Por Candela Bandoni
Fotografía: Valentina Gomez

«El zoo de cristal», el clásico de Tennesee Williams volvió a escena con Ingrid Pellicori como protagonista, dirigida por Gustavo Pardi, en una adaptación realizada por Mauricio Kartún.

“No quiero vivir toda mi vida bajo tubos fluorescentes”, fue el pedido sofocante de Tom, el hijo y el único hombre de la familia Wingfield. Estrenada en 1945, El zoo de cristal de Tennessee Williams se mantiene como una obra de relevancia, abordando temas como los sueños rotos y las frustraciones diarias con una profundidad que resuena en la actualidad. Dirigida por Gustavo Pardi y con una adaptación de Mauricio Kartún, la obra revive en el teatro Hasta Trilce del barrio de Almagro.

La familia Wingfield recurre al pasado y al futuro como mecanismos para evadir la realidad. Esta visión contemporánea de la clásica obra revela las luchas internas de los personajes y su constante búsqueda de refugio en un mundo que pareciera acabar pronto con ellos.

La obra retrata a una familia sureña estadounidense en medio de la Gran Depresión, aunque sus conflictos y dinámicas resuenan con las problemáticas actuales. Las actuaciones son el corazón de la historia. Los personajes no son unidimensionales; no hay héroes ni villanos; buenos ni malos. A lo largo de la obra, abundan las emociones —desde enojos y disculpas hasta chistes y abrazos— que reflejan la complejidad de las relaciones humanas. Aunque en la trama todo parece imposible, subyace un profundo y persistente deseo de cambio, una carga y anhelo intenso que se mantiene de principio a fin.

Tom, el hijo de la familia y alter ego de Tennessee Williams, es interpretado por Agustín Rittano, y representa el punto de vista de la historia. Se trata de un empleado de una zapatería que en realidad quiere ser escritor. Su deseo de escapar de la rutina diaria para perseguir sus sueños entra en conflicto con su responsabilidad de mantener a su familia, lo que le provoca una gran culpa. Por su parte, Malena Figó interpreta a la hija de la familia, Laura, que denota soledad y eso fastidia al resto. Su soltería es vista como una carga, y su madre intenta encontrarle un pretendiente para que pueda casarse y formar una familia. Con gran destreza, Ingrid Pelicori interpreta a Amanda, la madre. Su actuación transforma las preocupaciones sociales en algo natural, convirtiendo el deseo de encontrar un novio para su hija y éxito profesional para su hijo en tareas habituales.

El gran trabajo de escenografía y vestuario recuerda que estamos viendo una obra de teatro, aunque constantemente se toquen temas que nos interpelan como sociedad, ya sea el rol de la mujer o la figura de jefe de hogar. Los diferentes objetos utilizados durante la obra armonizan con la estética del teatro y son, a su vez, el reflejo perfecto del mundo claustrofóbico de los Wingfield. El uso de muebles de época y un cuadro del padre subrayan la fragilidad y el desencanto que dominan la vida de los personajes. Este cuadro, iluminado y sonriente durante toda la obra, representa la presencia constante de un padre abandónico que, aunque físicamente ausente, sigue influyendo en la dinámica familiar.

Ningún personaje actúa de manera caprichosa: todos están atrapados en roles sociales que se espera que ocupen. Todos sobreviven en su agonía y eso los mantiene molestos, frágiles e inquietos. Amanda, la madre, no es viuda ni tampoco casada, sino una mujer que fue abandonada por su esposo alcohólico. Su hija padece una discapacidad que le genera dificultades al caminar: esto la mantuvo siempre inmóvil ante el mundo y encontró en su casa un refugio. Laura simplemente sobrevive y eso molesta e incomoda a sus parientes, ya que solo se ocupa de cuidar su colección de piezas de cristal. Tom, por su parte, recurre a bares nocturnos para sostener su agobiante rutina, evocando de alguna manera el pasado de su padre. Jim O’Connor, interpretado por Martín Urbaneja, es el amigo de Tom y un posible pretendiente de Laura. Es un hombre optimista que busca el éxito profesional.

En la obra, Williams muestra cómo quienes no se ajustan a las normas sociales son marginados y excluidos. La representación de la fragilidad y la lucha por escapar de una vida opresiva se entrelaza con momentos de humor que alivian la tensión, ofreciendo una visión multifacética de la condición humana.

La ilusión y, sobre todo, los sueños, están más presentes que la realidad. El deseo de cambiar sus condiciones materiales pesa en cada sobremesa que comparten. Y una sutil intención: mostrar lo arduo que son los vínculos familiares.

Ingrid Pelicori, quien lleva el papel de Amanda, supo interpretar también a Laura en 1992. En diálogo con ANCCOM, Ingrid expresa: Volver fue parte de un proyecto de Gustavo Pardi, el director de la obra. Me encantó la idea de ser Amanda. Tengo una un amor particular por esta obra, así que me resultó hermoso poder hacerla otra vez. Por lo general me gusta siempre hacer cosas diferentes.”

 

¿Qué es lo particular de la obra que te atrae?

Laura me parece hermosa, poética, universal. Todos los personajes son muy atractivos y cada uno te permite entrar por otro lado a la obra. Cuando yo interpretaba a Laura, me parecía que la obra hacía hincapié en el diferente. Ahora, haciendo de Amanda, me parece que la obra trata sobre el temor por el futuro de los hijos. Y si lo agarras por el lado de Tom,  seguramente tiene que ver con los deseos y los deberes; cómo hacer para seguir el propio deseo y al mismo tiempo tener que lidiar con responsabilidades. En el caso de Jim, también es aquel que fue una promesa. Cada uno toca problemáticas humanas y además tiene intriga y humor.

 

El zoo de cristal es una obra inspirada por los recuerdos de la crisis económica de 1930, aunque hace eco en las épocas de hoy. En palabras de Ingrid: “Es una obra que siempre resuena. En estos tiempos difíciles que vivimos, solo podemos aferrarnos unos a los otros. Es una obra profunda, universal, que termina tocando la coyuntura”.

 

¿Qué es lo que más te gusta del teatro?

Prorizo lo grupal, el hecho de que es algo colectivo y construir entre todos, ponerse de acuerdo, respetar esos acuerdos cada día. Alan Badiou dice que “el teatro es la forma estética de la fraternidad” y a mí me suena mucho eso. Pero, por supuesto, también es la posibilidad de experimentar muchos aspectos de la condición humana.

El zoo de cristal es una obra que, a casi 80 años de su estreno, sigue adquiriendo nuevos significados y relecturas. Una obra que te hace reír al mismo tiempo que llorar, y que nos recuerda que, a pesar de los intentos por evadirla, la fragilidad es una constante.

El zoo de cristal puede verse los miércoles a las 20:30 en el teatro Hasta Trilce, con entradas disponibles en Alternativa Teatral.