Continúa la megacausa judicial Mansión Seré IV y RIBA II por los crímenes cometidos en los centros clandestinos de detención de Zona Oeste. En la quinta sesión declararon dos testigos y dos sobrevivientes que reconocieron los centros clandestinos de detención.
En la quinta sesión del juicio de la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II testimoniaron los sobrevivientes Alejandro Miceli y Aldo Ameigeiras, detenidos en la Comisaría N° 5 de Paso del Rey, ubicada de Moreno, que dependía del ahora acusado Ernesto Rafael Lynch, capitán de la VIII Brigada Aérea de esa localidad. “Se escuchaba gente a lo lejos, que cantaban. Era la procesión a Luján que se hace los 7 de octubre y pasa a dos cuadras de la ruta”, contó Miceli en su testimonio. Por su parte, Ameigeiras sumó otra precisión sobre el lugar de detención: “El tren, al pasar por el puente de hierro del Río Reconquista, hacía en ese tiempo un sonido particular porque iba más despacio. Eso se escuchaba desde la celda”.
Ambos amigos fueron secuestrados el 1º de octubre de 1976 cuando se encontraban cenando en la casa de la familia Ameigeiras, en barrio La Perlita. Compartían la docencia en el CENS N°49 y la actividad religiosa en la comunidad cristiana formada por el sacerdote José “Pepe” Piguillem. Para Alejandro era un “lugar de pertenencia” que había logrado en su infancia al llegar al barrio: “Entré a la parroquia porque mis padres conocían al sacerdote. Me interesaba el cine y él me invitó a los cine-debates que armaban allí. Aldo era uno de los que organizaba las películas. Es un hermano para mí”, dijo.
El momento del secuestro, que también fue vivido por la esposa y el hijo bebé de Ameigeiras, Miceli lo describió como “un instante de mucho ruido, como una explosion que rompió puertas y ventanas. Comenzó a entrar mucha gente y después ya no pude ver porque me pusieron una venda en los ojos y me encapucharon. Me esposaron y solo escuchaba ruidos, gente que se movía de un lado a otro. Viajé en el piso de un auto, pisado por los pies de quienes estuvieran sentados en los asientos. Solo recuerdo sentir que pasamos una vía”, declaró. Luego de ser torturado lo llevaron a un cuarto tan pequeño que no podía recostarse, podía tocar a la vez con ambas manos las paredes a sus costados. “Escuchaba a Aldo pedir agua, duró casi tres días así: ‘Señor, por favor, agua’. Nunca le trajeron. Tampoco comimos. Yo mordía el cinturón de cuero que tenía, no sabía cuanto iba a durar esto y uno quería alimentarse. Las necesidades también las hacía ahí, así que me mojaba la boca con lo que orinaba”, continuó Miceli
Aldo Ameigeiras dio durante su testimonio mayores detalles de las sesiones de torturas y los interrogatorios que debieron sufrir. Lo acusaban de enseñar marxismo y, en torno a su actividad religiosa, de orquestar campamentos de adoctrinamiento e incluso de armar un cancionero que “contenía canciones de la Guerra Civil española y comunistas, que incitaban a la subversión”. También le preguntaban sobre el médico Rodolfo “Rolo” Freyre y por el sacerdote Piguillem al que se referían como un “cura subversivo, tercermundista y peligroso”. “Me tiraban agua y me picanearon. Me ahogaban con algo similar a una almohada y cuando me la quitaban lograba respirar. Como no alcanzaba a contestarles, me acusaban de no querer colaborar y todo volvía a empezar”.
Ambos testigos describieron que el activismo religioso constaba de tareas pastorales de catequesis o asistencia a los vecinos del barrio. Alejandro Miceli, que en ese entonces estudiaba arquitectura, ayudaba a construir la capilla y así como él participaba en sesiones de cine, otros realizaban actividades de teatro o coro. “Se arreglaban grandes reuniones y misas muy sentidas por todos los vecinos del barrio que se acercaban”, expresó Ameigeiras.
Fueron liberados el 7 de octubre, luego de pasar un tiempo en otro lugar de detención donde pudieron ver que había más celdas y otros detenidos. Ameigeiras relató que “al baño te llevaban por un pasillo y, si se te corría la venda, veías varias celdas. Aún tengo miedo que aparezca alguien en el pasillo y me vuelvan a buscar”, confiesa. Aunque se mudó, no pudo volver a Moreno. Se sentía vigilado porque “las cosas siguen sucediendo. Viví un exilio forzado. De un minuto a otro no éramos nadie, no valía nada nuestra vida. Y luego, otra vez de la nada, teníamos que volver a ser quienes éramos y simular que no pasó nada. Me costó mucho tiempo y dolor, estaba por empezar mi doctorado cuando pasó todo, me cambió la vida. Uno tenía que construir, la familia, los hijos. No les podía transmitir solo desazón de lo vivido sino también esperanza”.
