Mientras en distintos puntos del país el Estado se asocia a proyectos vinculados con el cultivo de marihuana, todavía se puede ir preso por consumir. Aquellos que prefieren no levantar la perdiz y la experiencia de Matria Cannábica.

La ley 27.350 del año 2017 se creó para reglamentar el uso medicinal de la planta de cannabis y sus derivados en nuestro territorio nacional. En mayo del 2022 el Congreso dictaminó la Ley 27.669, la cual ofrecía un marco regulatorio para el desarrollo de la industria del cannabis medicinal y el cáñamo industrial. Finalmente, el Decreto número 30 del año 2023 se dictó para aprobar totalmente la reglamentación de la Ley Cáñamo. De esta manera quedó establecido que: “Los cultivos autorizados dentro del marco regulatorio de la Ley N° 27.350 y de la Ley N° 27.669 no se considerarán estupefacientes a los fines de la Ley N° 23.737, sus modificatorias y su correspondiente Decreto Reglamentario”. Siendo esto así, se posibilitó a diferentes organizaciones y entes estatales que desarrollaran el cultivo de cáñamo y de cannabis para sus diferentes usos. Todo dentro de Argentina.
El Estado se da a sí mismo la posibilidad de ser un cultivador de la planta de cannabis en sus múltiples expresiones. Puede hacerlo, ya que, como institución y como autoridad creó un marco jurídico que lo avala.
Según un informe del año 2021 elaborado por la Cámara Argentina del Cannabis, ArgenCann. En nuestro país los estados que detentan el cultivo son: en la provincia de Jujuy hay un solo productor con 7,78 hectáreas. Le sigue Salta con 3,5 hectáreas entre dos productores y Buenos Aires con 2,47 hectáreas entre 20 productores. Luego hay algunas provincias con algún porcentaje de tierra dedicada a estos tipos de cultivos, bajo la propiedad de dos personas jurídicas: Chubut con 1,22 hectáreas; San Juan con 1,2 hectáreas; Córdoba con 2 y Entre Ríos con 1,06 hectáreas. Finalmente, Corrientes con 0,72 hectáreas y Mendoza con 0,2 con un productor respectivamente.
Nueve de las veinticuatro jurisdicciones que componen nuestro territorio nacional cultivan marihuana. Es un dato significativo que más de un tercio de las provincias argentinas cultiven cannabis en alguna de sus facetas. Estos productores eran regulados fundamentalmente por la Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo y el Cannabis, Ariccame, que cuidaba el marco legal de toda la cadena productiva y comercialización nacional y/o la exportación de la planta de cannabis, semillas y derivados con fines de uso en favor de la salud y cáñamo industrial. Pero hace pocos días este organismo fue disuelto por el gobierno de Javier Milei.
Aquí entramos en una contradicción, ya que por un lado tenemos a un treinta por ciento de las provincias argentinas con algún tipo de cultivo de cannabis y, por otro lado, tenemos a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que pregona por donde vaya que la marihuana es droga, es mala y que hay que quemarla. Recientemente la funcionaria estuvo en el Seminario Nacional de Lucha contra el Narcotráfico y Control de Precursores Químicos – Región Norte. Allí declaró que: “Tenemos un crecimiento de incautación del cien por ciento en cocaína y de un ochenta por ciento en marihuana”. He aquí la contradicción, se postula un Estado punitivista que persigue a las personas que posean o que cultivan marihuana, pero por otro hay múltiples expresiones del Estado Argentino como cultivador. Entonces según la concepción de Bullrich, el Estado Argentino ¿Es un narco-estado?
A raíz de todo esto, se forma un gris teñido por la incertidumbre. Entran en contradicción las leyes nacionales y en última instancia cada situación particular que pueda atravesar un usuario, un cultivador o un simple mortal que tenga marihuana en su poder, queda circunscrita a la voluntad de los magistrados de turno. En esta gran confusión empecé a navegar cuando tuve que buscar expresiones de cultivo estatal. En algunos casos me choqué con la desconfianza de los responsables de ciertos cultivos. En otros casos me dijeron sí para las cámaras y luego, en la práctica, en las potenciales visitas a los espacios de cultivo salían a la luz un repertorio de negativas de las más variadas.

