Por Alejo Porjolovsky

En la medianoche del 29 de mayo de 1974, un grupo armado de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) secuestró y asesinó a tres militantes del entonces Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Uno de los crímenes que preanunció el modus operandi de la dictadura.

A finales de mayo de 1974 la Argentina vivía un atípico período democrático, luego de años de golpes de Estado y elecciones sin la participación del peronismo, principal fuerza política que estuvo proscripta entre 1955 y 1973. Juan Domingo Perón había regresado definitivamente de su exilio y con 78 años en su almanaque gobernaba por tercera vez el país. Pero el líder del Partido Justicialista exhibía rasgos del agotamiento típicos de una persona de su edad y el país atravesaba semanas de turbulencias e incertidumbre.

El surgimiento de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) fue el prólogo de una etapa negra de la historia nacional, que tuvo su desenlace en la última dictadura cívico-militar con la desaparición de 30.000 personas y el secuestro de más de 400 bebés, entre otros hechos aberrantes.

Esa organización armada paraestatal fue ideada por el entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega, y se terminó de conformar en esas semanas de otoño con lo peor de la Policía Federal y las Fuerzas Armadas. Su accionar ganó peso en los últimos meses de vida de Perón y la posterior llegada de su esposa Isabel Martínez de Perón a la Casa Rosada le dio luz verde para perseguir a los sectores de la izquierda. Operó de manera sangrienta durante poco menos de dos años, con una lista que alcanzaría los mil asesinatos en plena democracia.

Junto a Carlos Mugica, el emblemático cura de la Villa 31, tres militantes del entonces Partido Socialista de los Trabajadores (PST) fueron de las primeras víctimas fatales en engrosar esa nómina: Oscar Dalmacio “Hijitus” Meza (27), Antonio “Tony” Moses (23) y Mario “Tano” Zidda (22).

Todos ellos compartían militancia en la zona norte del Conurbano, donde confluían en el local que la fuerza política de izquierda tenía en el cruce de las calles Brasil y Belgrano, en la localidad de Pacheco, partido de Tigre. Allí no solo convivían, sino que también compartían sus vivencias dentro del sindicalismo fabril y sus sueños por cambiar al mundo.

Meza, el más experimentado de los tres, era un delegado metalúrgico que trabajaba en los astilleros Astarsa y era considerado un importante cuadro de la oposición en la Unión Obrera Metalúrgica (UOM); Zidda, el más joven, militaba en la Juventud Socialista de Avanzada y era presidente del Centro de Estudiantes de la Escuela Técnica Nº1 de Pacheco; mientras que Moses era un obrero de la fábrica Wobron y estudiaba en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Este último fue quien resistió la embestida del grupo paramilitar y permitió que varios de sus compañeros puedan escapar por los techos y no ser capturados.

Los tres fueron secuestrados y asesinados en la noche del 29 de mayo de 1974 por una patota de la AAA, que se los llevó, los acribilló y arrojó sus cuerpos en un descampado del partido de Pilar. Una acción que a posteriori fue conocida como la Masacre de Pacheco, que serviría de botón de muestra de lo que ocurriría en los siguientes años. A medio siglo de ese crimen, sobrevivientes y compañeros de militancia lo recuerdan en diálogo con ANCCOM.

 en 2020“Resistimos hasta donde pudimos”

Roberto Zanetti era uno de los militantes del PST que estaba presente aquella noche de mayo en el local de Pacheco y hoy vive para contarlo. En medio de varias consultas de diferentes medios por el aniversario del hecho, describe como si fuera hoy aquel suceso.

«Habíamos hecho una reunión y después algunos nos quedábamos porque al otro día teníamos que ir a trabajar. Por eso había muchos compañeros en el local”, detalla.

El asesinato del dirigente sindical Inocencio “Indio” Fernández, delegado del PST en la fábrica Cormasa, había encendido las alarmas y por esa razón se habían reforzado las medidas de seguridad. Sin embargo, en ese momento nadie imaginaba todo lo que ocurriría después.

«Pudimos resistir un tiempo y escapar por atrás, pero el resto de los compañeros quedaron atrapados entre esa salida y la entrada de adelante del local», relata uno de los sobrevivientes de la Masacre de Pacheco.

“Nosotros íbamos a proteger el local también, algo que no sé si fue una buena medida. De hecho, hoy hay toda una discusión sobre eso, pero era lo que hacíamos. Resistimos hasta donde pudimos”, agrega Zanetti.

José “Chiquito” Moya era uno de los responsables del local partidario, pero el destino quiso que aquella noche no estuviera presente. Aún lamenta no haber estado allí, aunque cree que si hubiese sido así hoy no estaría con vida.

