Por Emilio Carbone
Fotografía: Vanina Alarcon

Ante la ola de despidos de trabajadores de los sitios de memoria y de la Secretaría de Derechos Humanos, el excentro clandestino Virrey Cevallos organizó un festival de visibilización y defensa de la memoria. Un recorrido por el lugar histórico junto a sus sobrevivientes.

El Espacio para la Memoria Virrey Cevallos recibe a quienes pasean por Monserrat con sus puertas, su historia y una radio abiertas. Los parlantes dan a la calle y por los micrófonos corren palabras de protesta y aliento. Alrededor, militantes, vecinos y trabajadores se abrazan, aplauden y acompañan en un periodo muy difícil para los derechos humanos en Argentina: una ola de despidos estalló a principios de julio contra 86 trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos dependiente del Ministerio de Justicia, 28 de los cuales pertenecen a los sitios para la reconstrucción de lo ocurrido durante la última dictadura militar. No se trata simplemente del desguace estatal que el gobierno de Javier Milei prometió desde su campaña, sino de un desmantelamiento estratégico y un posicionamiento ideológico contra las políticas de investigación y reparación por los crímenes de lesa humanidad, que fueron hasta diciembre de 2023 elogiadas en todo el mundo. 

 El excentro Clandestino de detención, tortura y extermiio Virrey Cevallos se quedó de un día para el otro sin la mitad de sus trabajadores -archivistas, guías, restauradores, algunos con más de 15 años de antigüedad- que este sábado organizaron un festival para que la importancia de sus puestos y el valor de sus conquistas no se borre en un telegrama de despido.

Norma Lugo, despedida del ex centro clandestino Virrey Ceballos.

Un centro de tortura en plena capital

En la calle Virrey Cevallos al 630, a siete cuadras del Congreso y en plena vorágine porteña, funcionó entre 1976 y 1983 un centro clandestino de detención, tortura y exterminio. Construida en 1908, la casona pertenecía a los hermanos Leonardo y Roberto Río cuando fue rentada al Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, que operó allí junto a miembros de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires, la Policía Federal y el Ejército Argentino. Los detenidos -se estima que fueron al menos 300- entraban por el garaje hacia el patio de la planta baja y de ahí caían en la sala de interrogatorios y tortura. El Virrey Cevallos era un satélite de centros clandestinos mucho más grandes, un breve punto de paso hacia la cárcel, la ESMA o la desaparición.

Por alguna razón que desconoce, la periodista e investigadora Miriam Lewin estuvo allí diez meses recluida en una de las celdas del entrepiso. Hoy, su testimonio está impreso en cada pared de su secuestro, aunque a ella le duele volver a visitarlo: «No tolero más que venir un ratito porque me trae imágenes muy angustiantes y muy traumáticas. A pesar de que pasaron muchos años todavía no puedo superar la sensación, los olores, los ruidos que me dejaron marcada», expresó en la radio montada sobre la entrada de la casa. 

Lewin celebra el enorme proceso de restauración del Virrey Cevallos, que empezó en 2004 cuando la Legislatura porteña lo declaró como sitio histórico de utilidad pública, y enfatiza que «todo el equipo de trabajo le puso el cuerpo desde el inicio. Eso permitió que se fueran acercando distintos sobrevivientes y me hizo descubrir cosas espeluznantes, como que hubo otra mujer secuestrada acá y que los propietarios de este edificio también eran dueños del bar del colegio secundario al que yo iba… éramos pibes y ya nos estaban espiando», recordó Lewin.

Por último, apuntó contra el gobierno de Javier Milei, asegurando que «hay un goce en la crueldad de enumerar a las personas despedidas, como si no tuvieran identidad ni sentimientos, como si se presumiera que nadie trabajaba. No vinieron a negar, sino a reivindicar la dictadura, a justificar cada uno de los crímenes aberrantes que se cometieron». 

 

Años de trabajo

 Uno de los ejes orientadores del discurso libertario se basa en rotular como «ñoquis», «vagos» o «burócratas» a todos los trabajadores del Estado, gesto que luego justifica despidos en masa y evade sus explicaciones. Pero basta sólo con escuchar cómo el Virrey Cevallos fue reconstruido para desmontar ese mito. Norma Lugo lleva 18 años trabajando en el espacio y fue parte de la restauración y conservación de cada una de las habitaciones: «Cuando empezamos a restaurar, todas las paredes estaban tapadas con material. Los compañeros que reconocían el lugar recordaban que estas paredes eran de otro color, así que fuimos rasqueteando con un bisturí, capa por capa, hasta encontrarlo». Sentada en la recepción apenas se abrió la casa, Lugo también tuvo la difícil tarea de conocer a los vecinos, invitarlos a pasar, escuchar sus relatos y ensamblar la historia: «Al principio no se acercaban, pasaban de largo o por la vereda de enfrente. De a poco pude lograr conversaciones que terminaban en un ‘qué bárbaro… yo no sabía nada’. Eso lo decían por el terror que sentían, porque después y con más confianza fueron aportando detalles muy importantes». Con el trabajo constante, las visitas guiadas y la reconstrucción de los hechos, hoy ya son ocho los ex detenidos que reconocieron al Virrey Cevallos como su paradero, así como también se recuperó la identidad de tres hijos de desaparecidos.

