Por Martín Covini
Fotografía: Imágenes del Libro Cines Porteños de Laura Gómez Gauna y Pablo Tesoriere

La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declaró “de interés general y comunicacional” al libro “Cines porteños”, una obra que releva viejas salas en las que hoy funcionan templos, supermercados o bancos, entre otras cosas. Los vecinos que luchan por la vuelta de las pantallas al barrio.

El salón Raul Alfonsín, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, albergó este martes 13 un reconocimiento al libro Cines porteños, declarado “de interés cultural y comunicacional”, gracias al impulso del diputado de Unión por la Patria Franco Vitali. Cines Porteños”. El volumen  forma parte de un proyecto encabezado por Laura Gómez Gauna y Pablo Tesoriere, que contempla un segundo tomo y hasta un próximo documental.

El libro describe un pasado en que los cines argentinos se ubicaban de cara a las calles en los corazones de grandes y pequeños centros urbanos, salas que han ido desapareciendo dando lugar a cadenas internacionales que en formato multisala distribuyen las pantallas en una cantidad mucho menor de inmuebles y en lugares geográficos más concentrados.

En el camino quedó un tendal de exoesqueletos que a pesar de su fachada ya no proyectan películas: ahora son templos, estacionamientos, bazares, bancos, entre otros variados rubros que han reemplazado la actividad cinemática por otras supuestamente más rentables. De las casi tres mil salas que tuvo el país hoy solamente quedan 300. El espíritu de Cines Porteños se ve bien reflejado en las palabras de Ana Broitman, licenciada en Ciencias de la Comunicación, quien en su intervención en la presentación expresó: “El cine es una experiencia, un intercambio, una vinculación con algo de nuestra historia, los espacios donde vemos las películas son tanto o más importantes que las propias películas”.

Los cines de hoy necesitan estar contenidos en lugares grandes, con muchas vías de acceso, visibilidad y movimiento, por eso encuentran en el shopping su zona de confort. Otros están en las avenidas de mayor tránsito (aunque cada vez hay menos), otros alejados de los centros urbanos, están estratégicamente ubicados para recibir público de todas partes al hallarse a la vera de grandes autopistas.

Ante esta nueva lógica de esparcimiento y consumo en relación al cine, los viejos cines de barrio fueron cayendo en desgracia, convocando a cada vez menos gente. La atracción de los centros comerciales arrasaba y el cine viejo quedó estéticamente vetusto. Con esta nueva forma de consumo establecida, las pantallas de los lugares céntricos también empezaron a sufrir coletazos. Ya no se pensaba en la pizza después de la función, si no en el patio de comidas o en el “pasar el día” en el shopping. El cine de esta forma paso a coronar la experiencia del paseo a cielo cerrado

“Hay un esquema de negocios que cambia, lo que se vende ya no es solo la película si no toda la experiencia en torno a ella, la comida, la bebida, el pochoclo, cosas que hoy se estiman que son más de la mitad de la recaudación de estas cadenas de cine”, comenta Federico Bonazzi, trabajador del SINCA, ente que releva los consumos culturales del país.

Cines porteños hace un racconto focalizado en la Ciudad de Buenos Aires, develando lo que queda de aquel prolífico mercado exhibidor que brilló décadas atrás. Uno de los barrios esplendorosos en pantallas fue La Paternal, que supo tener siete cines en apenas quince cuadras. Hoy todos albergan otras actividades, excepto uno, el más grande y emblemático de todos, el Taricco, único que en estado de abandono espera ser rescatado.

Los vecinos de este cine han iniciado una lucha que lleva tres décadas sin concretar el ansiado resultado. “Lamentablemente al no ver resultados las fuerzas se van cansando y se abandonan las luchas”, admite con pesar Norberto Zanzi, vecino que encabeza la pelea por la recuperación del Taricco. “Hoy solo nosotros estamos luchando por recuperar un cine en la ciudad. Había muchos grupos pero creo que quedaron todos inactivos”, declaró a ANCCOM en relación a las diferentes agrupaciones vecinales que con el paso del tiempo fueron cesando sus actividades.

