, hacía apenas unas horas había despertado cuando la luz y el calor de la primera bomba la alcanzaron. “Little Boy”, la nombraron los atacantes. Lejos de ser una pequeña muestra de la fuerza norteamericana, provocó entre 110.000 y 210.000 muertos, junto con la segunda bomba lanzada tres días después. Esta vez, “Fat Man” tenía el objetivo de conseguir la rendición definitiva de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. El mes pasado se cumplieron 80 años de estos trágicos hechos mientras las armas nucleares vuelven a ser la amenaza más temida.
Con motivo de ese aniversario, la Embajada del Japón en Argentina expone, en la porteña Manzana de las Luces, información detallada, elaborada por el Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima. La muestra tiene la intención de concientizar al público del peligro que representa este tipo de armas, cuyos efectos no solo fueron inmediatos, sino que perduraron en el tiempo.
La exposición acerca de la cruel estrategia de guerra de Estados Unidos, y su carrera contra el enemigo nazi por desarrollar este tipo de artefacto, está enmarcada en el edificio histórico en el que fue fundada la Universidad de Buenos Aires. Específicamente, donde funcionaron la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y la Academia de Medicina. Ese recinto histórico también recibió al ganador del Premio Nobel de Física, Albert Einstein, en 1925.

En el salón ubicado en Perú 272, el recorrido propuesto comienza con una breve introducción histórica de la ciudad castillo de Hiroshima y el puerto comercial de Nagasaki hacia 1600. Luego continúa con la descripción de estos puntos estratégicos del país previo a la guerra y durante la misma, en la que los habitantes de Japón sufrían la escasez de alimentos.
Además de los detalles del Proyecto Manhattan, se hace hincapié en la debilidad de la milicia japonesa en esta etapa del conflicto, como también en la decisión de Washington de bombardear sin previo aviso. Incluso se sugiere que otro de los motivos para lanzar las bombas, además de restringir la influencia soviética, era justificar el gran costo de su desarrollo.
Uno de los momentos más interesantes de la exhibición es aquel en el que pueden apreciarse dibujos y representaciones del horror, creadas por los sobrevivientes a las explosiones. Otro es la dimensión científica, que describe qué efectos y temperaturas se produjeron a diferentes distancias del epicentro de la explosión. Todo esto acompañado por un amplio registro fotográfico que muestra los niveles del desastre, según la cercanía al punto de estallido de la bomba.

Las heridas y la muerte no son lo único que ilustran al visitante respecto del horror sufrido por los habitantes de Hiroshima. Las fotografías de materiales como el vidrio o el metal totalmente fundidos, por ejemplo, permiten tomar dimensión de lo sucedido con las personas al momento del estallido.
La muestra también detalla los efectos duraderos de la radiación, que afectaron a generaciones enteras. Un ejemplo citado es la historia de Sadako Sasaki, una nena que sufrió la exposición ionizante con solo dos años. A pesar de sobrevivir al hecho, fue diagnosticada con leucemia diez años después, como muchos otros niños de Hiroshima. Se afirma que Sadako dobló mil grullas de papel para que se le concediera el deseo de vivir, recuperando la antigua leyenda. Aunque ella no pudo superar su enfermedad, su corta vida y su actitud de esperanza se volvieron un ícono para la resiliencia del pueblo japonés.
Los daños físicos también se impregnaron en aquellas personas que, pese a no haber estado al momento del estallido, acudieron al rescate y sufrieron las consecuencias de la lluvia negra en sus cuerpos. Algunos, muchos años después.
Aunque solo se encuentran disponibles en inglés o japonés, los testimonios grabados, como el del fotógrafo Yoshito Matsuhige, relatan lo impactante de haber presenciado la destrucción masiva de ambas ciudades.

Por supuesto, hacia el final del trayecto, dejan de destacarse la matanza y las ruinas para mostrar la forma en la que estas ciudades comenzaron a levantar los escombros para reconstruir sus vidas. No sin apoyo del capital extranjero. Recién 13 años después del ataque, Hiroshima ya superaba la población y el nivel de producción anteriores a la guerra.
En el contexto actual en el que ocurren múltiples guerras simultáneas, la muestra señala el número de armas nucleares albergadas por las principales potencias mundiales, una cantidad suficiente para aniquilar a la totalidad de la población mundial. La advertencia es clara e invita a la reflexión: ¿Qué garantías existen de que esto no volverá a suceder? Los alcaldes de Hiroshima y Nagasaki, Kazumi Matsui y Shiro Suzuki respectivamente, declaran en una carta: “Creemos que es más importante que nunca que la gente sepa lo que ocurrió, y que no es cosa del pasado. Lo mismo podría ocurrir en cualquier ciudad del mundo mientras estas armas existan”. Y cierran: “Esperamos que se comprenda el deseo más preciado de nuestros hibakusha (supervivientes de la bomba atómica): que nunca jamás, nadie vuelva a sufrir como lo hicieron ellos”.
La muestra está disponible para las visitas al público hasta el 28 de septiembre, de miércoles a domingo, de 11:00 a 18:00 horas. Entrada libre y gratuita.