La Legislatura Porteña declaró de interés cultural el libro Voces, Tiempo, Verdad, de la organización No Nos Cuenten Cromañon y Bruno Larocca, que da voz a los sobrevivientes a 20 años de la masacre.
En el Día de los Derechos Humanos, el libro escrito por la organización No Nos Cuenten Cromañon fue declarado “de interés para la comunicación social y la cultura de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura porteña en un acto que finalizó con una pequeña presentación musical de Ojos Locos, banda soporte de Callejeros aquel 30 de diciembre de 2004 en que se desató la tragedia en el local República de Cromañon. Próximamente, la organización recibirá un reconocimiento de la UNESCO por el trabajo en materia de Derechos Humanos. “Tanto la organización como el libro son un trabajo independiente y autogestivo con todas las trabas que esto conlleva. Lo recaudado se destina a nuestro programa de asistencia en salud mental que ayuda a tener mejor calidad de vida a los sobrevivientes”, explicó Diego Cocuzza, sobreviviente y actual presidente de la organización No Nos Cuenten Cromañon (NNCC).
Sobre esta agrupación, conformada en 2007 por un grupo de sobrevivientes, Cocuzza contó que “siempre supimos que con el dolor generado por la tragedia teníamos que hacer algo. Y elegimos construir algo positivo alrededor de todo lo horrible que nos tocó vivir”. Actualmente brindan asistencia en salud mental a sobrevivientes y participan de la organización del acto homenaje que se realiza cada 30 de diciembre, al cual describe como “un espacio que encontramos los sobrevivientes para pasar ese día un poco menos peor o incluso también permitirnos disfrutar de la música que era algo que nos habían prohibido haciéndonos creer que teníamos la culpa de estar vivos”. La organización llevó a cabo, además, la gira nacional de presentación del libro con el objetivo de visitar todo el país antes de fin de año. La lista quedó completa luego de visitar 42 ciudades, cerrando su recorrido por la capital pampeana, Mendoza y San Juan este pasado fin de semana.
Cocuzza explica que el libro, que va por su tercera reimpresión, “escapa de las historias personales y de los hechos puntuales del 30 de diciembre. Buscamos un libro que cuente el antes, el durante y el después de Cromañon, desde nuestra verdad, la de los sobrevivientes, los testigos y la causa judicial. Sencillamente hacerle honor a la verdad, porque durante 20 años se dijeron muchas mentiras y mitos que hasta el día de hoy seguimos intentando derribar, entre ellos, con esta gira. De esto mismo surge el nombre Voces, Tiempo, Verdad: las voces que se callaron durante este tiempo y que ahora se transforman en verdad. Fue un trabajo enorme que se hizo durante muchos años de lucha para que se escuchara otra voz”, explica sobre el trabajo que realizan en cada una de sus charlas o clases abiertas sobre Cromañon para responder a todas las dudas y creencias del público sobre el tema.
Diego Cardell, sobreviviente y escenógrafo de Callejeros en diciembre de 2004, se encargó de diseñar la tapa del libro. “Cromañon desde lo estético, que es desde donde yo miro el mundo, es todo negro, pero nuestra vida no puede ser así”, dijo haciendo referencia al uso predonminante del color azul en el diseño. “Luego está la imagen: una oreja que se grita a sí misma. Es un recurso retórico: nosotros escuchamos a todas las partes y cuando quisimos alzar nuestra voz fuimos rechazados. A su vez, está llena de piercings que representan cada capítulo del libro y de la historia Cromañon: el periodismo, la banda Ojos Locos, la psicología, la sociología. Pero hay un orificio sin aro: es mi representación de la ausencia del Estado”.
En la actualidad, la organización ya no está conformada solo por sobrevivientes, sino por muchas otras personas que sin haber vivido aquella noche trágica en el boliche de Once son interpelados por la causa, entre ellos el periodista y redactor del libro, Bruno Larocca. “No estuve la noche del 30 de diciembre allí, pero creo que es una causa que nos atraviesa como argentinos. Te moviliza la injusticia, que con Cromañón la vivimos hasta hoy”, explica.
“Como periodista –agrega- notaba que en los medios de comunicación había mucha desinformación, se corría el foco de la corrupción y lo ponían sobre el público o sobre la banda. Incluso, los avances judiciales se concretaban de acuerdo a lo anunciado y anticipado en esos mismos medios. Había una clara intención de instalar ciertos temas, que no figuraban en la causa judicial y que nunca fueron desmentidos. Eso es justamente lo que queremos revertir en estas charlas. Y luego, desde lo personal, me generaba impotencia escuchar a cualquier persona hablar de cómo era un recital de rock aunque no conociera el ambiente. Se referían despectivamente, contaban otras historias y otras realidades, pero estaban hablando de nosotros, del público de rock, de quienes nos identificábamos con las canciones. Creo que todos nosotros somos la generación Cromañon. Entonces cuando desde NNCC me convocaron para el libro era imposible no involucrarme”.