El que busca encuentra
La primera persona con la que me contacté fue Darío Andrinolo, un investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Conicet. A cargo de uno de los cultivos experimentales, dedicados a la investigación, en la Universidad Nacional de La Plata, más conocida como UNLP. Me presenté escribiéndole por WhastApp:
— Hola Darío, buenos días. Mi nombre es Nicolás López, soy de la Carrera de Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Estoy haciendo un trabajo sobre cultivo de cannabis, tengo entendido que en la UNLP hay un cultivo experimental. Quisiera visitar alguno de estos cultivos. ¿Vos sabes si lo puedo hacer?
— Hola, nosotros tenemos el primer cultivo para investigación de Latinoamérica y laprimera variedad registrada en el Instituto Nacional de Semillas, INASE. Podés ver la sala de cultivo, pero no sé cuál sería el objetivo, ya que, lo único que vas a ver son algunas plantas en macetas.
— Gracias por la respuesta. No importa. Con ver el espacio de cultivo me alcanza e idealmente hablar con alguien que las cuide. Tengo entendido que también hay otro cultivo con tutela del Estado en Lamadrid, pero me queda muy lejos para visitarlo.
— Hay cultivos por todas partes, me parece que estas insuficientemente informado — dijo reacio y con tono prejuicioso. Y siguió:
— Hay cultivos en Mar del Plata, asociados al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, el INTA. En San Pedro, en Lamadrid. A diferencia de ellos nosotros somos de investigación, no de producción. Acá se usan como base a tesis doctorales y colaboraciones científicas.
— Me sirve igual visitar su espacio en UNLP. Mi tutor me pidió que visite un espacio
de cultivo regenteado por el estado, no importa el fin.
— Decile a tu tutor que no te haga perder el tiempo, no hay mucho que ver. Lo siento.
— Lo poco que sea me sirve, y hablar con alguien de ahí sería ideal. Por favor te pido, necesito cerrar mi trabajo— insistí, apelando a la solidaridad de Darío.
— Mirá si querés pasame tres preguntas y te las respondo.
Me lamenté ante la negativa. Le mandé un breve cuestionario de manera virtual, y obtuve algunas respuestas escuetas y fundamentalmente críticas a las preguntas que no vienen al caso. Por suerte Darío es investigador y no diplomático. Lo más provechoso que obtuve de ese intercambio fue saber que en San Pedro había un cultivo bajo tutela del Estado.
Después de deambular por internet unas horas, encontré el mail correcto para contactarme con la gente de San Pedro. Tras un intercambio de correos, me pusieron en contacto con Clarisa Marcozzi, investigadora del INTA, Doctora en Ciencias Biológicas con Diplomatura en Estudios Avanzados en Endocannabinología, Cannabis y Cannabinoides. Hicimos una videollamada para conocernos, ya que, en este rubro la desconfianza está a la orden del día. En esa comunicación le conté mi proyecto. Pude hacerle varias preguntas que enriquecieron mi saber sobre el tema, y logré pactar una visita a los campos de cultivo de San Pedro, gestionado en conjunto por el el INTA y la municipalidad de San Pedro, trabajando en conjunto con una empresa privada dedicada al estudio del cannabis llamada LCA.
Cuatro días antes de que llegue la jornada pactada para la visita llegó un mensaje de WhatsApp de Clarisa:
— Hola Nicolás, lamentablemente recién me avisaron que no va a poder ser la visita.
Los socios de la empresa LCA lo estuvieron conversando y consideran que esta fecha no es buena para recibirte. Tal vez se pueda más adelante.
— “Naaaa” — contesté decepcionado, y agregué — Solo es visitar el cultivo, si tiene pocas o muchas plantas no importa. Ya con ver el predio me es de gran ayuda.