“Luis Taricco proyectaba películas en su cafetería, posteriormente compró los terrenos linderos y armó un cine teatro, el cual estuvo abierto desde 1920 hasta 1970 cuando cerró por la muerte de su dueño”, comenta Norberto Zanzi, recordando los 50 años durante los cuales el cine y teatro funcionó activamente.

En esa época, el esplendor cinematográfico tenía su cenit en la célebre calle Lavalle, que llegó a contar con quince salas en apenas cuatro cuadras, rodeadas de pizzerías y bares que se llenaban noche tras noche en la célebre peatonal que se volvía intransitable por el caudal de personas que la visitaba.

Los carteles luminosos y pintorescos eran el apogeo de ese cine opulento caracterizado por salas únicas y de enormes dimensiones, un auténtico paraíso cinematográfico que en pequeña o mediana escala se veía replicado en los diferentes rincones del país.

Los barrios grandes de Buenos Aires tenían más de cinco salas cada uno: Villa Urquiza, por ejemplo, supo albergar siete cines diferentes mientras que en la actualidad quedó huérfana de salas comerciales. En el conurbano pasaba lo mismo. Casi todos los barrios tenían un cine, en general más pequeño y modesto que los capitalinos. Sin embargo, emulaban algo de aquella mística en pequeña escala. En el interior del país no era diferente, las ciudades más pequeñas y hasta los pueblos tenían su sala de cine. Las grandes ciudades contaban con varios: Rosario llegó a tener alrededor de 60 salas en simultáneo, hoy apenas hay 21 en toda la provincia de Santa Fe, un tercio de lo que hace medio siglo había solo en su ciudad más poblada.

La verdulería paradiso

La merma en la cantidad de salas es innegable y se palpa al caminar por las calles de la ciudad. Los antiguos cines se camuflan entre la indiferencia y el olvido de la vorágine cotidiana. A algunos todavía se puede seguir entrando, aunque ya no para ver películas. Eso pasa en la avenida Belgrano al 1800, donde funciona un mayorista de verdulería, un local profundo y amplio donde decenas de personas ingresan y egresan, tiene un tráfico casi tan agitado como el de la propia avenida. La gente no se detiene en la fachada. Sin embargo, una simple pregunta a una pareja de ancianos con bolsas cargadas de frutas destraba el recuerdo:

-Disculpe, ¿en este lugar había un cine?

-Sí, pero hace como 40 años, pasó mucho tiempo desde que cerró… éramos jóvenes.

 

Para otros vecinos el recuerdo es más difuso: “Es verdad, acá a la vuelta donde está la verdulería, fíjate ahí, ahí había un cine cuando yo era chica, la verdad es que no me acordaba, pero si, ahí funcionó un cine muchos años”, dice contenta una comerciante de la zona antes de regresar a la florería que tiene en la esquina de Entre Ríos y Belgrano

Otros directamente no recuerdan el pasado cinematográfico de la actual verdulería: “No me acuerdo, esto antes de ser verdulería fue un garaje, al lado había una casa de cambio. Pero del cine no me acordaba, no soy tan viejo”, comenta jocosamente un vecino de Balvanera que también se abasteció de verduras en el recinto que antiguamente albergó al Cine Teatro Cervantes.

La caída de un modelo

El auge de las salas de cine nacionales se estiró hasta fines de los años 60, seguido de un pronunciado declive que comenzó en los años 70, principalmente por las políticas implementadas por la última dictadura cívico militar. En esos años bajó considerablemente la producción de películas argentinas y el problema se extendió durante las siguientes décadas con la introducción de nuevas formas de consumo cinematográfico: el vhs, el boom de los videoclubs y la posterior llegada del cable, que acentuaron la merma en la asistencia a los cines durante la década de los 80. En la actualidad, y según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, el 36% de la población asiste al cine anualmente. Número que si bien no es malo, expresa un descenso en términos proporcionales si se lo compara con otros tiempos. “Argentina al contar con alta población urbana cuenta con tipos de consumo como el cine. Hay una cultura cinéfila en el país bastante extendida que se remonta desde la década del 30”, afirma Federico Bonazzi, Coordinador del Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), ente que releva los consumos culturales del país.

