Por Valentina Bucca
Fotografía: Captura de pantalla.

El presidente vetó la Ley de Emergencia destinada a la reconstrucción de Bahía Blanca mientras el Hospital Penna sigue con servicios sin habilitar, las calles están poceadas por la fuerza del agua y muchos vecinos aún no regresaron a sus casas.

A tres meses de las inundaciones en Bahía Blanca, Javier Milei vetó la Ley de Emergencia que había sido aprobada por la Cámara de Diputados con 196 votos a favor. Mediante el decreto 424/2025, firmado también por el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, el Gobierno anuló la norma que contemplaba la creación de un fondo especial de 200.000 millones de pesos para asistir y reconstruir la ciudad y sus alrededores.
El vocero presidencial, Manuel Adorni, justificó la decisión en X: “Hoy, casi tres meses después (sí, casi tres meses después), la casta política pretende hacer política con la tragedia aprobando en el Congreso un proyecto que se superpone con los recursos ya transferidos. Por eso, el presidente Javier Milei vetó la ley que duplicaba la asistencia ya dispuesta”. Además, argumentó que ya se implementaron medidas urgentes a través de otro decreto presidencial que creó el programa Suplemento Único para la Reconstrucción (S.U.R.), haciendo innecesaria una ley adicional.
Pese a las justificaciones y avisos de ayuda ya enviada, instituciones como el Hospital Penna siguen con sectores completos sin funcionar, hay puentes rotos y familias con las casa a medio arreglar porque no alcanzan las ayudas enviadas por la Provincia de Buenos Aires.
También en X , el ministro de Infraestructura de la Provincia de Buenos Aires, Gabriel Katopodis, denunció que tanto Milei como Caputo tienen sin utilizar un crédito del Banco Mundial por  200 millones de dólares, gestionado en 2023, y destinado a emergencias como la de Bahía Blanca. “Si no lo van a usar, por favor, transfiéranlo a la Provincia…”, reclamó.
¿Se implementaron realmente todas las medidas urgentes? ¿Qué se necesita para reparar los daños ocasionados por una inundación de esta magnitud? ¿Cómo continúa la situación en Bahía Blanca, a tres meses del desastre? Para responder estas preguntas, ANCCOM dialogó con la funcionaria de la Municipalidad de Bahía Blanca, Ana Biera -trabajadora social del Hospital Penna y ex jefa de servicio-, y vecinos de zonas especialmente afectadas, que compartieron sus vivencias y las consecuencias que aún persisten.

La reconstrucción

Ana Biera atiende a ANCCOM desde el Hospital Penna, al final de su jornada laboral. Aun con la chaqueta puesta, busca un rincón tranquilo para hablar, aunque el ritmo del hospital se cuela en la conversación: puertas que se abren y cierran, voces que resuenan, pasos que no se detienen. Tras las inundaciones, la trabajadora social se abocó a relevar la situación de más de 1.200 trabajadoras y trabajadores del hospital, respecto a los daños sufridos en sus hogares. Junto a equipos del Programa Cuidar -del Ministerio de Salud bonaerense- y del PROSAMIC (Programa de Salud Mental en Catástrofes), conformaron un grupo de asistencia que no solo entregó insumos, sino que también realizó seguimiento emocional y simbólico a las familias afectadas. Llamaban preguntando cómo estaban y se repetían frases como: “De pronto se llenó de agua”, como algo que irrumpió. Además, la incertidumbre atravesaba todos los relatos. No solo hubo personal afectado en sus casas, muchos estaban en el hospital en el momento del temporal. “Toda la gente que trabaja en el subsuelo, tuvo que salir con los pacientes o intentando salvar insumos vitales, medicamentos, equipamiento de laboratorio”. A eso se sumó el corte de comunicaciones: no podían saber qué pasaba en sus casas, ni con sus familias.

El Hospital Penna, de jurisdicción provincial, cumple un rol clave en la zona. “Todo lo que ocurre en los alrededores termina llegando al Penna”, explica Biera. Destaca el esfuerzo institucional por poner nuevamente en funcionamiento los servicios: “La semana pasada volvió a funcionar Neonatología y la terapia intensiva de adultos. Pero todavía falta: quirófanos, Maternidad, Recursos Humanos”. Asegura que los fondos provinieron mayoritariamente del Ministerio de Salud de la Provincia. “También hubo donaciones, aunque representan una pequeña parte dentro de todo lo que implicó reconstruir el hospital”.

Los testimonios vecinales también dan cuenta de un panorama complejo. Aunque destacan la solidaridad y el apoyo entre pares, los días posteriores fueron críticos. 

La inundación en primera persona

“La revivo y se me pone la piel de gallina”, confiesa Florencia Belardinelli, de 34 años, quien vive con su pareja Melisa en una de las zonas más afectadas por el temporal, el barrio Napostá. “Afuera parecía un río: el agua se llevaba autos y entraba por todos lados”, recuerda. Agarraron unas pocas pertenencias y salieron cuando el agua ya les llegaba hasta las rodillas. “Con una escalera, trepamos por los techos y llegamos a lo de un vecino que tiene dos pisos”, recuerda. “Cuando volvimos la casa estaba dada vuelta. Estuvimos una semana con familia y amigos limpiando, éramos como treinta personas”, recuerda Belardinelli. 