— Lo vamos a seguir conversando, pero por el momento esa es la respuesta que te
puedo dar, disculpas.
— Me pasó lo mismo en la UNLP, no sé por qué hay tanta desconfianza. Te
agradezco la buena onda y la buena predisposición.
— No lo sé tampoco yo. Te mantengo al tanto de cualquier novedad.
— Dale, gracias.

No me quedó más alternativa que seguir buscando. Y, a través del Proyecto de Atención en Fiestas, PAF, una agrupación dependiente de la Asociación Civil Intercambios, que pregona la lógica de la reducción de daños en cuanto al consumo y uso de sustancias psicoactivas. Conseguí el contacto de un graduado de la Facultad de Agronomía de la UBA, el cual trabajaba justamente en dicha facultad con campos de cultivo de cannabis.
Me comuniqué vía WhatsApp con Santiago, él ya sabía que le iba a escribir ya que un colega de la agrupación PAF le había avisado.
— ¿Hola Santiago todo bien? Mi nombre es Nicolás López. Yo también participo en PAF, me pasó tu número Juan Martín. Soy estudiante de Comunicación de la UBA, y estoy haciendo mi tesina sobre cultivo de cannabis por parte del Estado. Tengo entendido que vos estás en el tema. Yo para el último texto que me queda tengo que escribir sobre cultivos intervenidos o tutelados por el Estado.
— Qué hacés Nicolás. Sí, me avisó Juan que me podías escribir. ¿Cómo te puedo
ayudar?
— Mirá mi tesina se compone de crónicas, por lo que, para esta última crónica necesitaría visitar alguno de esos espacios de cultivo. Y cronicar eso, ese recorrido.
— Yo participo en el grupo de investigación de cannabis, hay mucho movimiento en
esta época. Dejame que consulto ahí con el grupo si podés venir un día y la hacemos.
— Bueno cuando vos digas yo voy, no tengo problema.
Pasaron los días y la confirmación de la visita no llegaba. Así que volví a escribirle a Santiago.
— Hola Santiago ¿Todo bien? ¿Hubo alguna novedad? ¿Se podrá gestionar ver los cultivos? Si querés te mando el anteproyecto de tesina. Certificado de materias aproabas y alumno regular. Por si necesitan algo más institucional.
— Hola, qué hacés Nicolás. ¿Mañana a la tarde estás libre? — Si, puedo mañana y tarde.
No hubo más respuesta. Insistí al otro día, “Hola Santiago, ¿Puedo ir hoy al final?” El repertorio de excusas parecía no tener fin: “Dejame que pregunto”, “Hoy no se puede porque hay juntada de fin”, “Quizás se pueda el sábado, te aviso”. Finalmente, la visita a los campos experimentales de cultivo de la Facultad de Agronomía no se concretó.
Otra vez el tono grisáceo de la incertidumbre teñía el proyecto de investigación. En un principio siempre parecía que sí, que no había problema. Pero a la hora de llevar a la práctica la visita que desde el discurso todos decían “Sí” pero nunca se concretaba. No me quedó más alternativa que seguir buscando opciones, al ser un tema de agenda nacional, muchas personas están implicadas. Gracias al famoso boca en boca, logré conseguir el contacto de Mariana Ríos, Odontóloga de UNLP con posgrado en endocannabinología y terapéutica cannábica. Ríos es referente del proyecto Familias Cultivando. El primer contacto fue telefónico y allí pactamos una entrevista, ella prefirió que sea en el plano virtual, por lo que, propusimos un meet.

Matria Cannábica es una ONG que cultiva en el municipio de San Martín en el conurbano Bonaerense.
