Por Melina Vaccaro
Fotografía: Gentileza Cecilia Fleita

A ocho años de la desaparición y asesinato de su hija, Marta Ramallo exigió saber por qué su cuerpo se encontró desmembrado en las costas del Río de la Plata.

El viernes 30 de mayo de 2025, los Tribunales Federales de La Plata fueron escenario de una jornada profundamente emotiva y significativa, con la declaración de Marta Ramallo, la mamá de Johana Ramallo, querellante en el juicio por trata de personas y comercio de estupefacientes en la «zona roja» de la capital provincial. La joven es una de las once víctimas de trata individualizadas en la investigación, cuyo cuerpo apareció parcialmente tiempo después.

A diferencia de la primera jornada, esta vez la palabra central fue la de Marta Ramallo. Y todo lo que sucedió a su alrededor –los abrazos, las presencias, las ausencias, los silencios y los gestos de complicidad entre quienes también llevan su duelo en el cuerpo– construyeron un clima que fue tan doloroso como reparador.

Desde temprano, la sala de audiencias del primer piso de los Tribunales comenzó a llenarse de personas que venían a acompañar. Afuera, organizaciones sociales, la radio de la Universidad de La Plata, referentes de Derechos Humanos, programas del Ministerio de las Mujeres y Diversidad de la Provincia de Buenos Aires, el Centro de Estudiantes de la UNLP y militantes feministas ocuparon la vereda con carteles, banderas, mate y micrófonos. Adentro, el clima era otro: más contenido, más formal, pero no por eso menos comprometido.

La sala estaba llena, entre todas esas personas, se encontraban familiares de otras víctimas de femicidio, como el papá de Natalia Melmann, que viajó especialmente para abrazar a Marta y acompañarla este momento. También estuvieron presentes integrantes del Programa Mariposas del Ministerio de las Mujeres y Diversidad de la Provincia de Buenos Aires, que trabaja desde la memoria activa para acompañar a familiares y construir espacios de reparación en la comunidad y que sigue de cerca el caso de Johana.

El silencio en el ambiente no era fácil de describir; se asemejaba a ese tipo de silencio que pesa, que no se rompe, que se sostiene. Marta caminó hasta el centro de la sala, se sentó, tomó el micrófono y, apenas la autorizaron, comenzó a contar su historia con una calma que no era calma, sino determinación.

Su mirada se mantuvo fija en los jueces. Respiró hondo. Su psicóloga, que la acompañaba, apoyó una mano en su hombro. Detrás de Marta, un puñado de personas la contenía con la mirada, con los puños cerrados, con lágrimas.

En la sala también se encontraban los imputados.“Esta es mi verdad, una que hace ocho años quiero escupir”, dijo apenas arrancó. No hubo dudas: lo que iba a decir no era solo para el expediente judicial. Era una declaración para la historia, ante los jueces Germán Castelli, Andrés Basso y Nelson Jarazo. Y sostuvo su reclamo por justicia: “Busco limpiar la memoria de Johana. Quiero saber qué le hicieron y que me digan qué pasó con su cuerpo”.

Marta Ramallo reconstruyó los últimos días de su hija, Johana, una piba de 23 años, madre joven, laburante, cariñosa, que desapareció en la esquina de 1 y 63, una zona de La Plata que el Estado abandonó hace décadas y que, como en tantas otras ciudades, fue copada por redes de explotación sexual y narcomenudeo.

Contó cómo Johana cayó en ese entramado. Cómo fue captada por un hombre mayor, Javier Novarini, quien la llevó a consumir y la introdujo en el circuito de la zona roja.“Él ya tenía la costumbre de captar pibas en estado de necesidad”, explicó ante los magistrados, tras remarcar que “estos ocho imputados no son los únicos”, que estarían implicados en la desaparición y muerte de Johana. No lo dijo como una denuncia aislada, sino como parte de una estructura que sigue operando. Ramallo nombró esa red con todas las letras: trata, explotación, narco, impunidad:“Pido que sean condenados como corresponde y les pido que hagan justicia por Johana”.

También habló de los silencios institucionales. Del peregrinaje por comisarías, por oficinas judiciales, por fiscales que no escuchaban. Del expediente que dormía mientras ella buscaba a su hija en la calle. Del tiempo que pasaba y de las pistas que se perdían. Porque mientras Marta Ramallo gritaba, el Estado callaba. Y la justicia también.

Marta no fue sola. Aunque su silla estuviera aislada, aunque su voz se proyectara al frente y no al costado, no habló solo por ella. Lo hizo por Johana y por otras víctimas. Habló desde el lugar incómodo en el que el sistema judicial obliga a las madres: dar testimonio como si fueran peritas de sus propias pérdidas. Como si tener que revivir cada detalle no fuera ya una forma de tortura.

La madre de Johana declaró sabiendo que estaba mirando a los ojos a una justicia que, durante años, le dio la espalda. Una justicia que recién ahora, ocho años después, se sienta a escuchar. Marta no se quebró. Fue precisa, contundente, valiente. Nombró con nombre y apellido a cada persona que considera responsable. Denunció cómo operaban, cómo se amparaban en la complicidad policial, cómo se borraban las pruebas. Pero también habló del amor. Porque en medio de ese relato tan crudo, Marta sostuvo una imagen viva de Johana: la de una piba alegre, llena de sueños, que amaba a su hija, que luchaba por salir adelante. No dejó que la narrativa judicial la reduzca a “una víctima más”. Johana no era solo un cuerpo descartado. Era una vida.

No bien terminó de declarar, Marta se levantó y salió acompañada por su psicóloga, no hubo preguntas de parte de los acusados, solo algunas puntuales por parte del tribunal: fechas, nombres, detalles. Marta respondió todo con claridad. En esta instancia, los acusados que llegaron a juicio son cinco hombres y tres mujeres: Carlos “Cabezón” Rodríguez, Hernán D’ Uva Razzari, Hernán Rubén García, Carlos Alberto Espinosa Linares, Mirko Alejandro Galarza Senio, Celia “La Negra” Benítez; Paola Erika Barraza, alias “Tormenta”; y Celia Giménez.

Al salir del tribunal, Marta no se fue en silencio. Volvió a decir lo que dice desde el primer día: pidió justicia. Justicia por Johana, pero también por todas. Porque sabe que su historia no es una excepción. Es un espejo.

El juicio por Johana Ramallo es una trinchera. No porque haya guerra, sino porque hay una defensa activa de la memoria, de la verdad, de la dignidad. Lo que está en juego es más que una condena. Es el derecho de Marta a no tener que explicar una y otra vez por qué su hija desapareció. Es el derecho a señalar a los responsables y decir: acá están. Es el derecho de Johana a ser recordada como lo que fue: una piba con sueños, con una hija, con ganas de vivir.

Y es también el derecho colectivo a no callar nunca más. Afuera, estaba el grito de las compañeras que la abrazaban y acompañaban la lucha con la voz de las mujeres “Johana presente, ahora y siempre”.

El juicio comenzó el 16 de mayo y las audiencias se desarrollan cada 15 días. La próxima será el 13 de junio y se transmitirá por el YouTubedel Poder Judicial bonaerense.