Por Jazmin Vendrell
Fotografía: Azul Andrade

Diego Duarte desapareció hace más de 20 años bajo una tonelada de basura volcada sobre su cuerpo en el CEAMSE, junto al Río Reconquista. Su hermana, Alicia abrió un centro cultural que lleva su nombre para dar oportunidades a niños del barrio, como no las tuvieron cuando ellos eran chicos.

‘’Estaban sentados ahí, esperando a alguien que nunca iba a salir’’ dice Alicia, siguiendo con la mirada el movimiento de sus manos, como si pudiera ver en sus dedos las memorias de la madrugada de aquel 15 de marzo del año 2004.

Pasaron veinte años y tres meses desde la desaparición física de su hermano. Veinte años y tres meses desde que Diego Duarte fue al CEAMSE, buscando metales que vender y así conseguir el dinero necesario para comprarle las zapatillas a su hermano y que pueda ir calzado al inicio de clases. Pero no hubo metales que vender, ni las clases comenzaron para él. 

Alicia sabe que su hermano quedó debajo de una montaña de residuos y nunca más fue hallado. Durante veintidós días fue al relleno sanitario a buscarlo, pero la policía y el CEAMSE también lo buscaba, y removía el lugar donde Diego había estado sin la presencia de los familiares. 

En la comisaría, para nada aliviando el asunto, le dijeron que su hermano no estaba ahí, que seguramente se fue a otro lado. El fiscal, más tarde, dijo que siempre fue presionado por el CEAMSE para archivar la causa. El expediente hoy sigue archivado y no tiene ningún imputado. 

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Las calles están llenas de tierra y las personas parecen estar escondidas en la hora de la siesta, pero se escucha la presencia de quienes hacen el barrio en las risas y charlas que atraviesan las paredes y ventanas. En una de las esquinas se encuentra un pequeño grupo de niñas, jugando y riendo, desafiando a los hombres que trabajan en una obra que, cada tanto, les llama la atención cuando se acercan a los espacios a los que los niños no deberían acercarse. 

En una de las casas de la esquina se encuentra Alicia. En la misma casa en la que durante un tiempo Diego durmió, sigue habiendo rastros de él. En una esquina cuelga una cartera con su imagen y dice Asociación Civil Diego Duarte.

La casa de Alicia, en Costa Esperanza, funciona como un centro cultural que luce como un hogar. En el 2006 abrió sus puertas y, desde entonces, nunca se cerraron. Dentro del espacio se realizan diversas actividades, como un taller textil, donde  un grupo de mujeres crea productos a partir de materiales recuperados y también hay un espacio de apoyo escolar para los más pequeñitos.

 

– Esta construcción me acompañó durante 18 años – dice, acompañando siempre sus palabras con sus manos-. Por ahí nuestro espacio es chico pero hacemos muchas cosas. Estamos tratando de articular con las necesidades básicas puntuales del barrio, como es el tema de la luz, el agua, hacer las veredas comunitarias. 

Sus palabras se ven interrumpidas por las risas de los chicos que se escapan del jardincito. El espacio de infancias es el más reciente. Y, a juzgar por la sonrisa que se dibuja en su rostro, es el que más disfruta. 

En las cuadras alrededor de la casa se pueden notar muchas faltas. Una de ellas, una plaza. La obra que están realizando los hombres en la calle es una placita en memoria a Diego. Los niños ríen y juegan cerca de la tierra que quedará desplazada para ser ocupada por un lugar donde ellos sí se puedan acercar sin ningún problema, sin que los adultos les tengan que chistar. 

– Empecé a pensar muchas cosas para los nenes, ese espacio es para ellos y yo sé que todo el día están ellos ahí –continúa, con mucha calma–. A veces, escuchás a un nene que quiere estar sentado en el asfalto porque no tiene el piso en su patio. Ahora van a tener una placita y van a poder tener el asfalto para ellos. También quería tener unos bancos reciclados. 

Arriba de la mesa pueden verse algunas de las obras de las mujeres diseñadoras, a la vez recicladoras. Carteras y estuches hechas con bolsas de comidas para mascotas, sachets de leche, entre otras tantas cosas. Alicia y sus compañeras aprendieron a realizar este tipo de cosas a partir de que Martín Churba, un famoso diseñador textil, llegó a sus vidas. Interesado por la historia de Diego, les dio las herramientas para crear y, a la vez, reciclar. 