“Lo había alquilado yo. Para poder mantenerlo abierto, nos ayudábamos y lo tomábamos como una casa. Nosotros ahí éramos cinco compañeros que aportábamos para el alquiler de la casa, para que sea más llevadero”, recuerda.

El ataque a la sede del PST en Pacheco fue el primer atentado contra un partido político legal. “Es cierto que sacábamos pocos votos, pero estábamos dentro del sistema”, considera.

“Por el volumen, fue una operación militar. Algo a lo que después nos acostumbraríamos en la dictadura”, agrega.

El grupo de tareas de la AAA se llevó del local a Moses y Zidda dentro de sus autos junto a Meza, a quien habían identificado en la calle para secuestrarlo, no sin antes acribillar el inmueble. De hecho, medio siglo después, las marcas de las esquirlas siguen allí.

“Hubo disponibilidad y logística aplicada. Y tuvieron zona liberada, porque la comisaría está a 12 cuadras y con toda la balacera que hubo no mandaron ni un patrullero”, lamenta Moya.

Por otra parte, también secuestraron a tres mujeres que militaban en la fuerza de izquierda, a quienes le propinaron varios golpes y las arrojaron en un baldío de la localidad de El Talar, a metros de las vías. “Las dejaron entre unos yuyos y después las volvieron a buscar, pero se escondieron y no las encontraron”, cuenta Zanetti.

Aquella noche también estuvo presente Carlos “Gallego” Quintana, quien entonces tenía 16 años y militaba en la rama estudiantil del PST. Al ser menor de edad, volvió a su casa antes de las 22 y no estuvo presente al momento del ataque de la patota paramilitar. No obstante, aún recuerda nítidamente lo que ocurrió.

“Me enteré al otro día, porque vivía a 10 cuadras y había un compañero que vivía a cinco cuadras y escuchó todo el tiroteo y salió corriendo para ver qué había pasado, pero ya se habían ido. Los vecinos fueron los que nos relataron todo lo que pasó”, rememora.

“Nosotros ya veníamos discutiendo que se podía venir algo muy pesado, que se iba a venir un ataque. El primer llamado de atención que tuvimos fue el 1° de mayo cuando Perón trata de imberbes a los Montoneros. Ahí empezamos a pensar que iban a querer hacer una limpieza en el sector de la izquierda peronista, que también nos iba a afectar a nosotros”, analiza.

«Pensábamos que se podía venir un golpe y que lo de la Triple A era una apertura para eso. Pero no creíamos que pudiera ser de la manera en la que fue», considera, en tanto, Zanetti.

“Lo del ‘Indio’ fue un aviso, pero eso lo entendimos después. Esperábamos alguna provocación, que tiren algún cohete, pero no un ataque de tal magnitud”, asegura Moya.

“Esto fue un ensayo de lo que se iba a venir, porque en el 74 hubo atentados y asesinatos de dirigentes de izquierda en general. En el acto homenaje que se hizo en Once habló el diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, del peronismo de izquierda, que denunció directamente a Perón y a todo su círculo por el atentado y a las pocas semanas lo asesinaron a él”, sostiene Quintana.

A partir del ataque, la mayor influencia de la Triple A y el golpe que llevó a las Fuerzas Armadas a la Casa Rosada, los militantes tuvieron que tomar recaudos. Incluso, muchos de ellos pasaron a la clandestinidad para poder subsistir.

«Entrábamos a la fábrica por diferentes lugares, cambiábamos de casa cada 15 días. Nos buscaban mucho”, recuerda Zanetti sobre aquel período.

Los tres entrevistados consideran que su fuerza política fue víctima de la Masacre de Pacheco por su fuerte presencia en las fábricas de la zona norte del Conurbano, algo que causó malestar en lo que ellos reconocen como la burocracia sindical.

“La UOM entonces era la columna vertebral del movimiento obrero. Nosotros tuvimos el atrevimiento, entre comillas, de armar una lista opositora nada menos que a Victorio Calabró, que en esa época ya era gobernador. Hay que recordar que fue el único tipo que esperó para entregarle las llaves de la Gobernación de Buenos Aires a los milicos. Decir que era un facho se queda corto”, sostiene Moya.

“En zona norte teníamos una presencia importante, competíamos con la izquierda peronista, con los Montoneros. Éramos un sector que tenía cierto poder y no podían permitir que siguiéramos avanzando”, explica Quintana, en relación a las causas del ataque.

