Por Julieta Mampel Ochoa
Fotografía: Daniela Hernández

Los trabajadores del exCentro de Detención Clandestino Club Atlético organizaron un abrazo al sitio de la memoria contra los despidos y el desguace de las estructuras del centro iniciado desde hace días por el gobierno negacionista de Javier Milei.

El horror tiene la mala costumbre de reptar el cuerpo, como una serpiente que asfixia a su presa y la toma por completo. Pararse en un sitio de memoria implica dejar que ese horror histórico suba desde la planta de los pies, que de a poco empiece a ocupar espacio. Primero cosquilleando entre los pelos de las piernas y los brazos, subiendo pausadamente para asentarse en el estómago, para hacerlo pesar y retorcerse. Después, toma la garganta para enredarse en ella y desde allí encuentra la forma de subir hasta los ojos, ojos que se humedecen por demás. Los oídos no son inmunes,
-Y me dijeron, que te diviertas con los gusanos.
Las palabras llegan susurradas a través de un tubo. Son parte de un poema escrito por Dardo S. Dorranzoro, y una susurradora, entre muchas otras, se encarga de hacerlas llegar a los presentes en el abrazo solidario al sitio de memoria y exCentro de Detención Clandestino Club Atlético.
El sol del mediodía se alza alto sobre la autopista pero no consigue inmiscuirse en la escena. La sombra le gana terreno. Desde lo alto, los motores y las bocinas ahogan las voces de los pocos ansiosos que llegaron a horario. Son pequeñas figuras debajo de un gigante de cemento que está haciendo todo lo posible por ocultarlos. Entre el barullo, el recorte generado por las susurradoras se vuelve solemne, la voz toma forma y se independiza, se abre y cede potestad para dejar que la tome alguien más. Alguien a quien hayan desaparecido junto con su voz.

Hay algo imponente en la estructura, en sus columnas anchas de cemento gris, en lo lúgubre del espacio que los banderines colgados no logran alegrar. Huele a tierra y humo de caño de escape, de nuevo los gusanos. Que la autopista circule sobre un ex centro clandestino no es casualidad, como tampoco lo es que haya llevado años de lucha, burocracia y reuniones de ingenieros y arquitectos encontrar la forma de quitar el talud de tierra que mantenía ocultas las celdas en las que estuvieron secuestradas 1500 personas. Hoy la continuidad de las excavaciones peligra.

-En 2023 avanzamos la excavación y vinieron sobrevivientes a reconocer las celdas. La semana pasada se llevaron el trailer que usábamos de oficina, la anterior se llevaron los baños químicos. El desarme es doloroso, no hay baños, hay despidos y hay trabajadores cansados – dice Vanina, trabajadora del Área de Arqueología y Conservación del Espacio para la Memoria y Promoción de los Derechos Humanos del ExCCDYE Club Atlético, mientras imprime el dibujo de un pañuelo con un stencil de goma. Los entrega en retazos de lienzo.

-Esto termina en el bolsillo de un delantal, colgado de un balcón, en un patio, en un aula. El otro día fui a otro sitio de memoria y había uno ahí. Se ve que alguien me lo había pedido y lo dejó allá, porque comunica y crea un lazo.

Cuesta escucharla porque al sonido de los autos se le suma el de las voces de los asistentes, que ahora son más, y la de Marcela Bublik que está empezando a entonar sus primeras notas.
La gente hace malabares para sostener en las manos un vaso de gaseosa, un chori, el celu y los papeles que van recolectando a lo largo del abrazo. Alguno que otro logra encontrar el equilibrio justo para poder fumar.
Bublik canta y la gente se le suma. Para cuando llega al coro de “Y qué más” la canción se transforma en protesta y muta, la hacen propia.
“Y qué más/ qué más quisiera /que no haya más despidos / y los compas estén de vuelta”.
Las sillas se fueron ocupando de a poco y la suave caída de la tarde hace que los abrigos se vuelvan un problema porque ahora sí pega el sol. Los más chicos corren por el lugar y gritan. Tienen los dedos manchados de tempera. Se ríen y el sonido rebota en el espacio. Se mezcla con la chacarera que comienzan a tocar artistas chilenos que también buscan personas. Al “Cholo” se lo llevó la dictadura de Pinochet, y ahora sus familiares transforman su recuerdo en canción, una a la que los presentes se suman, porque también quieren recordar. Y es un grito y los autos ya no se escuchan, y el sol que se cuela entre los puentes por fin empujó la sombra, no están enterrados, ni tapados, ni escondidos.
Para las seis de la tarde el lugar vibra y varios suertudos sonríen con sus premios de la rifa bajo el brazo. Es entonces cuando los asistentes cruzan Paseo Colón para ir al sitio de la excavación, donde se encuentra una silueta en honor a los desaparecidos y un mural con la cara de todos ellos, quienes fueron secuestrados y desaparecidos en el ex “Club Atlético”. Las celdas donde los encerraron y torturaron están a metros nada más, los ladrillos cómplices se asoman y el horror atenta con reaparecer, el pecho se tensa.

Elia Espen, Madre de la Plaza de Mayo, Línea Fundadora, recibió toda la tarde las miradas de quienes creen tener frente a sí a un prócer. Pero un prócer no es de carne, no tiene las manos arrugadas ni las venas calcadas a través de su piel traslúcida, el prócer se vuelve inalcanzable. Elia camina pausadamente entre la gente, sobre los restos del lugar donde sufrió su hijo. Se acerca hacía el mural con las fotografías acompañada por dos amigas.
-Mirá, acá está.
Le señalan la foto de Hugo, su hijo, desaparecido. En una inscripción en el lugar se lee 18/02/77. Instintivamente se lleva las manos al pañuelo que lleva en la cabeza, donde la misma fotografía está impresa. Limpia con los dedos la foto del mural, como una caricia, una de todas aquellas que les fueron arrebatadas a ambos. Se lleva la mano a la boca y se la besa, para luego posar aquel beso sobre la cara de Hugo. Luego ella se va, pero son muchos, muchísimos, los otros que se acercan a buscar a sus familiares y amigos en el lugar. El coro invitado comienza a cantar y los familiares prenden las antorchas de la silueta. Para no ser invisibles nunca más, resistir, luchar, cantar.

(…) Que te diviertas con los gusanos
pero olvidaron
de borrar las huellas
que mis pasos marcaron
entre tantas calles y caminos del mundo.
Dardo S. Dorranzoro.