El diez por ciento mejor posicionado de la población percibe ingresos 23 veces superiores al diez por ciento más pobre. Las vidas de Mirtha, en un barrio popular, y Fernando, en un country, le pone realismo a la abstracción de los números. ¿Cómo viven? ¿Cómo criaron a sus hijos? ¿A dónde vacacionan? ¿Cómo ahorran? ¿Qué comen? Un viaje de Saavedra a Pilar que parece de un mundo a otro.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), la brecha entre los que menos ganan y los que mayor ingreso perciben mensualmente en Argentina se incrementó considerablemente. El coeficiente Gini, utilizado globalmente para medir la desigualdad en la distribución de ingresos, muestra que la brecha entre ricos y pobres pasó de 0,446 a 0,467 puntos entre el primer trimestre de 2023 y el de 2024. Hay que recordar que cuanto más cerca del 0 está el Gini, una sociedad está más cerca de la igualdad. Los hogares más ricos perciben 23 veces más ingresos que los más pobres. Es el peor índice de los últimos ocho años en los que se dio el ajuste del macrismo, la pandemia y el severo recorte de Javier Milei.
¿Cómo se materializa esa desigualdad en concreto? Para responder está pregunta, ANCCOM visitó dos familias, una que vive un barrio popular de la Ciudad de Buenos Aires y otra en un country bonaerense. ¿Qué consumos tienen? ¿Qué hacen en sus tiempos libres? ¿Cómo son sus viviendas? En definitiva, cómo es su calidad de vida.
Concretar la entrevista con la familia de clase popular resultó considerablemente más fácil que la de clase alta. Para esta última, quizá operaba la vergüenza o cierta culpa. Muchos de los comentarios al buscar entrevistados de este sector social fueron del estilo de: “Conozco a alguien de clase alta pero le da vergüenza hablar de sus consumos”. También fue una dificultad encontrar los tiempos, ya que entre el trabajo y la multiplicidad de ocupaciones en los momentos de ocio, decían no contar con tiempo disponible para una entrevista. A diferencia de esto, Mirtha del barrio Mitre, ubicado unas cuadras después de atravesar el parque Saavedra, se mostró abierta a recibirnos en el centro comunitario en el que trabaja de lunes a lunes: “A mí me podes encontrar acá cualquier día a la mañana, vení cuando quieras”, ofreció.
A lo largo de esta nota se utilizarán seudónimos para preservar la identidad de los entrevistados. La elección de familias fue hecha al azar: lejos de ser una caracterización de pretensión universal muestra experiencias puntuales de nuestro país.
Mirtha
Al llegar al encuentro con Mirtha, ella estaba en la cocina del centro comunitario compartiendo mates con sus colegas. Pone en pausa ese intercambio inmediatamente al escuchar la puerta principal abrirse. Se dirige con soltura invitando hacia un cuartito con escritorio y sillas para más intimidad. Antes de empezar a hablar de ella, habla de la comunidad. Durante toda la charla el relato oscila entre su historia personal y la del barrio, como si fueran una misma cosa. Vive hace casi 25 años en él, la misma cantidad de tiempo que lleva trabajando en el centro comunitario que funciona desde 2001.
En el centro organizan talleres para que las mujeres vayan a cocinar: “Se hizo esto para que ellos se puedan llevar la comida y comer en su casa, como se debe”. Mirtha calcula que “la familia que menos comida lleva es para cuatro personas, pero hay de ocho, de cinco, de diez criaturas a las que le llevan”. El centro también brinda apoyo escolar y cuenta con un espacio de ludoteca.
Si bien reciben algo de dinero del Estado, no es suficiente. Una factura sobre la mesa ilustra lo que Mirtha cuenta: “Dos kilos cuarenta de carne. Son para quince personas. No es nada”. El centro comunitario se sostiene más que nada con los esfuerzos de las mujeres que trabajan voluntariamente. Además de poner el cuerpo todos los días, realizan ventas de prepizzas, miel, tortas, entre otras cosas para poder recaudar los fondos necesarios para que todo funcione: “Hubo un momento que uno pensó en cerrar los talleres, entre la luz, el gas y todo eso. Pero no, acá estamos”, sostiene un poco triste pero con convicción.

