Por Julieta González
Fotografía: Rocío Prim

A cincuenta años de la muerte de Juan Domingo Perón, ANCCOM recorrió la mítica Quinta de San Vicente junto a su sobrino nieto. Entre fotografías, objetos, el mausoleo con los restos del líder, la visita es una inmersión en el inagotable universo peronista.

Alejandro Rodríguez Perón es uno de los últimos herederos de Perón.  

En las 19 hectáreas del Museo Quinta “17 de Octubre” se respira peronismo. Por donde sea, hay vestigios de una época que ya no volverá. Las miradas de Perón y Evita están en todas partes y observan a los visitantes de lo que alguna vez quiso ser su refugio privado. Pero sólo lo hacen desde las fotografías, porque sus estatuas –situadas en la zona central del predio– fueron decapitadas. Aun así, han sido colocadas allí como símbolo del odio y la proscripción que sufrió el movimiento y su líder tras la autoproclamada Revolución Libertadora.

La Policía Bonaerense custodia la entrada del Museo, cuya gestión está a cargo del Gobierno provincial. Su director, Cristian Scollio, politólogo egresado de la UBA, es el director desde hace cuatro años. Desde entonces, afirma, y con la ayuda presupuestaria del gobernador Kicillof, el sitio ha recobrado el esplendor de antaño.

La propiedad había sido adquirida por Perón gracias a un crédito del Banco Hipotecario, tiempo antes de convertirse en presidente de la Nación. Luego de demoler la estructura preexistente, construyó la quinta que hoy se mantiene en pie pese a varias décadas de abandono. Previo a ser expropiado por el Gobierno bonaerense en 1989, el lugar funcionaba como un centro de recuperación para discapacitados. En la pileta todavía están los pasamanos de ese período.

En el edificio principal sólo quedan unos pocos muebles originales del primer peronismo, ya que grupos antiperonistas y militares destruyeron y robaron casi todo lo que había. Detrás de un cordón de protección, hay unos sillones, escritorios y una máquina de escribir; a un costado, una barra de tragos frente a un hogar que alguna vez fue encendido. La cocina es más moderna que el resto de la casa. Los años 70 se notan en los muebles de fórmica blanca y en los azulejos. En todos los rincones hay condecoraciones, estatuas y bustos. Scollio cuenta que Christian Dior visitó la quinta y que incluso hay fotos de la ocasión. Más tarde, en una entrevista, el diseñador diría: “La única reina que vestí fue a Eva Perón”.

Para llegar al área más íntima de la casa, hay que atravesar un largo pasillo empapelado. Decenas de cuadros decoran las paredes con fotos de Juan y Eva en momentos cotidianos. Junto al cuarto de huéspedes, se encuentra la antigua habitación de Evita, pero sin ningún rastro de su presencia, ya que Estela Martínez de Perón, después de ser derrocada y enviada a Neuquén por la última dictadura, a su retorno a la quinta, ordenó convertir la pieza en un vestidor.

Como si se tratara de una reencarnación, un hombre se acerca a hablar con ANCCOM.Es uno de los últimos herederos de Perón. De igual porte, su voz posee una carraspera similar a la de su tío abuelo, además del pelo negro y la sonrisa. Alejandro Rodríguez Perón es nieto de Eufemia Jáuregui y Mario Avelino, hermano mayor de Juan Domingo. Su madre, Dora Alicia Perón, era sobrina y ahijada del ex Presidente. Cuando murió Perón, Alejandro era un adolescente de trece años, pero recuerda a su tío con cariño y admiración. “Yo hice el inventario de todo lo que hay acá”, dice orgulloso mientras toma la posta como guía del recorrido.

Alejandro se aloja los fines de semana en la casa del cuidador, al lado de las viejas cabellerizas traídas en 1948 para su tío abuelo. Su responsabilidad es mantener el legado peronista intacto. Sabe el camino de memoria, agrega detalles de la vida que alguna vez compartió con su tío abuelo y de las anécdotas familiares que le han transmitido.

En el edificio principal sólo quedan unos pocos muebles originales del primer peronismo, ya que grupos antiperonistas y militares destruyeron y robaron casi todo lo que había. MIRÁ LA GALERÍA. 

El 1° de julio de 1974 al mediodía se anunció públicamente la muerte de Perón. Tras el multitudinario velorio en el Congreso de la Nación, al que asistieron cientos de milesde personas durante cuatro días, sus restos fueron llevados a la Quinta de Olivos. Cuando Isabel ordenó traer de Europa el féretro de Evita, los depositó juntos en el Cementerio de Chacarita, donde permanecieron hasta que los restos de Perón fueron profanados y sus manos, cortadas y robadas. Nunca se esclareció el hecho ni fueron castigados sus culpables. Según Alejandro, se trató de un conflicto político. “Para mí, las manos siguen estando en algún lugar del cementerio”. Luego de idas y venidas, los restos fueron trasladados a la Quinta de San Vicente en 2006, pero lo que pretendía ser un homenaje se transformó en una batalla campal entre agrupaciones justicialistas.

También integran el recorrido el torreón desde donde Perón transmitió algunas cadenas nacionales, el tren presidencial increíblemente conservado,y el museo fotográfico. En el centro del predio, sobre una pequeña colina, se encuentra la piscina. El fantasma de López Rega, mentor de la banda parapolicial conocida como Triple A, se cuela en la visita. Alejandro comenta que “El Brujo” mandó a construir un sauna tan solo a unos metros de allí, instaló un billar y un juego del sapo. No quedan rastros de esos lujos. Lo único original allí es la piedra que rodea a la pileta.

El museo fotográfico guarda todo tipo de recuerdos del peronismo, como juguetes de la Fundación Eva Perón, escritorios repatriados desde Puerta de Hierro e incluso autos regalados por sus fabricantes que Perón no llegó a conducir. El mausoleo es la parte más interesante y el fin del recorrido. Tras pasar por una larga pared llena de placas que el mismo Alejandro Rodríguez Perón trajo desde la Chacarita, se encuentra el lugar de reposo de su tío abuelo. Imponente pero minimalista, entre un retrato y una bandera argentina, está la piedra que oculta el féretro.

Alejandro aclara que Perón no está embalsamado, pero que tuvo un proceso que permitía su exhibición a cajón abierto en fechas especiales. Sin embargo, al ser profanado y entrar en contacto con el aire, las bacterias hicieron estragos, y para ser mostrado nuevamente debería ser recompuesto con otros materiales.

Al ser consultado por su relación con “Isabelita”, Alejandro responde que sólo mantienen contacto a través de abogados. Las disputas familiares por la sucesión de Juan Domingo hicieron que rompan los lazos. Al no haber dejado descendencia, la herencia se dividió entre los sobrinos y la viuda, que reside en España en total hermetismo, ajena a lo que sucede en la vivienda que un día ocupó bajo vigilancia militar. A fin de cuentas, como dijo el propio Perón días antes de morir, ante una Plaza de Mayo repleta: “Mi único heredero es el pueblo”.