Bajo el argumento que no es rentable, el gobierno de Javier Milei emprendió un feroz desfinanciamiento a la cultura. ¿Cómo se mide el aporte de una canción, una película o una obra de teatro? ¿Es sólo una cuestión económica?
Frente al desfinanciamiento permanente que el Gobierno de Javier Milei impulsa de instituciones y políticas culturales, distintos actores del sector, paradójicamente, intentan una defensa utilizando parámetros economicistas y eficientistas.
Desde ese paradigma, es un hecho el aporte de la cultura en términos cuantitativos. La Cuenta Satélite de Cultura del INDEC (CSC), mide la incidencia económica de la cultura en la Argentina para contribuir con la toma de decisiones, la formulación y evaluación de políticas públicas y privadas en el área. El informe indica, por ejemplo, que en el año 2022 la producción de bienes y servicios culturales generó un valor agregado bruto de 1,28 billones de pesos, lo que representó un 1,8% en la economía argentina. Los sectores de publicidad, libros y publicaciones y audiovisual concentraron una participación de 62,5% de ese valor agregado. El sector cultural, además, registró 341.300 puestos de trabajo formales, lo que significa un 1,6% del empleo total. La rama que más participó en el empleo cultural fue el audiovisual, representando 3 de cada 10 puestos. Le siguieron el diseño, la publicidad y los libros y publicaciones.
También existen otras herramientas de medición: las reproducciones, las ventas de entradas, los likes en redes sociales, etc. Ahora bien, ¿qué es lo que escapa a esas medidas? ¿Cómo se mide una canción que te conmueve? ¿Qué aporta la cultura en la sociedad para su armonía, identidad y calidad de vida? Hacernos estas preguntas, también nos permite preguntarnos: ¿Qué está en disputa cuando el Gobierno ataca a la cultura?
Para responder estas preguntas ANCCOM dialogó con Carlos Rottemberg, empresario teatral, también con el dramaturgo Mauricio Kartun y con la doctora en Ciencias Sociales Margarita Martinez.
Mauricio Kartun.
¿De qué hablamos?
Rottemberg se encuentra en su escritorio, en el cuarto piso del teatro Multiespacio en calle Corrientes. Detrás de él, un cuadro con la imagen de un ladrillo con una inscripción que dice “Vos con esto hacés un teatro”. Para empezar a hablar de la cultura el director piensa en su propia historia. Se traslada inmediatamente a un hecho de su infancia. Piensa en cómo él encontró su vocación, ya que no proviene de una familia del espectáculo. Recuerda una escena de cuando él tenía 8 años, en la que estaba junto a su madre viendo La novicia rebelde en el cine: “Si la cultura, en ese caso la cinematográfica, no me hubiese llevado a movilizarme de la manera que lo hizo, y hacerme llorar de la manera que me hizo llorar y decirle a mi vieja en el cine, yo quiero dedicarme a eso, yo no sé si esto hubiese pasado” cuenta y reflexiona que “la cultura es la suma de individualidades”.
Mauricio Kartun da el ejemplo de las canciones que hacen emocionar a un grupo. Sostiene que “la cultura es la identidad de los pueblos”. Explica que la identidad contiene algo que va más allá de las costumbres comunes, para él abarca la forma de los vínculos, los pensamientos, “una metafísica de los pueblos”, algo difícil de evaluar en términos visibles.
“Siendo un mecanismo de identidad, podría haber pueblos sin esa identidad, lo que inevitablemente los vuelve más frágiles. Sin un lazo que establezca la pulsión de defensa común por ejemplo”. Kartun, piensa a la cultura en relación al cuidado del otro, como un elemento humano muy importante: “La cultura une y, por lo tanto, instala por encima de ella una serie de mecanismos complementarios, como la ayuda para el desarrollo del que está junto a vos. Es un lazo de unión. Es una forma de establecer que un grupo de personas se transforman en una comunidad”.
Carlos Rottemberg.
¿Cuál es su aporte social?