El centro comunitario organiza talleres de cocina para que las familias se puedan llevar la comida.
Fernando
Fernando es abogado. Explica que la excepción de dialogar con ANCCOM un miércoles al mediodía es gracias a la feria en el Poder Judicial. Durante la primera entrevista se encuentra en su departamento en Capital Federal. De fondo se ve una pintura abstracta de importante tamaño que no llega a apreciarse en su totalidad. Su esposa circula alrededor y luego se suma a la charla para aportar alguna otra información.
Así como Mirtha, Fernando también empieza hablando del barrio. Sostiene que “el country es un modo de vida” y agrega “es como un pequeño pueblo. Tiene hasta una proveeduría, donde venden carne, verduras”. Entre las comodidades del country menciona las 200 hectáreas totales, que están cercadas y monitoreadas. Para ingresar son muy rigurosos, tienen un sistema de reconocimiento facial para los vecinos y una puerta distinta para visitantes y trabajadores.“Hay una diferencia entre barrio privado y country”, explica. Los barrios privados son cerrados, con seguridad -detalla-, mientras que el country, que en castellano es club de campo, tienen además muchos lugares comunes para socializar.
Donde viven ellos hay un polideportivo, sauna, restaurantes, bares, de los cuales algunos son temáticos, canchas de tenis, de pádel y de golf, la cual ocupa 50 hectáreas. También tienen una iglesia donde hay misas todos los sábados. Hay comisiones de cultura, de arte, etc. También se dictan talleres de pintura y hay grupos de coro.
Destaca que “no todos los country tienen esta vida. Nosotros tenemos fama de ser muy sociables y muy buenos recibiendo. Es una característica nuestra”. Cuenta que cuando comprás el terreno, muchas veces desde la misma inmobiliaria te hacen una reunión con el capitán del equipo del deporte que te gusta. También se arman muchos viajes, algunos de cabotaje con los equipos y también cuenta Fernando que ha hecho aproximadamente diez viajes con grupos del country al exterior: México y Punta Cana, entre otros lugares.

Las 200 hectáreas del country están cercadas y monitoreadas. El ingreso es por reconocimiento facial.
Crianzas
Mirtha tiene 62 años, Fernando 69. Al describirse Mirtha dice: “Soy buena cocinera, buena madre y buena abuela”. Tuvo nueve hijos y perdió uno. Ahora tiene 28 nietos y 12 bisnietos. Sus hijos tienen entre 24 y 45 años. Cinco de sus hijos viven en la casa con ella. Fernando tiene 3 hijos de 30, 32 y 34 años. Dos de ellos viven en Australia, y el tercero sigue en el país; es socio de Fernando.
Mirtha cuenta que la crianza de sus hijos fue dura. Se separó dos veces y en ambas oportunidades se quedó con los niños. Del primer matrimonio tiene cinco hijos y del otro tres: “Me tocaron malos matrimonios -explica-. Yo no estaba enamorada, a mí me presionaron. Tengo un nieto de 30 años. Te imaginás que yo muy jovencita tuve hijos”. Con su primer marido vivió 17 años “hasta que me liberé. Porque era el miedo de que si yo me voy, me sacan los chicos. Pero una vez me planté bien; dije esto termina acá”.
“Se dice que en los countrys todas las parejas son infieles: eso no es verdad”, aclara Fernando -sin que nadie le pregunte- con la expresión de quien explica una obviedad. Él conoció a su esposa en sus treintas, por un amigo en común que los presentó. Ambos venían de parejas largas antes de conocerse y de proyectos de vida distintos, cada uno con sus respectivos trabajos. Decidieron ensamblar sus vidas. Planearon a sus hijos, algo que explica que hayan nacido con regularidad de dos años.