Durante la primera semana de julio se confirmaron los despidos de cinco de los 10 trabajadores del excentro. En estas condiciones su funcionamiento resulta imposible y Osvaldo López, que fue detenido en Virrey Cevallos y años más tarde impulsó su recuperación como espacio para la memoria, explica que el Poder Ejecutivo Nacional «realiza los despidos al no renovar las contrataciones del personal contratado con la modalidad conocida como Artículos 9, una forma de empleo presuntamente temporal pero que arrastramos desde hace quimce años. Los contratos se renovaban anualmente, cosa que este gobierno anuló para acortarlos a tres meses. Buscan despedir en cantidad, es mentira que seleccionan, cortan por las formas contractuales más frágiles».

Este accionar incumple con la Ley 26.691, que obliga al Poder Ejecutivo a garantizar la preservación material de los sitios de memoria, así como facilitar las investigaciones judiciales sobre la represión ilegal desarrollada durante el Terrorismo de Estado. «Están haciendo un desguace de los sitios de memoria, porque Derechos Humanos es un área que quieren desaparecer», asegura López.

Políticas negacionistas

 La avanzada del gobierno de Milei contra el derecho a la memoria, verdad y justicia por los crímenes de lesa humanidad es cada día más alevosa. Los numerosos despidos en la Secretaría de Derechos Humanos no solo responden al credo libertario de achicamiento del Estado, sino que se enmarcan en un proyecto que busca vaciar los espacios, perder los archivos y revertir las conquistas de organismos fundamentales para la democracia, cuyos profesionales y militantes trabajan para acompañar a las víctimas y condenar a los responsables de lo ocurrido en la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. 

 Desde su asunción como Ministro de Defensa, entre tik toks disfrazado de gaucho y marine, Luis Petri se ocupó de desmantelar el Equipo de Relevamiento y Análisis que desde 2010 trabaja sobre archivos militares de la última dictadura, aportando más de 170 informes en las causas por delitos de lesa humanidad. A pesar de ser denunciado ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Petri derogó los decretos que crearon al equipo y despidió a sus trabajadores, quedando toda la documentación preservada en manos del Secretario de Estrategia y Asuntos Militares y exjefe del Ejército Claudio Pascualini.

En vísperas del 24 de marzo, el ministro Petri mandó a sus funcionarios a tomar los reclamos de represores encarcelados por la desaparición de personas y de paso se fotografió junto a Cecilia Pando, activista que públicamente reivindica el genocidio realizado por las Fuerzas Armadas. 

 A finales de junio, se filtró que el gobierno también preparaba un decreto para eliminar la Unidad Especial de Investigación (UEI) de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Co.Na.Di), en base al débil argumento de que se superponen funciones entre el Poder Ejecutivo y el Judicial. Este decreto, que entorpecería fuertemente la búsqueda de hijos e hijas de los desaparecidos, fue detenido por la denuncia de Abuelas de Plaza de Mayo y una medida dictada por el juez Ernesto Kreplak para evitar la desarticulación del organismo. Pero cuando el coqueteo con el revisionismo procesista no se concreta en lo jurídico, se refuerza en lo simbólico: ninguno de los funcionarios presentes en el desfile militar por el Día de la Independencia se mostró incómodo ante una bandera que flameaba con la consigna «Los carapintadas tienen razón». Además, por lo menos tres militares que estaquearon a soldados de Malvinas que estaban bajo su mando desfilaron a paso de ganso.

 

La reconversión

Hacia el segundo piso del Virrey Cevallos las paredes son más blancas. Dos escaleras terminan en un espacio restaurado, sin marcas superficiales del horror, donde una pequeña tarima recibe a los artistas con sus guitarras y poemas. Se baila chacarera, se come guiso y se sonríe mucho. Hasta los despidos, en este sector se programaban eventos culturales de todo tipo: conversatorios, talleres, debates, ciclos de cine y seminarios abiertos a toda la comunidad. También funcionan allí las redacciones de Grito del Sur y Feminacida. El sábado no hubo excepciones: músicos, grupos de teatro, profesionales de la comunicación y la política, militantes y vecinos expresaron todo su apoyo al equipo de un sitio para la memoria con más de 20 años de aportes en la construcción democrática. «Es muy reconfortante que la casa esté llena, nos hace sentir muy acompañados, sentir que el espacio no se va a cerrar ni caer. Esto no se termina acá, esto recién empieza», dice Maia Jait, trabajadora despedida que se encargaba de las visitas escolares al excentro. «La pelea que estamos emprendiendo no es solamente por nosotros y nuestros puestos, sino por la continuidad del trabajo que hacemos en los. Este espacio y muchos otros fueron identificados y recuperados por la sociedad civil, los sobrevivientes y sus familiares, las asambleas de barrio… por el pueblo. Eso tiene una potencia muy grande».

 

En el patio de la planta baja, frente a las salas de interrogatorio y tortura, hay un paredón donde se proyectan dibujos que los presentes hacen desde una tablet. A eso de las seis y media, con los primeros rayos de la noche, una nena pintó un corazón enorme.