República de Cromañon era un boliche de rock ubicado en el barrio porteño de Once y administrado por Omar Chabán, reconocido empresario en el ámbito del under por ser dueño de Cemento, otro espacio mucho más pequeño que le permitía a las bandas darse a conocer. Cromañon había abierto sus puertas en abril de 2004 y era publicitado como un “miniestadio” que llegaba para disputarle el negocio de los recitales a Obras Sanitarias. Antes de ser Cromañon, el lugar donde originalmente había funcionado una terminal de ómnibus devino en la bailanta de cumbia “El Reventón”, conocida por la noche en que el Potro Rodrigo tocó ante 5.700 personas. Este boliche, habilitado en 1977 como “local de baile clase C”, ya había sido inspeccionado en tres oportunidades, en las que no quedó asentado ningún requerimiento de modificaciones o mejoras necesarias y declarando medidas mucho menores a las reales, lo que hubiese exigido mayores normas de seguridad. “Así arranca la historia de este boliche, con irregularidades desde 1977, varios años antes de que fuera un boliche de rock”, repuso Cocuzza. “Una masacre necesita de la intervención humana. Una tragedia puede ser algo natural. Entonces, cuando hablamos puntualmente de Cromañon, intentamos enfatizar en que fue una masacre porque se podría haber evitado si no hubiese existido corrupción”.
El espacio habilitado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para 1031 personas excedía cada noche la capacidad. Durante los escasos nueve meses de funcionamiento, “se encendieron un montón de alarmas por irregularidades y sin embargo seguía funcionando”, recuerda Cocuzza. Matafuegos vencidos, luces de emergencia que no funcionaban, ventanas tapiadas, canchas de fútbol que se colocaron en el techo tras quitar la ventilación y los extractores, material inflamable en el techo del recinto y la puerta de emergencia cerrada. Esta última, aunque señalizada como salida de emergencia, se encontraba con candado y alambres luego de que el 25 de diciembre anterior, a solo cinco días de la masacre, en el recital de otra banda de rock, La 25, se produjera un incendio y el público escapara por la puerta que conectaba con la calle Bartolomé Mitre. Esta puerta también llevaba al estacionamiento de un hotel lindero al boliche y pertenecía al mismo dueño, Rafael Levy, quien solicitó a Chabán cerrarla luego de los destrozos provocados en la huída de aquella noche. Durante la causa Cromañon se determinó que si las puertas hubieran estado en funcionamiento, 3000 personas hubieran salido en tres minutos. “Callejeros fue a tocar y nosotros a escuchar, a un local habilitado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”, vuelve a puntualizar Cocuzza.
Esa noche, fueron los mismos jóvenes los que salvaron vidas de desconocidos, porque el Estado, representado en bomberos y el sistema de salud, no podía hacer frente a la magnitud del desastre. Los servicios públicos no contaban con las herramientas necesarias para ingresar al lugar y salvar vidas. “Se estaban jugando la vida ahí porque no contaban con máscaras, ni oxígeno. No había ambulancias. Bomberos les daba indicaciones a muchos chicos de cómo tenían que hacer para entrar, cargar los cuerpos que estaban tirados en el piso y poder salir para volver a entrar”, recordó Cocuzza. Los jóvenes ingresaban tres o cuatro veces al boliche con la remera atada detrás de la nuca a modo de barbijo. “Hasta después de una hora seguían sacando gente, cuerpos atrapados. Llegaron incluso a romper la pared para salvar a más personas”, relata el sobreviviente que esa noche trasladó heridos a los hospitales con su Renault 12.
Luego de lo sucedido, la noche porteña se apagó por la cantidad de bares y locales que funcionaban en condiciones similares a Cromañon. El sexto capítulo del libro “Una granada de mano en mano” retoma la opinión de Carlos Alberto “Indio” Solari: “La cultura del rock no hubiese tenido el carácter que tuvo si se hubiese forjado en lugares con los baños limpios [..] La complicidad que tenemos como sociedad hace que paguen la cuenta aquellos a los que le explota en la mano, como fue el caso de Callejeros. Es así, nos vamos pasando la granada sin anillo y si te tocó a vos te jodés”.