Sin embargo, el principal declive para el cine nacional no se dio en términos de asistencia si no en relación a la cantidad de recintos existentes para la exhibición. La introducción de capitales internacionales durante el gobierno de Carlos Menem permitió el emplazamiento de atractivos espacios multisala y cadenas todopoderosas. De esta forma, los cines más convocantes abandonaron la calle para afincarse en los shoppings, sembrando una nueva estructura de difusión y consumo. La experiencia de ir al cine cambió y aquellos cines viejos, los de los barrios, mutaron. Muchos lugares que gozaban de un buen equilibrio entre su pequeña población y su único cine se vieron en jaque ante la imposibilidad o inviabilidad de contener dentro suyo a recintos que contuviera a las salas múltiples, con muchas vías de acceso, visibilidad y movimiento. “Estas salas aparecen vinculadas a un nuevo espacio de ocio y consumo como es el shopping. Pasamos a una sociedad de consumo con otras prácticas espaciales”, explica Bonazzi en diálogo con ANCCOM acerca de las espacialidades imperantes en el consumo del cine actual.

En consonancia con esto último, Norberto Zanzi rememora: “Cuando antes ibas al cine era distinto, no es comparable, iba muchísima gente, te encontrabas con tus vecinos, tenía una función más social. Hoy vas al cine y no sabes a quien tenés al lado. El cine se volvió muy impersonal, muy individualista”.

Ante esta nueva lógica de esparcimiento y consumo, los cines de barrio, que ya venían en crisis, cayeron en desgracia, convocando a cada vez menos gente. Ya no se pensaba en la pizza después de la función, si no en el patio de comidas o en el “pasar el día” en el shopping. El cine de esta forma pasó a coronar la experiencia del paseo a cielo cerrado.

“Hay un esquema de negocios que cambia, lo que se vende ya no es solo la película si no toda la experiencia en torno a ella, la comida, la bebida, el pochoclo, cosas que hoy se estima que son más de la mitad de la recaudación de estas cadenas de cine”, sintetiza Bonazzi.

El triunfo del modelo multisala no solo responde a una cuestión espacial, también está vinculada al capital detrás de estos recintos: “La llegada de capitales internacionales implicó mayores facilidades para comprar y distribuir más películas. La multiplicidad de oferta es un factor clave y beneficioso para atraer al público”. De esta manera, explica Bonazzi: “Lo que se configura es un nuevo proceso, hay más capital, más espalda para soportar algunos años no tan buenos y más diversificación: al tener más salas podés captar a más públicos diversos”.

Al día de hoy, según el sitio Ultracine, el mercado exhibidor argentino se ha estancado desde hace 15 años en aproximadamente 800 pantallas de las cuales aproximadamente el 50% están en manos de empresas extranjeras, siendo estas en su totalidad complejos cinematográficos con cuatro o más pantallas. Este mercado se reparte entre tres empresas: Hoyts, Cinemark y National Amusements. Entre las tres acaparan más del 60% del mercado. Queda menos de un 35% en manos nacionales: Atlas y Cinemacenter son las empresas locales más grandes. También se acentuó la concentración de las salas en los grandes centros urbanos de las provincias más pobladas y de mayor poder adquisitivo, algo que se expresa claramente en el mapa cultural realizado por el SINCA.