Tomaron la decisión de irse a vivir al country, lo que implicó un acuerdo para que la esposa renuncie a su trabajo y dedique su tiempo a la crianza de los hijos. Mirtha, por su parte, cuenta que ella es quien trabajaba y su marido no, un acuerdo nunca consensuado. Teniendo hijos pequeños, Mirtha salía a vender cosas: “Una vez, empecé a vender Grundig, una marca de televisores. Por ahí caminabas todo el día durante una semana y no vendías nada, y venías con unas desilusiones…”. Actualmente, Mirtha es pensionada por invalidez, lo que le permite dedicarse 100% al trabajo no remunerado que realiza en el comedor.
“En un momento se discutía si los chicos que viven en los countrys están en una burbuja. Pero no, la mayoría son clase media y un poco más”, aclara Fernando. Se fueron al country en el 96, movilizados por el deseo de criarlos en un espacio seguro y deportivo: “Buscábamos algo para que los chicos se criaran con más libertad”. Desde 2012, con sus hijos ya grandes, la pareja pasa los días laborables en la Capital y los fines de semana en Pilar. Fernando cuenta que aproximadamente la mitad de las personas de country sostienen esta misma dinámica híbrida.
Otro aspecto que motivaba a Fernando a vivir en el country fue la cancha de golf: tanto él como su esposa practican ese deporte. Ese disfrute por lo deportivo lo transmitieron a sus hijos quienes se criaron practicando una diversidad de disciplinas. Cuentan que incluso hoy los dos que viven en Australia practican surf a diario.
En el caso de Mirtha, sus hijos viendo la labor de su madre incorporaron un sentido de solidaridad profundo: “Nosotros le íbamos a dar de comer a los cartoneros desde el año 2001. Estuvimos como 12 años llevando comida todos los días. Mis hijos, que eran chicos en ese tiempo, ya es como que se acostumbraron”. Cuenta que son ellos quienes le sugieren: “Ma, ¿qué te parece si le damos esto, le damos lo otro?”.
Fernando también menciona la solidaridad, al hablar de las actividades que realizan los grupos de la iglesia dentro del country. Se reciben donaciones, y se llevan a “El hogar del milagro”, donde viven desde bebés a niños huérfanos. También organizan “roperitos” donde se junta ropa y se le vende, a precios muy accesibles, a gente que va a trabajar al country.

Mirtha dice: “Soy buena cocinera, buena madre y buena abuela”. Tuvo nueve hijos y perdió uno.
Educación
Fernando estudió en la Universidad de La Plata. Para poder hacerlo, se mudó a esa ciudad al terminar la escuela ya que él proviene de una ciudad del interior de la Provincia Buenos Aires. Recibió durante sus años de carrera el apoyo económico de sus padres, sumado a algún trabajo que fue encontrando en el medio. A Mirtha, le hubiese gustado estudiar en la universidad, pero no terminó el secundario. Llegó hasta séptimo grado: “Mi historia es larga y el pasado triste, así que no pude”, confiesa.
Los hijos de Mirtha fueron a la Escuela 25 que queda en el barrio, ubicada a una cuadra de su casa. Es jornada completa. En el caso de Fernando, enviaron a sus hijos a una escuela bilingüe que queda fuera del country, el “San Mathius”. Fernando destaca que tiene unas 17 hectáreas. Mirtha confiesa “la escuela no se si es buena o mala, pero está cerca. Con los niños chiquitos, es un alivio que esté la escuela cerca”. En el caso de Fernando, el hecho de que en la escuela hubiera muchos alumnos de familias countristas, facilitaba el traslado. Se organizaban para hacer “pool”: se turnaban entre los vecinos para llevar a los chicos. Sostuvieron ese sistema hasta que el primero de sus hijos tuvo edad de sacar la licencia de conducir. Cuenta Fernando que el transporte es un factor a tener en cuenta en la vida de country. Es necesario al menos un auto para papá, otro para mamá y otro para los hijos. Hoy en día, la mayoría de los nietos de Mirtha asiste a la misma escuela que sus padres: “Las madres se ocupan de llevarlos a la mañana a la escuela y después la tía los busca a la tarde”.
