Por Carolina Greco
Fotografía: Guadalupe Gervasini

Con una marcha hasta la residencia del embajador turco, la comunidad armenia de la Argentina exigió el reconocimiento del genocidio y la liberación de los presos en Artsaj.

Este jueves se cumplieron 110 años del genocidio armenio. Como todos los años, los integrantes de ese pueblo que residen en Argentina marcharon desde la Facultad de Derecho hasta la vivienda de quien hoy ocupa el cargo de embajador turco, en Avenida Figueroa Alcorta y Ortiz de Ocampo, para exigir el reconocimiento del crimen por parte de la República de Turquía. Pero, desde 2023,el reclamo también incluye el retorno con garantías de los armenios expulsados a Artsaj (Nagorno Karabaj), y la liberación de presos políticos en Bakú, Azerbaiyán.

El 24 de abril de 1915, el Imperio Otomano, del cual Armenia formaba parte, decidió llevar adelante una serie de medidas de “reubicación” de los armenios, bajo la idea de que el pueblo con el que habían convivido tantos años, se había vuelto una amenaza en el contexto de la invasión rusa durante la Primer Guerra Mundial. Acusados de levantarse y haber apoyado a Moscú, los armenios fueron obligados a dejar sus hogares y a caminar cientos de kilómetros hasta Siria, en las llamadas “caravanas de la muerte”. Muchos de los que lograron sobrevivir al hambre, a la sed y a la violencia de los soldados otomanos, fueron asesinados al llegar a destino. Sobrevivir al desierto era solo una parte del horror. Posterior a la migración forzada, se ejecutó la destrucción del patrimonio intelectual, espiritual y arquitectónico del pueblo ancestral, además de expropiarse las tierras que fueron categorizadas como abandonadas. La persecución buscaba eliminar todo rastro de su cultura. Reconocer el genocidio implicaría una gran cantidad de medidas reparatorias que Turquía no quiere y no tiene intención de afrontar. 

María Rosa Krikorian tiene 82 años y espera pacientemente a que se inicie la marcha convocada para las19 horas. “Perdí a mis abuelos en el desierto y mi mamá tenía tres años cuando eso pasó. Estuvo hasta los quince años en un orfanato en Beirut. Después, a los quince, se vino para acá con los hermanos. Mi papá vino con una hermana y con el cuñado. A la hermana y al cuñado no les gustó y se volvieron. Esa es otra etapa del dolor, porque se volvieron pensando que iban a poder vivir en Armenia, los mandaron a Siberia, se sufrió todo eso”, cuenta.

“Ya somos pocos los hijos directos de los sobrevivientes. Ellos contaban muchas cosas y sentías el dolor de ellos. Ahora te queda esa bronca, esa impotencia… de no poder hacer nada”, agrega. Sus padres fueron siempre muy activos en la comunidad y ella mantuvo esta actividad junto con su marido, también de origen armenio. A la marcha concurrió con sus nietos. “Muchos dicen: ‘Después de tantos años, ustedes siguen con lo mismo…’ Y…sí, no olvidarnos. Los reclamos son los que valen. No importa si ganamos o no algo, pero hay que reclamar para que el mundo sepa”.

Mientras que los más jóvenes se reparten remeras y banderas, los más grandes se reúnen recordando la crueldad del pasado: “Mis bisabuelos fueron decapitados, y mi abuelo y uno de sus primos sobrevivieron porque se escondieron entre los muertos. Esa fue la barbarie”, declara Cristina Calajian. “Los turcos –continúa- quieren hacer creer que fue porque estaban en guerra, pero en realidad, Armenia es un pueblo con7000 años de historia. Hoy, existen en Turquía grandes obras arquitectónicas creadas por armenios, que fueron negadas o destruidas.” Y agrega:“Incluso, se encargaron de cortar nuestros apellidos quitando la última parte ‘ian’, que significa ‘hijo de’ y es característica de nuestro pueblo”.

