Por Alma González y Sabrina Escosteguy
Fotografía: Pamela Pezo Malpica

A 20 años de la tragedia que se cobró la vida de más de 200 personas, tres periodistas especializados -Pablo Plotkin, Eduardo Fabregat y Mariano del Mazo- analizan aquel incendio como un punto de inflexión que cambió las formas de concebir el rock. De los recitales populares a los exclusivos, el precio de la seguridad y el rol de los medios.

“Cromañón atravesó de manera muy fuerte no solo a la cultura del rock sino a la sociedad argentina. Todo lo que vino después, de una u otra forma, estaba tocado por su sombra”, sostiene Pablo Plotkin, periodista, escritor, guionista y director de la edición argentina de la revista Rolling Stone en dos diferentes períodos. “Muy rápido quedó la noción de que había sucedido algo espantoso, tremendo y que venía a cambiar por completo todo el panorama”, afirma en concordancia Eduardo Fabregat, periodista gráfico y radial y actual editor del suplemento Cultura y Espectáculos de Página/12.

El 30 de diciembre de 2004, en el boliche República de Cromañón ubicado en el barrio porteño de Balvanera, ocurrió una de las peores tragedias que recuerda la historia argentina. Al inicio de un concierto de la banda Callejeros, el fuego de una bengala alcanzó las media sombras del techo, lo que provocó un incendio que, sumado a las irregularidades en la habilitación del local y la negligencia de la gerencia y las autoridades de la ciudad, acabó con la vida de 194 personas. El número fue aumentando con los días, e inclusive en los años posteriores al incendio y al día de hoy son más de 200 fallecidos por la tragedia. El hecho fue un parteaguas en la historia del rock argentino.

“Hoy nadie se atreve a prender una bengala en un lugar cerrado. La enseñanza quedó. Los nuevos periodistas o aquellos que analizan un poco la escena de algún modo tienen a Cromañón flotando sobre todo esto”, continúa Fabregat, poniendo énfasis en lo aprendido luego de aquel suceso trágico. Y añade: “Incluso aquellos que no vivieron ese momento tienen claro que hay vicios de la de la escena que no se pueden repetir. Es historia, pero es presente; todos lo tenemos en mente a la hora de hacer nuestro trabajo”.

Por su parte, para Mariano del Mazo, periodista y autor de varios libros de música como Sandro, el fuego eterno y Fuimos Reyes, la historia de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: “Cromañón fue el final de un tipo de fiesta que proponía que el espectáculo estaba entre la gente y no tanto en lo que pasaba en el escenario. Ocurrió en muchas bandas. Hay un momento en que la banda de rock deja de cantar para ser cantada”.

Del Mazo, quien no se consideró ni se considera al día de hoy periodista de rock, realiza en diálogo con ANCCOM una periodización del rock en términos históricos, en los que se inscribe un cambio de narrativa y el fin de una etapa que finalizó en Cromañón: “El fin del menemismo en el rock fue en el 2004 -declara-. Aquel modelo empezó con la pauperización económica, la desocupación en el sector etario de la juventud, la conformación de este tipo de grupo que se llamó el rock chabón”. Siguiendo su análisis, a partir de la detonación de aquel modelo, marcado por lo coyuntural, se empezó a pensar otro tipo de narrativa, “que coincide con el ascenso al poder del periodo más virtuoso del kirchnerismo, con un mensaje más político y social”. 

“Fue un shock de conciencia de cosas que habíamos visto pasar y frente a las que no habíamos hecho nada. No habíamos dimensionado las caras del riesgo que representaban”, afirma Plotkin refiriéndose a los rituales que rodeaban la escena del rock en ese entonces. Si bien aclara que él no trabajó en medios que pusieran foco excesivo en esas “cuestiones folclóricas”, como las llamó él, el periodista insiste con esa faceta: “Todos hablábamos de eso. Cuando se hablaba del rock en vivo, se hablaba de las bengalas y de todos esos rituales. Eran parte del imaginario”.

Fabregat mantiene una postura similar. “Era un tren que estaba descarrilando y no supimos advertir la gravedad de lo que se estaba cocinando. Hay un mea culpa que tuvo que hacer el periodismo con respecto a no haber adoptado una posición un poco más firme”. Y además refuerza una concepción sobre las responsabilidades que se le adjudican a la prensa y a los medios de la tragedia de diciembre de 2004. “Intentamos dar una idea de que hubo muchos responsables y para mí la prensa tuvo su parte de responsabilidad en no advertir con más firmeza que había cosas que estaban conduciendo un desastre absoluto, que fue lo que finalmente sucedió”, explica el editor de Página/12.

“A los medios les costó entender que muchas veces hay multicausas. Me parece que cada uno se jugó por sus intereses”, sentencia, por su parte, Del Mazo. Fabregat también enfatiza en estas cuestiones: “Cuando tomaron el micrófono, se pusieron a escribir personas que quizás no estaban tan empapadas de lo que era la escena rock del momento y tuvieron miradas muy sesgadas y con intereses políticos”.