.Sistema alternativo

Ante los innegables cambios en las formas de ir al cine, la nostalgia aparece como la primera respuesta. Eso es lo que probablemente motiva los intentos reiterados por recuperar algunos de esos cines del ayer. Uno de los casos más notables es el del histórico cine Aconcagua de Villa Devoto, cuya lucha quedó agotada luego de que los reiterados intentos de los vecinos por activarlo fracasaran. Jose Luis Alesina, nieto de Jose Patti, constructor y primer dueño del cine Aconcagua, se hizo presente en la Legislatura en el reconocimiento a Cines Argentinos, su participación en el evento estuvo marcada por una triste noticia: “El cine Aconcagua será dentro de poco un centro de asistencia posventa del rubro automotor, otra sala pérdida”.

Los años de lucha que comenzaron en 2010 y no lograron su efecto a pesar de una ley de expropiación para hacer un centro cultural, la cual fue vetada por el entonces jefe de gobierno Mauricio Macri. Como si fuera un designio del destino pareciera que los recintos que en algún momento fueron cines no pudieran volver a recoger una magia.  “Cines Porteños” la evoca y resignifica a la vez que revaloriza las excepciones de aquellos espacios que durante las últimas décadas se han convertido en centros culturales y que, sumados a nuevos espacios alternativos de difusión audiovisual, conforman un segmento que propone una alternativa diferente para los espectadores.

“Hay otros tipos de espacios por fuera de las salas comerciales: clubes de cine, centros culturales, salas itinerantes, que llevan otro tipo de regulación y son más difíciles de cuantificar”, afirma Bonazzi remarcando que en el AMBA estos lugares se han consolidado, aunque resaltando el hecho de que siguen siendo de nicho. “Por más que están atravesando un buen momento no dejan de ser un consumo marginal. El público del cine club no es el mismo de la cadena, es algo similar a lo que pasa con el teatro under y comercial. Hay un tipo de público que va a determinados lugares y que no va a otros”.

Estos espacios rescatan una herencia de los viejos cines argentinos, se ofrecen como un espacio alternativo, económicamente más accesible y estilísticamente más atractivo para quienes quieren ver otro tipo de cine, menos pochoclero y comercial, también para los nostálgicos y fetichistas que añoran los tiempos en donde iban a ver los estrenos a su propio barrio.

En esa búsqueda se hallan desde 1994 los vecinos del Taricco. “Nuestra idea es lograr algo similar a lo que se consiguió con el 25 de mayo de Villa Urquiza”, afirma Zanzi, dejando en claro el modelo a seguir. “La idea es un manejo mixto entre el Gobierno de la Ciudad y los vecinos, a través de representantes de diferentes entidades barriales. Queremos algo abierto a la comunidad, donde se cobre una entrada accesible y allá algunos espectáculos gratuitos, además podríamos albergar talleres y cursos”. Lamentablemente para Zenzi, como para tantos otros vecinos, la recuperación de un cine es una tarea muy compleja, aunque por ahora los vecinos del Taricco aguantan la pelea y sostienen su esperanza en los hitos conseguidos: “En el 2004 se consiguió que se lo declare sitio de interés cultural, en 2005 se hace una ley de expropiación aprobada por el Gobierno de la Ciudad, acompañada de la apropiación de un presupuesto específico para comprar el inmueble, en ese momento eran 800 mil pesos”, recuerda. Sin embargo, a pesar del presupuesto asignado, el por entonces jefe de Gobierno Jorge Telerman no compró el inmueble, tampoco lo hicieron las gestiones que le siguieron y la ley de expropiación caducó.

A pesar de las frustraciones, los vecinos del Taricco presentan cada dos años proyectos de ley para la reactivación del espacio para que deje de ser uno de los inmuebles huérfanos de cine presentes en Cines porteños e insertarse en aquel selecto grupo conformado por espacios que lograron trascender el abandono y recuperar la magia del cine dentro suyo. Espacios municipales como el Cine York en Olivos, el 25 de Mayo de Urquiza o el Seminari en Escobar, espacios INCAA de todo el país y cineclubs como el “Hugo del Carril” en Córdoba, son algunos de los que conforman este pequeño universo que emula aquellas experiencias de antaño, mostrando cine en salas con características propias, con una pantalla única y sin pochoclo de por medio.