A medida que la gente se concentra en las escalinatas de la Facultad, Carolina Khachadourian expresa con emoción: “Mi marido y yo venimos desde que somos muy chiquitos. Tenemos dos hijos adolescentes y justamente hoy recordábamos con mi hijo la foto de su primera marcha a los siete meses en cochecito”. Recordando su historia familiar agrega: “Mi abuela paterna era la última de nueve hermanos, fue la única que sobrevivió porque era bebé y la pusieron en una bolsa durante no sé cuánto tiempo. Los otros ocho hermanos fueron víctimas. Mientras que mis otros abuelos nacieron en Grecia, y en Siria porque sus padres habían sido exiliados”.

Con respecto a la consigna de la marcha, afirma: “Simplemente queremos que se reconozca esta atrocidad. Sobre todo, para que no vuelva a suceder, como está sucediendo. No solo ocurrió nuevamente en el 2023, sino actualmente. En 1915 no había comunicaciones y hace tiempo aceptábamos que el mundo no estaba enterado, pero no es el caso de este momento. Hoy, sabemos a través de las redes todo lo que está sucediendo y el mundo está mirando para otro lado”.

En 2020 Armenia y Azerbaiyán, país hermano de Turquía en lengua y etnia, entraron en conflicto armado en la frontera del Alto Karabaj y Nagorno Karabaj. Un enfrentamiento que duró 44 días. Pese a que esta región fronteriza pertenecía a lo que fue la República Soviética de Azerbaiyán, la población se reconoce étnicamente armenia. En 2017, Nagorno Karabaj se autoproclamó República de Artsaj, en referencia al nombre utilizado por la Gran Armenia siglos antes, renunciando a su denominación azerí. Después de tres años de que se acordara un alto el fuego, Azerbaiyán impulsó una contraofensiva que culminó con la toma de Artsaj, la rendición de sus autoridades y el exilio de su población a Armenia en 2023.

La marcha se desarrolló como se esperaba, las familias recorrieron las siete cuadras cantando y llevando sus banderas. Una vez allí, los esperaba un escenario en el que las agrupaciones juveniles presidieron el acto. El obispo primado de la Iglesia Apostólica Armenia, Aren Shaheenian, brindó los rezos correspondientes y dedicó algunas palabras al recientemente fallecido Papa Francisco, considerado amigo del pueblo armenio, y el primero en la Iglesia Católica en reconocer el genocidio.

Se cantaron los tres himnos, del de Argentina, el de Armenia, y el de Artsaj. Siendo Argentina, uno de los primeros países en reconocer la independencia de Artsaj. Luego de varios discursos, y agradecimientos de las agrupaciones presentes, se reiteró la necesidad de reconocer el Genocidio y se exigió el retorno de los artsajíesa sus tierras ancestrales, como así también la liberación de las autoridades presas en Bakú.

Federico Lomlomdijian, integrante de la Mesa Interjuvenil de la Comunidad Armenia (MICA), revelaba la forma en la que el conflicto más reciente afectó a la comunidad: “Fue algo que pegó muy duro acá, sobre todo por el contexto de pandemia en el que estábamos en nuestras casas y la capacidad de movilización estaba muy limitada. A pesar de eso, organizamos varias marchas para denunciar lo que estaba ocurriendo. Fue una limpieza étnica que intentó continuar lo que había empezado en 1915”.

Lomlomdijian también destaca a las ocho organizaciones juveniles que desarrollan actividades deportivas, artísticas y recreativas que refuerzan la armenidad. “Impresiona, y se siente muy cercano ver videos de pibes de nuestra edad, porque la mayoría de los que fueron a la guerra en 2020 tenían entre 18 y 25 años. Son pibes que perdieron sus vidas, sus sueños, sus familias, sus amigos… Es importante levantar la frente a pesar de los momentos duros que estamos atravesando. Se busca es que estemos tristes, que tengamos la moral baja, sin fuerza para seguir. Tenemos que combatir eso con la alegría de estar juntos, de estar acá, y de sostener nuestra cultura”.