Por Camila Pace
Fotografía: Candela Fia/ UNLaM

Junto al Río Matanza, una comunidad multiétnica resguarda un territorio declarado yacimiento arqueológico y reserva natural, ante el avance de los negociados inmobiliariarios y la falta de respuestas del Estado.

La comunidad indígena Tres Ombúes es la unión de diversas procedencias que buscan un mismo fin. Pueblos diaguita, kolla, quechua, guaraní, mapuche y qom, entre otros, se integran en un momento en que la cultura indígena ha pasado a ser una minoría olvidada, subestimada y negada por muchos.

Tras varios conflictos por el avance ilegal de construcciones sobre el territorio, uno de los principales objetivos de la comunidad es proteger el humedal de Ciudad Evita, ubicado junto al Río Matanza, así nombrado tras la masacre por parte de los españoles a los querandíes que habitaban la zona. Hoy, la reserva es considerada una tierra sagrada donde se realizan ceremonias ancestrales y actividades abiertas a toda la comunidad, para contar la historia jamás contada.

Sábado por la mañana, convocados a una jornada de plantación de árboles, se acercan al lugar grupos de estudiantes universitarios, algunos por primera vez, mientras para otros es un regreso. Si se acude en colectivo, o a pie, es necesario bordear la Ruta Provincial 4, pasar junto al Río Matanza y llegar a cierta confusión de vegetación, hasta toparse con un claro en el que se abre un camino de tierra, junto a un cartel amarillo que declara: “Territorio ancestral indígena”, y más pequeñito “Art. 75, inc. 17 C.N”.

Ya adentro, Delia Claros recibe al grupo. Lleva el pelo negro recogido en una colita, un anaranjado blusón de mangas largas, pantalones y botas de lluvia. Saluda a cada uno con un beso en la mejilla. Se trata de la vocera de la comunidad. Tras un breve tour, hace de guía hasta un fuego escondido entre una pequeña estructura de ladrillos, sobre la cual hay una pava de hierro enorme, del tamaño de un gato gordo. También está allí la bandera wiphala, que flamea y reluce sus cuadrados de colores brillantes, junto a un cúmulo de macetas con los arbolitos a plantar.

Daniel, psicólogo social y guaraní, explica que árbol se dice yvyra, y es para él una conjunción entre tierra y cielo que se unen, y que guarda una armonía con todos los seres vivos a su alrededor. Entonces, Delia pide armar una ronda para que todos se presenten, y luego comienza el ritual de la k´oa. Ella toma cenizas del fuego y las coloca en un cuenco de barro, echa allí algunas ramas secas y, cuando comienza a salir humo, alza el cuenco en alto. “Para pedir por todos nosotros hoy“, comienza en castellano y continúa en su lengua indígena, y el humo les llega a todos a medida que Delia gira sobre sí hacia el “este, norte, oeste y sur”. Finalmente, camina alrededor de los árboles que serán plantados, y los envuelve en la humareda.

Al finalizar la ceremonia, estudiantes y miembros de la comunidad se dividen en grupos para plantar. Primero, seleccionan el lugar; luego abren paso a la tierra arrancando de raíz los yuyos, con las manos o con machete; cavan los pozos; plantan y marcan con cañas e hilo naranja, para no perder de vista a los pequeños árboles. En tanto, Delia se retira hacia una zona que dice: “Huerta”.

Junto a un depósito de herramientas, bajo un árbol, hay una gran mesa de madera en la que descansa Caramelo, el gato naranja de la comunidad, y Delia aviva un fuego para cocinar un pollo al disco, mientras conversa con ANCCOM.

“Este territorio es un yacimiento arqueológico declarado: Ezeiza III. Trabajaron arqueólogos, se sacaron más de cinco mil restos, e historiadores se refieren a este lugar porque los documentos, sobre todo españoles, hablan de este espacio donde fue la resistencia de los querandíes contra los españoles. Los querandíes, en un primer momento, fueron amistosos, brindaron alimento y obviamente sufrieron abusos. Cuando dejaron de dar alimento, los españoles vinieron a buscarlos. Eso fue con Pedro de Mendoza. En un segundo intento, en 1536, vinieron con más armamentos, barcos, y los masacraron”.

Delia Claros charla tranquila, mientras pela y corta papas, berenjenas y tomates para sumar al disco. “El territorio nunca fue resguardado por el Estado –explica–. Algunos mafiosos empezaron a vender terrenos, hay varios juicios en marcha. Hace más de diez años que venimos pidiendo el resguardo, para que no avancen y destruyan la tierra. Desde el 2 de noviembre del 2020 estamos instalados acá, peleando con los del barrio Puente 13 para que no avancen, poniendo el cuerpo”.

Desde 2018 crece el número de familias que ocupan la zona. Ellas han alegado haber comprado los terrenos de buena fe, sin saber que la compra-venta de este predio es ilegal, al haber sido declarado reserva natural, ser un importante yacimiento arqueológico, y también un cementerio indígena querandí.

“Somos una comunidad multiétnica, hermanos de diferentes naciones que compartimos ceremonias y saberes. Hacemos trabajo comunitario los fines de semana y venimos a compartir, sostenemos esto en los momentos que cada uno puede. No tenemos ningún tipo de subsidio ni nada, todo es a pulmón”, precisa Delia.

Los estudiantes tienen las manos cubiertas de tierra y la mayoría acaba de realizar su primera actividad agrícola. Los arbolitos ya tienen sus lugares, bien distribuidos junto a los caminos de la reserva, y en una ronda en la que giran dos mates alguien habla de romper con la distinción nosotros-ustedes, y de que es necesario acercarse a las culturas indígenas, no como si fuesen ajenas, sino como parte de la historia personal de la mayoría de los argentinos.

“Realizamos nuestras ceremonias ancestrales, que es lo que nos une, y muchas actividades relacionadas con nuestras raíces identitarias, esa memoria de los pueblos originarios que fue denegada por muchísimos años. Yo como kolla quechua, los hermanos como guaraníes, hablamos sobre la resistencia de los pueblos indígenas, que no te cuentan en la escuela –remarca Delia–. Sí te cuentan de los españoles. No de Telomián Condié, el primer cacique guerrero. Así que nosotros contamos esta historia para que le den el valor que tiene, y para que no destruyan a los seres que viven en este humedal”.