La charla fue muy enriquecedora. A partir de ella pude recabar información importante. Busqué ahondar en el tema de los cultivos patrocinados por el Estado y Ríos me contó en qué consistía su proyecto: “Familias Cultivando es una asociación civil que se dedica a la enseñanza del cultivo y a la elaboración de distintos tipos de preparados a partir del cannabis medicinal. En 2017 nos formamos y en 2020 salió la ONG. La legalidad que nos da el Estado es a través del Reprocann, esta ley que dice que nosotros como organización no gubernamental podemos cultivar para ciento cincuenta pacientes nueve plantas. Todavía no nos aprobaron ni los predios de cultivo ni los pacientes, que nos daría la legalidad. Si yo cultivo para ciento cincuenta pacientes, esos pacientes tienen que estar registrados. Y la realidad es que tenemos 100 pacientes en espera, entonces nos sumergen en la ilegalidad”. No me dejó ni acotar algún comentario, y agregó un tanto ofuscada con un tono decepcionado: “El que tiene plata hace lo que quiere como Cannava, la empresa que está en Jujuy, que hace cinco meses salieron públicamente a contar que iban a exportar kilos de marihuana. En ese momento un paciente mío estaba preso, y ni siquiera era narco-menudeo. Se demoraron cuatro meses en verificar los mensajes de celular porque era pobre, tenía un abogado de pobres y ausentes, y cuando hicieron las pericias en el teléfono, saltó que no vendía, que usaba marihuana de manera medicinal, como lo decía el permiso de Reprocann que tenía él. Recién ahí lo absolvieron, pero mientras tanto estuvo cuatro meses detenido. La realidad es que hoy el Estado no te deja cultivar, hay una demora de más de un año en el Reprocann”.
La pasión y el compromiso con los que hablaba esa mujer de anteojos, labios rosácesos y ojos marrones podían palparse incluso a través de la pantalla. En consonancia con lo que veníamos charlando, agregó: “Los laboratorios, los gobiernos y los narcos son el peor enemigo del cannabis medicinal y el autocultivo. A nadie le conviene esto, salvo a los pacientes, poder tener un árbol en el patio de nuestra casa que nos sirva, que nos hace dejar de consumir otros medicamentos, que nos de autonomía, que nos mejore la economía, la salud. Nosotros somos una amenaza para esa gente y lo fue siempre por eso lo prohibieron en 1961. Lo que decía la Organización Mundial de la Salud en aquel año era que el cannabis era una droga peligrosa que mataba neuronas, hoy sabemos que es regenerador neuronal y neuroprotector. No se puede tapar el sol con las manos, tarde o temprano la verdad va a salir”. Después de un silencio profundo, como quien prepara su remate, es decir, su certeza, su convicción, Ríos finalmente dijo: “Pensaron en enterrarnos y se olvidaron que éramos semilla”.

Jonatan Castello y Mijail Reyna de Matria Cannabica.
Tanto va el cántaro a la fuente…
Gracias a la buena y enriquecedora charla que tuve con Mariana Ríos, que es una voz más que autorizada en el tema, pude por fin dar con el espacio de cultivo tutelado por el Estado que estaba buscando. Ríos me hizo el contacto con la gente de Matria Cannábica, una ONG que cultiva en el municipio de San Martín en el conurbano Bonaerense, y por fin, después de tantos “No” pude concretar la visita al espacio de cultivo.
Llegué a la hora pactada a San Martín, tierra de hinchas de Chacharita, calles con pozos y casas bajas. Le mandé un WhatsApp a Jonatan Castello, alias “John” la persona con la que había hablado, y referente del proyecto para avisarle que había llegado. Esperé un poco en la dirección indicada, frente a una puerta de chapa negra, hasta que un hombre la abrió para salir. Justo en ese momento una voz de una persona que no se veía me gritó “pasá”. El hombre que abrió se fue hacia la calle y yo entré. Subí tres pisos por una escalera a oscuras, esquivé algunos escombros, acaricié un perro marrón que estaba en el descanso de la escalera y por fin llegué a la cima. Allá arriba y a pleno sol estaba la terraza de los chicos de Matria, con un montón de plantas en macetas gigantes y rectangulares de cemento.
— Vení, pasá. Nosotros recién llegamos también. Así que, si querés bancanos un toque que regamos las plantas y le damos rosca a la entrevista — Dijo John.
