Con sedes en distintas localidades, la más reciente en Avellaneda, una escuela de baile country cultiva la pasión por el género y convoca a hombres y mujeres que se animan a practicarlo. «El individualismo acá no tiene lugar», dicen.
Las texanas negras y brillosas de Jorge enfilan sobre el piso de ladrillos rojos derecho hacia el espejo del salón de baile del Centro Cultural del Sur, de Villa Domínico. Veinte personas con sombreros blancos, jeans, botas y chaquetas lo aguardan en fila para comenzar. Al fondo, frente a una foto colgada de Spinetta, hay una pizarra blanca que anuncia que el 25 de mayo habrá peña, y más abajo un cartel informa que el lunes a las 19 hay clases de “country line dance”.
“Es un viaje de ida, espero que les guste”, dice, antes de arrancar la primera clase, la profesora Alicia Mabel Fusto, que en la espalda de su campera de jean lleva el nombre de su escuela en letras rojas –Country Club Line Dance–, a tono con sus botas. Detrás de ella, los alumnos ya están listos y esperando la señal para moverse. Antes de que Alicia levante la punta de su taco para dar el primer paso, dos mujeres se acercan tímidamente al salón y preguntan por la primera clase de country. En segundos, se acoplan al resto de los bailarines y Alicia las ubica justo tras ella: “Las nuevas bien adelante”, dice.
Todos los alumnos, salvo las dos nuevas que tienen jogging y zapatillas, ensayan con la misma vestimenta, porque las coreografías así lo requieren: un sombrero para hacer el saludo bajando el mentón y pellizcando la visera; jean con cinturón para sostener el peso de los brazos y manos en la hebilla o en los bolsillos; texanas para deslizarse con los tacos y un corbatín.
El country line dance se baila en línea. Cuatro movimientos es un paso, no hay forma de errarle a menos que estés muy distraído, y es difícil estarlo porque los banjos que acompañan la música te hacen creer que conocés las direcciones como si fuera una partida de ajedrez. Alicia comienza a contar para atrás desde cinco y cuando llega a uno da las primeras indicaciones: “Vamos a empezar con un paso básico: un paso a la derecha, cruzo la izquierda por atrás, derecha al costado y cierro”. Un alumno, en el fondo, aclara que ese paso se llama vine. Ya en la segunda canción, las recién llegadas de adelante sonríen porque les sale el vine de taquito.
Alicia recuerda que su amor al country en línea comenzó hace 10 años, cuando visitó por primera vez el San Pedro Country Music Fest, el primer festival de country en Argentina, y el más grande, que se hace una vez al año en la localidad bonaerense de San Pedro, a orillas del Paraná. Años después y con muchas clases de country encima, en pandemia, se largó a bailar con su marido Jorge en el Parque Domínico de Avellaneda. Hoy su escuela, con base en Wilde, tiene más de 70 alumnos y sedes en Quilmes, La Plata y en el partido 9 de Julio.
“En Zona Sur se baila mucho rock and roll y estilo americano, que no es lo mismo que country”, explica Alicia. En el country line todas las coreografías son internacionales: si estás en San Pedro, Texas o Wilde y empieza a sonar una canción de country, todos saben qué pasos hacer. En el baile country se utilizan distintas canciones de los subgéneros del country: country folk, country pop, honky tonk y bluegrass, entre otros.
“Mientras nos sentábamos en el porche delantero / de esa vieja casa gris donde nací y crecí / Contemplando los campos polvorientos / donde mi papá trabajaba duro todos los días / Creo que lo lastimé cuando le dije / «Papá, hay muchas cosas que no sé / pero, ¿nunca sueñas con una vida / en la que el maíz no crece?»”, reza la canción de Waylon Jennings, el artista favorito de la casa de zona sur.
Fernando guía la coreografía al lado de Alicia, él será el profesor designado para la nueva sede de Domínico. Sobre sus texanas negras con hebilla recorre el salón bailando con los ojos cerrados, mientras una alumna con su sombrero blanco sale de la fila para sentarse y tomar un mate: “En la próxima canción me sumo, no doy más”, le dice a otra compañera.
El salón se llenó, hay más debutantes: ya son más de 20 alumnos que danzan sincronizados en línea, dan una vuelta, se saludan con los sombreros –imaginarios los que no tienen– y siguen bailando hacia otra dirección. Los que están sentados al costado y sólo observan la clase mueven sus pies al ritmo de la música. La inauguración de la sede es un éxito.
“Es un baile grupal, eso es lo interesante del country line, la socialización es clave –sostiene Aicia–. Es mucho más que música y baile, es un estilo de vida. Viajamos, vamos al festival y estamos todos juntos pensando las coreografías. El individualismo acá no tiene lugar”.