Por Camila Sicard
Fotografía: Daniela Hernández

En el marco del Festival ENTRÁ, organizado para denunciar el vaciamiento del Instituto Nacional del Teatro, la obra «Gentrificadxs Almagro» convierte a los espectadores en “inversores” de un barrio ficticio (por ahora). Con humor y denuncia, la puesta recorre las calles porteñas para reflexionar sobre la gentrificación y la memoria barrial.

En un antiguo departamento sobre la histórica confitería Las Violetas, se pone en marcha un recorrido urbano atípico. Se trata de Gentrificadxs Almagro, una intervención teatral que satiriza los procesos de gentrificación que atraviesan barrios porteños y que, con humor e ironía, convierte a los espectadores en supuestos “inversores” de un futuro Almagro.

 

Una respuesta desde la resistencia cultural

El Festival ENTRÁ, Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa, es una movida cultural que durante la semana del 3 al 9 de julio invita a asistir a 385 obras de teatro “a la gorra” en todas las provincias del país en simultáneo con el fin de visibilizar la situación del Instituto Nacional del Teatro, INT, y llamar la atención de diputados y senadores para que deroguen el Decreto 345 que, entre otros perjuicios, le quita su autarquía.

El INT es un organismo público que tiene como objetivo fomentar, proteger y promover la actividad teatral en todo el país. Creado por la Ley 24.800, brinda subsidios, impulsa festivales, otorga becas y acompaña proyectos independientes en todo el territorio nacional, con una fuerte impronta federal. El Decreto 345/2025 modificó su estructura argumentando que la autarquía funcional no es indispensable para cumplir sus objetivos y señalando supuestas deficiencias en el control de los recursos públicos, el Ejecutivo decidió disolver su Consejo de Dirección y transformar el INT en una unidad dentro de la Secretaría de Cultura. A su vez, se creó un Consejo Asesor ad honorem y de carácter no vinculante.

Gentrificadxs Almagro es una de las tantas obras que busca visibilizar la situación del Instituto Nacional del Teatro, aunque lo hace desde una puesta en escena poco convencional. No hay sala, ni butacas, ni telón. Lo que hay es ciudad, ruido y caminata.

Los nuevos inversores

La función comienza en el tercer piso de un edificio antiguo, justo encima de la emblemática confitería Las Violetas, en Avenida Rivadavia al 3800. Allí, el anfitrión recibe a su público en la vereda. A lo largo de toda la obra los llamará “inversores”, con una sonrisa y un dejo de amenaza. Mientras se espera que lleguen todos, suena una canción que conjuga con ironía el verbo gentrificar: “ustedes gentrifican, nosotros gentrificamos, vosotros gentrificais, ellos también gentrifican…”.

Una vez dentro del departamento, el anfitrión se lanza a vender la zona: asegura que Almagro está a punto de transformarse en un polo de renovación urbana. Con humor, invita a los presentes a cerrar los ojos e imaginar un nuevo nombre para el barrio: Almagrow, el alma en crecimiento. El delirio inmobiliario empieza por ese mismo edificio construido en los años cuarenta, cuando Las Violetas ya abría sus puertas a la aristocracia barrial.

El plan -explica- es comprar todas las unidades del edificio y empujar a los vecinos a irse, incomodándolos hasta el hartazgo. En su lugar, propone un “shopping de gente que busca calidad”. La remodelación conectaría los tres pisos con la confitería, con los túneles del subte A que pasan justo por debajo y con el Coto de enfrente. “Como en Bulnes con el Alto Palermo, o en Carlos Gardel con el Abasto”, compara. Así, Almagrow podrá aspirar a otra expectativa de inversión. ¿El paso siguiente? Dejar que ciertas zonas del barrio se deterioren de a poco, para que el valor baje y comprar sea más barato.

