Más de la mitad de los chicos argentinos no accede a los nutrientes básicos y uno de cada ocho sufre hambre extrema. En los barrios populares, las organizaciones sociales denuncian el abandono estatal y sostienen los comedores con recursos cada vez más escasos.

Según un informe del INDEC del segundo semestre de 2024, más de la mitad de los niños y adolescentes en Argentina vive en situación de pobreza. El 52,7% de la población de 0 a 17 años reside en hogares cuyos ingresos no alcanzan a cubrir la canasta básica total. Además, el 12,3% se encuentra en situación de indigencia, sin poder acceder a alimentos básicos. La realidad es más grave entre adolescentes: el 55,1% vive en la pobreza y el 13,7% en la indigencia.
Al recorrer los barrios populares los números se traducen en hambre y falta de respuestas estatales. “Podemos hablar de una emergencia alimentaria a nivel nacional”, advierte Amalia Roggero, coordinadora de los espacios socio comunitarios del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). “Hay inseguridad alimentaria. No es solo que se redujo el consumo de proteínas: se ha reducido el consumo de alimentos en general. Hay familias donde los chicos se van a dormir sin comer”, subraya.
Un informe publicado por El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en el año 2024 refleja las cifras del dato alarmante: un millón de niños en Argentina se van a dormir sin cenar. Las cosas no parecen haber mejorado desde entonces pese al descenso de la inflación porque los ingresos no mejoran y ahora el dinero debe ir a servicios para los que antes había ayudas, como la garrafa social, planes para estudiantes, programas como el Potenciar Trabajo y otras formas de sostener a los más vulnerables. La red se debilita y sus agujeros son cada vez más grandes.
En este sentido, Bárbara Estebas, nutricionista, docente de las universidades nacionales de La Matanza (UNLAM) y de Tres de Febrero (UNTREF) y también trabajadora del Ministerio de Desarrollo de la Comunidad de la Provincia de Buenos Aires sostiene: “Para que el niño no cene ya hubo toda una familia que previamente dejó de comer para que ese niño coma. Ahora directamente ya el niño no cena, lo cual nos habla del nivel de inseguridad alimentaria severo que tiene la población argentina”.
“Se ve un patrón de alimentos de los que se llaman rendidores o llenadores, que son generalmente los que utilizamos para hacer comidas de olla, como arroz, fideos, polenta, papa. Son hidratos de carbono que proveen saciedad y energía, pero hay una falta de micronutrientes como vitaminas y minerales», dice Estebas.
Miseria planificada
La situación en los comedores comunitarios es crítica: aumentó la demanda, pero bajaron las raciones y la calidad de los alimentos. Muchas organizaciones sociales, ante el recorte de asistencia del Estado, se vieron obligadas a cerrar espacios o reducir sus días de funcionamiento. “Hace años que lo que llega no alcanza, pero desde hace dos años, con esta gestión, prácticamente cerraron todas las bocas de alimentos. Lo poco que recibimos no cubre ni la demanda ni las necesidades nutricionales. Sin embargo, hacemos maravillas con lo que hay para dar lo mejor posible a las familias”, cuenta Roggero. Desde su experiencia en el territorio, denuncia que “el Estado argentino contempla políticas públicas para enfrentar la crisis alimentaria, hay planes y programas para transferir ingresos y entregar alimentos a comedores, pero el Ministerio de Capital Humano no los está implementando”.
Frente a esta situación, organizaciones como el MTE presentaron una denuncia contra el Ministerio y contra la ministra Sandra Pettovello, para exigir que se restablezcan los programas y se retome el envío de alimentos. “Se ha incrementado el hambre. Lo que el Estado no hace, lo estamos haciendo las organizaciones sociales”, afirma Roggero.
Pero el problema no es solo la comida. Quienes sostienen los comedores —en su gran mayoría mujeres— enfrentan una gran precarización. “Somos el último recurso frente al hambre y el abandono. Tuvimos el programa Potenciar Trabajo, que reconocía mínimamente lo que hacemos, pero fue congelado. Y aun así, seguimos, porque entendemos que nuestro trabajo es sostener la vida en los barrios”, explica Roggero. Frente a esta situación, exigen también el reconocimiento salarial del trabajo sociocomunitario, una demanda urgente en un contexto donde los comedores y merenderos se convierten en los únicos espacios de contención reales para miles de chicos y familias. La falta de recursos impacta en todos los niveles: no hay fondos para garrafas, condimentos, transporte ni para contratar profesionales como psicólogos o talleristas.
