Por Malena Zakour
Fotografía: X Pabellón Séptimo

El miércoles 27 se realizó la inspección ocular al Pabellón Séptimo en el marco que investiga la masacre de 1978, considerada como un crimen de lesa humanidad, donde murieron 65 reclusos.

Finalizada la declaración del sobreviviente Ángel Oscar Méndez durante la sexta audiencia del juicio oral y público contra los agentes penitenciarios imputados por aquella matanza ocurrida en 1978, el presidente del Tribunal Oral Federal 5 Nicolás Toselli anunció que la inspección ocular al Pabellón Séptimo de la cárcel de Devoto se realizaría el miércoles 27. Y así fue.

El recorrido inició a las 10 de la mañana con la presencia de los integrantes del Tribunal, la Fiscalía, las abogadas querellantes, el personal del Centro Ulloa y los abogados defensores. También participaron los sobrevivientes Hugo Cardozo y Juan Olivero, quienes habían testificado semanas atrás acerca de lo sucedido. Además, pudieron acceder al penal Verónica Ambrosio y Teresa Sottile, ambas familiares de sobrevivientes fallecidos durante la masacre.

La inspección comenzó en el interior del pabellón y continuó en las afueras. Durante el recorrido, los sobrevivientes fueron señalando los espacios en donde acontecieron los hechos. Ubicaron dónde dormían, dónde estaban acostados la noche anterior al incidente, en qué parte se encontraba el televisor que ocasionó el conflicto que dio inicio a la masacre y desde dónde surgieron los disparos, explicitando distancias entre una ubicación y otra. También recorrieron el área de la cocina, el comedor y los baños a los que varias veces los testigos habían hecho referencia.

También se identificaron las “pasarelas”, término reiterativamente mencionado a lo largo de varias declaraciones como aquel espacio en donde el personal penitenciario podía observar lo que ocurría dentro del pabellón y, a su vez, identificado como el lugar desde el cual el personal del Servicio Penitenciario realizó disparos con armas de fuego y lanzaron gases en la mañana del 14 de marzo.

Siguiendo con la medida in situ, uno de los sobrevivientes localizó una escalera, y aclaró que los habían obligado a “bajar por ahí” porque ese era el modo de dirigirse a lo que llamaban las “celdas de castigo”, espacio al cual habían dirigido a los reclusos al salir del pabellón, previo a recibir asistencia médica.

A lo largo de la inspección, pudieron identificarse los cambios estructurales dentro del penal desde el año 1978 hasta la actualidad: paredes que previamente no estaban, rejas que se modificaron y ventanas que fueron tapadas.

En diálogo con ANCCOM, la abogada querellante Natalia D’Alessandro explicó que la inspección fue necesaria y relevante para esclarecer los testimonios. “Permitió ubicar todo en términos de espacio, para terminar de comprender distancias que es algo que las defensas de los imputados consultan mucho, por ejemplo a qué distancia se encontraban los reclusos de los disparos”. D’Alessandro expresó que la medida colaboró con el desarrollo del juicio y también sirvió para comprender las declaraciones de los sobrevivientes que ya se sucedieron así como las que vendrán.

Además, la abogada expresó que no deja de ser reparador que dos de las familiares de sobrevivientes hayan podido ingresar al pabellón. “En un principio, el Tribunal sólo había autorizado el acceso a los sobrevivientes, porque decían que éramos muchos”, explicó la abogada. Sin embargo, con la preparación de un recurso que presentaron al tribunal ante dicha negativa, la querella logró que se autorice el ingreso de las familiares. “Nos pareció muy importante eso, la inspección no se trató solo de una cuestión de medir distancias, sino de una medida que en cierta forma es reparadora”. Con ello, D’Alessandro consideró relevante que ambas familiares puedan ver el último lugar en donde sus allegados estuvieron con vida. “Hay algo de reparación en todo el desarrollo del juicio oral que estamos llevando adelante, más allá de cual sea el resultado, y ese mismo factor estaba presente en el hecho de que pudieran ingresar al pabellón”.

 

“Todos los colchones explotaron”

El miércoles 13 de noviembre había declarado el sobreviviente Ángel Oscar Méndez para testificar sobre lo ocurrido durante el día de la mayor masacre carcelaria de la historia argentina, que surgió de una discusión entre un guardia y un recluso y siguió con una feroz represión en el pabellón séptimo de Devoto, y con un incendio que mató a 65 presos. 

Méndez comentó que estuvo privado de su libertad entre 1976 y 1980. Sin embargo, al pabellón séptimo de la cárcel de Devoto había ingresado diez días antes de que ocurriera la masacre, a sus 37 años. Por ser nuevo le tocó dormir en un colchón en el suelo, mientras que los demás dormían en camas cucheta.

Aquella mañana del 14, Méndez estaba realizando su aseo personal y escuchó al resto de sus compañeros nerviosos por el posible ingreso de la requisa. En efecto, mucho más temprano de lo normal entraron los guardias, en un procedimiento que le pareció “más pesado” que los que había vivido con anterioridad. Algunos de sus compañeros se rebelaron y comenzaron a apilar camas y colchones frente a la puerta para que los agentes penitenciarios no pudieran volver a ingresar. Detrás de la reja vio una llamarada que se distribuyó rápidamente por las camas y colchones, y luego por el resto del pabellón. “Los colchones explotaron todos”, respondió cuando la abogada querellante Claudia Cesaroni le preguntó si podía describir cómo había comenzado el fuego.

Frente al incendio que crecía rápidamente, Méndez agarró una frazada que había colgada, se tapó con ella y luego se tiró al piso. Lo salvó que yo tenía puesta ropa de invierno. Sintió que estaba adentro de un horno. Luego se desvaneció y al despertar vio cuerpos tirados y gente corriendo despavorida mientras se quemaba. Se quedó quieto porque estaban tirando balas que venían de todos lados, como una lluvia de disparos de ametralladora, dijo. Las autoridades penitenciarias les decían que salieran porque si no los iban a matar. Cuando finalmente salieron, los hicieron bajar rápidamente tres pisos por las escaleras mientras los golpeaban con palos.

En ese momento, Méndez indicó haber reconocido a Horacio Martín Galíndez y a Juan Carlos Ruiz, dos de los imputados del juicio. Señaló que estaban “controlando el operativo” y al consultarle cómo los pudo identificar, el testigo explicó que a Ruiz ya lo había visto en los eventos donde iban a presentarse las figuras de tango al penal. A Galíndez lo había visto un par de veces en diferentes espacios y además había tenido una entrevista corta con él porque le había solicitado previamente que lo cambien de pabellón. Posteriormente, se le preguntó si sabía quién era “Kung fu” (apodo explicitado en testimonios anteriores perteneciente a Gregorio Zerda, el tercer imputado) a lo que el testigo contestó que solo sabía que era el celador que estaba de guardia esa noche y que había escuchado un par de veces que le decían así.

Tras su paso por la celda de castigo, lo llevaron para que recibiera asistencia médica. Méndez señaló que las doctoras, al ver a otros internos en carne viva, se asustaron, dijeron que “era peor que Vietnam” y se quedaron sólo los doctores y los enfermeros. El testigo refirió que sufrió quemaduras en los cartílagos de la oreja, la pera y la nariz, y mencionó que para otros compañeros fue mucho peor. Le tuvieron que dar unas inyecciones por varias semanas y estuvo “escupiendo negro” por unos meses.

La próxima audiencia continuará en los tribunales federales de Retiro el miércoles 4 de diciembre, con la continuidad de las declaraciones testimoniales.