— Hola, gracias — dije, y agregué: -Dale, si quieren igual ya vamos hablando y les doy una mano con la regada.
— Dale — contestaron al unísono John y Mijail Reyna otro de los chicos que estaba allí, que más tarde me enteraría que es el vicepresidente del proyecto Matria Cannábica.
Mientras nos presentábamos y yo les contaba de dónde venía y en qué consistía mi proyecto, íbamos regando. A la par de esa tarea también comenzó a girar un porro, que fuimos fumando entre los tres. John, un hombre corpulento de tez morena con sus bigotes y su pelo negro para el costado tenía mucho mejor ritmo de regada que yo. De todas maneras la tarea era encabezada por Mijail, rapado, con aros expansores en ambas orejas y de largos brazos flacos no paraba de cargar baldes y echárselos a las macetas.
Justo cuando John le daba el último beso que terminaba la tuca, Mijail echaba el último balde de agua. Todo parecía estar amablemente sincronizado.
— Vení, vamos a charlar más tranquilos a la pieza de allá que estamos más cómodos— dijo John.
— Dale. Che, como para arrancar ¿Cómo empezó Matria? — pregunté.
— Surge en primera instancia como una ONG que acompaña al colectivo de la diversidad LGBTIQ+, de San Martín. Integramos la mesa de diversidad hace años, y desde ahí, desde una comunidad diversa, surgió la necesidad, a través del Repro, de acompañar a estas personas con el programa de cannabis, de forma gratuita. Eran personas que no tenían acceso a pagar un médico, y necesitaban estar tranquilos, y cultivar en sus casas. Así que desde diversidad y con el consejo consultivo municipal, les hicimos como esta ayuda, este primer contacto con la legalidad en el mundo cannábico. A partir de ahí fue una propuesta muy innovadora, no estaba pasando eso en ningún otro punto del país, empezamos con algo muy chiquitito y se hizo en muy poco tiempo algo enorme, nos invitaban a la expo cannábica, a dar charlas, etc. Todo por esta articulación entre ONG, Estado municipal y salud pública. Encima ahora también tenemos dispensario fitoterapéutico y farmacia viva, somos los primeros en todo el país — contó John.
— Los usuarios, yo le digo usuarios porque quizás no hay patología. No clientes, no pacientes, usuarios es la palabra. Tanto usuarios como los profesionales de la salud necesitaban una bajada de data de nuestra parte, digamos, como organización social, para la gente que quizás no está adentro de los órganos estatales, o para la gente que no está informada — agregó Mijail.

— Esa primera articulación que hicimos con Matria fue para que esas personas vulnerables estuvieran tranquilas con sus cultivos. De repente se empezó a hacer muy amplio, y hoy en día después de años cualquier persona que se acerque a los Centros de Atención Primaria de Salud, a un CAPS, puede acceder. Al principio tenía que ser de la diversidad y vivir acá en San Martín, la muni nos fue dando esa libertad de a poco. Para ir probando, porque es lógico, tenían miedo, no se podían largar masivamente de una, puede ser muy alto el costo. A mí ya me conocían desde la muni por la militancia de la diversidad, entonces cuando empecé de lleno con la militancia cannábica fue más fácil, y como soy enfermero y me conocían me invitaron a conformar el consejo consultivo cannábico. Y ahí compartimos con Mariana, de Familias Cultivando, estamos nosotros como Matria Cannábica, está la secretaria de salud, legales y técnica de la municipalidad de San Martín, está el INTA y también la universidad de San Martín. También tenemos aval de la facultad de Bioquímica de la UBA, que allí nos hacen los análisis de nuestros productos, están cromatografiados nuestros aceites. La pata universitaria fue clave para poder ir accediendo a lo que fuimos haciendo. Había mucha ignorancia, sobre todo en la comunidad médica — siguió diciendo John.
— ¿En qué te sirve que te tutele o que te ayude el municipio? — pregunté.
