Por Sofía Spinelli
Fotografía: Pamela Duran

El colectivo Hijas e Hijos del Exilio presentó “Sapos de otro pozo” una publicación que reúne las historia de infancias atravesadas por el desarraigo en tiempos de dictadura.

En 2006, un grupo de personas que habían crecido fuera de Argentina ,a causa del exilio de sus padres por el terrorismo de Estado, empezó a encontrarse. Así, dieron origen a Hijas e Hijos del Exilio, una agrupación que desde entonces denuncia el exilio como una violación a los derechos humanos y que hoy, casi dos décadas después de aquella primera reunión, presenta su libro: Sapos de otro pozo: Cartografía colectiva de las infancias en el exilio.

“El encuentro fue muy espontáneo. Muchos estábamos con el tema dando vueltas, con la pregunta, con querer juntarnos, querer saber. En esa época se volvió a hablar de la dictadura, volvieron los juicios, entonces ya no estaban las leyes de impunidad ni militares sueltos andando por la calle, había otros aires… que hoy volvimos a perder. Siempre es un problema que te pregunten por tu DNI, por qué hablas raro, por qué no conocés ciertos dibujitos animados, cosas que nos perdimos o que no conocimos. Después de muchos años de silencio, había muchas ganas de salir afuera”, señala Violeta Burkart Noé, productora periodística, docente y gestora cultural. “Desde el grupo encontramos que la historia de nuestras infancias no estaba contada ni reconocida. Hay mucho sobre la dictadura, pero no nos encontrábamos nunca: ni en los libros, ni en las películas, ni en las reivindicaciones”.

La obra es una publicación colectiva impulsada por Hijas e Hijos del Exilio en colaboración con Filosurfer Ediciones y la Universidad Nacional de La Plata. Recopila más de 100 colaboraciones de infancias afectadas por los exilios latinoamericanos en los años sesenta y setenta, visibilizando cómo esta experiencia impactó en sus vidas a través de diversas formas de expresión, como cartas, fotografías, ilustraciones y material multimedia, enviado por personas desde 27 países.

Camila Bejarano Petersen, realizadora, docente e investigadora, define el título del libro como “esa condición de incomodidad de no tener nunca un lugar claro”. Pero en la agrupación, explica, esa singularidad se transforma en horizonte de pertenencia: “Lo colectivo es un espacio de reconstrucción y de reparación. Hay muchas cosas en común, hay una conversación posible”.

Tatiana Sandoval Gutiérrez, directora teatral, artista virtual, gestora cultural y actriz, subraya que el colectivo trasciende fronteras. “Lo que nos constituye identitariamente tiene que ver con un rompecabezas que está de alguna manera siempre incompleto. Estas historias tienen como característica la huella que deja el exilio. La idea de ruptura, de algo que pierde su raíz. Es un trauma, una marca que persiste hasta hoy, que fue vivida en un momento donde entender de qué se trataba era algo muy complejo, porque atraviesa tu vida toda”, afirma. “Nos une darnos cuenta de que somos hijos de una misma historia. Lo que no se puede contar no existe. Entonces, la posibilidad de ponerle palabra nos configura en un territorio compartido, para poder recuperar esas raíces, extenderlas o convertirlas en otra cosa, en puentes”.

La convocatoria para el libro fue amplia y diversa. Llegaron textos, imágenes, audios, videos. Fue un trabajo sumamente arduo de más de cuatro años donde todo se leyó incontables veces, se seleccionó, se determinaron criterios y se organizó, cuidando cada detalle con amor y compromiso, una dimensión estética que el grupo conecta con lo político. “Teníamos mucha expectativa, fue maravilloso, era un montón de material de un montón de lugares, lo que ya daba cuenta de que estábamos en un camino de necesidad”, comenta Bejarano Petersen. “Encontrarnos con el material, leerlo individualmente, grupalmente, en distintos grupos, mezclar y pensar las relaciones y las redes, llorar mucho, conmovernos mucho, alegrarnos mucho. Fue todo un viaje. En ese sentido, que se llame “cartografía” también dialoga con esa dimensión del proceso editorial y curatorial: navegar, transitar, recorrer, volver”.

Las editoras cuentan a ANCCOM que, por el nivel de abstracción y profundidad que implica relatar una experiencia de este calibre, usar la palabra es mucho más difícil para mucha gente que transmitirlo mediante una producción visual o un material testimonial intervenido, de archivo. Entonces, la posibilidad de acunar en la publicación todos estos distintos lenguajes fue un modo de entender que hay marcas que están en el cuerpo y a veces no se pueden nombrar o traducir. Permitir diferentes modos de construir sentido tuvo que ver con afianzar ese lugar de infancia. “Si bien el libro no está pensado específicamente para infancias, no hay material que no pueda ser escuchado, leído o visto por ellas. Al implicar la dimensión de que las personas que protagonizan los textos conectan con ese momento particular, hay algo donde está en esa nota accesible a poder comprenderlo, no solo desde esa perspectiva, sino también por personas muy jóvenes o incluso niñas o niños. Tiene esa doble dimensión, la del exilio y la de la infancia, pudiendo unirse y ser comunicada”, explica Sandoval Gutiérrez.

