Los vecinos de las islas del Tigre organizaron un “bidonazo” para reclamar porque les cierran el acceso al agua potable. Denuncian que el municipio busca despoblar el lugar para vender terrenos como negocio inmobiliario.
El sábado alrededor de las dos de la tarde comenzaron a reunirse los habitantes de las islas del Municipio de Tigre en el continente. Así está dada la oposición entre los territorios habitados: isla-continente. Toda la jornada realizada en la estación fluvial giró en torno a visibilizar la falta de agua potable, el corte de la cuadrilla de Aysa que iba muelle por muelle cargando los bidones, la contaminación del humedal y la primacía de lo privado por sobre lo público. “Quieren que nos vayamos” denunció Victoria Aguiló, una de las integrantes de la Asamblea Isleña.
Quienes viven en las islas se reúnen en asamblea cada quince días y tratan las diferentes problemáticas que les afectan: “La falta de agua potable, los biodigestores, la falta de regulación en la velocidad de las lanchas en el río”, contó Aguiló y agregó: “Venimos con un recorte de derechos que hace que ser isleño o isleña sea cada vez más difícil”. Al ser consultada sobre el accionar del municipio, Victoria declaró que “están privatizando las islas, hay cada vez más población y el humedal no lo resiste”. Además, destacó que hay un delegado de islas que “se llama Julio y ni siquiera vive en la isla, no le conocemos la cara, no sabemos el apellido, no nos representa”.
“Están vendiendo Tigre como el nuevo Olivos, quieren explotar el territorio con fines inmobiliarios por eso nos cortan el agua potable, nos cortan el servicio de lanchas a las ocho de la noche, y si trabajás, tenés que tomar una lancha taxi que te sale 4 mil pesos por una distancia de 15 minutos” afirmó Aguiló.
Carteles y bidones con consignas como “tenemos derecho al agua segura”, “agua potable para la isla”, “¿y vos, qué agua tomás?” podían verse mientras se recorría la fluvial y en las largas filas para subir a las lanchas. Mientras esperaba, Carla, vecina de la primera sección, contó que “siempre salimos con bidones y muchas veces no nos dejan subir con más de dos, pero los turistas suben con un montón de carga”, destacó. “Hay muchas personas mayores, otras con problemas de movilidad o mamás, hay casas que están a 300 metros del muelle y nos ayudamos entre vecinos, somos solidarios”.
Por su parte, Victoria y Edgardo Moyano, vecinos del río Sarmiento que se mudaron a la isla luego de la pandemia, manifestaron que “la cantidad de agua que necesitás a diario es un montón y más si tenés chicos”. El agua potable que cargan de las bocas de la fluvial la utilizan para tomar y cocinar, mientras que para lavar los platos o bañarse usan el agua del río. Para poder utilizarla hacen un proceso de decantación del barro y tratamiento especial, y aún así en algunas zonas “hay personas que tienen erupciones por la contaminación” aseguró Estanislao Airala. “El agua baja muy pesada, no sólo por la contaminación de la ciudad o industrial sino por la pesca casera y los agrotóxicos del Paraná” explicó Airala. El vecino de arroyo Esperanza afirmó que “el mes pasado bajaron cantidad de peces muertos, las aguas no van a ser seguras hasta que no se corte la contaminación”.
Gustavo Sirio, extrabajador de las cuadrillas de Aysa contó que “trabajamos casi cuatro años en un servicio gratuito que daba la compañía, teníamos diferentes itinerarios, incluso en un momento llegamos hasta el río Paraná Miní. La gente estaba muy agradecida”. Sobre el corte del servicio declaró que “nos preguntaban qué iba a pasar, incluso estaban dispuestos a pagar alguna tarifa para que continúe, pero nosotros sólo les podíamos decir que aprovecharan a cargar, porque sabíamos que en cualquier momento se cortaba”.
Eran más de veinte trabajadores que cargaban los bidones que las personas dejaban en los muelles, había capacidad para dos o tres mil litros de agua, como también muelles con veinte o treinta bidones, dependiendo de la cantidad de familias, pero “un día nos dijeron que no había más servicio y desde entonces estamos sin trabajo” confesó Sirio.
“Olé olé, olé ola, nos contaminan el humedal, queremos agua es una necesidad”, se escuchan los cánticos mientras la policía avanzaba de costado y por atrás para contener a los manifestantes que daban vueltas en la rotonda entre la estación de trenes y la fluvial. Los autos pasaban rozando sin miramientos. Los y las isleñas ni siquiera son parte del paisaje, pasan desapercibidos ante el turismo que solo explota el lugar y “ensucian y agotan el territorio». dicen desde la asamblea.
Hicieron un bidón mutante, como un tejido a mano, fueron hilando los recipientes de plástico y los colgaron del puente que cruza el río. Junto con ellos la bandera de Fuerza Isleña y Asamblea Isleña que acompañaron el reclamo. Luego marcharon al edificio municipal con el grito de “agua potable, no seas miserable”, “¿y Aysa dónde está?” Y no faltó la mención al intendente Julio Zamora. Por supuesto, un cordón con algunos agentes de policía cuidaban las puertas del Municipio. El resto de agentes guardaban el espacio de circulación vehicular. Mientras tanto, la convivencia armónica con la naturaleza está en declive y lo privado invade lo público.