– Al principio, logramos que nos donen jeans pero nosotras queríamos ver qué hacíamos, qué recursos podemos utilizar para no estar dependiendo de un jean nomás, sobre todo porque estamos acá, al lado de la basura. 

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La casa de Alicia se encuentra en el barrio de Costa Esperanza; barrio pegado a los rellenos sanitarios del CEAMSE y cerca del Reconquista, el segundo río más contaminado en Argentina. 

El barrio que nació como resultado de una toma de terrenos, siempre se vio envuelto en grandes necesidades, por lo que los vecinos vieron en su cercanía al basural un medio para poder sobrevivir. 

Al principio, era solo un grupo de hombres que, escapando de la mirada de la seguridad privada del CEAMSE, entraba al basural para buscar comida y elementos que les sirvieran para la semana. Pero llegó un momento donde la vida dolía mucho más, y los vecinos tenían vacíos que llenar. El grupo de hombres comenzó a aumentar, y así como ellos pasaron a ser más, el CEAMSE aumentó su seguridad; a los guardias privados les sumó la policía para vigilar el lugar. 

Los vecinos tenían todo un sistema para poder ingresar. Sabían que a las ocho de la mañana y a las ocho de la noche se cambiaba la guardia. En ese momento, mientras los vigiladores se dedicaban a saludarse, los grupos subían a las inmensas montañas, agarraban lo que encontraban y salían a correr por el campo antes de ser vistos por la vigilancia. Pero no siempre podían hacerlo tranquilos. 

– La policía nos corría, nos tiraba tiros y teníamos que correr por nuestra vida–  la voz de Alicia, al recordar estos tiempos, hace que el silencio suene ensordecedor– Y a veces, las mujeres nos quedabamos y hacíamos tiempo para que los hombres pudieran correr y no los agarren porque la policía a ellos les pegaba muy mal, los golpeaba muy mal. 

Los vecinos conocían a todos los policías que trabajan ahí. En parte, porque sabían los turnos de cada uno de ellos. En parte, porque la policía que los corría a tiros era la misma que circulaba por el barrio durante la tarde para cuidarlos.

 

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 Después de que su padre muriera en 2003, Alicia tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, Diego y Federico, los mellizos.

En marzo del 2004, en vísperas de un nuevo comienzo de clases, Alicia ya le había comprado todos los útiles a sus hermanos. Pero a la vez, ella tenía cuatro hijos y la plata no alcanzaba para cumplir con las necesidades de todos los chicos que integraban la familia.

Diego tenía sus zapatillas listas para el comienzo de clases. Pero su hermano, un poco más ansioso que él, no tenía nada nuevo que estrenar.

–Diego me dice que iba a ir al CEAMSE. No quería que su hermano empezara la escuela sin zapatillas nuevas. ‘’Hoy es el último día que voy porque mañana ya empiezo la escuela’’. Todo el día repetía eso. Así estuvo todo el fin de semana y bueno, el lunes pasó esa desgracia. 

 

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Un poco antes de la madrugada del 15 de marzo, Diego, Fede y Silvestre, el papá de los hijos de Alicia, llegaron tarde al relleno sanitario, por lo que el grupo que se había organizado para ir entró  sin ellos al establecimiento. Así que los tres cruzaron por su cuenta, subiendo las inmensas montañas de basura que te permiten ver toda la ciudad desde la cima. Pero subir la montaña no es fácil. Son como una pared lisa. 

–Cuando ellos cruzaron, la cinta asfáltica estaba en una esquina y ahí estaban escondidos los policías con un auto, observando. Entonces, cuando ellos suben, Silvestre va adelante, los chicos atrás. Él les dice que vayan para el otro lado, que estaban los policías ahí.

Los policías comenzaron a seguir al trío que buscaba metales. Silvestre seguía caminando, delante de los chicos, cuando Diego decide parar y esconderse por ahí. Fede se acostó, Diego también, pero separados por varios metros. 

El policía de turno empezó a subir hacia la dirección donde ellos se encontraban, alumbrando con una linterna a ver si los veía. Los chicos estaban tapados; Diego tenía encima un cartón para cubrirse y Fede tenía su bolsita. Ambos se encontraban tranquilos porque la máquina trabajaba en otra dirección de las que ellos se encontraban. Pero después subió el policía mientras otro le decía que ahí estaban escondidos ‘’esos hijos de puta’’.