El trabajo más complejo llegó a la horade la categorización del material. Había muy diversos modos y estilos en los que llegó a mano de los editores: la palabra escrita, el video, el sonido, la imagen fotográfica, la ilustración, el collage…para que forme una publicación y sea coherente, hubo que realizar una manipulación del contenido muy delicada y extensa. El resultado se organizó en dos grandes ejes: Exilio y Desexilio, y un índice en forma de diccionario temático. “La diversidad de lenguajes cuestiona el logocentrismo y habilita modos de expresión que a veces la palabra no alcanza, sobre todo para contar la infancia. Esa división, como lo elaboramos en la introducción, da idea de algo que en realidad no es tan claro ni tan lineal”, desarrolla Bejarano Petersen.

“Hubo mucho respeto por la palabra, por llegar al consenso, por entender, mucha paciencia, mucha empatía con lo que estábamos leyendo, entender. Y esa diversidad de escuchas también resultó importante, porque no se trataba de generar una obra bella, ni exclusivamente testimonial. No se trataba de generar un discurso nuevo a partir de esto, sino de pensar cómo este discurso es realmente producto de una historicidad colectiva compartida”, suma Sandoval Gutiérrez, sosteniendo la convicción de que a las infancias les tomó un tiempo tomar la palabra y este libro puede ser un estímulo para que otros lo hagan.

Burkart Noé insiste en derribar dos mitos: que los exiliados “se salvaron” y que los niños “no fueron afectados”. “El exilio es indeleble. No se termina ni se borra. El desexilio aparece cuando podemos echar raíces por elección y no por obligación”, afirma.

Respecto a este punto, Sandoval Gutiérrez agrega: “La cuestión específica de lo no elegido es una de las claves, que es transversal. Más allá de la capacidad humana para poder recrear lo amoroso, lo familiar, establecer nuevos lazos, apropiarse de una cultura, hay que entender que esto atraviesa también a las generaciones que nos siguen, la desterritorialización afecta lo cotidiano de las personas. El impacto no medido en las infancias y en las siguientes generaciones hace que no se pueda hilar realmente lo histórico en nuestro país y en otros. Creo que ha sido parte de lo que sistemáticamente los medios masivos de comunicación buscan anquilosar, más aún las que tienen que ver con lo traumático. Es necesario desandar el hilo complejo del entramado social que se rompe cuando hay acciones que son violentas, porque impacta a muchas generaciones, no solamente a esa persona de modo individual.”

Las entrevistadas coinciden en que estamos viviendo un momento muy complejo en relación al concepto de patria. “Tenemos un Poder Ejecutivo que desdeña y habla mal de este país”, sostiene Bejarano Petersen. “En muchos sectores aparece esta idea de que lo mejor que te puede pasar es irte, y no es así. Quienes efectivamente se van, se dan cuenta. La cultura la hallamos en el cuerpo, en la sangre, en los hábitos más pequeños como, por ejemplo, tomar mate. Hoy, en un mundo más globalizado, ciertas prácticas son más accesibles, pero en ese momento la posibilidad de comunicarte era dificilísima y cara. Hay una pérdida en relación a este lugar de la patria como un espacio que nos cobija, que nos alberga, que nos protege. Y se está viendo que el mundo es reacio, antipático y maltratador de la comunidad migrante”.

Presentado en la Feria de Editores (FED), Sapos de otro pozo tendrá su gran lanzamiento el 8 de septiembre en la Biblioteca Nacional. La meta es llevarlo a todas las provincias y países que participaron con relatos, pudiendo devolver a las colaboraciones esa dimensión de llegada, una vuelta tangible de aquello que se compartió en algún momento como algo individual y ahora se encuentra reunido en este formato colectivo y como parte de un entramado donde dialoga lo propio con nuevas voces.

“El libro tuvo muchos propósitos. Poder darle visibilidad a una experiencia que nos marcaba y que hasta ahora solo tenía espacio mediante la palabra, por lo que se iba con nosotros, se perdía. Fue encontrar un sitio que albergara esas experiencias y las pudiera compartir con una especie de cápsula de tiempo. A su vez, poder conversar, empatizar y provocar alguna pregunta a generaciones que no conocen de primera mano lo que es el exilio, pero que se pueden sensibilizar a partir del contacto con estos materiales”.

Lo vendido en la preventa fue para los costos de edición de imprenta,y queda reservado un porcentaje para donaciones que quieren que esté en las universidades. En cada lugar del que llegó alguna colaboración, ya sea país o provincia, quedará en un lugar educativo y en un lugar de memoria a definir. No hay un objetivo de lucro: la agrupación va a reutilizar todos los fondos para producir más libros. El año próximo liberarán su circulación en PDF, y estará alojado en el SEDICI, el repositorio de la Universidad Nacional de La Plata, que es también donde están alojados los materiales multimediales.

“Más allá de nuestra historia puntual —concluye Burkart Noé—, el libro busca sensibilizar sobre las migraciones forzadas y la violencia a las infancias, que siguen ocurriendo. Y también dejar un aporte a la historia de los países que nos recibieron, porque nuestras vidas forman parte de esas memorias”.