Decenas de universidades de todo el país están tomadas por los estudiantes en reclamo de mayor financiamiento y como forma de protesta por el veto del gobierno de Javier Milei a la ley que garantizaba un presupuesto digno para su funcionamiento. Una recorrida por algunas de ellas permite conocer la autoorganización de los estudiantes, sus medidas de seguridad y cómo pasan la noche. Desde las partidas de ajedrez hasta las clases públicas.
La Ciudad de Buenos Aires está en sus últimos momentos de la jornada. De a poco los locales terminan de cerrar, los motores de vehículos se apagan y los veladores de las mesitas de luz se encienden. Pero en la calle Jerónimo Salguero, a metros de la avenida Rivadavia en el barrio de Boedo, no para de haber movimiento. Cientos de jóvenes traspasan la gran persiana metálica del edificio con vidrios espejados a través de una puertita. No está del todo cerrado como aparenta, adentro está cargado de alimentos, pinturas, banderas y bolsas de dormir, porque la Universidad Nacional de las Artes, así como otras decenas a lo largo de todo el país, está tomada por sus estudiantes, y hay que cuidarla por la noche.
Olla popular, transmisión de películas, guitarras, bajos, coreografías, una mesa llena de materiales para hacer pintadas. Los estudiantes de Artes Audiovisuales quisieron que la toma sea un lugar de encuentro cálido, ameno, contra las constantes amenazas de fragmentación a la educación pública. Cuatro pibes rodean un cartel desde sus bolsas de dormir: “La unidad de todas las luchas”, reza, al igual que sus rostros, con una cofradía indisoluble.
Los estudiantes de ciencias médicas de la Universidad de Buenos Aires también están listos para pasar la noche. Mientras en la vereda la cuchara de la olla popular rescata las últimas porciones de polenta, en el hall de adentro siguen las pintadas y los recorridos para colgar carteles y banderas. Las almohadas continúan entrando al recinto antes de que llegue el horario de cierre de ingreso, pasadas las 23. Un protocolo rígido, implementado por muchos centros, para cuidar y preservar la lucha.
Por suerte, consiguen proyectar el partido de Argentina y Bolivia en un fondo de cartón lo suficientemente liso para distinguir los movimientos de cada jugador. Messi marca el anteúltimo gol de la noche, pero incluso con los gritos de festejo, no parece ser suficiente para que algunos despeguen los ojos de los apuntes.
Ya es de madrugada y en la ciudad de San Martín, a pocas cuadras de la General Paz, se oye un folklore en el fondo de un predio gigantesco. Son los estudiantes de la UNSAM congregados en un momento histórico: su primera toma.
Mientras los alumnos de la licenciatura en Música Argentina tocaban y bailaban sus folklores alrededor de los edredones y las mochilas, al costado de la pista había tres partidas de ajedrez en simultáneo que disputaban los de Filosofía, con la misma concentración que los viejitos que se juntan en las plazas. Más adelante, en el jardín, en medio de un edificio cilíndrico parecido a una estación de tren, los de Cine se distribuyen por las gradas y las mesitas debajo de los árboles. Varios de Economía y otros tantos de Comunicación se hicieron cargo de la cena, desde un ollón de guiso de arroz hasta kilos ensalada de papa y zanahoria con repollo, con un despliegue de utensilios sobre la mesa: rayadores, tuppers, tenedores, pelapapas, cucharas y cuchillos. Recuerdan que tienen que avisarle a la estudiante de Biotecnología que está en la otra punta del predio, en el Auditorio Carpa, que acompaña al alumno circense de Artes Escénicas mientras posa sobre el trapecio y hace verticales para aprovechar la cámara de fotos. Un campus tan grande necesita estar cubierto desde todas sus puntas.
De vuelta en la Ciudad de Buenos Aires, cinco chicas se arriman al portón de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en el barrio de Constitución. El horario de ingreso pasó hace ya tiempo. Las agrupaciones de la facultad armaron distintas comisiones: seguridad, limpieza, clases públicas y actividades, para garantizar su funcionamiento y proteger la toma como reclamo legítimo. El sistema se mantiene riguroso porque cualquier desviación o accidente puede ser usado en contra para invalidar toda una lucha, pero las bolsas de dormir y las caras conocidas compadecieron al estudiante de turno: ―Vienen a hacer patria, lo entiendo- dice mientras les abre con el ceño fruncido.
El eco del andar de unos zapatos se escucha a lo largo del pasillo. Los grupos que decidieron quedarse ya están acomodados en el piso de sus habitaciones no tan privadas: las aulas. Los cambios de turno son a las tres de la mañana y el guardián del portón no ve la hora de poder acomodarse en su bolsa de dormir, los militantes no concilian el sueño fácilmente.Como dijo Emilce Moler, sobreviviente de La Noche de los Lápices, hace unos días en una entrevista en este mismo edificio: “Militar es no dormir la siesta”.
A las siete de la mañana empiezan las primeras clases del día. Antes de eso, la cuadra ya está cerrada al tránsito, repleta de círculos de sillas y un par de pizarrones para llevarlas a cabo, todo gracias a la organización de los estudiantes.
Cuando los caminantes pasan, no pueden evitar mirar y preguntarse por aquel espectáculo, pero sus dudas terminan cuando cruzan la bandera que ocupa toda la reja de ingreso: “Facultad tomada”.