Para Margarita Martinez, la cultura aporta “la capacidad de mirar al mundo con otros ojos por un rato y que ese modo de mirar no nos abandone nunca”. Sostiene que si tuviéramos que medir cuánto vale eso no podríamos. Reflexiona que “sin embargo está al alcance de cualquiera. Y digo “de cualquiera” sabiendo explícitamente que no cualquiera tiene los medios de pagar costosos productos culturales, ni de hacer el camino que lo lleva a valorar un acervo letrado. Esto último debería estar garantizado por la educación pública y universal. Hoy no lo está”.
Kartun sostiene que un pueblo unido por la cultura es un pueblo muy difícil de romper; por el contrario, un pueblo sin cultura es de una fragilidad extrema: pierde la condición de pueblo. “Se transforma en ciudadanos aislados, de pensamientos e intereses absolutamente diversos y que, por supuesto, frente a cualquier desafío que exige la fuerza popular, no la tienen, porque no tienen esa cultura común que las une”. Argentina, en ese sentido, es muy sólida y por eso es tan peligroso que se avance con la desinversión en cultura. Kartun sostiene que más allá de los lugares comunes de la cultura Argentina, como podría ser el tango, tenemos un montón de elementos “que nos unen, que nos amalgaman y que, por lo tanto, nos dan fuerza”.
Margarita Martinez.
¿Se puede medir?
Plantea Rotemberg que hay un número económico que tiene que ver con lo cultural, y se demostró en la pandemia. “Cuando en la pandemia se cierran los teatros en Times Square, en Nueva York, se muere todo el circuito, lo mismo pasó acá en calle Corrientes”. Sostiene que el 73% de las personas que van a las salas de espectáculos, después consume gastronomía, se moviliza en los taxis, compra en los kioscos de la cuadra, las librerías… Rotemberg destaca que el gran porcentaje de público que ve artes escénicas es connacional, eso es algo muy particular que tiene el público de nuestro país.
Para Margarita Martínez lo que podemos leer a través de mediciones es el éxito de determinado producto en un mercado dado, por ejemplo, a través de compras directas, validaciones en redes. Pero aclara que “todos sabemos que hay creaciones que simbolizan lo más alto de la cultura y que, en el momento de su aparición, no tuvieron éxito en el mercado. En la historia humana eso ha sucedido muchas veces y sigue sucediendo”. Observa que “hoy las antiguas figuras de la cultura letrada empiezan a actuar como operadores del mercado o bien, lisa y llanamente, como publicistas”. Da el ejemplo de las reseñas de libros, para ella no existen lecturas críticas de libros, son publicidades más o menos encubiertas.
En este sentido, Martínez se pregunta: “¿Esos juicios miden acaso el valor de lo que hablan (o de lo que venden, si hablamos claro)?”. Se responde que no, “los lectores no sólo que no miden nada, sino que en muchos casos tampoco “dicen nada” sobre aquello respecto de lo cual quieren saber algo. Y esto es trágico: la confusión entre hacer algo que vale la pena y hacer creer a otros que algo vale la pena por el éxito de su difusión afecta a cada vez mayor cantidad de desorientados de la gestión de la cultura. Y digo trágico porque vemos cómo se le ofrecen contratos editoriales a influencers que no demostraron ninguna capacidad literaria, o se arman mesas redondas para tratar temas de gran densidad animándolos con personajes de moda de diverso cariz. Y esto es lamentable porque hay gente de perfil más bajo que realmente escribe, trabaja y piensa que queda en la absoluta oscuridad”.
Para Kartun no hay parámetros matemáticos para medirla, pero hay una existencia dimensional: se puede ver una cultura común. “Por supuesto, las culturas se desarrollan alrededor del propio quehacer del pueblo”. Y agrega: “Lo contrario es cuando la cultura está en manos de la corporación, es decir, cuando la cultura está en manos del comercio, está en manos de aquel que produce cultura con un fin puramente rentable”.
