Por Camila Sicard
Fotografía: Daniela Hernández

En “Salvate vos”, su nuevo libro, Juan Carrá reconstruye la historia de Noemí “Mima” Giannetti de Molfino y su familia, víctimas de la represión estatal dentro y fuera de Argentina. Un relato sobre militantes, presos políticos, desaparecidos, exilios, contraofensivas, asesinatos, bebés robados y también recuperados, narrado desde el amor fraternal.

“Los Molfino. Seis hermanos, una madre sola. Una persecución implacable. El mayor crimen internacional de la dictadura.” Eso se lee en la tapa de Salvate Vos, el nuevo libro de no ficción de Juan Carrá, escritor, periodista y docente universitario.

En la portada, una mujer sonríe mientras amasa algo sobre la mesa de un comedor. La imagen, en blanco y negro, sugiere una escena de los años sesenta, probablemente capturada en una cocina de Resistencia, Chaco. Esa mujer es Noemí Esther Giannetti de Molfino —conocida como Mima—, cuyo cuerpo apareció sin vida el lunes 21 de julio de 1980 en una habitación de hotel en Madrid. Tenía 55 años. Un mes antes había sido secuestrada en Lima, Perú, por la dictadura militar argentina.

La escena del crimen fue cuidadosamente montada para simular una muerte accidental. Pero el trasfondo era otro: una operación de inteligencia del Batallón 601 con el objetivo de instalar el mito de que los desaparecidos no estaban secuestrados, sino paseando por Europa.

En Salvate Vos, Carrá reconstruye la historia de toda una familia atravesada por la militancia, la persecución y el exilio. Mima no es solo la mujer que ríe en la foto: es un ama de casa viuda, madre de seis hijos, todos ellos marcados por el compromiso político y la represión de la época. Al momento de su secuestro, el hijo mayor (Miguel) era preso político; otra hija (Marcela) estaba desaparecida; otra (Alejandra) exiliada; dos (José y Lili) permanecían en Chaco, en alerta constante; y el menor (Gustavo) se encontraba oculto en Lima, acompañado por Mima en plena contraofensiva montonera.

Juan Carrá cuenta, en diálogo con ANCCOM, qué lo llevó a escribir Salvate Vos: “La historia de los Molfino es una pequeña historia dentro del mar de historias. Y como esta, hay muchas más. La particularidad es que en esta familia se condensa todo el terror de la dictadura”. Luego detalla: “Arrancan en 1975 teniendo que pasar a la clandestinidad porque la Triple A los condena a muerte. Ahí tenés la condena del paramilitarismo, el exilio interno, la detención de Alejandra, el exilio a Francia, después el de Mima y Gustavo. El secuestro y desaparición de Marcela y el Negro. La detención legal que se vuelve desaparición —y después vuelve a ser legal, entre comillas— de Miguel. Lili, que tuvo que venirse a la Capital porque el apellido quemaba. José, cuidando lo que quedaba de la familia, arriesgando su vida en Chaco. Y después el operativo internacional que termina en el secuestro de tres argentinos, más otro que iba a secuestrarlos, y finalmente el asesinato de Mima en ese montaje infame en el hotel de Madrid”, detalla Carrá y concluye: “Todo eso en una sola familia. Y al final, un nieto recuperado. Tenés toda la tragedia condensada en una casa. Eso me impactaba muchísimo. Incluso ahora, cuando lo repaso, me sigo preguntando: ¿cómo no contar esta historia?”.

 

El legado sobreviviente

Carrá viene de presentar Salvate Vos en la Universidad Popular de Resistencia, Chaco, la provincia donde la familia Molfino vivió gran parte de su vida. Al encuentro asistieron más de 200 personas: jóvenes, amistades de la familia y excompañeros de militancia de los hermanos. Entre el público estaban también Miguel, José y Gustavo, los tres hermanos que aún viven y que siguen reivindicando la historia de lucha de los Molfino. Los acompañaban hijos, hijas y sobrinos, entre ellos Guillermo Amarilla Molfino, hijo de Marcela Molfino y Guillermo “El Negro” Amarilla, ambos secuestrados y desaparecidos por la dictadura, restituido en 2008 por Abuelas de Plaza de Mayo.

Marcela dio a luz a Guillermo en la clandestinidad. Se presume que pudo haber sido secuestrada sin saber aún que estaba embarazada, aunque también se cree que podría haberse reencontrado con El Negro durante el cautiverio. Lo cierto es que Guillermo fue uno de los tantos niños apropiados por la dictadura y privado de su identidad hasta que, 29 años después, conoció que sus datos genéticos coincidían con los de Marcela y El Negro.

Los que quedaron no lo buscaban, simplemente porque no sabían de su existencia. El libro narra que, en el momento en que fueron citados para recibir la noticia, “estaban buscando huesos y terminaron encontrando vida”.

 

¿Cómo estuvo la presentación del libro en Chaco?