–Esos eran bravos, esos hacían desastres- cuenta Alicia, con la mirada cansada, como si reviviera todo su pasado y el de su familia todos los días de su vida. 

Cuando llegan los camiones de basura, los policías le dan la indicación para que descarguen del lado en el que se encontraban los chicos escondidos.Cuando cae la basura, la máquina se sube encima. Fede piensa que cayó en el medio de los dos. Espera diez, quince minutos; cuando escucha que el policía se va en el auto junto con el otro, se levanta. Y ahí ve que la basura no cayó en el medio, cayó donde estaba Diego. 

 – Entonces sube arriba y le pide ayuda al maquinista. Le dice, ‘’lo tapaste a mi hermano’’. Y ese le repite a otro: ‘’Fulano dice que tapamos un ciruja’’. El otro que estaba con él viene y le dice: ‘’No sé, decile que se arregle con la policía, a nosotros que no nos dan pelota’’. 

A partir de ese momento, Fede entró en un estado de shock. Mientras tanto, Silvestre, al darse cuenta que los chicos no salieron detrás de él, vuelve a buscarlos. Cuando lo ve a Fede, le pregunta por Diego pero él le contesta que no sabe, que ya había salido. Y  entonces ambos salen a esperarlo. 

 –Estaban sentados ahí, esperando a alguien que nunca iba a salir. No es que Fede le contó a Silvestre lo que pasó. 

Ambos esperaron a que Diego saliera pero nunca salió. Ante la posibilidad de que hubiera vuelto a su casa, regresaron para ver si era así.  Pero solo se encontraron con una Alicia enojada. 

–Cuando llegan acá, Fede me dice ‘’¿Y Diego?’’, ‘’¿Cómo dónde está Diego?’’. Yo me enojé, como iban a venir sin Diego. 

Y ahí Alicia también fue al basural, mientras Silvestre le iba diciendo lo mismo que le había dicho Federico a él momentos antes.

Los grupos de vecinos bajaban del basural, algunos comentaban lo bien que pudieron trabajar porque la policía estuvo ocupada. Alicia le preguntaba si vieron a Diego y todas las respuestas que recibía eran un ‘’no’’. Diego nunca salió. 

 

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Sin interrupciones pero dejando los silencios necesarios, Alicia terminó de contar la historia 

por la cual hoy mantiene un centro cultural en memoria de su hermano.

–A mí me marcó un antes y un después el estar con familiares de víctimas. Yo andaba con ellos hasta que un día observé que todos los días contaban un día más sin su hijo, y quisieron enseñarme a ver si los medios me toman los tantos días que van sin Diego. Yo no quería eso para mí. Dije, o me quedo llorando en mi pieza, sin respuesta, o me pongo a pensar en algo para llenar mi vacío.

Y así le abrió las puertas a mucha gente, haciendo de su casa un lugar de aprendizaje y de ayuda a quienes la necesiten.

–Yo con esto tuve que abrir mi casa, mi familia, mi baño, mi todo. Tuve que enfocarme para no caerme del eje. Tratamos de buscar otras alternativas, que los chicos se puedan capacitar, que se puedan formar las mamás. Trabajamos mucho lo vocativo porque es un lugar donde Diego no pudo llegar.

Durante estos 20 años, la figura de Diego Duarte se convirtió en un símbolo de lucha para el territorio. Es símbolo del trabajo y las vicisitudes que atraviesan los recicladores y cirujas.

–Uno siempre espera tener justicia, más allá de que a lo largo de estos años entendí que la justicia que a mí me tenía que dar respuestas nunca me las dio. Solamente tengo la justicia de las acciones del territorio, que muchos son los que levantan la bandera de Diego. Él se hizo una bandera de los cirujas.

La historia de los recuperadores urbanos está atravesada por las situaciones económicas del país y las decisiones políticas en relación a la gestión de los residuos y los sectores más postergados.

–A veces siento que Diego en el territorio ya circuló y estuvo presente en todas las escuelas y ahora se instaló en la Universidad de San Martín. Hay muchos universitarios que hacen su tesis con respecto al ambiente y siempre está involucrada la historia de Diego. Mi hermano tuvo más reconocimiento después de su desaparición física pero para nosotros Diego está presente hace 20 años.