— En primera instancia cuando nosotros empezamos a funcionar, lo hicimos sin ningún tipo de papel legal que te exigía el Reprocann, para vos plantar. No teníamos espacio, no teníamos papeles, nada. O sea que, si ahí nos agarraba la policía, la única que tenía era decir llamen al intendente, e intentar chapear con eso. Ahí ya funcionaba Reprocann pero nosotros no teníamos los papeles. Entonces la tutela de la muni, nos servía para funcionar como consejo consultivo en San Martín que no necesita ningún otro papel porque nosotros tenemos una ordenanza en San Martín que es independiente del Reprocann y nos resguardábamos con eso. Nuestra terraza, pase lo que pase, está habilitada y estamos cubiertos — explicó John.

«Tenemos dispensario fitoterapéutico y farmacia viva, somos los primeros en todo el país» afirmó John.
La charla caminaba a paso rápido y curioso como los de un niño intrépido de tres años. Mientras compartíamos un como mate, dije:
— Me llama la atención cómo todo esto tiene una pata estatal fuerte, por ejemplo, a ustedes los avala la UBA, una de las instituciones más prestigiosas del país. Pero por otro lado hay cierto gris que te puede hacer comer un martes trece. ¿Cómo es esa convivencia?
— Difícil. Antes de tener este espacio traíamos el aceite de Córdoba. Y una vez nos pasó que nos quitaron bastantes gramos volviendo para acá. Nos comimos cuatro horas en una fiscalía. Yo saqué mi compu y empecé a mostrarles todo, los convenios con la muni, con la Universidad de San Martín, con la UBA, todo. Como en el Repro no está habilitada tu inscripción como ONG, tenés nada para demostrar. Es este gris que vos decís — vociferó John, y agregó:
— El tema de transporte, es jodido. No existe nadie que regule cuánto se puede transportar. En fin, estás a la buena de Dios que te paren o no te paren. Y si te paran, ver del otro lado con qué te encontrás. Si hay un mamarracho o una persona que respeta los derechos. Quedas muy a la merced de ese fiscal, de ese juez, de esa policía que te diga: “Bueno, mira, a mí me importa un choto que regales aceitito. Acá tenés droga”.
— Claro, no hay legislación clara — dije. Acto seguido pregunté: ¿Cómo ves la situación actual en general en cuanto a todo esto?
— Y…se siguen llevando gente presa por tener tres plantas, por tener un porro. Pero bueno, como pasó con la Ley de Identidad de Género, siempre antes de que algo sea ley hay una demanda social que puja y puja y puja y puja y que de repente se manifiesta en una ley — cerró John.
Se agotó el tercer termo y con esa última gota que se vertía sobre el mate, se agotaba también la charla en aquella tarde en el municipio de San Martín. Nos despedimos afectuosamente con besos y abrazos como si fuésemos amigos de toda la vida, hasta nos sacamos una foto en la terraza junto a las plantas para recordar el momento. “Chau muchas gracias” dije antes de adentrarme por la puertita que me mandaba a bajar tres pisos por las escaleras llenas de escombros con el perro en el descanso del segundo piso.

Después de todo lo recorrido, de todas las charlas, de todas las personas que conocí. Pude concluir, y no hace falta ser un visionario para darse cuenta, que hoy por hoy en nuestro país la cuestión cannábica y sus asuntos adyacentes se encuentran indefinidos, y todo el tejido legal se ve atravesado por una inestabilidad profunda, por la imprecisión y las indefiniciones. Que el consumidor tanto medicinal como recreativo es quien se ve más afectado, y que como suele ocurrir en nuestras sociedades los que cuentan con mayores recursos y mejores posibilidades de lobby o de llegada al Estado son quienes terminan ejecutando sus conveniencias. En el plano cannábico esto se traduce a que la incertidumbre que reina no te asegura que no vas a ir preso por cultivar marihuana, tengas o no tengas inscripción en el Reprocann. Generalmente los damnificados son personas comunes y corrientes, más aún si pertenecen a un escalafón social bajo. Y que si tenés plata, podés hacer lo que quieras.