Fue una experiencia muy fuerte, muy entrañable. Como que el libro pasó a un segundo plano y fue más un espacio de comunión y un homenaje a Mima y a su familia. Si bien, por supuesto, salió el libro y eso fue el epicentro, todo dio para hablar. Mauricio —el hijo mayor de Marcela y El Negro— dijo algo que me impactó mucho, una frase que para mí resume el corazón del libro: “Me enteré de muchas cosas de mi familia en este libro. Cosas que nunca nos sentamos a hablar entre nosotros y que, si no era por alguien que venía de afuera, nunca íbamos a poder contarnos. Porque el dolor es muy grande, y sentarnos a hablar ya implicaba algo que no iba a suceder”.

 

¿Qué peso tuvo el silencio en tu proceso de escritura?

Esa imposibilidad de hablar, de no saber del todo, también es una forma de daño. Y es una de las razones por las que escribí este libro: para que las voces de Marcela, del Negro Amarilla, de Mima, se sigan escuchando. Las voces de Alejandra y de Lili también, que, aunque no fueron asesinadas por la dictadura, murieron jóvenes, enfermas. Las tragedias personales también enferman. Las heridas de los sobrevivientes siguen ahí, y cuesta mucho hablar de todo esto.

La imposibilidad de hablar, de no saber del todo qué pasó, es otra forma del daño.

Juan Carrá

¿Cómo fue el proceso de investigación y escritura de una historia tan compleja?

Estuve casi tres años con este libro. Investigué todo lo que se había escrito, entrevisté a la familia, a amigos, a exmilitantes, viajé a Perú, a Chaco, accedí al expediente en Madrid. Y después vino la parte de construir literatura. Todo parecía imposible de dejar afuera, pero la propia escritura fue marcando qué escenas había que resignar. Yo quería hacer una novela de no ficción. No un libro de data dura, sino un relato que pueda llegar a más lectores. Que lo pueda leer alguien que no se sienta a leer un informe o una investigación. Por eso la ficción aparece como herramienta: muchas escenas están construidas con base en entrevistas profundas, pero también hay cosas narradas desde la voz de quienes ya no están.

 

¿Cómo fue sostener una voz narrativa que respete a quienes ya no están?

Siempre lo hice desde un enorme respeto. Mi intención no fue inventar ni embellecer, sino hacer memoria. Y, sobre todo, no convertirlos en héroes. Lo que hay en este libro son personas comunes que apostaron a un mundo mejor y que pagaron consecuencias enormes por eso. Algunos hicieron cosas heroicas, puede ser, pero ese juicio se lo dejo al lector. No me interesa que alguien valga más por haber militado más, o menos. Esa lógica de los setenta, de jerarquizar incluso el dolor, ya no sirve. Porque si hacemos héroes, también hacemos traidores. Y ahí caemos en antinomias peligrosas. A mí me interesa pensar esta época desde la historia, desde la responsabilidad política y colectiva. No desde la lógica del chivo expiatorio. No sirve buscar culpables individuales de todo. Me parece más potente entender el entramado de los hechos, las condiciones políticas, la violencia de Estado. Y narrarlo desde ahí.

 

Más allá de la denuncia política, el libro también está atravesado por escenas íntimas: gestos de amor, de amistad, de familia. ¿Sentís que fueron esos gestos cotidianos los que terminaron dándole profundidad humana a la historia?

Creo que el libro tiene mucho de eso: escenas de amor fraterno, de amistad, de familiaridad. No son historias de heroísmo en el sentido épico, sino gestos de afecto, de cuidado. Por ejemplo, lo que hace Gustavo cuando rompe los protocolos de seguridad para poder ver a su familia. Desde afuera uno podría decir que fue imprudente, que se arriesgó demasiado —y es cierto—, pero ahí hay algo profundamente humano que no se puede ignorar. O Mima, que en Francia decoraba la tapa de la mermelada con una banderita argentina para no sentirse tan lejos. Esas pequeñas acciones también son resistencia. Son detallitos que, juntos, construyen el gran relato. Porque lo otro, lo más conocido —que fue secuestrada en Perú, asesinada en Madrid, que fue una operación del Batallón 601— ya estaba contado. Yo no tenía mucho que aportar ahí. Lo que sentí que sí podía hacer era darle a esa historia una materialidad, mostrar que esto le pasó a una familia de verdad. A personas reales. No a superhéroes ni a villanos. Esto pasó. Y esta es nuestra tragedia. La de los Molfino, pero también la de una sociedad entera. Una tragedia que todavía hoy seguimos pagando.

 La historia de los Molfino no termina en las páginas de un libro. El próximo 8 de agosto habrá una nueva oportunidad para escucharla en primera persona: la presentación de Salvate Vos en CABA se realizará en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA), en Solís 1158. Estarán presentes Juan Carrá, Miguel y Gustavo Molfino, y Guillermo Amarilla Molfino, entre otros. La convocatoria es abierta y el encuentro promete ser, una vez más, un espacio de memoria, homenaje y reparación colectiva.