Ambos amigos se volvieron a mostrar juntos en público luego de cinco años del secuestro. Ameigeiras finalizó su testimonio muy emocionado: “No veía la hora de que llegara este momento. Para ustedes será una instancia permanente. Para uno es la forma de dar vuelta la página. Ahora doy un pequeño testimonio sobre lo que he vivido y sufrido. Por muy pequeño que sea, hubo un tiempo en que para mí no merecía la pena contarlo. Pero en los últimos años me convencí de que no tenían ningún derecho a hacer lo que hicieron”.
Desde la querella de Moreno por la Memoria se presentaron en esta sesión los abogados Sebastián Taiariol y Gastón Fraga, con quien ANCCOM pudo dialogar. Fraga rescató la importancia de los testimonios en cuyas declaraciones se puede acreditar el circuito represivo de Zona Oeste, los esquemas y los lugares físicos de represión. “Además se vinculan con los testimonios del primer día cuando Julio César Leston (excabo primero de la Regional de Inteligencia Buenos Aires, RIBA) mencionaba que estaba a cargo del factor religioso en la base de inteligencia y que conocía al padre “Pepe” por dichos del barrio. Justamente estas dos víctimas formaban parte del grupo religioso y por ello fueron secuestradas y torturadas, es decir, que también está reconociendo Leston en esa declaración que hacía tareas de inteligencia en términos territoriales, y se acredita así el circuito represivo”.
En un juicio anterior, ambos sobrevivientes participaron del reconocimiento de la Comisaría N° 5 de Paso del Rey. “Estaba muy cambiado, no era demasiado reconocible. Sin embargo, el juez hizo retirar el cielorraso y pude ver el lucernario -claraboya de vidrio-. Aldo golpeó desde la celda de al lado y fue claro que el lugar era ese”, relató el arquitecto Miceli, recordando que durante los días de cautiverio golpeaban la pared que los separaba con Aldo para comunicarse que “seguíamos vivos”.
En la sesión también declararon dos testigos cuyos familiares fueron secuestrados por la Fuerza Aérea de Moreno. Una de ellas pidió mantener en reserva su identidad. Por su parte, Mónica Inchauspe, relató que era una adolescente cuando su padre Miguel Angel Inchauspe, secretario del bloque radical de Moreno, fue detenido. Recuerda que dijeron que se debía a “un delito financiero que nunca existió. Fue una interna partidaria. El denunciante tenía buena relación con la Fuerza Aérea. Lo liberaron luego de estar un mes en la Comisaría 1º junto a otros compañeros de partido. Pidió un acta de detención y le dijeron que él nunca había estado detenido, solo demorado”, sostuvo su hija. El día que se presentaron en la casa, su padre no estaba, y una custodia se quedó con ella y su madre. “Cuando volvió lo invitaron a pasar por la comisaría de Moreno. No lo esposaron, tal es así que se fue manejando su auto y ahí perdimos todo contacto con el”. Ya en una ocasión anterior, las “tres Marías” habían buscado a su padre y este debió esconderse por dos meses. Según explica la testigo, “las tres Marías” era la forma coloquial de referirse a las tres camionetas sin identificación que recorrían constantemente las calles de Moreno y que todos sabían que pertenecían a la VIII Brigada Aérea. “En un pueblo chico uno se siente marcado, por más que te hubieran detenido sin motivo y no hayas hecho nada, la gente empieza a mirarte distinto”, dijo haciendo referencia a lo difícil que también fue el después de la liberación.
La quinta audiencia tuvo también, por parte de la defensa de los acusados, el intento fallido de “ensuciar” la escena. Durante el receso tomado al finalizar los testimonios, el hijo de Miceli, según los abogados defensores, “insultó y realizó gestos obscenos” contra ellos. En su posición, alegaron que ellos “sólo hacen una defensa técnica, propia de su trabajo” y solicitaron a la jueza María Claudia Morgese que se lleve a cabo el mismo procedimiento que se aplicó al imputado Juan Carlos Vázquez Sarmiento por su performance en la tercera audiencia. Respecto a este incidente, el abogado querellante Gastón Fraga, dialogó con ANCCOM y sostuvo: “Fui testigo. Solo se dio un entredicho, que podría haberse evitado, pero propio de un hijo que está escuchando las terribles declaraciones de su padre. Y no pasó a mayores. Por lo que la denuncia tampoco puede pasar a mayores porque no hubo ningún delito. No es comparable con un imputado que se desnuda y hace improperios durante la audiencia, y que solo busca de forma muy cínica desestimar este juicio y buscar algún tipo de beneficio personal para sí”.
La próxima audiencia está pautada para el martes 15 de octubre de manera presencial en el Tribunal Federal Oral N°5 de San Martín. El público general puede acercarse previa acreditación por mail al tribunal.