“El primer impulso fue demonizar al rock”, asegura Del Mazo sobre la estigmatización que recayó puntualmente sobre un sector social. “Muchos medios aprovecharon para caerle al rock, a los jóvenes y a los pobres”, continúa. En la misma vertiente, Fabregat señala que  “hubo que lidiar también con mucha mirada prejuiciosa de sectores que inmediatamente señalaron al rock como asesino”. Asimismo, amplía su análisis acerca del tratamiento periodístico de la tragedia, que estuvo atravesado por intereses políticos y miradas sesgadas en su abordaje: “Muy rápidamente comenzó una caza de brujas, con la ola de clausuras absolutas en las cuales no se discriminó absolutamente nada”. Puntualiza, así, en el importante rol del periodismo de rock en frenar los discursos estigmatizantes y sensacionalistas que permeaban en diversos tratamientos acerca del tema. “Se buscó clausurar al rock de algún modo. Los periodistas también tuvimos que ponernos en un lugar de dar información más fidedigna y de poner las cosas en su punto justo”, refiriendo al afán circundante de la necesidad de encontrar un único e inequívoco culpable de lo sucedido. 

“A nivel mediático, se decía cualquier cosa -reflexiona Plotkin-. Se demonizó a Chabán, se demonizó a Callejeros, se demonizó al público, pero más que demonizar se caricaturizó la visión de estos actores que habían formado parte de todo lo que fue Cromañon”. A la vez, plantea que “hubo una especie de marginalización de ciertas prácticas y subescenas, sumado a un empoderamiento de los main players del negocio”.  En su reflexión, asevera que el sector informal del espectáculo pasó a una suerte de cuarentena y el negocio de más poderío económico “terminó cooptando todo y ocupando un lugar muy relevante en el negocio del espectáculo en Argentina y de la cultura mediática en general”.

“Hoy solamente pueden estar seguros quienes tienen plata”, opina Del Mazo al examinar la emergencia de un nuevo modelo de seguridad excluyente que empezó a pisar fuerte luego de Cromañón.

“El rock me parece que perdió muchísima centralidad desde ese momento hasta hoy. Ya no representa lo que representó en el siglo XX y en la primera década y media de este siglo”, suma el escritor y guionista sobre la importancia del rock como movimiento, que se ha ido corriendo del centro de la escena musical, siguiendo vigente pero alejado de su lugar destacado. En la misma línea, agrega: “El proceso de retracción de la relevancia del rock como cultura de masas de alguna manera ordenadora de las estéticas y los hábitos juveniles, me parece que un poco ya no existe”. Para Plotkin, el rock hoy se narra desde una periferia en los medios de comunicación y es concebido como “una fuente inagotable de mitos, de historias y de gloria”. Paralelamente, analiza que si bien no llega a protagonizar la escena, numerosas nuevas voces mantienen un profundo interés por acercarse al rock.

“Hoy solamente pueden estar seguros quienes tienen plata”, opina Del Mazo al examinar la emergencia de un nuevo modelo de seguridad excluyente que empezó a pisar fuerte luego de Cromañón. “Ganan en seguridad pero pierden en popularidad real, más seguridad, pero también más exclusión de la gente que no tiene un mango”, asegura y observa que “hay una suerte de balance, de contrapeso bien siniestro entre lo que es el mercado del capitalismo y la seguridad de la gente” porque en este pasaje desde lo popular y masivo, hacia un esquema de profilaxis que prioriza estadios más sofisticados y amplios, con un enfoque cuidado, se ha excluido a las grandes mayorías del espectáculo. “Me parece que el relato se trasladó a las músicas urbanas, creo que se consolidó un modelo de negocio mucho más profiláctico, mucho más caro y mucho más excluyente”, aclara Del Mazo.

A la vez, el periodista considera que “seguramente sigue habiendo eventos totalmente populares que tienen su grado de peligro, pero a nadie le importa porque lo que importa es lo que ocurre en el Hipódromo de San Isidro o en la cancha de River”. En la misma línea, Del Mazo propone un paralelismo con el deporte: “Lo mismo pasa con el fútbol, no va el pueblo al estadio de fútbol y me parece que eso ocurrió con la música popular en los recitales, esto tiende a que la gente salga menos y viva un concierto por Youtube”.

Finalmente, Plotkin reflexiona acerca del trabajo del periodista rockero en aquel entonces, el cual fue igualmente afectado y modificado luego de aquel fin de año del 2004. “Fue muy castigado el gremio periodístico en general y el subgremio de periodistas de música y de rock. El mercado fue muy diezmado y la profesión fue perdiendo identidad”, destaca como factores imprescindibles a la hora de analizar cómo cambió la narración periodística del rock.  Y alude, finalmente, a la figura del periodista de rock en la actualidad: “Sigue existiendo y muchos lo siguen haciendo muy bien. Hay contenidos muy especializados en redes sociales que todo el tiempo le están buscando la vuelta a encontrar nuevos personajes, nuevas historias y a enganchar la música con personalidad y me parece que eso está bueno”.