Augusto Morelli estaba solo en su casa del barrio San Agustín cuando comenzó la inundación. “No había escuchado ningún pronóstico. Estaba durmiendo hasta que empecé a escuchar a mi perro ladrar sin parar y él nunca ladra a la madrugada”, recuerda. Se levantó para ver qué pasaba y, al poner los pies en el suelo, el agua ya le llegaba hasta los tobillos. Dos de sus perros estaban subidos al sillón y el que ladraba, arriba de la mesa. Diez minutos después, el agua ya estaba a la altura del colchón. “Ahí entendí que esto venía para rato”. 

En el grupo de WhatsApp del barrio avisaban que a muchos vecinos los habían evacuado. Intentó comunicarse con emergencias, pero las líneas estaban saturadas. “No sabía qué hacer. Llamé a un amigo y le pedí que viniera a ayudarme con los perros”. Cuando su amigo llegó, el agua ya les llegaba hasta la cintura. “Agarré a un perro, mi amigo cargó a otro y el tercero -que es un galgo- se manejó solo, fue nadando todo el trayecto”. Concluye: “La sensación de abandonar tu casa, sin saber qué va a pasar, es muy fea”. 

Valentina Vercelli, de 34 años, vive sola con su perra en el barrio Pedro Pico. Cuando empezó la inundación, intentó contener la entrada de agua. Pero pronto entendió que la situación no se resolvería rápido y cambió de estrategia: pasó a evaluar posibles vías de escape. “Afuera, el agua arrastraba a todos los que intentaban salir, así que quería evitarlo. Pero si seguía subiendo, no iba a tener otra opción”, recuerda. Se preparó con su perra por si era necesario evacuar y se subieron a la mesa del comedor a esperar. Pasaron allí desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. El agua llegó a alcanzar unos cincuenta centímetros dentro de la casa. Cuando finalmente comenzó a bajar su mamá y su hermano lograron llegar a buscarla. 

El miedo sigue muy presente entre los bahienses: “Se anuncia lluvia o viento y se cancelan todas las actividades, la gente tiene miedo de salir. Falta que recuperemos la tranquilidad”, reflexiona Vercelli. Morelli coincide: “El miedo sigue, queda esa herida abierta”. Belardinelli y su pareja están haciendo terapia para enfrentar las secuelas: “Nos dimos cuenta de que necesitábamos ayuda para seguir adelante, porque el trauma que te deja esto es muy grande”, cuenta. Además, aún lidian con las pérdidas materiales. En su casa las puertas no cierran bien, el piso sigue húmedo y las paredes se descascaran. Por ahora, viven en un departamento prestado hasta poder terminar de reparar su casa. Vercelli menciona manchas de humedad y techos que necesitan mantenimiento. 

Tanto Belardinelli como Vercelli accedieron al subsidio provincial y al nacional. “Sirve, pero no alcanza”, resume la primera. “Los arreglos más grandes los hicimos gracias a un crédito del Banco Provincia. El subsidio llegó recién hace dos semanas”. Vercelli coincide: “Me ayudó, aunque lo recibí varios meses después”.

Belardinelli también advierte que la ciudad está lejos de haberse recuperado. “En los barrios más alejados las calles siguen destrozadas. Incluso en el centro hay pozos sin reparar desde la inundación. Los puentes del canal Maldonado siguen rotos. El arreglo de la ciudad va muy lento”, lamenta. Para Morelli, el episodio evidenció una gran falencia estructural: “La ciudad no está preparada para enfrentar algo así. Faltan sistemas adecuados para prevenir y manejar inundaciones de esta magnitud”, advierte.

Las respuestas que aún faltan

Gracias al relevamiento que coordinó, Biera ofrece una mirada integral. “Nos sigue llegando gente que está en sus casas y no resolvió todo -sostiene-. Vino el invierno y no han podido terminar de arreglar la casa o de comprar todo”. Subraya la desigualdad en la recuperación: “Hay quienes pudieron rehacer una pared, revocar, comprarse una cama. Pero otros no y tampoco recibieron la ayuda necesaria”. Biera considera que el estado de emergencia debería continuar: “Bahía Blanca viene de un año y medio de catástrofes: el tornado, el temporal, la pedrada de enero. Es una ciudad golpeada por el clima. Merece otra consideración”.

Un funcionario de la Municipalidad de Bahía Blanca que prefiere no dar su nombre contó a ANCCOM que el veto presidencial fue recibido con desconcierto. “La expectativa era que la ley se reglamentara y se pusiera en marcha”, afirmó. Según explicó, las medidas implementadas hasta ahora por el Gobierno nacional resultan insuficientes frente a la magnitud de los daños. “Aún hay una gran cantidad de vecinos que consulta por el acceso a subsidios”, señaló y remarcó que prácticamente todos los sectores necesitan algún tipo de asistencia. Si bien el municipio y el gobierno provincial brindaron ayuda a sectores productivos y comerciales, aún queda mucho por hacer. Desde el ámbito local se insiste en la necesidad de sostener la actividad económica: “Si estos sectores tienen que achicar gastos, eso impacta directamente en el empleo”, advirtió el funcionario. También destacó el acompañamiento constante del gobierno de la provincia de Buenos Aires, tanto en términos económicos como en presencia territorial. 

Por su parte, Biera remarca el valor de la organización comunitaria en contextos de emergencia: “La solidaridad se activa en momentos clave, y nadie duda de que hay que salir y organizarse para ayudar”. Sin embargo, enfatizó que la respuesta no puede recaer únicamente en la sociedad civil: “El rol del Estado es irremplazable. En una inundación, la pérdida es inconmensurable. El Estado tiene que dar respuestas; debe ser ese espacio que devuelva colectivamente todo lo que recoge colectivamente. No sólo a través de recursos económicos, sino también mediante programas, contención y acompañamiento tanto material como simbólico”.