“Estos grupos paramilitares, que estuvieron en la dictadura militar, utilizaron la excusa de aniquilar a la guerrilla, que ya estaba aniquilada desde antes, según consta por la CONADEP. Ricardo Balbín dijo algo así como que había que aniquilar a la guerrilla fabril. Eso eran nuestros compañeros, que eran simplemente luchadores antiburocráticos”, asegura.

Lo que ocurrió aquella noche del 29 de mayo de 1974 en General Pacheco llegó a la Justicia e, incluso, hubo una condena para los autores materiales e intelectuales en primera instancia. Julio Yessi -secretario de López Rega-, Salvador Siciliano -torturador de la Triple A y empleado de Casa de Gobierno- y Eduardo Fumega -subinspector de la Policía Federal- fueron condenados a reclusión perpetua por la jueza María Romilda Servini de Cubría en 2016. No obstante, la Cámara de Apelaciones, integrada por Leopoldo Bruglia, Mariano Llorens y Pablo Bertuzzi, absolvió a Julio Yessi en 2020.

“Guardar alguna esperanza en un rinconcito del corazón de que la Justicia haga algo es muy difícil. Te queda un gusto a poco”, lamenta Moya.

 

“Esos compañeros querían tener un país libre”

A medio siglo de la Masacre de Pacheco, los militantes del entonces PST recuerdan la figura de “Hijitus” Meza, “Tony” Moses y el “Tano” Zidda.

“Con quien mayor relación tenía era con ‘Hijitus’, porque él vivía ahí conmigo y yo había sido quien le abrió la puerta a la organización. En realidad, se la abrió solo, porque en Astarsa llegamos a tener un grupo muy importante de compañeros siendo un partido bastante marginal”, relata Moya.

Quintana también elogia a Meza y sostiene que guarda “muchos recuerdos” de él y el resto de sus compañeros, aunque reconoce que pensar en su trágico final lo pone mal. “Eran todos muy buenos”, asegura.

“En esa época había mucha solidaridad, compañerismo, los grandes nos enseñaban como hablar, como tratarlos, porque no es lo mismo hablarle a un obrero que a un estudiante. La camaradería que había en ese local no se olvida”, agrega.

Por su parte, Zanetti sostiene que Meza “era un tipo muy divertido”, mientras que del “Tano” Zidda guarda recuerdos de sus intervenciones en actos y asamblea.

De Moses no recuerda ningún rasgo en particular, pero sí pondera su acción para que el resto de los compañeros que estaban en el local pudieran escapar y salvar su vida: “Estuvo hasta el último minuto tratando de repeler el ataque de la Triple A”, sostiene.

«Los recuerdo con mucho cariño, mucho valor. Esos compañeros querían tener un país libre de opresión y libre en todos los sentidos”, remarca.

 

“Me da bronca que estemos reviviendo esto”

Luego de los juicios a las Juntas y, posteriormente, las condenas por delitos de lesa humanidad a los represores que secuestraron, torturaron y mataron -entre otros hechos aberrantes-, la discusión sobre la última dictadura cívico-militar parecía saldada.

Sin embargo, la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada con un discurso abiertamente negacionista, con la compañía de Victoria Villarruel, una dirigente ligada a los militares condenados por aquellos crímenes, puso en la superficie nuevamente lo que pasó en aquella época.

“Me da bronca que, después de toda la lucha que se viene llevando delante hace 50 años, estemos volviendo a revivir eso. Pero también da fuerza para resistir, porque uno está peleando porque se abran los archivos militares para saber dónde están los desaparecidos, los muertos, la lucha de las Madres”, analiza.

“Ellos tienen los medios de comunicación y están bombardeando constantemente y, lamentablemente, mucha juventud desconoce el pasado. Además, el peronismo podría estar dando la batalla contra el negacionismo y no la está dando”, agrega.

En tanto que Zanetti atina a remarcar que lo que está pasando actualmente es “muy triste”.

Por su parte, Moya asegura que le corre “un escalofrío por la espalda” cuando ve a Villarruel y considera que “quieren volver”.

“Las estructuras han quedado intactas, porque los responsables no están todos en cana. Una minoría está presa y otros se murieron de viejos, pero el sostén económico y empresarial sigue ahí”, argumenta.

“Habría que decir a los chicos que se los pueden enfrentar, que hay muchos hechos que demuestran que no son invulnerables, hay que buscarle la forma de sacárnoslo de encima. Hay condiciones, pero esas condiciones no vienen solas como la lluvia. hay que prepararnos, cada uno en su lugar, y poner el hombro”, alienta.

“Esto no es como la dictadura, que yo la viví y es mucho más dura y los asesinatos eran terribles y día por día, pero hay que seguir militando y darle el brazo a torcer a esta gente con las herramientas que tenemos”, cierra Quintana.