La cultura de la pirotecnia en el ámbito del rock fue una práctica que creció durante la década del 1990. “El músico se ponía contento cuando se encendían bengalas en el show, porque tenía que ver con la entrega y la pasión, con lo que despertaba la banda y su música en el público. Justamente por eso no se prendían en todos los recitales,” explica Cocuzza y Larocca agrega: “No hay que olvidar que Cromañon ocurre poco después del 2001 y el ‘que se vayan todos’. Callejeros era una banda que movía público principalmente del conurbano y a una generación olvidada pero que quería ser vista”. El sentido de pertenencia hoy se manifiesta con el uso de remeras y banderas de varios metros con el lugar de origen del peregrino. Y si bien las bengalas se han dejado de lado en el rock, aún se encienden en otros espacios como el fútbol, donde no tiene las mismas connotaciones que las asignadas en 2004 para el rock barrial. Aunque algunos discursos aseguraban que la pirotecnia era algo particular de Callejeros y que ellos incentivaban, Cocuzza sostuvo que “Callejeros no incentivaba la pirotecnia. Tampoco paraban el show cuando se encendía una bengala, porque no era algo que se estilara hacer. Su uso era muy normal y festejado” en todo el ámbito del rock.
Otra idea muy reproducida por los medios sobre Cromañon era que en los baños funcionaba una guardería de menores. “El rock siempre se vivió en familia, pero esa información construyó una imagen muy fuerte de quienes vamos a los recitales, como gente mala capaz que encerrar criaturas en un baño”, reflexionó Cocuzza. Y Larocca aprovecha para ilustrar en simultáneo la fake new y la realidad proyectando noticias de la época: “El poder que tiene la información que luego de 20 años seguimos explicando y desmontando información falsa y malintencionada. De los 300 testigos citados a declarar en la causa Cromañon solo un testimonio mencionó que había visto menores en el baño por lo que infirió que allí funcionaba una guardería. El resto de testigos negó esa información. Sin embargo, esa sola declaración fue tomada por la televisión y los diarios, tergiversando lo que había ocurrido. Durante el juicio se comprobó que los únicos dos menores de 10 años fallecidos el 30 de diciembre eran hijos de una pareja que trabajaba en el local. Los empleados, luego del show, habían organizado un brindis por fin de año y la pareja, que no tenía con quien dejar a sus hijos, los llevó. Estaban en el baño a cargo de una compañera de trabajo. Lamentablemente esos niños fallecieron. Pero no tenían nada que ver con el público del rock ni con que se llevaran menores a los recitales”.
El primer juicio por Cromañón duró exactamente un año, del 19 agosto 2008 a misma fecha en 2009 y en la misma sala de audiencias en que se llevó a cabo el juicio a las juntas fueron citados a declarar 300 testigos. Se debió armar una sala de audiencia especial y los tres jueces del Tribunal Oral Criminal N° 24, María Cecilia Maiza, Marcelo Alvero y Raúl Horacio Llanos, encargados de la causa se abocaron a ella con exclusividad.
Durante los cuatro juicios orales que hubo vinculados a la masacare se juzgó la ausencia y responsabilidad del Estado en Cromañon, siendo los ejes fundamentales el pago de coimas y el incumplimiento de deberes de funcionarios públicos. De un total de 26 personas juzgadas, 21 fueron condenadas y aún hay en desarrollo juicios civiles.
Otra gran falencia del Estado fue lo posterior al 30 de diciembre de 2004. Si bien existieron programas de asistencia a las víctimas, estos eran deficientes: no contemplaban que muchos no eran de Capital Federal, ni realizaban un seguimiento de los tratamientos. “En estos 20 años, de 3.000 sobrevivientes que somos, alrededor de 17 se quitaron la vida. Nuestra organización tiene su propio programa de ayuda, dirigido por tres licenciadas, de las cuales dos de ellas son sobrevivientes. Ellas dirigen, a su vez, una red de profesionales que asignan según el tratamiento necesario para cada persona y, lo más importante, realizan el seguimiento de cada persona. Quizás yo pude tener la contención o la asistencia que necesitaba pero hay muchísimos otros que no. Entonces lo hacemos para que esos pibes y pibas, y sus familiares, quienes no tuvieron la posibilidad de salir adelante puedan hacerlo finalmente”, contó Cocuzza.
Actualmente distintas organizaciones por Cromañon, aunque distantes en otros puntos, se unieron y lograron una prórroga de cuatro años más para la implementación de la Ley nacional 27.695 sancionada en 2022 que determina la expropiación del local para la construcción de un espacio de memoria. “Una vez expropiado dependería de la Secretaría de Derechos Humanos, pero en estos momentos los derechos humanos en general no son una prioridad para el gobierno actual”. Estela de Carlotto es autora del prólogo del libro y de la conocida frase asociada a la causa “la música no mata”. Al respecto, Cocuzza dijo que “ante los momentos de injusticia judicial, tanto Abuelas de Plaza de Mayo como Estela de Carlotto fueron referentes para explicar que no hay que buscar venganza sino justicia y que se debe dar una la lucha pacífica”, señaló y agregó: “La música es parte de mi vida. Cromañon me sacó la música. La frase de Estela de Carlotto me la devolvió. La música no nos había hecho nada. Fue la corrupción del Estado”.
El libro Voces, Tiempo, Verdad se puede obtener a través de la página web de “No Nos Cuenten Cromañon”.