Por Julieta Escat
Fotografía: Azul Andrade, Daniela Hernández, Valentina Gomez

Se realizó el festival “Que no calle” en más de veinte de centros culturales porteños con la participación de artistas, bandas musicales, y con diversas actividades, como parte de una campaña colectiva para que la calle no sea una vivienda. Se trata del quinto festival de este tipo y sirvió también para homenajear a Mercedes Sosa.

“La gente no muere de frío, la mata la desidia del Estado”, dice Mónica Farías desde arriba del escenario del local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, en Avenida San Juan al 800. “Militar hoy es casi un privilegio. Nosotros seguimos con este espacio de amorosidad y lucha colectiva”, agrega la referente de la Asamblea. Les habla a las personas que han venido al festival “Que no calle”, que se hace cada año en este lugar y en otros veintitrés centros culturales porteños desde 2019. Después de escuchar esas palabras llenas de abrigo, las personas presentes le regalan a Farías un aplauso caluroso, ruidoso, afectuoso. 

Ambas cuestiones, las palabras abrigadas y los aplausos calurosos, son muy necesarias a esta hora de la noche, porque la temperatura de afuera del local, que está en tres grados, hace que los dedos de las manos se entumezcan, que los hombros y los dientes se tensionen. No hay campera suficiente para mitigar el frío de afuera, pero la sensación de frío es pasajera para las personas con casa. Distinta es la situación para quienes duermen en la calle, que viven con frío hasta que un día el mismo frío los termina matando. 

Esta noche es la víspera del que sería el cumpleaños de Mercedes Sosa. El encuentro de hoy es para homenajear a la cantante, pero también para hacer visible que hay miles de personas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuyas casas son la mismísima intemperie, el cielo descubierto, y cuyas camas no pasan de ser un cartón tirado en el suelo de alguna vereda. Son personas sin techo que, como pasó en la última semana de junio, terminan muriendo en la calle, de frío, de tristeza, de soledad, pero, más que nada, de abandono estatal. La Asamblea Popular Plaza Dorrego y otras catorce organizaciones sociales están llevando adelante el festival en este mismo momento, en otros centros culturales porteños, para juntar alimentos y ropa que después serán donados a los sin techo. 

Mientras Farías habla a la totalidad de los presentes en el local, que en su mayoría está sentada alrededor de mesas compartidas, algunas personas están mirando unos cuadros con fotos que cuelgan de una pared. Muestran diferentes situaciones de personas sin techo, como el caso de un chico que está dormido en la calle, sin un cartón que lo separe del cemento, y que tiene un sánguche de jamón y queso a medio terminar cerca de su cara con ojos cerrados. 

La exposición de fotos es de Julio Colantoni, quien cuenta a esta agencia que él es un artista visual platense que vino a vivir al centro porteño en 2001, cuando la crisis dejó a muchos a la buena de Dios. Seis años después de su llegada, ya tenía 200 personas fotografiadas. Dice que en un momento empezó a entrevistar a los sin techo y que ahora tiene unos 900 fotografiados. “Cuando uno pone estas fotos en un espacio público, la gente se anima a preguntar. Se dice que a la gente no le importa la problemática, pero en mi humilde experiencia no es tanta la indiferencia sino la impotencia. La gente ve a personas en situación de calle y no sabe qué hacer. No se da cuenta de que, a veces, simplemente quieren charlar”, dice. 

Un rato antes, cuando todavía las personas que se acercaban al lugar no llegaban a generar un calor humano que superara la helada del exterior, unos pares se divertían haciendo xilografía, una técnica de impresión con una plancha de madera pero que, en este caso, era de PVC. Un chico, por ejemplo, había pintado de rojo una de las planchas y después la había estampado en un pedazo de tela. El resultado había sido una frase con letras regordetas y rojizas: “Ni gente sin casa ni casas sin gente”. La mesa de intervención gráfica estaba a cargo del Centro de Estudiantes de la Escuela Superior de Educación Artística Manuel Belgrano. Además, había tenido lugar un breve taller de danza impulsado por la Compañía Folklórica Divergente. “Uno, dos, tres, zapateo. Girito, vuelta”, repetía una y otra vez el instructor a las personas que habían decidido participar. Y hasta Nani Lamadrid, una artista de diecisiete años, había hecho una performance con el cuerpo, que incluía un baile y una interpretación gestual de las palabras que se desprendían de una narración oral grabada con su propia voz. No había faltado tampoco la poesía de Fer López. 

Ahora ya no es Farías quien está en el escenario sino el Dúo cardinal, que canta canciones de Mercedes Sosa y de otros artistas populares de Argentina. Más tarde hará su gracia la banda Dejavú. Mientras todo eso pasa en el local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, en otros centros culturales porteños como Musicleta, Vuela el pez, JJ circuito cultural y tantos otros, están ocurriendo cosas similares: hay artistas expresándose y hay donaciones de ropa y comida acumulándose en cajas, en mesas, debajo de escaleras o en rincones cercanos a los respectivos escenarios. Y las personas, tanto de acá como de allá, toman y comen cosas ricas elaboradas y vendidas por las organizaciones sociales. Con la recaudación de esas ventas, en todos los casos, las agrupaciones van a poder asistir a los sin techo con ollas populares. 

En el local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, cuando Dejavú termina de cantar, Farías le dice a ANCCOM que “la noche estuvo fantástica, con mucha alegría popular. Se sintió un clima de mucha solidaridad y de entender cuál es el sentido de estar hoy reunidos, que es celebrar el legado de la Negra Sosa, levantar sus banderas y sostenerlas en el futuro, donde ojalá no haya hambre ni nadie durmiendo en la calle”. Todo esto lo dice cuando el reloj marca las doce de la noche pasadas, justo cuando la cantante tucumana devenida en emblema de la cultura popular argentina cumpliría 89 años.