Para Kartun, hay activos que escapan a la medida economicista de la cultura que también –dice- “cumple una función ecológica extraordinaria”. Explica que la cultura crea una red conceptual. Se establece un parámetro de lo que está bien, lo que se usa y la gente aprueba, un círculo dentro de lo cual está todo lo permitido. Pero continuamente –sostiene Kartun- aparecen artistas, que en lugar de trabajar dentro de ese círculo, se paran al borde y dan un paso afuera. Empiezan a hacer algo que nadie conocía, algo totalmente distinto. Esos son los artistas experimentales. “Pueden pasar dos cosas: que la gente no lo acepte porque es diferente o que efectivamente le vaya bien y la gente empiece a disfrutar de algo que no conocía, que no se parece a nada de lo que viene disfrutando y que, sin embargo, le crea un gran placer”. Para el dramaturgo, a estos artistas experimentales le debemos que se agrande el perímetro: “Que ahora que empezaste a disfrutar de escuchar a ese músico, que hace algo muy distinto a los demás, empieces a escuchar a muchos otros músicos que hagan lo mismo que él”.
En relación a las mediciones algorítmicas, Martínez sostiene que aquello que se les escapa suele ser lo que se sale de la norma, incluyendo a lo que mejor se produce. “No todo lo que sale de la norma es bueno, pero lo que sí es seguro es que lo realmente bueno sale de la norma” Reflexiona que “muy pocas veces ocurre que algo que forma parte de lo verdaderamente trascendente en el campo de la creación (y cuando digo trascendente no lo digo para el individuo que lo creó como algo narcisista sino para la sociedad toda) logre tener un éxito mensurable e inmediato”. Sostiene que un error común es confundir “elemento de la cultura” con “elemento de culto” y con “producto de moda”.
Martínez acompaña su afirmación con una anécdota personal: “Un día, cuando yo era muy jovén y leía mucho, me quejé ante un amigo más grande y gran lector de los precios de los libros que yo ambicionaba. Mi amigo me respondió que no era verdad que nunca iba a poder tener una buena biblioteca. Me dijo que las mejores bibliotecas que vea, una biblioteca incluso como la de él, se podía armar mayormente a partir de libros de saldos”. Mirando hacia atrás, sostiene que su amigo tenía razón, ya que hoy en día, ella tiene una biblioteca llena de rarezas y clásicos. “Muchos de esos libros los compré casi a precio de regalo. ¿Por qué? “Justamente por no ser novedad para el mercado pero, no obstante, son textos trascendentes para la cultura”.
El rol del Estado
En relación al fenómeno de lo experimental, Kartun afirma que “hace que la cultura sea una especie de Big Bang, produce una explosión y se va ampliando”, y explica que “la cultura vive en expansión. Y necesita de esos experimentales, que a su vez necesitan apoyo. Si no tienen lugares, si no tienen apoyos de todo tipo, el artista no puede desarrollarse. Si los gobiernos en lugar de pensar estas culturas de expansión, trabajan en el centro mismo de ese perímetro, buscando lo más cómodo, aparece el cine pasatista, la música pasatista, el teatro pasatista. Lo que queda sin experimentación, es la generación de una cultura que trabaja en el centro de ese círculo. Sin arriesgar absolutamente a nada”.
Kartun marca una diferencia: para él todo lo que une, lo que es creencia común, rito, es cultura, mientras que todo lo estándar, lo globalizado, para él es una cultura artificial, la llama “cultura de la disolución”. El dramaturgo, muestra preocupación al sostener que en este momento hay una política de disolución: “Si al cine le quitás el subsidio que hace que pueda ser una expresión popular, los únicos que podrían manejarlo son las empresas con sus intereses empresarios y no con intereses culturales”, plantea.
“¿Hubiese logrado Piazzolla componer varias de sus obras maestras sin el préstamo que recibió del Fondo Nacional de las Artes en sus principios?”, se pregunta Rotemberg. Martínez sostiene que la idea de “financiar la cultura” es un planteo equívoco, algo que corresponde a la burocracia y a la gestión. Afirma que “Cultura se hizo siempre con o sin financiamiento, con o sin prohibiciones, con o sin persecuciones. ¿Hay que destinar dinero público a ello? Sí, por supuesto. Pero la oposición entre la cultura y la no cultura no es la oposición entre los millones y los no millones destinados a tal o cual actividad sino la oposición entre tener algo que decir o nada”.