Por Jazmin Vendrell
Fotografía: Daniela Hernández

Los fines de semana, una multitud desborda los límites de la feria en el Parque Los Andes. Son vendedores que buscan intercambiar sus ropas, objetos de cocina, juguetes en desuso o su propias obras de arte para sobrevivir a la durísima crisis de los últimos meses. El miedo a la policía y un gobierno sin empatía.

Enfrente de la estación Lacroze de la línea Urquiza se encuentra el Parque Los Andes, donde una gran cantidad de personas se encuentran en los puestitos de la feria, que ocupa dos de las tres plazas en que se divide el parque para vender sus productos. Pero desde hace un tiempo, la única plaza que se encontraba vacía pasó a llenarse de gente. A los cinco manteros que eran al principio se le sumaron cada vez más y más personas que buscan hacerse unos mangos los fines de semana y feriados, incluso en días nublados y con pronóstico de lluvia como lo es este. Son cientos.

 Algunos se acercan a vender sus ropas que no usan, otros nuevas que quién sabe donde la consiguen, unos ofrecen  juguetes que sus hijos ya no usan, instrumentos para la cocina, golosinas, libros, cuadros, lo que sea que los ayude a tener algún ingreso extra. Y a pesar del frío, familias y amigos se acercan a ver la feria, a comprar algo que necesitan por un precio menor al que lo conseguirían en algún comercio..

En una parte, un poco aislada, se encuentra una mujer mayor. Se llama Juana y alguna vez pudo llevar la vida de una artista, recibida en Bellas Artes. Vendió cuadros a Europa y tuvo la experiencia de vivir afuera. Pero ahora se encuentra sentada en una reposera, a la espera de la llegada de algún cliente. A un costado, una manta con ropa. 

 Hace tres años que viene a tirar manta a la plaza. ‘’Desde que he comenzado hacer la feria no he parado un solo día’’, cuenta. Juana vivía en Parque Chas cuando el alquiler de su departamento subió de un día para el otro y tuvo que mudarse a otro lugar. También hizo que tuviera que venir a la feria a trabajar. ‘’Estoy cansada. Es agobiante esto’’ dice, con el rostro serio. Ahora pasa los fines de semana y feriados en el Parque, desde las siete de la mañana hasta que anochece. 

 Juana ha dejado de pintar. Por un problema económico y de espacio. ‘’Los pintores profesionales necesitan un lugar que sea agradable, que haya luz natural, se necesitan muchas cosas’’ dice. No tiene los medios ni el lugar. ‘’Es complicado ser artista en Argentina’’. 

 Tiene una hija y un hijo, pero cada uno tiene su vida. ‘’No me gusta ser una carga así que me arreglo como puedo’’. Tiene un  tono de voz firme, determinante. El próximo mes va a cumplir setenta años y dice de manera orgullosa que lleva todos los años bien vividos. ‘’Si yo no salgo a buscar el mango, nadie va a golpear a mi puerta a traermelo. Yo tengo una jubilación, porque es mi derecho, porque tengo la edad, porque la luché’’, dice, y hace un silencio.‘’En la vida nada es fácil, y es lo que te enseña’’.

Algo parecido piensa Miriam, quien se encuentra del lado de la calle Corrientes, vendiendo cosas de cocina y golosinas. Miriam es de Formosa. Tiene cincuenta y cinco años y trabaja de enfermera, pero el sueldo no le alcanza y sale los fines de semana a las cinco de la mañana de su casa para venir a la feria. 

‘’Hace un mes estoy acá pero porque sacaron todo en Parque Patricios. La gente del Gobierno no sé qué quiere hacer con nosotros. Yo trabajo pero no alcanza la plata. A nadie le alcanza’’ dice, haciendo notar la indignación que siente por haber perdido su antiguo lugar.

Miriam junto con otras personas, llevan unas semanas tirando manta en este Parque porque el Gobierno de la Ciudad los echó de donde estaban antes. Los manteros de Parque Patricios, de Retiro y de Constitución tuvieron que reinstalarse en otros lugares para seguir vendiendo y poder seguir comiendo, pero la acumulación de personas en el Parque Los Andes hace que los vendedores que se encuentran en el lugar desde hace más tiempo tengan el miedo de que venga la policía y los eche a ellos también. 

‘’Esta bien que es un parque pero hay gente que en verdad vive de esto, es su único ingreso. Si no venden y no tienen donde ir a trabajar, no comen. Hay gente que la está pasando mal. Todos tenemos derecho a vender. Hacerse la suerte.’’

Miriam termina de decir eso cuando los rumores empiezan a correr. ‘’Se dice que va a venir la policía a sacarnos’’ dicen dos vendedoras, y comienzan hacer circular entre los manteros el miedo.

– ¡Reunión! ¡Hay reunión!

 Los gritos se repiten varias veces mientras, en la parte de atrás de la plaza, se comienza a formar un gran círculo de personas, todas que venden su mercadería en el lugar, para hablar sobre los rumores que comenzaron a circular.

 Las personas van de todas las edades. Hay personas mayores, como Juana, y chicos muy jóvenes, como Francisco, que tiene quince años y vende ropa con sus amigos.‘’Vine un día porque necesitaba la plata, me fue bien, me hice un par de amigos y empecé a venir todos los fines de semana’’. Con él también está Pachito, de veintidós años, que vino desde la Patagonia a Buenos Aires para estudiar estilismo. Pachito considera que es inspirador ver a Fran y a los demás. 

 En medio de la gran ronda está la coordinadora de la feria. Carolina pone orden mientras La Turca está a su lado, grabando.  

 Caro trata de calmarlos diciendo que no van a venir a sacarlos, que fue una falsa alarma. Pero que para que no vengan, tienen que estar organizados. Les recuerda de dejar siempre limpio el lugar, nada de llamar la atención ni de faltar el respeto a ningún compañero. 

 Ellas dos están desde el principio de la feria, cuando eran cinco manteros los que iban a vender ahí. Empezaron a venir antes de la pandemia por necesidad. ‘’En el Gobierno no hay empatía hacia la otra persona, no hay empatía hacia el pobre. Lo único que quieren son las plazas limpias para que el rico pueda pasear en paz. No les interesa si la gente pobre viene a laburar’’, dice la coordinadora de los manteros una vez que la plaza se tranquilizó. 

Todos vuelven a su lugar. Algunos charlan con el mantero vecino o simplemente esperan a que transcurra el día, como Dulce, que espera tranquila a que lleguen las ventas. Dulce está en la mitad de la plaza porque hace dos años que está en la feria y sabe que no se puede estar del lado de la Avenida Corrientes por un arreglo con la policía. Pero la llegada de los vendedores de las otras ferias, además de la situación económica del país  que hace que se sumen cada vez más personas a vender, hace que el lado de la avenida esté lleno de gente y corran el riesgo de que venga la policía y levante todo. 

La ropa que vende es de ella y también compra para vender. ‘’Lo que no se vende yo lo regalo, porque si pasa una temporada ya sé que son cosas que no van a salir’’ dice, y al igual que otros, a veces le toca ir a la plaza con la ropa repetida porque no puede invertir si no gana. 

Dulce estudia kinesiología y su único ingreso es la feria. ‘’La facultad me consume mucho tiempo entonces los fines de semana vengo acá, que me puedo traer los apuntes y estudiar’’.

De a poco la gente se va marchando y los manteros comienzan a levantar sus cosas. 

‘’Adiós Dulce’’ se escucha, suave y amable, un saludo. 

Está lloviznando. Dulce le devuelve el saludo y comienza a levantar sus cosas, para volver como cada fin de semana y feriado, bien temprano a la mañana.