“Vivimos desconectados de nosotros mismos, de los demás y de la Tierra”, plantea Valentina Camus, directora de Electrocardiograma, un largometraje coreografiado en el que su protagonista rompe con su rutina gracias a un corazón que le cae del cielo.
Bailar puede ser un medio para redescubrir la autenticidad y liberar las expectativas sociales. Eso parece sugerir Electrocardiograma, el largometraje dirigido y coreografiado por Valentina Camus: su personaje, Alexis, se encuentra con un corazón que le cae del cielo mientras espera el colectivo para ir a trabajar, y el suceso la lleva a experimentar una transformación que la saca completamente de la rutina. La película se convierte así en una reflexión sobre la deshumanización en la vida moderna, planteando que la transformación personal no solo es posible, sino necesaria en un mundo que a menudo impone un ritmo que desconecta a las personas de sí mismas y de los demás.
Camus nació en 1995 en Viña del Mar, en la Región de Valparaíso, pero a sus 18 años se mudór a Buenos Aires, y cuenta que cuando iba a la escuela artística, y se encontró con la materia de Filosofía, comenzó a preguntarse sobre los grandes existencialismos humanos, las grandes preguntas de la humanidad y la filosofía en sí. Cuenta que de ahí surgió un enojo relacionado al dibujo del corazón, ya que para ella, es simple en comparación con su imagen anatómica. En el filme, que podrá verse hoy en el cine Gaumont, el corazón anatómico tiene un rol central para Alexis, en palabras de Valentina, el corazón la lleva a reflexionar sobre lo que significa este órgano para el ser humano y cómo se relaciona con el amar, el deseo, los vínculos y como el ser humano además de amar, sufre.
La directora cuenta que al primer fotograma del storyboard -una chica que espera un bondi y le cae un corazón del cielo- ya lo había imaginado en Chile, como un hallazgo fortuito, algo aleatorio que no tiene mucha información y es así como inicia la película.
¿Creés que, como Alexis, muchas personas viven en “automático”, atrapadas en rutinas sin cuestionar lo que realmente sienten o quieren?
Alexis, en parte, soy yo, somos todes quienes vivimos en un mundo que nos automatiza, que nos hiperproductiviza. Hay un ritmo de vida citadino —al menos puedo hablar desde este lugar—, que te chupa los rasgos vitales, ¿no? Te vuelve un poco un zombi. Y por eso el corazón. Lo vivo contrasta con algunos transeúntes, por ejemplo los personajes que están esperando el colectivo o que aparecen en la escalinata, que están como muertos por dentro. El ser humano, con su forma de civilización, nos lleva a este automatismo, a estas rutinas, a no cuestionar, a repetir: al autómata. De hecho, cuando estábamos investigando las consignas coreográficas, desde el casting incluso, la pregunta o la investigación que hacíamos era: ¿cómo sería el movimiento de un autómata? ¿Cómo se mueve un autómata? Esta película, además de expresar inquietudes por la danza y la figura del corazón, está impulsada por muchas preguntas sobre la humanidad y sobre cómo nos estamos llevando al colapso, la destrucción climática pero también social.
En un momento Alexis pierde su corazón para encontrar su propia danza: ¿es una metáfora de desprenderse de las expectativas sociales y los automatismos para poder ser realmente libre?
Sí, puede leerse así: a esa danza la llamamos “la danza salvaje”, porque Alexis es un personaje con una personalidad sobreadaptada. Literalmente se ve al espejo y se ve de verdad. Se quita esa máscara de persona que nunca decidió por sí misma, que se dejó llevar por lo que debía hacer. El impacto de este yo que no tomó su deseo frente a su verdadero yo es tal, que experimenta algo cercano a un brote psicótico, pero lo expresa a través de la danza, como si «se volviera loca».
¿Creés que hoy muchas personas solo “bailan” siguiendo el ritmo impuesto por la sociedad, sin encontrar su propio paso?
La película habla de bailar como una manera de acercarte a tu propio cuerpo, a tu propio territorio, de empoderarte, de entenderte, de escucharte. La película también surge de un gran amor por la danza, ese gran amor que sentí cuando empecé a bailar y cuando decidí dedicarme a esto. Hablo un poco de ese proceso, de cómo la danza te abre paso, te acerca un poco más a las personas y a lo humano. Y cómo acercarte a tu cuerpo es volver a ser un poco más humano después de tanto cubículo, tanta oficina, tanto transeúnte, tanto habitar ciudades que no duermen, que van de un lado para el otro, que comen comida chatarra, que utilizan plástico para todo, que dependan del planeta Tierra, que no entienden de dónde vienen los frutos, verduras y granos que comemos. Acercarse al planeta es acercarte a las olas del mar, entender que vamos y venimos de la Tierra, comprender que hay un corazón que palpita dentro, que hay otras personas que también tienen sus corazones, que hay otros seres vivos con los que coexistimos. Y, en el fondo, entender que la salida a este colapso no es individual, es colectiva.
¿Tuviste alguna experiencia personal que te inspirara para contar esta historia? ¿Hay algún momento en tu vida en el que hayas sentido que estabas en automático y algo te sacudió, como le pasa a Alexis?
Es un collage de experiencias. Algunos de esos elementos son los cuestionamientos sobre el ser humano, sobre el colapso climático, sobre cómo el ser humano está llevando su vida hoy en día y cómo eso impacta en la Tierra. También me inspiró el amor por la danza, ver a mis colegas —mis compañeros y compañeras de la universidad pública en ese momento— bailar y pensar: qué hermosos y talentosos son. Sentí la necesidad de admirarlos y de querer decir: «A esto hay que registrarlo, hay que juntar fuerzas y hacer algo juntos».
La película toca el tema de la desconexión. ¿Hoy estamos más desconectados de nosotros mismos, aunque estemos todo el tiempo conectados a otras cosas?
Hoy estamos súper desconectados, es como una mamushka de desconexiones. Primero, está la desconexión entre lo que uno realmente quiere y las elecciones que hace en la vida, el verdadero deseo, y cómo se nos ha impuesto una manera de ser, de comportarnos, e incluso de identificarnos. Por ejemplo, el binomio hombre-mujer, o la idea de que hay que casarse dentro de esos dos géneros. Incluso dentro del mundo LGTBIQ, se reproducen algunas dinámicas donde se espera que uno se identifique con el género asignado al nacer, que elijas cierta carrera, que alcances cierto estatus, que bailes de cierta manera, escuches una música específica o te vistas de una forma particular. Esta desconexión nos separa de nosotros mismos y de los demás. Ni hablar de la desconexión social y colectiva, de la falta de comunicación con quienes nos rodean, de la incapacidad de conectar realmente, no sólo a nivel físico o superficial, sino a través de una mirada o un contacto auténtico. Y si seguimos abriendo esa matrioshka, la desconexión se hace más grande. Se trata de una desconexión con la tierra, con no ser conscientes de que la comida no aparece mágicamente en el supermercado. Esta manera de vivir tan alejada de la tierra es la que nos está llevando al colapso.
Electrocardiograma se proyectará hoy a las 20.15 en el Gaumont, Rivadavia 1635. En la previa, a las 19.30, se realizará una performance alusiva.