Al terminar la jornada escolar, los hijos de Mirtha asistían al centro comunitario, donde aprovechaban el espacio de la juegoteca y apoyo escolar. Volvían a la casa a las 19 para cenar y terminar el día. Sus nietos, también aprovechan de esos espacios. “Los traemos a la ludoteca, están todos los días ocupados”, cuenta Mirtha y explica que tenerlos ahí sirve para que no estén tanto tiempo con las pantallas.
Fernando recuerda con orgullo la crianza de sus hijos: “Mi mujer, a las 8 los sacaba de la cama con una raqueta, el palo de golf, las cosas de equitación, los patines”. El country ofrece actividades para los chicos que se realizan los fines de semana: por las mañanas practican los deportes individuales y por la tarde deportes grupales. Luego compiten en intercountries. También aprovecharon otros espacios educativos que ofrece el country para las distintas edades: “Por ejemplo, a los adolescentes los llevan a bailar y los vigilan”.
Fernando reflexiona sobre la educación que recibieron sus hijos: “Los resultados a 30 años, son que a toda la gente le ha ido muy bien en la vida. Han socializado muy bien”. En el caso de Mirtha valora: “Ellos estuvieron muy contenidos acá. Porque tres de ellos quedaron sin papá siendo chicos. Acá en el barrio los sostuvieron bastante bien, no se me fueron para cualquier lado”.

Fernando recuerda con orgullo la crianza de sus hijos: “Mi mujer, a las 8 los sacaba de la cama con una raqueta, el palo de golf, las cosas de equitación, los patines”.
Vivienda
La casa de Mirtha la fueron adaptando y construyendo sobre la marcha. La casa de Fernando es una construcción antigua que ha sido remodelada respetando el estilo. En lo de Mirtha, viven además de ella cinco de sus hijos, aunque siempre hay más gente en la casa. En lo de Fernando quedan solo él y su esposa. En resumen, tienen dos propiedades para dos personas: la casa de Pilar y el departamento en Capital. En lo de Mirtha, en la parte de abajo viven cuatro hijos, y en la parte de arriba, vive una hija con su esposo e hijos. Las habitaciones superiores corresponden a una construcción que se agregó, así como también la parte del fondo de la casa donde vive ella actualmente. “Decidí irme a esa parte porque no quiero escuchar el griterío de los niños” sostiene con hartazgo. Su casa cuenta con cinco habitaciones y un comedor. Fernando también piensa hacer una remodelación en su casa: tienen una habitación que es un playroom que ya no usan tanto, ya que era un espacio para los chicos. Actualmente, tienen la intención de transformarlo para que la esposa pueda jugar allí al burako con sus amigas. La casa de Fernando también es de dos pisos, pero esto fue planteado desde el plano original. Tiene espacios amplios y luminosos, una habitación para cada miembro de la familia, cada uno con su baño propio y aire acondicionado, dos livings, cocina, una galería semicubierta con piscina. Afuera tienen un jardín con pileta el cual no tiene separación con el afuera que da directamente con la cancha de golf. Cuentan con teléfono de línea, un sistema telefónico que conecta a todos los internos del club.
