En las dos últimas audiencias del año en el juicio que investiga la masacre del Pabellón Séptimo de Devoto declararon dos sobrevivientes que reafirmaron el relato de todos los testigos que testimoniaron hasta el momento. El sadismo de los guardiacárceles y las marcas que perduran hasta hoy.
Familiares de las víctimas en la primera audiencia del Juicio.
El juicio oral y público por la Masacre del Pabellón Séptimo pasó a un cuarto intermedio hasta el 12 de febrero, cuando seguirán las audiencias testimoniales. Pero antes, en las últimas dos jornadas de este año, declararon dos sobrevivientes de aquel incendio ocurrido el 14 de marzo de 1978 en la cárcel de Devoto, Hugo Alberto Ciardiello y Hugo Castro Bravo. En el banquillo, acusados de la masacre, están los exagentes penitenciarios Juan Carlos Ruiz, Horacio Martín Galíndez y Gregorio Bernardo Zerda.
Ciardiello contó que fue encarcelado un poco más de treinta días antes de los hechos, por lo que era nuevo entre los reclusos del pabellón. Al recordar el momento en que “se lo llevaron” narró un encuentro violento con seis personas vestidas de civil y con tres Falcon estacionados. Entraron a su casa a revolver papeles y boletas, y le encontraron dos plantas de marihuana en el patio que tenía en el fondo. Él y su amigo terminaron presos.
En ningún momento presentaron una orden de allanamiento y al día de hoy el testigo no sabe qué buscaban. “En la comisaría me preguntaban por lugares que no conocía, por gente que no conocía y si había militado en algún lugar”, dijo Ciardiello. Además, añadió que lo torturaron a través de golpizas por no darles las respuestas que esperaban. Cuando llegó a Devoto ranchaza con Hugo Cardozo, uno de los primeros sobrevivientes que testificaron ante el tribunal. Por ser nuevo le tocaba dormir en el piso del Pabellón 7, donde había unos 150 reclusos.
Ciardiello relató el incidente de la noche del 13 con los guardias, la discusión por el horario de apagado del televisor. “Hubo un intercambio de palabras entre Tolosa y el agente penitenciario que estaba arriba de la pasarela. No sé si fue por el volumen o porque ya se había hecho tarde”, expresó. Luego de ese intercambio, todos se fueron a dormir. Durante la madrugada identificó a tres agentes penitenciarios que habían entrado al pabellón para llevarse a Tolosa y castigarlo. A la mañana del 14 vino la requisa, con más agentes que lo habitual, que insultaban y agredían. Como defensa, se lanzaron elementos que estaban en la cocina: sartenes y alimentos como papas, cebollas y batatas. Además, comenzaron a empujar las camas contra las rejas para impedir que las autoridades siguieran avanzando.
Luego de “uno o dos minutos de paz”, los penitenciarios volvieron. Esta vez, lanzando gases y disparando con armas de fuego, que incendiaron los colchones. A la sensación de ahogo se sumaba la desesperación por miedo a ser baleados. Gracias a una “toallita” que encontró y un charco de agua que estaba en el piso, Ciardiello se tapó la cabeza y la cara mientras permanecía escondido en una columna del pabellón. Esos minutos fueron interminables, y cuando el fuego cesó vinieron los golpes y el encierro en un calabozo. Lo obligaron a levantar los brazos, de los que se le había comenzando a despegar la piel. Los hicieron salir cuando llegaron los médicos, y ahí vio entre 10 y 15 personas tiradas en el piso, probablemente fallecidas.
Al preguntarle qué ocurrió con Tolosa, el testigo contó que no lo vio durante el incidente ni al salir. Sin embargo, tiempo después de lo ocurrido, en el mismo penal le contaron que lo mataron después del incendio.
Al salir del calabozo, a Ciardiello le dieron una inyección y un calmante y posteriormente fue trasladado al Hospital Álvarez, donde se encontró con su hermano y su madre, quien inicialmente no lo había reconocido. “Gracias a Dios me pude recuperar. Estuve fácil 30 días o un poco menos en el hospital. Me curaban día por medio porque en las quemaduras se creaban unos hongos” contó.
Dado de alta en el hospital, regresó a la cárcel de Devoto por un breve tiempo hasta que fue declarado libre de culpa y de cargo. Ciardiello intentó recuperar su vida normal. Su papá tenía una carnicería, por lo que comenzó a trabajar junto a él. Sin embargo, las secuelas en su piel le provocaba dificultades para mover las manos. Además, contó que vivía con mucho miedo: “Fueron muchos años de no poder dormir a la noche, de estar alerta”. Le costaba salir a la calle, viajar en tren y estar apretujado con más gente le hacía sentir que se le iba a parar el corazón. A pesar de las dificultades, explicó que trató de seguir esforzándose porque tenía a “tres criaturas que cuidar”.