“Sacar adelante una olla no es solo cocinar. Alrededor de esa olla llegan problemas de salud, de violencia, de educación. Y somos nosotras las que damos respuestas colectivas, incluso yendo a reclamar por el barro, la luz o la seguridad del barrio”, cuenta Roggero, quien inició su participación en el Centro Comunitario Las Micaelas en Villa Argüello Berisso, La Plata.
Inseguridad alimentaria
En relación a la dificultad de acceder a los nutrientes necesarios para el desarrollo de las niñeces, Estebas sostiene: “Lo que se ve es un patrón de alimentos de los que se llaman rendidores o llenadores, que son generalmente los alimentos que utilizamos para hacer comidas de olla, como por ejemplo arroz, fideos, polenta, papa. Son hidratos de carbono que proveen saciedad y energía, pero lo que está pasando es que hay una falta de micronutrientes como vitaminas y minerales. Además, está siendo dificultoso cubrir el contenido proteico, porque está en el grupo de las carnes y los huevos, cuya compra ha disminuido considerablemente. Lo mismo sucede con el consumo de lácteos. Y legumbres, pero las legumbres no son un hábito de nuestra población. De esta manera vemos cómo se encuentra amenazada la alimentación de los niños. Y sumado a todo esto, el consumo de ultraprocesados, que suelen ser más económicos, pero contienen productos o ingredientes que no son saludables, no nos nutren, no nos aportan micronutrientes de calidad, sino que solamente se trata de los descartes de la industria”.
“Desde el nacimiento hasta los seis meses el alimento principal es la leche humana o de fórmula de no ser posible la lactancia. En este lapso, el único alimento tendría que ser este. Luego empieza la alimentación complementaria: la incorporación de alimentos sólidos. En esta primera etapa lo fundamental para el desarrollo del cerebro son las grasas del tipo saludable, los distintos omegas, omega 3, omega 6 y omega 9. Se encuentran en aceites de oliva, de girasol, semillas de chía, de lino, aceitunas, palta, frutos secos también”, sostiene Estebas.
Por eso, es crucial la implementación de políticas públicas destinadas a asegurar la alimentación saludable en la primera infancia para evitar daños costosos en el futuro. En este sentido, subraya: “Actualmente, algunas ayudas muy importantes para las niñeces son el Servicio Alimentario Escolar (SAE) y el Módulo Extraordinario para la Seguridad Alimentaria (MESA), que son programas provinciales, a los que se suma también uno más reciente: el programa Qunita Bonaerense. Por otro lado, a nivel nacional está el Plan 1000 Días y el Programa Materno Infantil (PMI), pero en este momento estamos viendo en el territorio muchos problemas con la llegada de la leche de este plan a las distintas salitas o centros de atención primaria de la salud. Antes llegaba esta leche a todos los centros de salud y se repartía a las niñeces. Cada vez está más en falta. Esa leche estaba muy buena porque, aparte de ser un contenido proteico de calidad, también venía enriquecida con vitaminas y minerales. Hoy en día bajó mucho la entrega de este alimento en los centros de atención primaria para la salud”.
Ningún pibe con hambre
“El hambre es un delito”, asegura Roggero, y advierte que “hay muchos niños que están malnutriéndose. Esta generación va a tener problemas no solo físicos, sino también cognitivos. Para contribuir a afrontar esta problemática, existen campañas como Ningún Pibe con Hambre, que busca abastecer de alimentos a espacios que trabajan el desarrollo integral de las infancias y sus familias en los barrios populares. Esta campaña solidaria impulsa espacios comunitarios en todos los barrios populares del país para que los hijos de trabajadores de la economía popular desarrollen actividades educativas, deportivas, musicales, recreativas, didácticas, y lúdicas, que contribuyan a una infancia plena, digna y con oportunidades de desarrollo. Se autoabastecen a partir de donaciones y una red de espacios autónomos, entre los que participa la referente Roggero. A partir de la reciente campaña de Ningún Pibe con Hambre y a una red de suscripciones solidarias a través de www.infanciasmte.ar, lograron enviar alimentos a provincias del norte y del sur donde directamente no llega la asistencia estatal.
“Necesitamos que haya mucha solidaridad para seguir sosteniendo los espacios, las mesas y los platos que hoy están vacíos por una miseria planificada”, concluye la referenta del MTE.