Una vez presentado el proyecto a los “inversores”, el anfitrión invita a iniciar el recorrido barrial para ilustrar, en el terreno, su visión del futuro. Con un tono humorístico y una retórica empresarial, comienza a caminar las calles de Almagro -o Almagrow, como insiste en llamarlo- señalando los cambios que planea impulsar: renombrar calles, transformar los puestos de diarios en puntos de café cool, rebautizar plazoletas, remover baldosas en homenaje a los desaparecidos. Todo en nombre del progreso y la revalorización del barrio. La segunda etapa del plan es aún más ambiciosa: construir el majestuoso Almagrow Arena en el predio donde hoy se encuentra la antigua fábrica IMPA, un “territorio liberado” según su relato, degradado y listo para ser reciclado por el mercado.

El recorrido finaliza en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos Borromeo, a la que el anfitrión propone rebautizar como Basílica San Carlos Gardel. Allí sugiere, sin perder la ironía, reemplazar las escaleras por escaleras eléctricas y ascensores. Pero el juego performático se interrumpe: como parte del Festival ENTRÁ, Martín Seijo -actor y anfitrión- abandona su personaje para dirigirse directamente al público. Lee un texto que expone la crítica situación del Instituto Nacional del Teatro y el sentido de hacer obras “a la gorra”: “Exigimos que los diputados, diputadas, senadores y senadoras de nuestro país deroguen el Decreto 345 que vacía el INT, poniendo en peligro la existencia de nuestras salas, nuestra cultura y nuestra identidad. ENTRÁ porque es urgente. ENTRÁ porque nos necesitamos. ENTRÁ porque es ahora. Que no nos quiten la posibilidad de encontrarnos a imaginar”, concluye el texto final. Con esto, la ficción cede ante la urgencia, y los inversores vuelven a ser espectadores. Luego de dos horas de habitar un Almagrow imaginario, el público regresa al Almagro real: un barrio que muchos de ellos habitan, y que atraviesa una acelerada transformación urbana.

Cuando la ficción se detiene

Con la ficción ya disuelta, los espectadores se agrupan nuevamente fuera de la basílica. Ahora conversan cara a cara con el verdadero Martín Seijo. La charla fluye entre risas, preguntas sobre la obra y menciones a otros espectáculos del Festival ENTRÁ. Pero pronto la conversación se corre hacia temas más urgentes: el barrio, la memoria, el país.

“Yo justo vengo de la asamblea barrial -comenta uno de los asistentes- porque estamos haciendo una movida. Ahora recién está saliendo a la luz que hubo un centro clandestino en la calle Obrero Núñez, acá en el barrio. Hoy algunes compas estuvieron por esa zona repartiendo volantes y preguntando si sabían algo. Se les acercaron vecines a contar cosas tremendas”.

Las palabras resuenan en el grupo y revelan el pulso de un barrio que, más allá de los planes ficticios de “revalorización”, guarda memorias intensas y heridas abiertas. Seijo escucha con atención y devuelve su experiencia. Cuenta que muchas veces, en plena función, los vecinos se acercan con curiosidad o se suman al recorrido. Algunos apoyan lo que ven y otros no tanto, pero el contacto directo, dice, siempre genera algo.

Sobre el origen de Gentrificadxs Almagro y el contexto que la hace posible, Seijo reflexiona en diálogo con ANCCOM: “Los chicos que organizan el festival notaron que en las reuniones y en los abrazos al Instituto había muy pocos jóvenes, notaron que no estaba representada su generación. Entonces empezaron a ver qué podían hacer, se empezaron a juntar y así surgió la idea del festival para visibilizar. Siempre que hay una movida como esta trato de colaborar de algún modo, porque las historias se repiten y yo también estuve en movidas así”.

Teatro y territorio

Mientras en escena se fantasea con remover baldosas por desaparecidos o convertir fábricas recuperadas en arenas comerciales, en las veredas reales los vecinos siguen organizándose, denunciando olvidos y resistiendo al avance de la especulación inmobiliaria.

Con funciones a la gorra y en el marco del Festival ENTRÁ, Gentrificadxs Almagro no solo propone una experiencia teatral distinta, también se convierte en una herramienta para visibilizar una problemática urgente. En ese cruce entre ficción y realidad, entre parodia y denuncia, el teatro busca ocupar lugar en la vida pública.