Por Clara Pérez Colman
Fotografía: Guadalupe Gervasini

La comunidad de la Escuela Mariano Acosta realizó una caminata en homenaje a los desaparecidos del establecimiento, de la Facultad de Filosofía y Letras y a las madres que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz para buscar a sus hijos. También homenajearon a Pablo Grillo.

En el barrio de Balvanera hay una escuela del color del sol, un amarillo anaranjado que se mezclaba con los tonos saturados de la media tarde del jueves. Desde lo más alto, caían tres banderas hasta el suelo. Más bien parecían columnas que sostenían aquel edificio, con la fuerza de las palabras que portaban: Verdad, Memoria y Justicia. 

En la Escuela Normal N° 2 Mariano Acosta, la dictadura militar es una historia que se mantiene vibrante ante las amenazas del negacionismo. Sus 43 estudiantes detenidos y desaparecidos están en las aulas donde se cuentan sus historias, en los lápices que continúan escribiendo, en los niños que gritan “¡Presente!” cada vez que dicen sus nombres. Daniel, Rodolfo, Ricardo, Jorge, César, Julio, Roberto, Carlos, Claudio, escritos debajo de las fotos de sus pancartas repartidas entre las familias. Desde hace siete años que se organiza la Marcha de las Antorchas, días antes de los 24 de marzo. Las actividades de esta fecha no se quedan dentro del establecimiento. Como aclara Luz Ayuso, Coordinadora del Archivo Histórico de la escuela, el Acosta “tiene las puertas abiertas al barrio, quiere pensarse junto a su comunidad”. Con pancartas en mano, tambores en batucada y antorchas encendidas, la comunidad comenzó su recorrido, con varias paradas por delante. “Adonde vayan los iremos a buscar”, coreaba.

El camino fue diferente al de años anteriores. Un reclamo coyuntural exigió pausar en el Hospital Ramos Mejía; casualmente, a dos cuadras del punto de partida: el fotógrafo Pablo Grillo continúa internado con un estado delicado luego de haber sido herido en la represión del 12 de marzo. La escuela quiso expresar todo su apoyo a la familia y todo su rechazo al accionar represivo de las fuerzas de seguridad, con especial énfasis a Patricia Bullrich. Fabián, su padre, agradeció el amor con una conmovedora noticia: “Hoy me dijo: `Hola, viejo´”. Las familias, profesores y estudiantes estallaron en aplausos fuertes y esperanzados. 

A pocos metros de la avenida Independencia, la marcha y su batucada tuvieron que detenerse para recordar a los 602 compañeros desaparecidos de lo que antes fue la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; hoy sede de Psicología. 

Entre tantas personas y tantas historias, desde el Programa Universidad y Dictadura se creó la iniciativa “Vidas situadas”, una reconstrucción minuciosa de la geolocalización de los lugares que habitaron, especialmente sobre su paso por Filo. Desde la carrera universitaria que estudiaron y el título recibido, hasta los compañeros con los que compartieron aula, el proyecto busca vincular las vidas particulares de cada uno en relación con lo colectivo, como el proyecto de país por el que lucharon. 

Tan solo una cuadra más para alcanzar el fin de esta marcha. En la esquina de General Urquiza y Estados Unidos, la Iglesia de la Santa Cruz estaba casi cubierta por la oscuridad tempranera del otoño entrante. Las antorchas de la Memoria llegaban para darle luz al relato que consiguió justicia gracias a un niño de 12 años, hijo de Perla y Adolfo Mongo. Esteban fue testigo de la atroz escena de los secuestros de la Santa Cruz; lugar de encuentro para la angustia de algunas madres del barrio, de las que se gestaría una lucha imparable por la Verdad de sus hijos. 

En esta marcha también se sumaron los maestros y estudiantes de la Escuela Nº15 Jorge Luis Chinetti, que está a metros de la Iglesia. Es una escuela con más de cien años de existencia. La Chinetti busca expropiar el edificio, alquilado en esa locación desde 2006, por falta de inversión ante un grave estado de deterioro de la infraestructura. Con su reclamo en alto, la institución que antes portaba el nombre de un represor y lo cambió por uno de un profesor desaparecido, tomó la guitarra, el saxofón, la flauta traversa y el micrófono:  

Azucena Villaflor, Madre del amor

Dónde están los que faltan, dónde están.

Dónde están, quiero saber la verdad.

Flor de Azucena, ahí tendrán la primavera.

Tras los aplausos, comenzaron a sonar los tambores rugientes. De repente, en medio de la emoción, con una puntería calculada, una cascada de agua cayó del edificio de la esquina, empapando a varios de los percusionistas y bailarines. El tirador no se presentó ante su audiencia. Quizás quiso apagar el ruido, o, quizás, a las antorchas. Pero en esta comunidad, la arenga hace de la llama un incendio.

Los tambores redoblaron la apuesta y sonaron sin parar para seguir avivando el fuego, al canto de “Milei, basura, vos sos la dictadura”.