El pasado miércoles 18 declaró por Zoom desde Santiago de Chile el sobreviviente Hugo Castro Bravo. Recordó haber ingresado a Devoto con 22 años, tras haber sido detenido junto a otros compañeros chilenos por una supuesta tenencia de drogas. Al pabellón ingresó junto a 13 de esos compañeros, entre los que mencionó a Gastón Sepúlveda, Mario Escobar y Arnaldo, con quienes también formó su rancho. Sin embargo, Castro expresó que de todos los chilenos que ingresaron al Pabellón Séptimo, el único sobreviviente fue él. Castro Bravo aclaró que él conoció a Patricio “Pato” Tolosa. Al llegar junto a sus compañeros ninguno tenía “abastecimientos” ni medios para pagar ciertos recursos que se solían utilizar dentro del pabellón, como el kerosene. “Pato” les había brindado aquel material varios días hasta que pudieron conseguir un modo de pagarlo.
Durante la noche del 13, Castro se encontraba en el “palito”, término que solían utilizar para referirse a la cocina del pabellón. Tanto él como otros de sus compañeros solían permanecer allí hasta que los que tenían camas se acostaran, ya que a partir de eso es que los que dormían en el piso colocaban sus colchones.
El sobreviviente recordó que esa noche iba a pasar el guardia que nombraba a los reclusos que debían ir a Tribunales. El guardia que solía hacerlo, según contó, era una persona mayor a ellos que acostumbraba a tratarlos con respeto y con quien no habían presentado conflictos. Sin embargo, esa noche estuvo otro celador, descrito por Castro como una persona más joven que la anterior y con un carácter mucho más agresivo. Ese celador les solicitó reiteradas veces que apagaran el televisor “de muy mala manera”, dirigiéndose más que nada a Tolosa, según explicó. A la mañana siguiente, había cierta intranquilidad. “Sabíamos que querían buscar al “Pato” y que nos iban a pegar a todos”. Sus compañeros le aconsejaron que corriera al fondo.
La requisa estuvo acompañada por golpes, hasta que los presos empezaron a defenderse con las camas como escudos, hasta que los agentes empezaron a tirar las bombas lacrimógenas. “Produjeron un desastre: vómitos, gente llorando, asfixiada” relató el testigo. Después comenzaron a disparar con “balas de verdad”. Castro Bravo vio cómo los más audaces agarraban las bengalas con las manos y las devolvían. Los colchones se incendiaron y luego vino “en todo el pabellón una oscuridad horrible”.
Mientras buscaba la forma de protegerse recibió un disparo en el pecho que lo dejó tirado en el piso. Recordó que al intentar levantarse estaba cubierto de sangre así que se quedó quieto, rezando. Tras un lapso que el testigo no pudo estimar, el fuego se extinguió solo y las autoridades, luego de tirar un baldazo de agua únicamente hacia la puerta, ya que, según Castro, ésta se encontraba “al rojo vivo”, pidieron que salieran de a tres. A él le pusieron una cadena y las manos atrás, haciéndolo bajar las escaleras en esa posición. “No les importaba si estábamos heridos, si estábamos sangrando, no había misericordia de nada. Ese pasillo era una alfombra roja de sangre, muchos de los que estaban en el suelo estaban muertos”.
Lo dejaron en una celda junto a otras tres personas: Gastón, Arnaldo y a una persona que no pudo identificar en el momento porque estaba todo oscuro. Aquel hombre estaba tirado en el suelo y decía que se había quebrado. Los penitenciarios ingresaron a la celda y con una linterna grande le levantaron la cabeza a cada uno para alumbrarlos e identificarlos. Al realizar dicho procedimiento con el que se encontraba tirado, tanto las autoridades como Castro identificaron a Tolosa y lo sacaron de allí. Contó que lo arrastraron, se escucharon golpes y luego no supo más de él.
Gastón, uno de sus compañeros chilenos con quien había ingresado al penal, sufrió un procedimiento casi similar. “Estaba apoyado en la puerta y como estaba de cuclillas se fue hacia atrás, a lo que uno de los guardias lo agarró del cuello y lo sacó para afuera” relató el testigo. “Le terminaron dando dos tiros”, agregó.
Castro tenía quemaduras en gran parte de la espalda, los brazos, las manos y un disparo en el pecho. Se sometió a distintas operaciones durante su estadía en el hospital Alvear, e incluso contó que una vez retornado a Chile se sometió a nueve operaciones para recuperarse de ciertas cicatrices que aún le habían quedado.
Durante su internación en el Alvear llegaron unas personas que se identificaron como “del Ejército” y como representantes de derechos humanos que le debían tomar declaración. Le recomendaron evitar ciertos aspectos, como el asesinato de Tolosa y Gastón, ya que eso “iba a generar mucho problema”, según le explicaron. Castro obedeció a las recomendaciones. “Era chileno y era la primera vez que me encarcelaban, tenía un temor terrible”, señaló. Luego de ser transferido dos veces a distintos pabellones en Devoto, salió en libertad a los dos años y 4 meses de haber ingresado.
Contestando a otras de las preguntas de la defensa, contó que del juicio se enteró por Facebook, en donde se estaba tratando el tema y donde él se identificó como uno de los sobrevivientes, poniéndose en contacto posteriormente con la abogada querellante Claudia Cesaroni.
Una vez finalizadas las preguntas de ambas partes, el juez Nicolás Toselli, presidente del Tribunal Oral Federal 5, estableció un nuevo cuarto intermedio que será reanudado para el 12 de febrero de 2025 a las 10 horas, donde continuarán las declaraciones testimoniales.