Sociales
Mirtha cuenta que acostumbró a su familia a sentarse en la mesa y cenar juntos, ritual que se sostiene desde que sus hijos son pequeños y continúa vigente en la actualidad. El horario de reunión es a las 21. En el caso de Fernando, los encuentros suelen ser más espontáneos. La cercanía con sus amigos les permite organizar asados de forma más casual y volverse a pie o en sus carritos de golf a su casa. En general se junta con sus amigos y cuenta: “Mi mujer suele reunirse a jugar al burako con las amigas, y por ahí se toman algún aperitivo”. Sostiene que “el country es el mejor lugar para estar juntos, pero dispersos”. Cada uno puede hacer sus cosas y reunirse por las tardes. Destaca que en general, en el country son todos bastante tempraneros.
Mirtha, primero cocina en el centro comunitario, después vuelve a su casa y sigue cocinando para su familia. Si bien actualmente solo cinco de sus hijos viven en la casa, en las cenas suelen reunirse alrededor de doce personas, entre hijos, algún nieto, yerno, etc. Destaca las charlas que se desatan en la mesa: “A veces los tengo que callar. Se hablan como que no se vieron en todo el día, ¡y se ven todo el tiempo!”.
Las comidas que hace Mirtha tienen como requisito ser abundantes: “No puedo andar con cosas chiquitas”. Menciona que los menús más habituales son guiso y puchero. En el caso de Fernando, los almuerzos suelen ser una comida liviana, más que nada para estar ligeros para los deportes que practica. Un menú frecuente para el mediodía es bife con ensalada. La comida fuerte es por la noche, suelen preparar algo a la parrilla, más que nada si tienen invitados. En el invierno, a veces prenden el hogar y hacen alguna comida ahí. A la esposa de Fernando le gusta mucho la cocina, así que suele innovar con alguna receta gourmet.

Los niños de la familia de Mirtha van al centro comunitario al terminar la jornada escolar para aprovechar la juegoteca y el apoyo escolar.
Pantallas
Mirtha es quien elige qué mirar en la tele que tienen en el comedor de su casa:“Cuando nos sentamos la que pone la tele soy yo, no me cambian el televisor. Todavía me respetan”. Más que nada miran noticieros, aunque reconoce que “ahora todas las noticias te angustian. No puedo hacer nada”. También se reúnen en la tele del comedor a mirar partidos de fútbol, aunque en ese momento Mirtha prefiere irse a su cuarto. Después de la cena, cada uno elige qué mirar: “Una de mis hijas pone ese Supervivencia el desnudo, el otro que mira fútbol, mi otra hija me tenía cansada con el Gran Hermano que lo odio”. Por un tiempo supieron tener Netflix pero se dieron de baja cuando aumentó. Actualmente solo miran la tele de cable.
Al preguntarle a Fernando sobre qué mira en la tele, cuenta: “Tenemos Netflix y todas esas cosas, pero es más que nada mi esposa la que se encarga de eso. Yo no tengo redes sociales ni nada”. Sostiene que disfrutan de ver alguna película juntos, aunque no profundiza al respecto.
Tanto en la casa de Mirtha como en la de Fernando, todas las habitaciones tienen un televisor y todos sus hijos tienen celular. En lo de Fernando, disponen de un playroom, donde en su momento había varias computadoras de escritorio. Hoy en día, cada uno de sus hijos tiene su notebook, así que decidieron regalar esas computadoras. Esa habitación contaba con una Playstation 4, otro dispositivo que ya no usan. Uno de los nietos de Mirtha, también tiene la Playstation 4, un regalo de la madre. Mirtha reflexiona: “Hoy no se la podría comprar”, y agrega “no se como le regale una computadora a unos nietos que no viven conmigo”.
Compras
En la familia de Mirtha una vez por mes van al mayorista a hacer una compra grande. Actualmente son sus hijos quienes se encargan de hacerlo. “Gracias a Dios, crié tan bien a mis hijos, que a mí no me hace falta vivir de la pensión. Viene la luz y se la dividen entre ellos, viene el gas y lo dividen, todo así. Y la compra del mes para comer también la hacen ellos”, sostiene Mirtha.
