Por Ailen Argañin
Fotografía: Pamela Duran

La coréografa, bailarina y dramaturga Brenda Angiel habla de Ringtone, una pieza de sesgo autobiográfico que a través de la danza reflexiona sin perder el humor sobre envejecer, el paso del tiempo y la relación entre madre e hija que comparten un arte y ahora también el escenario.

“Esta obra se da en un aquí y ahora muy específico en el vínculo con mi hija, que decidí disfrutar al máximo mientras dure. Darme el gusto de bailar con ella mientras yo pueda, por eso también es una obra con una fecha de vencimiento más corta por lo personal y particular del vínculo, en que los roles no pueden ser ocupados por otros bailarines. Sucede ahora, en otro momento no sé si podremos”, explica Brenda Angiel sobre Ringtone, su nueva obra, que estrenó el pasado sábado en Aérea Teatro, espacio que gestiona y dirige en Almagro.

En un momento de su vida en que confluyen inquietudes personales que la rodeaban, Angiel buscó una forma dramatúrgica para reunirlas y darles materialidad significante. A partir del dolor generado por una artrosis de cadera, el deseo de compartir escenario con su hija Sara y de preguntas relacionadas a la profesión, Angiel “parió» Ringtone. “Esta obra sirvió como motivación para seguir haciendo lo que disfruto porque a veces la situación puede angustiar y deprimir. Entonces es poder volver a la cosa vital y pulsional de bailar. Es un modo de reivindicar a la danza, que a pesar de todo podemos seguir bailando”, explica.

Creadora de la danza aérea, fundó su compañía en 1994 y desde ese entonces dirige y coreografía diferentes composiciones con un lenguaje que de momento decidió dejar a un costado. “En 2024 se cumplieron 30 años de trabajar en la danza aérea, creo que es un lenguaje que exprimí un montón. Hoy me desafía mucho más coreografiar en el piso y tenía muchas ganas de marcarme a mí misma y a otros”. Su nueva obra se funda en vivencias e inquietudes autobiográficas. “Me interesaba trabajar desde lo personal y desde el movimiento más puro”.

En muchas profesiones la edad suele ser un límite que indica el fin de una carrera casi obligatoriamente. Para Angiel, “no hay límites en la edad, porque se pueden encontrar otros lugares desde donde seguir haciendo y trabajando con tu profesión, en este caso la danza. En particular, no me pensaba tanto como bailarina sino más bien como coreógrafa, entonces nunca pensé en la edad como un limitante. E incluso ahora, no es en sí la edad lo que me limita, sino los dolores físicos que genera la artrosis”. Un punto de inflexión fue la obra anterior,T para Ten la que volvió a bailar algunas partes. “Tuve que amoldarme, ver qué podía hacer y qué mejor no, ya aprendí qué movimientos me generan dolor. En mis solos manejo un abanico de pasos según el rango de posibilidades que tengo hoy. Me costó un poquito más con mi hija porque viene con otra energía y demanda más. También ella tuvo que entender que no soy una compañera de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) –donde Sara estudia–  en su misma situación”.

Voces en off introducen y expulsan del escenario distintas escenas e historias que se entrecruzan, a las que el espectador tiene el privilegio de inmiscuirse y espiar: Angiel coreografiando un ensayo de los bailarines; ella y su hija en el armado de una coreografía; Angiel ensayando su solo. Ensayos donde vemos los cuerpos en movimiento y la voz de la coreógrafa que corrige y busca la perfección. “En esta obra reuní mis dos facetas, la de coreógrafa y la de bailarina, porque lo que sucede con el grupo de bailarines es desde mi rol de coreógrafa y desde mi visión de la obra general, pero luego estoy yo bailando mi solo, o mi dúo con Sara. Hay, además, un juego con los clichés de las danzas, con lo que se busca en una obra. Y de señalar que este no es mi final como bailarina, sino que hay muchos otros lugares desde donde seguir creando danza. Es en sí, la unión de todas mis dudas”. Confiesa que el día siguiente al estreno, luego del cálido recibimiento del público que ovacionó terminada la presentación “me bajó una ficha diferente y no paré de llorar, creo que por los temas que trata la obra”.

Angiel no duda de que parte de la pasión de su hija por la danza proviene, en parte, de lo que ella pudo mostrarle y compartirle de su mundo. Ringtone es la primera obra en que trabajan juntas: “Yo no quería coreografiarla porque ella tiene todo un bagaje, y un carácter, principalmente de danza urbana y hip hop, que yo no. Entonces trabajamos juntas para hacer nuestro dúo y luego ella pensó su solo. Como madre e hija tuvimos que encontrar esa conexión y fusionar los dos lenguajes para construir una mirada conjunta de la coreografía”. En la obra se retoma de manera cómica una escena en que los roles de alumno y maestro se invierten: “Hay algo de negación al no entender que no estoy en su misma situación, por ejemplo, a veces cuando me reta por no llegar a los tiempos o estar lenta”.

La obra está caracterizada por lo heterogéneo, no solo de dudas y situaciones personales de Angiel, sino por la variedad de lenguajes y formas de expresarlos que encontró para manifestarse. Desde las voces en off, la mezcla de luces y las sombras que proyectan, la fusión de video y baile que llevan a cabo cinco bailarines que entran y salen del escenario, todo colabora para que los movimientos, incluso los del rostro, generen en el espectador variadas impresiones. Resalta y se roba parte del protagonismo, el clásico de Beethoven “Para Elisa”, ringtone del timbre en la casa de Angiel. Las múltiples reversiones de un clásico a diferentes ritmos le permitió abrir un juego de baile y movimientos, apropiándose de versiones como la de Sandro o Damas Gratis y otras menos conocidas y alocadas. “Yo siento que la obra te va pidiendo cosas. Me gusta que desde lo musical tenga una coherencia y que también cuente versiones de distintas situaciones”. Además, explica: “El uso de las voces en off me parecía un recurso interesante porque se podían bailar como si fueran música, pero a su vez, entender el significado y llevarlo a otros lugares. La danza y la voz son distintos planos, pero si uno hace el esfuerzo de decir mientras baila, deja de estar en ese plano musical, ese otro lugar. Es una forma de encontrar un universo nuevo en la obra porque no dije ‘voy a bailar’ y lo hice, sino que se escuchó por los parlantes el ‘me voy a bailar’ convirtiéndolo del plano del habla al musical, entonces, unir esa voz y sus significados con el movimiento, genera distintos planos con las que quería jugar”.

Ringtone puede generar en el espectador lo que este esté dispuesto a entregar, desde la sorpresa y admiración, hasta la angustia del paso del tiempo, al ver dos cuerpos que danzan en simultáneo, como figuras opuestas que a veces se alejan para luego unirse tanto que se pierde el límite entre ambas.

Todos los sábados a las 20 puede verse Ringtone en Aérea Teatro (Bartolomé Mitre 4272). Las entradas se adquieren a través de Alternativa Teatral.