Fernando cuenta que como son solo dos personas no necesitan tanta comida. En Capital y en la casa de Pilar tienen alacenas bien provistas de alimentos no perecederos. Intentan estar bien abastecidos en ambas. La verdura la compran en Pilar, al igual que la carne, y destacan que es de muy buena calidad. En Capital, compran productos de almacén en un Carrefour que les queda a veinte metros del departamento. Cuando necesitan, su esposa va y hace una compra grande para abastecer las dos casas: elementos de higiene, de limpieza, alimentos no perecederos, etc. Al elegir los productos -subrayan-, priorizan que sean de buena calidad por sobre el precio, aunque también le prestan atención a las promociones.

La calidad antes que el precio es la clave para la elección de los consumos en la familia de Fernando.
Rutinas
Fernando tiene su estudio de abogados. Allí trabaja con su hijo y además administra una obra social. Actualmente hace mucho home office y sus tiempos los regula según las necesidades. Generalmente empieza a trabajar a las 10. Los lunes y miércoles se dedica más que nada al estudio de abogados, intercalando entre lo virtual y lo presencial. Los martes y jueves, son los días en que él va presencialmente a la obra social; trabaja allí como mínimo ocho horas. El jueves, al terminar la jornada se va para el country y el domingo por la noche o lunes a la mañana vuelve. En el medio de su semana, suele tener algún almuerzo de trabajo. Cada 15 días, viaja a otra provincia ya que está iniciando una nueva empresa allí.
En un día laboral, Mirtha se levanta a las 7. Despierta a los nietos para que vayan a la escuela. Llega al centro comunitario alrededor de las 8. Desde esa hora empieza a atender a los proveedores, pone el agua a calentar para la gente que viene a trabajar “y ahora me agarró la mala costumbre de cocinarles, les cocino a todos”, cuenta. Se queda en el centro comunitario hasta las 13.
Mirtha señala que durante los fines de semana suelen dispersarse, ya que la mayoría tiene familia en otros lados: General Rodríguez, Moreno, entre otras localidades. Para ella, es un momento de paz: “El tema soy yo. Porque yo no quiero que cocinen, no quiero que toquen esto, no quiero que toquen aquello. Lo reconozco, soy maniática”, señala entre risas.
Fernando explica que hay diferencias según las épocas. Por las mañanas, tanto él como su esposa suelen ir a jugar al golf. Aunque si el clima es muy frío o llueve, prefieren quedarse en casa con pantuflas y hacer alguna comida. A las noches invitan a algún matrimonio amigo a cenar. Otro de los planes que menciona son las caminatas, los paseos en bici y la jardinería.
Mirtha dice que, en general, no son tanto de tener amistades, son más mantenerse en familia. En este aspecto, Fernando cuenta que lo que mayormente ocurre, es que se generan amistades y noviazgos dentro del country. También, se vinculan profesionalmente con gente del country “Tenés tu odontólogo, tu médico de confianza”, cuenta. En el country cada uno sabe dónde vivís, basta con decir tu apellido o decir que estás al lado o en frente de tal apellido. También se usan como categorías el grupo al que pertenecés: si sos del grupo de la iglesia, del golf, de tenis, etc. “Tampoco te podés mandar ninguna cagada dentro del country, porque te defenestran, te castigan”. Tienen una revista que sale cada semana, donde se anuncian desde los resultados de los torneos y los cumpleaños hasta los deudores, eso aparece cuando debés al menos dos meses de expensas. También hay reglas de etiqueta: qué atuendos se pueden usar para cada deporte. A su vez, para entrar a un country, tienen una admisión. Te entrevistan, para ver si reunís las características necesarias.
“En el golf no se puede usar jean”, cuenta Fernando. También requiere un calzado especial. “Es muy importante la vestimenta, o al menos le damos importancia”, afirma. “En verano se puede usar bermuda, en vez de pantalón largo. Es la mayor concesión que hacemos”, sentencia entre risas.
La ropa que utiliza Mirtha, es la misma todo el día, no hay diferencia entre lo que usa en su casa o en el centro comunitario. Un jean, unas zapatillas deportivas y un buzo. Lo único que cambia entre esos espacios, es el delantal que se pone. En los talleres de cocina, usan delantales y sombreros que fueron elaborados en el taller de costura que se dicta en el mismo centro comunitario. En su casa, Mirtha tiene su propio delantal.
Cuenta Fernando, que él no es tan de usar zapatillas. Si bien tiene tres o cuatro pares, él prefiere el zapato, el mocasín o el zapato náutico, aunque aclara que es una elección personal. Dentro de sus zapatillas, tiene un par para caminar, otras para el gimnasio, unas zapatillas y unos zapatos de golf, y los usa dependiendo el clima y la estación del año. Para estar al interior de sus casas, prefiere usar alpargatas.

Vacaciones
Fernando cuenta que cada año religiosamente se van de vacaciones: “Desde que nuestros hijos se han independizado hacemos un viaje importante anual al exterior”. Al tener a sus hijos viviendo afuera, organizan encuentros en otras partes del mundo. “Por ejemplo, una vez nos encontramos en Johannesburgo e hicimos varios países: Sudáfrica, Kenia, Tanzania” recuerda. “Otra vez -agrega- nos encontramos en Bangkok. También hicimos Vietnam, hicimos todo Tailandia”. Este año, su destino es Australia, van a visitar a sus hijos: “De ahí nos vamos a Phuket, una isla en el sur del sudeste asiático en Tailandia en la que ya estuvimos una vez, un paraíso”. Cuando sus hijos eran más chicos, se iban más que nada a la costa, Pinamar era el lugar que más frecuentaban durante los eneros. Ahora, hacen un viaje grande por año, así como también hacen dos escapadas como mínimo a Uruguay para visitar amigos en Punta del Este. También hacen algún viaje a Brasil cada vez que pueden. Después de hacer un recuento por todos esos destinos, suspira y afirma con una sonrisa: “Tratamos de vivir un poquito”.
Para Mirtha, las vacaciones son en su casa, aunque no deja de darse una vuelta por el centro comunitario de vez en cuando. Nunca se fue de viaje y tampoco tiene pensado algún destino al que le gustaría ir. Para ella, las vacaciones son una oportunidad para relajarse en su domicilio, aprovechando que sus nietos están también de vacaciones y sus hijos se organizan para cuidarlos.
Ahorros
Fernando cuenta que tienen la capacidad de ahorrar en dólares: “Lo hacemos con dos fines: pasear todo lo que se pueda y tener un ahorro para la tercera edad. -explica-. Para cuando ya no podamos trabajar, tener un ahorro que nos permita vivir, que no bajemos mucho nuestro nivel de vida que tenemos ahora”. Fernando reflexiona: “Todo esto fue producto de mucho esfuerzo y trabajo. Yo he trabajado 12, 14 horas por día. Entonces llegamos a una edad madura que valió la pena el esfuerzo…”
Al preguntarle a Mirtha, lanza una risa: “¿Ahorrar? ¡Imposible!”, aunque enseguida se pone seria y aclara: “No puedo decir que vivimos mal, porque no falta nada, pero llegamos justo”. En la casa de Mirtha, cuentan con cuatro sueldos de los hijos que viven en el piso de abajo (porque la hija que vive arriba tiene sus gastos aparte), pero aun así no tienen la posibilidad de ahorrar.
Mientras se desarrollaba esta nota, la Universidad Católica Argentina (UCA) publicó su habitual estudio sobre la pobreza argentina. En el primer trimestre de este año ascendió al 55 por ciento. El diez por ciento mejor posicionado en el país, percibe ingresos 23 veces más grandes que los de menores ingresos. La abstracción de esos números cobra realismo en los rostros de Mirtha y Fernando. Viven a escasas cuadras uno del otro, pero parecen estar a un mundo de distancia.